viernes, 30 de agosto de 2013

Obra literaria de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País / Luis María Areta Armentia - IX - Relaciones con el mundo literario

Obra literaria de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País / Luis María Areta Armentia

- IX -
Relaciones de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País con el mundo literario español

Contactos personales
La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País no fue una institución replegada sobre sí que hubiese vivido totalmente aislada de los problemas que se presentaban al resto de la Nación. Ciertamente su preocupación iba dirigida principalmente a fomentar el desarrollo del país vascongado donde tenía su sede, con la seguridad de que en el resto de España otras Sociedades Económicas sentirían la misma inquietud de mejorar la suerte a su alrededor: todos contribuirían de este modo a la regeneración de España, trabajando cada cual en la parcela donde la Naturaleza les había situado.
La Real Sociedad Vascongada aceptaba de buen grado a todos aquellos que en cualquier lugar de España o de las Américas manifestaban su intención de contribuir en su calidad de Socios a la tarea renovadora emprendida por la Sociedad, mediante unas aportaciones meramente económicas o también intelectuales.
Aquellos que se daban a conocer dentro del mundo literario podían optar mediante la presentación de una obra suya al nombramiento de Socios Literatos407. Varios son los nombres que aparecen con este título. En 1785 constan 29 Socios Literatos, mientras en 1791 el número ha ascendido hasta 36. Muchos de ellos han desaparecido prácticamente del mundo literario, como Francisco Javier de Arrese, Juan Lorenzo de Benitua Iriarte o Juan Agustín Morfi. Otros conservan un lugar secundario en el mundo cultural de la época, como María Isidra Guzmán y Larache, doctora en Filosofía por la Universidad de Alcalá y que fue una de la catorce damas admitidas el 27 de agosto de 1787 en la Sociedad madrileña, Vicente María Santibáñez o Carlos Pignatelli, por ejemplo. Pero hay otros que ocupan un puesto de primer orden dentro de la historia literaria de este siglo:
Fecha de ingreso   Nombre y apellidos
1770  Antonio Ponz
1776  Casimiro Gómez de Ortega
1777  José de Cadalso
1781  Vicente García de la Huerta
1782  Juan Bautista Muñoz
1783  Juan Meléndez Valdés
1783  José de Vargas Ponce
1785  Bernardo María de la Calzada
1788  Juan Antonio Llorente
Sería disparatado pretender afirmar que la afiliación de estos hombres a la Real Sociedad Vascongada haya influido grandemente en su producción literaria. Al menos demuestra el interés que despertaba la Sociedad en el mundo literario español. Prueba de ello es el alarde que hacen de su pertenencia a este Cuerpo, como Bernardo María de la Calzada que hace figurar en el encabezamiento de Fábulas morales escogidas de Juan de la Fontaine (1787), La Religión (1787) y Adela y Teodoro (1792) su condición de «Socio de Mérito de las Reales Sociedades Bascongadas (sic) y Aragonesa»: podían en efecto pertenecer a varias Sociedades, como fue el caso de Meléndez Valdés que ingresó en la de Zaragoza en 1789, es decir seis años después que en la Vascongada.
El contacto con estos literatos no se reducía a un simple formulismo, sino que existía cierta colaboración con ellos. Así cuando en 1776 la Real Sociedad Vascongada fue denunciada a la Inquisición por haber publicado en sus Extractos un resumen del discurso sobre el lujo, pronunciado por Manuel de Aguirre en las Juntas generales, el Director recurrió a Meléndez Valdés para que este preparase una disertación en defensa del lujo408.
La Sociedad extendía sus relaciones también con otros literatos importantes que, sin embargo, no figuran dentro de las listas de Socios. Félix María de Samaniego fue alentado al principio de su carrera literaria por Tomás de Iriarte hasta el punto de que Samaniego le remitió las primeras fábulas antes de publicarlas, y la amistad entre ambos le animó al fabulista alavés a dedicar al Canario el tercer libro de sus Fábulas en castellano en unos términos muy elogiosos. Sin embargo este trato se vio profundamente perturbado por el orgullo de Iriarte, que quiso defender el haber sido el primer Español en componer fábulas originales, estableciéndose una larga enemistad entre ambos fabulistas409.
El Director de la Real Sociedad Vascongada parece también haber mantenido contactos cordiales con Tomás de Iriarte. El Fondo Urquijo conserva así una carta fecha da el 12 de enero de 1781 que da prueba del buen trato que debía existir por aquella fecha410.
Jovellanos tuvo igualmente unas relaciones cordiales con la Sociedad, a quien admiraba como madre de las Sociedades Económicas del resto de España: bajo su impulso, el Instituto asturiano enviaba dos alumnos a estudiar en el Real Seminario Patriótico de Vergara. El relato de los viajes que hizo Jovellanos por el país vascongado en 1791 y 1797 dan fe de la excelente acogida que se le dispensó por parte de los miembros más influyentes en la Real Sociedad Vascongada. En San Sebastián visita en varias ocasiones al Marqués de Montehermoso411. A su paso por Tolosa ve a Samaniego, con quien pasa una agradable velada412. En Vergara visita el Seminario, asiste al concierto que se da los domingos por la tarde y recibe las atenciones de Vicente Lili, Juan Bautista Berroeta y la comunidad que formaba el Seminario. En Vitoria visita el palacio del Marqués de Montehermoso y sus valiosas colecciones, se desplaza a casa de los Urbinas para saludar a Lorenzo Prestamero y las palabras que tiene hacia el Conde de Peñaflorida y el Marqués de Narros son elogiosas cuando dice al hablar de Azcoitia:
«Pero bastan a ennoblecer esta Villa las casas de Narros (Eguía) y Peñaflorida, dos bienhechores de su patria y originarios de aquí»413.


El trato amistoso da lugar a una entrega al escritor asturiano de obras literarias compuestas por los miembros de la Sociedad. En Vergara le ofrecen una copia de la comedia «Los derechos de un padre», escrita por Ignacio Luis de Aguirre414. Durante su segundo viaje, en Bilbao, José Agustín Ibáñez de la Rentería le regala un ejemplar de sus Fábulas en verso castellano, así como el tomo de los Discursos presentados a la Sociedad, que Jovellanos acepta para el Instituto asturiano415. El intercambio debió de existir también en otros momentos: en el diario de Jovellanos consta que el miércoles 11 de junio de 1794 llegó a su poder desde Bilbao el ejemplar de las Actas de la Sociedad Vascongada de 1793416. En el Fondo Prestamero hallamos también una copia manuscrita de El Delincuente honrado, siendo la única obra de teatro allí conservada. ¿Es fruto de la casualidad o más bien fruto de la compenetración que sentían mutuamente la Sociedad y Jovellanos?
Así como la Real Sociedad Vascongada abría sus brazos a cuantos solicitaban su ingreso en ella, los Socios sentían una necesidad de mezclarse en otras Sociedades. De este modo Manuel de Aguirre ingresa como miembro de la Sociedad Aragonesa en 1784 en la que pronuncia el discurso intitulado Sistema de hacer más ventajosas las Sociedades Patrióticas. El Conde de Peñaflorida, el Marqués de Narros y Valentín de Foronda fueron miembros de la Real Sociedad de Ciencias, Bellas Letras y Artes de Burdeos. El esfuerzo que hacen por mejorar sus conocimientos y el extenderlos a su alrededor hace que algunos Socios son acogidos en el seno de las entidades culturales del país de mayor relieve. La Real Academia de la Historia acepta el 24 de abril de 1772 a Manuel Ignacio de Aguirre como Académico honorario, el 24 de enero de 1783 nombra Académico correspondiente a Manuel de Aguirre y posteriormente, en 1802, hace lo mismo con Lorenzo Prestamero.




Participación en las polémicas literarias del siglo
Este contacto continuado con diferentes personas hace que los miembros de la Real Sociedad Vascongada vayan tomando parte activa en las diferentes polémicas que se plantean en el mundo literario del momento.
En una época en que las ciencias conservan aún una íntima correlación con la literatura417, los futuros fomentadores de la Real Sociedad Vascongada (el Conde de Peñaflorida, Joaquín de Eguía, futuro Marqués de Narros, y Altura, que no llegó a conocer la Sociedad por su fallecimiento) se dan a conocer en el mundo de las Letras por una polémica a propósito del nuevo espíritu que debe reinar en las Ciencias418.
La filosofía aristotélica conservaba todavía en España un dominio total sobre las Ciencias: pretendía explicarlo todo a partir de unos principios establecidos a priori. El benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo se había levantado ya contra este espíritu, propugnando el sistema de la experiencia y de la observación, conforme se venía haciendo ya en otros países europeos; y decía:
«Es imponderable el daño que padeció la filosofía, por estar tantos siglos oprimida debajo del yugo de la autoridad. Era ésta, en el modo que se usaba de ella, una tirana cruel que a la razón humana tenía vendados los ojos y atadas las manos, porque le prohibía el uso del discurso y de la experiencia. Cerca de dos mil años estuvieron los que se llamaban filósofos estrujándose los sesos, no sobre el examen de la naturaleza, sino sobre la averiguación de Aristóteles»419.


Unos pocos Españoles, entre los que cabe mencionar a Martín Martínez, Andrés Piquer, Diego Mateo Zapata y algunos más, siguieron esta nueva orientación. Sin embargo, se seguía considerando a Aristóteles el fundamento inquebrantable de la filosofía. El Padre Isla, tan reformador en otros aspectos, originó una polémica literario-científica. En efecto, en 1758 acababa de aparecer con gran éxito la Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes. En los capítulos V y VI del libro segundo lanzaba un fuerte ataque contra los nuevos filósofos, entendiendo bajo este término a los sabios que observaban la naturaleza con nueva óptica. El beneficiado que sirve al Padre Isla para lanzar la acusación actuaba como sigue:
«Se reía mucho de la grande presunción de la crítica en punto de física natural y de aquella intolerable satisfacción con que se jactaba de haber arrollado la de Aristóteles, abriendo los ojos al mundo para que conociese los grandes excesos que la hacía cualquiera de las físicas modernas. Aquí se descalzaba de risa el bueno de beneficiado, porque decía que, a excepción de tal cual fruslería de poca consideración, tan en ayunas se estaba el mundo de las verdaderas causas de casi todos los efectos de la naturaleza con la física de Descartes, de Newton y de Gasendo, como con la de Aristóteles»420.


El Padre Isla no ve en efecto diferencia en la explicación de los fenómenos naturales: si los filósofos neotéricos dicen que «el fuego quema porque es una sustancia compuesta de unas partículas piramidales o puntiagudas, sutilísimas, agilísimas, que, agitadas continuamente con suma rapidez en movimiento vertical, se penetran por los poros de los cuerpos más consistentes, los taladran, los desunen, los deshacen», no hacen, para el Padre Isla, sino repetir en una forma distinta lo que ya dijo Aristóteles de que el fuego quema «porque tiene virtud ustiva y quemativa»421. De ahí que los filósofos modernos no hacen sino repetir lo que dijeron ya los antiguos:
«Bien pudiera no disimular el padre Fray Barbadiño que aun en las físicas más rancias de España se hace larga y muy comprensiva mención de las antiguas y consiguientemente también de las modernas; porque éstas, según dije poco ha, a la reserva de tal cual bachillería, experimentillo o cosa tal, apenas son más que una pomposa o galana refundición de aquéllas»422.


El Padre Isla no acababa de comprender la aplicación que se hacía de las Matemáticas y de la Geometría a la Física:
«En orden a la física matemática, que es hoy la física de gran moda, adoptada por casi todas las academias de Europa y es aquella que pretende deducir todas sus conclusiones de principios matemáticos y geométricos, se reservaba el derecho de juzgar hasta que estuviese mejor instruido de ella...
Por lo demás no concebía de qué utilidad podían ser los principios de la matemática y de la geometría, para explicar las verdaderas causas y constitutivos de todo cuerpo sensible y natural, que es el objeto de la física; pero al fin suspendía su juicio hasta que, mejor instruido en autos, se hallase en estado de pronunciar con conocimiento de causa»423.


El Conde de Peñaflorida y sus amigos Altuna y Eguía, acostumbrados ya a la nueva ciencia desde la época de sus estudios en Toulouse y posteriormente en las sesiones de trabajo que llevaban a cabo en Azcoitia, responden a este ataque con su obra Los Aldeanos críticos, o cartas críticas sobre lo que se verá, dadas a luz por Don Roque Antonio de Cogollar, quien las dedica al príncipe de los peripatéticos Don Aristóteles de Estagira. Impreso en Evora, año de 1758424.
El desprecio hacia Aristóteles aparece desde la dedicatoria, aplicándole con tono burlesco los títulos siguientes:
«Al vetustísimo, calvísimo, arrugadísimo, tremulísimo, carcuesísimo, carriquísimo, gangosísimo y evaporadísimo señor, el señor Don Aristóteles de Estagira, príncipe de los Peripatos, margrave de Antiperistasis, duque de las Formas sustanciales, conde de Antiparatías, marqués de Accidentes, barón de las Algarabias, vizconde de los Plenistas, señor de los lugares de Tembleque, Potrilea y Villavieja, capitán general de los flatulentos ejércitos de las cualidades ocultas, y alcalde mayor perpetuo de su praeadamítico mundo»425.


El estilo burlesco toma las expresiones de los aristotélicos para desprestigiarlas:
«Inicuadamente propenso por una simpática cualidad que me predetermina in actu secundo a recurrir bajo la sustancialísima forma cadavérica concomitada de una insustancialísima caterva de accidentes universales a parte rei por ser aptos esse in maltis univoce et divissim, que se distingue del universal lógico, el cual de pluribus aptum natum est praedicari (hablo de la eternidad, ubiquidad y de todas las demás propiedades de los universales), con los cuales (vuelvo a decir) solicito su pavorosa influencia, para lograr una conglomerada beatitud en los undosos y encrespados antros de vuestros pirofilacios, donde los tendré por tan seguros como si me los viera en los cacuminosos coluros del Pindo»426.


La obra tiene forma epistolar: a largo de cinco cartas, el Conde de Peñaflorida va exponiendo su pensamiento ilustrado sobre la nueva ciencia. No vamos a estudiar los argumentos científicos aportados, ya que sale del campo de nuestro trabajo. Nos fijaremos solamente en los valores literarios, como la descripción de los filósofos antiguos que nos hace recordar el grotesco quevedesco:
«Trasládese vuestra merced a los tiempos traseros, y verá unos filosofazos con sus barbazas que les sirven de escobas; unos ojos que van de camino para el cogote; unas frentes arrugadas, que se extienden hasta media cabeza; unas narizotas tan horrendas que nadie las mira de cara por no tropezar con ellas; unas mejillas hundidas, unos carrillos chupados, unas caras pálidas y macilentas, unos trajes modestos y graves, unos hombrones, en fin, tan respetables que si miran aterran y si hablan echan unos sentenciones que abruman»427.


La descripción de los filósofos modernos presenta al contrario una mayor soltura y alegría:
«Pues ahora eche vuestra merced una ojeadita por los modernísimos señores. Verá vuestra merced unos hombrecillos como de la mano al codo, sin pelo de barba, con unas caritas de diciocheno y unos ojitos que andan bailando contradanzas, vestidos a lo parisién, peinados a lo rinocerón o en ailes de pigeon y empolvados como unos ratoncillos de molino; en fin, unos hombrecillos tan alegres y tan atiteretados que no más que vuestra merced los mire, al pasar le embocan una cortesía tan profunda que no parece sino que han jurado y van a besar la tierra»428.


Los Aldeanos críticos rebosan de ironía chispeante cuando se ríen de cuantos se aferraban en seguir la autoridad de Aristóteles con una especie de veneración:
«Los antiguos son otra cosa, y yo conocí a un estudiante que tenía tanta devoción al gran Aristóteles que le rezaba todas las noches indefectiblemente un Padre nuestro y Ave María, y no dejaba de dar sus razones a su modo. Me acuerdo haberle oído, hablando de filósofos modernos: allá se compongan con sus patrañas y embelecos; más nos vale jugar a lo seguro y andar piano piano, a la pata la llana, siguiendo las pisadas de nuestro cristiano viejo Aristóteles»429.


El tono se hace claramente despectivo hacia los peripatéticos en ciertas ocasiones: tratando de la diferente manera de explicar la gravedad, los Aldeanos críticos preguntan si los cuerpos de mayor volumen caen más aprisa:
«Aquí entra el diablo de la discordia. Respondeo afirmative (dirán los señores peripatéticos con la satisfacción que acostumbran), que es como si dijeran: Respondeo tontative, majaderative, etc...»430.


Prosiguiendo un fingido debate con un peripatético, van demostrando los Aldeanos críticos que los antiguos no aportan sobre la gravedad sino lo que dijo ya Aristóteles, mientras ellos se atienen a los descubrimientos más modernos sobre la aceleración de los cuerpos, la variación de la gravedad según el emplazamiento en el planeta, etc... y terminan diciendo:
«Dejemos a un lado a los pobres peripatéticos: dejémosles indagar si la sustancia y accidentes son términos sinónimos o equívocos respecto del ente; si la lógica es ciencia o arte y si tiene por objeto las tres operaciones del entendimiento o la tercera sólo; si se ha de decir "forma" de sombrero o "figura" de sombrero, y qué diferencia hay entre "forma" y "figura"; que son cuestiones utilísimas a todas luces; y escuchemos a Newton, ingenio de primer orden que puso en prensa a la naturaleza para que le descubriese sus secretos»431.


Tras repetir la demostración que hizo Newton de la atracción de la Luna hacia la Tierra con los términos divulgadores que emplea el Abate Nollet, los Aldeanos críticos creen poder afirmar:
«Basta lo dicho para que vean el Señor beneficiado y sus secuaces cuánto más han adelantado los modernos con sus polvos finos que él y todos los antiguos con sus asquerosas capas. Basta para que se desengañen de lo mucho que la física debe a las matemáticas y de que el emprender el estudio de aquélla sin el conocimiento de éstas es andar a ciegas»432.


La quinta carta que versa sobre el fuego adquiere un tono de polémica más directo, cuando los Aldeanos críticos se oponen a aquellos que para explicar la influencia del aire sobre los líquidos se contentan con decir que es debido al horror al vacío, diciendo:
«¡Ah! ¡horribles monstruos de naturaleza! ¡Qué horror de vacío ni qué haca muerta! ¿Acaso es algún Proteo este horror, que es mayor en el agua... que en el mercurio...; o es la naturaleza alguna mujer preñada, llena de antojos, para que haciendo subir en un tubo al agua, sólo por el horror que tiene al vacío, hasta la altura de ochenta y tres pies, si después se introduce en este mismo tubo un poco de mercurio, pierda este horror y se contente con hacerle subir hasta diez y ocho pulgadas no más?»433.


En todo momento se observa un tono comedido, por que la educación recibida les impide a los autores llevar a cabo íntegramente la crítica mordaz a que les arrastra el impulso inicial:
«¡Válgame Dios, y cómo le convirtiera ya en humo de pajas si me fuera lícito pagarle en la misma moneda y darle aquí una zurra de buena mano! Pero no puede ser, porque he estudiado la filosofía de estrado (quiero decir) las leyes de urbanidad, cortesía, política y buena crianza que me lo estorban»434.


Frente a Aristóteles, los Aldeanos críticos defienden el nuevo espíritu científico de Descartes, Bacon, Newton, Nollet, Maupertuis y tantos otros que supieron deshacerse de la antigua filosofía para abrir paso a los tiempos modernos en que vivimos. Los Aldeanos críticos salieron muy airosos de esta polémica, situándose en la vanguardia intelectual del momento. El propio Padre Isla les tributó una afectuosa reconciliación tras las primeras palabras agridulces de las cartas que se intercambiaron con motivo de esta polémica435.
En este siglo de tensión que fue el siglo XVIII estalló una viva lucha con motivo del teatro. La chispa que provocó una de las más apasionadas controversias fue la publicación en 1785-1786 de un Theatro Hespañol en 17 volúmenes: Vicente García de la Huerta se proponía hacer una recopilación de las mejores comedias del teatro tradicional español. La falta de criterio a la hora de elegir las obras, puesta de manifiesto por Menéndez Pelayo436 y el poco atino en los continuos ataques contra los críticos extranjeros que habían censurado el teatro áureo español, le atrajeron la réplica inmediata de los ilustrados españoles. Junto con Forner y Tomás de Iriarte toma parte en la contienda uno de los cofundadores de la Real Sociedad Vascongada: Félix María de Samaniego, que publicó la Continuación de la Memorias críticas por Cosme Damián, n.º 402437.
Samaniego expresa ahí su manera de concebir el teatro a la que hicimos referencia en el capítulo que versa sobre ello: defiende la teoría clásica del orden y de las reglas.
No cesó aquí la participación de Samaniego en la lucha. Ya vimos anteriormente cómo se levantó contra Iriarte cuando éste hizo representar su Guzmán el Bueno por no ajustarse esos monólogos a las leyes de la naturaleza. Con este motivo publicó una parodia con el título de Guzmán el Bueno, Soliloquio o monólogo o escena trágico cómico-lírica unipersonal. Nueva edición corregida, aumentada, variada, suprimida para mayor instrucción de los monologuistas.
A pesar de sus ansias de tranquilidad438, Samaniego se vio obligado a salir de nuevo a la palestra en defensa de Mariano Luis de Urquijo, de origen vasco, que entonces tenía dificultades con la Inquisición por la publicación de su traducción La Muerte de César (1791), siendo el discurso preliminar una crítica mordaz del teatro de la época: este proponía una reforma basada sobre la censura gubernamental, la creación de una escuela de arte dramático y el establecimiento de premios que animasen a los escritores. Urquijo acudió sin duda a Samaniego en busca de ayuda, dando origen a La respuesta de mi tío sobre lo que verá el curioso lector, publicada contra la voluntad de su merced, con licencia, año 1792. Samaniego estuvo así continuamente entre los principales polemistas sobre el teatro. Otros contribuirían con él a difundir las luces del siglo por los medios que estaban a su alcance.




Participación en la difusión de las ideas ilustradas
Dentro de la evolución del espíritu ilustrado a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XVIII, juegan un papel determinante las publicaciones periódicas, como bien lo manifiesta Richard Herr en su excelente obra439, cuando estudia este nuevo fenómeno como conducto de la Ilustración, junto con las Sociedades Económicas y las Universidades.
Ante los gritos insistentes reclamando libertad de prensa440, el gobierno del Conde de Floridablanca se muestra complaciente y la reforma de la legislación de imprentas sobre papeles periódicos de fecha 19 de mayo de 1785 da lugar a una profusión de publicaciones de este tipo. Siguiendo los pasos de El Pensador, que se había publicado entre los años 1761 a 1767, ven la luz El Censor (1781-1787), El Correo de los Ciegos de Madrid (1786-1791), de José Antonio de Managat441, El Espíritu de los mejores diarios literatos que se publican en Europa (1787-1791), de Cladera, y El Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid. Aparte de estos periódicos que fueron los que mayor influencia ejercieron, pueden mencionarse El Apologista universal, de Pedro Centeno, fraile agustino, El Corresponsal del Censor, El Correo literario, El Duende de Madrid, Conversaciones de Perico y Marica, pero que no alcanzaron la importancia de los anteriores por su corta duración, ya que, por ejemplo, el Duende de Madrid no publicó sino siete números y las Conversaciones de Perico y Marica tan sólo tres.
Los folletos periódicos tenían ciertas ventajas con relación al medio tradicional de los libros. En efecto, para estos existía una reglamentación rigurosa: antes de ver la luz debían seguir un largo proceso de censura. Era preciso solicitar una autorización de publicación al Consejo, a la vez que se remitía un ejemplar de la obra, la cual pasaba a manos de dos censores nombrados al efecto, encargados de preparar un informe que servía posteriormente para que el Consejo dictaminara sobre la posible publicación. En el mejor de los casos transcurrían varios meses en este largo proceso; otras veces los censores solicitaban la rectificación parcial, con lo que se retrasaba muchísimo la aparición del libro442, y en otras ocasiones los censores impedían la publicación para siempre443.
La prensa periódica no estaba sometida a estas duras exigencias. Bastaba con presentar el original poco antes de imprimirlo ante censores que hacían gala de una amplia tolerancia, lo que explica que la Inquisición se veía obligada a retirar o condenar los números peligrosos una vez ya publicados, pero en ningún caso conseguían eliminarlos todos. Además estas publicaciones no solían ofrecer íntegros los trabajos, sino que los iban dando a conocer paulatinamente en diferentes números: la condena de la Inquisición no recaía, pues, sobre la totalidad, sino sobre el número en litigio y su confiscación no impedía la aparición de los restantes. Las nuevas ideas intelectuales tomaron así a menudo este medio de difusión, por presentar menores riesgos que los libros.
Además estos folletos ofrecían la ventaja de no necesitar fuertes inversiones, como ocurría con los libros. Estos acarreaban serios riesgos para su autor444, mientras la prensa periódica gozaba de unos suscriptores fijos.
Ciertos miembros formados en la Real Sociedad Vascongada colaboraron activamente en este movimiento intelectual de particular importancia. Es difícil seguir el paso de los hombres que escribieron en estas hojas periódicas, ya que solían utilizar seudónimos445 o en otras ocasiones no firmaban sus escritos, hasta tal punto que para evitar este anonimato una circular del Consejo de 6 de septiembre de 1788 prohibía la inserción de discursos que no tuviesen identificación previa de autor y obra446.
Muchos escritos de esta época carecen de autoría y posiblemente nadie hubiese relacionado los discursos de Manuel de Aguirre con los del Militar Ingenuo, de no haberse visto él obligado por el reglamento real sobre impresión de papeles periódicos a desvelar su identidad. Amén de muchas otras posibles colaboraciones que en lo sucesivo se puedan establecer, sabemos al menos que Samaniego contribuyó con el discurso XVII publicado en el Censor en enero de 1786, comienzo del tomo V, a la condena del teatro tradicional y a la defensa del nuevo teatro, según estudiamos más arriba.
Valentín de Foronda publicó sus Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía política en el Espíritu de los mejores diarios, a lo largo de 1789: en ellas expone sus ideas económicas basadas sobre las nociones de propiedad, libertad y seguridad, recomendando una política de «laissez-faire» respecto a la artesanía, al tráfico de granos y al comercio dentro y fuera del país. Con respecto a la reforma de la justicia criminal insiste Foronda en la necesidad de que los castigos han de tener por objeto la enmienda del culpable y no la venganza del hecho cometido. El 3 de enero de 1791 presenta en el mismo periódico la disertación sobre la libertad escrita en 1780 y presentada inicialmente en Valladolid en 1786, así como una carta sobre los hospitales publica da en el número 206, página 228.
Pero el personaje de la Real Sociedad Vascongada que parece haber desarrollado una mayor actividad en las publicaciones periódicas es Manuel de Aguirre447 que presentó una larga serie de trabajos en el Correo de los Ciegos de Madrid:
Fecha de aparición448    Título
26-12-1786 Salud pública.
25- 4-1787  Consulta que sobre varios puntos interesantes al bien de la Nación hace a la Real Sociedad Patriótica N... uno de sus individuos más deseosos de corresponder a este honroso título.
25- 8-1787  Sobre la virtud.
17-11-1787 Discurso sobre la educación.
28-11-1787 Carta y representación sobre el trabajo y las fiestas.
19-12-1787 Discurso sobre el lujo.
13-10-1787 Discurso sobre la legislación.
2- 1-1788     Discurso sobre el oficio de la pobreza o mendiguez.
26- 1-1788  Demostración de la perjudicial filosofía de Roselli.
16- 2-1788  Respuesta de un viajante a un amigo que le pidió noticias del Seminario Patriótico y del País vascongado.
8- 3-1788     Idea de un Príncipe justo o bien, elogio de Felipe V, Rey de España.
5- 4-1788     Carta sobre literatura.
9- 4-1788     Oración gratulatoria pronunciada en la Academia de la Historia con motivo de su admisión en la clase de Académico correspondiente.
7- 5-1788     Sobre el tolerantismo.
28- 5-1788  Carta del Militar Ingenuo, sobre el fanatismo y la ignorancia.
19- 7-1788  Discurso dirigido a la Real Sociedad Aragonesa.
30- 7-1788  Discurso erudito del Militar Ingenuo, sobre el contrato social.
Algunos escritos de los que hemos mencionado fueron realizados expresamente para las necesidades del momento, como el Discurso erudito del Militar Ingenuo, pero generalmente se trata de discursos presentados con anterioridad en Sociedades económicas (Vascongada, Aragonesa, Madrileña), que utilizan este camino de la prensa periódica para su divulgación entre los ilustrados españoles. No le detenía a Manuel de Aguirre el que su Discurso sobre el lujo hubiese sido ya denunciado a la Inquisición en 1776 cuando la Real Sociedad Vascongada dio un resumen en los Extractos de aquel año: en los números 121 (19 de diciembre de 1787), 122 (22 de diciembre) y 123 (26 de diciembre) lo volvió a dar a conocer al público, pero esta vez en su versión original449.
Como bien lo indica Antonio Elorza en el Estudio preliminar de Cartas y Discursos del Militar Ingenuo, Manuel de Aguirre es uno de los ilustrados que de manera más sistemática va destruyendo los fundamentos del orden social de la época, amparándose continuamente en el Discours sur l'origine de l'inégalité del filósofo francés Rousseau: sus ataques van dirigidos especialmente contra la nobleza y el clero por cuanto, dice él, son los estamentos sociales que más contribuyen a mantener el pueblo en la opresión y la ignorancia. Su manera de concebir la constitución que debe regir en un país pudo parecer revolucionaria, cuando dentro de las «Leyes constitucionales cuya observancia es una obligación inviolable para todos los individuos de la Sociedad» afirma que «LA SALUD DEL PUEBLO sea pues la primera, la más poderosa, LA SUPREMA LEY»450. Dentro de los artículos del código constitucional establecía como el primero de todos:
«El individuo patriota en quien se deposite la fuerza o poder ejecutor tenga para la promulgación de los decretos, conducentes al bien de la sociedad y arreglados a la variedad de las circunstancias, un supremo Consejo de Estado que represente la voz del pueblo todo y su voluntad general»451.


Y la ley queda definida como «el consentimiento de los diputados, el del consejo de estado y la voluntad del depositario del poder o fuerza ejecutriz de la sociedad»452.
Manuel de Aguirre concibe el poder no como una delegación de la autoridad divina sobre la Tierra, sino como un acuerdo de los ciudadanos que entregan algo de sin libertad natural a cambio de recibir la protección y seguridad necesarias para vivir en sociedad.
Manuel de Aguirre no se contentó con publicar sus obras, sino que colaboró activamente en dar a conocer lo escritos de uno de sus amigos: José de Cadalso. Ambo en efecto, pertenecieron al mismo Regimiento de Caballería de Borbón, habiendo ingresado con tan sólo un año de intervalo453, por lo que sin duda les unían lazos de franca amistad. Poco después de la muerte de Cadalso, Aguirre ocupó el puesto de sargento mayor del Regimiento con cargo de toda la documentación del mismo.
Muchos han querido averiguar la personalidad del «oficial de mérito» que remitió el manuscrito de las Cartas marruecas a Don Manuel Casal para su publicación en el Correo de Madrid. La nota de fecha 14 de febrero de 1789 que antecede el texto454 nos da a conocer que ese militar anónimo se había distinguido «en otro papel periódico por sus excelentes discursos». Juan Tamayo y Rubio en el prólogo de las Cartas marruecas455 se inclina por la explicación de que se trata del Conde de Noroña, militar y poeta que luchó con Cadalso en Gibraltar. Sin embargo, Nogel Glendinning en el prólogo de Noches lúgubres456 aporta las razones suficientes para que podamos atribuir ese gesto a Manuel de Aguirre.
En efecto, este reúne todas las condiciones para ser el dueño de los papeles de Cadalso: militar de carrera, es muy verosímil que, debido a su cargo de sargento mayor del Regimiento poco después de la muerte de Cadalso, se hallase en posesión de los escritos de este último. Además era editor del Correo de Madrid457, donde había publicado ya tantos artículos. Una carta al Censor que se halla manuscrita en la Hemeroteca Municipal de Madrid nos da cuenta de la participación de Aguirre en otras empresas:
«Vm. tiene mucha filosofía y grande firmeza de alma para haberse atrevido a pronunciar verdades que no se pronunciaron impunemente en nuestro desgraciado suelo desde hace tres siglos, pero pues se halla en el goce de poderlas decir, y hubo de costarme caro el haber emprendido este peligroso rumbo antes que conociese a Vm. nuestra nación (contenta y aun ufana por los que la adulan sus inepcias, inconsecuencias y ciegos caprichos)...»458.


Las Cartas marruecas, gracias a la ayuda de Manuel de Aguirre, pudieron de este modo llegar al público por primera vez, ya que anteriormente la censura las había retenido desde 1773 hasta julio de 1778, fecha en que Cadalso, cansado ya, las retiró personalmente del Consejo de Castilla.
Idéntica fue la vía de divulgación de las Noches lúgubres e idéntica sería sin duda la participación de Manuel de Aguirre en ello. Cadalso, tal vez por temor a la censura o porque estimaba realmente que el pueblo español no estaba dispuesto a recibir este género de escritos459, no se había decidido a publicarlas. El Correo de Madrid desde el 16 de diciembre de 1789 hasta el 6 de enero de 1790 va ofreciendo a los lectores esta obra de Cadalso. Nigel Glendinning identifica asimismo a Manuel de Aguirre con el autor de la Carta de un amigo de Cadalso sobre la exhumación clandestina del cadáver de la actriz María Ignacia Ibáñez, en la que da ciertos detalles de las relaciones personales entre Cadalso y la actriz: ve en las iniciales «M. Ag.» la firma de Manuel de Aguirre; y el envío de esta carta a Manuel Aguado Casal, uno de los editores del Correo de Madrid, inducía a pensar ya a la señora Edith F. Helman que el misterioso «M. Ag.» había remitido la carta después de enviar el manuscrito de las Noches lúgubres para que lo publicara en aquel periódico, o poco después de su publicación en 1789 y 1790460.
La Real Sociedad Vascongada desempeñó, pues, un papel importante dentro del mundo literario de la época, hasta el punto de que Juan Sempere Guarinos le dedicó unas líneas especiales en su Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritos del reinado de Carlos III. Ella era el punto de mira de muchos escritores deseosos de verse inscritos entre sus Socios. Para muchos de estos, la Sociedad sirvió de trampolín: en medio de la ebulición de ideas a que daban lugar las sesiones de trabajo, los Amigos se fueron impregnando de las ideas entonces reinantes. Y si unos se contentaron con su labor dentro de la propia Sociedad, otros sintieron la necesidad de participar activamente en la difusión de las ideas ilustradas a través de los medios que entonces estaban a su alcance durante el tiempo que les fue permitido461.






- X -
Presencia francesa en la producción literaria de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País


Es un hecho universalmente admitido462 que Francia fue la potencia europea que mayor influencia ejerció en Europa y particularmente en España a lo largo del siglo XVIII en los diferentes aspectos. Los motivos políticos, culturales y científicos han sido ya ampliamente estudiados, por lo que no creemos necesario reiterarlos en nuestro trabajo. Nuestro intento es descubrir a través de los escritos de los miembros de la Real Sociedad Vascongada cuál fue el influjo francés. Desecharemos cuanto haga referencia directamente a cuestiones de orden material (agricultura, comercio, industria)463, para no fijarnos sino en aquello que contenga cierto valor literario.
Ya pudimos apreciar en los capítulos iniciales de nuestro trabajo dedicados a los Estudios y a los Libros el gran contacto que mantenía la clase alta vascongada con nuestro país vecino, donde buscaban cuanto pudiese desalterar su sed de cultura.
La lengua francesa, en efecto, era considerada en este período como elemento imprescindible para cualquier persona ansiosa de cultivarse. El benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo hablaba de la excelencia del idioma francés con estos términos:
«A favor de la lengua francesa se añade la utilidad y aun casi necesidad de ella, respecto de los sujetos inclinados a la lectura curiosa y erudita. Sobre todo género de erudición se hallan hoy muy estimables libros escritos en idioma francés, que no pueden suplirse con otros, ni latinos ni españoles...
Así el que quisiere limitar su estudio a aquellas facultades que se enseñan en nuestras escuelas, lógica, metafísica, jurisprudencia, medicina, galénica, teología, escolástica y moral, tiene con la lengua latina cuanto ha menester. Mas para sacar de este ámbito o su erudición o su curiosidad debe buscar como muy útil, sino absolutamente necesaria, la lengua francesa. Y esto basta para que se conozca el error de los que reprueban como inútil la aplicación de este idioma»464.


De esta misma tendencia se hace eco con tono irónico el autor anónimo de la Apología de una nueva Sociedad últimamente proyectada en esta M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa con el título de los Amigos del País, al aludir a la necesidad de ambientarse en lo francés antes de pretender ingresar en la misma:
«Es tantto lo que me ha rremobido estte proiecto que al instante marcho a Francia a aprender el silbo de capador, para poder entrar en estta Sociedad»465.




Citas textuales
Ya pudimos apreciar anteriormente cuán influenciadas estaban las ideas teóricas literarias de los Amigos del País por el pensamiento francés: el Discurso sobre el buen gusto en la literatura del Conde de Peñaflorida calcaba en muchísimas ocasiones a Montesquieu, Voltaire y en otras ocasiones utilizaba las obras del Padre André y del Abate Batteux.
Los autores de los Aldeanos críticos fundamentan repetidamente sus opiniones sobre autoridades francesas. Cuando tratan de cuestiones científicas aparecen los nombres del Abate Nollet, Moreri, Rollin, Fontenelle, Maupertuis, Pluche, Mariotte, el Abate de Saint-Pierre. Las referencias al mundo literario francés son asimismo abundantes.
En la primera carta, tras dar su opinión personal favorable acerca de la Historia de Fray Gerundio de Campazas, los Aldeanos críticos hablan de la acogida diversa que muchos otros tributaron a la obra, los cuales no cesan de decir que es una obra abominable y detestable. Pero cuando se les pide que expongan las razones de su postura no hacen sino repetir que la obra es abominable y detestable. Los Aldeanos críticos comparan esta reacción con la del Marqués de Mascarilla en la comedia de Molière Critique de l'école des femmes, el cual no deja de decir que 1a comedia de Moliére l'École des femmes es detestable porque es detestable.
Cuando los Aldeanos críticos relatan la aparición de Mascarilla y de Dorante, cometen cierta equivocación. En efecto indican que la entrada en escena del Marqués y de Dorante se hace antes de que las señoras les informen del tema de su discusión a ambos a la vez466. Sin embargo, Molière lo dispuso diferentemente: es en la escena IV cuando Mascarilla hace su aparición y las señoras le dan cuenta de su conversación, no saliendo Dorante sino en la escena siguiente.
Además las palabras que los Aldeanos críticos ponen en boca del Marqués no corresponden exactamente con el original. Así hacen decir la frase siguiente al Marqués: «Señoras, acabo de ver esa comedia, y para mí es de lo más detestable que cabe». Pero el Marqués de Molière se expresaba en la escena IV en los términos siguientes:
«LE MARQUIS.-   Sur quoi en étiez-vous, Mesdames, lorsque je vous ai interrompues?
URANIE.-   Sur la comédie de l'École des femmes.
LE MARQUIS.-   Je n'en fais que sortir.
CLIMÈNE.-   Eh bien! Monsieur, comment la trouvez vous, s'il vous plait?
LE MARQUIS.-   Tout à fait impertinente.
CLIMÈNE.-   Ah! j'en suis ravie!
LE MARQUIS.-   C'est la plus méchante chose du monde!».


De ningún modo aparece en la presentación de Mascarilla la voz «detestable», la cual no se pronunciará sino en la escena siguiente ante Dorante.
Prosiguiendo el relato, los Aldeanos críticos dan cuenta de que el Marqués ante las preguntas de Dorante no hace más que elevar la voz y decir: «Eh morbleu, c'est détestable: porque es detestable»: Veamos ahora cómo ocurre todo ello en el original, en la escena V:
LE MARQUIS.-   «Il est vrai, je la trouve détestable; mor bleu! détestable du dernier détestable; ce qu'on appelle détestable.
DORANTE.-   Et moi, mon cher Marquis, je trouve le jugement détestable.
LE MARQUIS.-   Quoi. Chevalier, est-ce que tu prétends soutenir cette pièce?
DORANTE.-   Oui, je prétends la soutenir.
LE MARQUIS.-   Parbleu, je la garantis détestable.
DORANTE.-   La caution n'est pas bourgeoise, Mais, Marquis, par quelle raison, de grâce cette comédie est-elle ce que tu dis?
LE MARQUIS.-   Pourquoi elle est détestable?
DORANTE.-   Oui.
LE MARQUIS.-   Elle est détestable, parce qu'elle est détestable».


Los Aldeanos críticos para formar la frase que ponen en los labios del Marqués han utilizado la primera y la última del original que hemos reproducido, ya que la primera contiene el morbleu y la voz «détestable», mientras en la última aporta el Marqués la pretendida explicación de su juicio.
Al mismo tiempo hacen un breve resumen de la comedia y dan los rasgos principales de los personajes centrales: de Climene dicen que es «muy culta y melindrosa»; Urania y Elisa se distinguen por ser «verdaderamente discretas y juiciosas»; a Dorarte le consideran como «mozo hábil e instruido», mientras el Marqués de Mascarilla queda representado como «haciendo todos aquellos gestos, monadas y turlupinadas propias de los de su especie»: todo lo cual corresponde bien con los caracteres expresados en la comedia de Molière.
Visiblemente, los Aldeanos críticos, aun conservando fielmente la idea general de la obra y del diálogo, cometen ciertas deficiencias de detalle: esto nos lleva a pensar con toda verosimilitud que el autor utilizó aquí los recuerdos que tenía de esta comedia francesa, lo que indica un conocimiento aun más profundo de la literatura del país vecino.
Puestos a analizar algunas partes más importantes de Fray Gerundio de Campazas, los Aldeanos críticos ven en los capítulos V, VI y VII del libro segundo una digresión que resulta demasiado pesada: les hace bostezar. Y prosiguen exponiendo su opinión:
«... y a cualquiera de éstos que me pregunte mi dictamen, responderé lo que la duquesa de Longueville a unos apasionados de la Pucelle de Chapelain: "Oui, cela est parfaitement beau; mais il est bien ennuyant": ello está muy bueno pero cansado; y si no lo de Boileau al mismo asunto:

"La Pucelle est encore un oeuvre bien galant,                    
Et je ne sais pourquoi, je baille en le lisant"             

que yo dijera en castellano así, si fuera poeta:

"No tiene duda ninguna             
Que es obra muy singular;                    
Pero (no sé en qué consiste)                
A mí me hace bostezar"»467.             



Aquí se hacen eco de la polémica que se desató en Francia con la aparición del poema de Chapelain La Pucelle, en 1656, donde de una manera fría y aburrida pretendía resaltar las hazañas de Juana de Arco, resultando un fracaso rotundo tras veinte años de intenso trabajo: entre los que le desprestigiaron cabe destacar precisamente a la duquesa de Longueville468 y de manera especial a Boileau469.
Al finalizar la quinta carta, para confirmar su despego hacia Aristóteles, los Aldeanos críticos, tras una cita de Moreri, ponen un último retoque con los versos siguientes de Boileau:

«Un pédant enivré de sa vaine science,                    
Tout hérissé de grec, tout bouffi d'arrogance,                   
Et qui de mille auteurs retenus mot par mot                      
Dans sa tête entassés n'a fait souvent qu'un sot,               
Croit qu'un livre fait tout, et que sans Aristote                   
La raison ne voit goutte et le bon sens radote»470.                    



Del mismo modo en la última carta que se intercambiaron con motivo de su polémica el Conde de Peñaflorida y el Padre Isla, aquel propone una sincera amistad y le habla de que su pluma no sabe qué decir, ya que en los asuntos serios su imaginación se vuelve estéril, mientras la polémica parece darle nuevos bríos: le ocurre como a Boileau, dice él, cuando el poeta francés se expresaba en estos términos:

«Je ne puis pour louer rencontrer une rime,                      
Dès que j'y veux rêver ma veine est aux abois,                  
J'ai beau frotter mon front, j'ai beau mordre mes doigts...                   
Mais quand il faut railler, j'ai ce que je souhaite;               
Alors certes, alors je me reconnais poète.               
Phébus, dès que je parle, est prêt à m'exaucer                  
Mes mots viennent sans peine et courent se placer»471.                      



Y para expresar al Padre Isla el daño que se podían hacer ambos si no cesaban sus disputas le dice, utilizando alguna canción popular francesa:

«Corsaires attaquant Corsaires           
Ne font pas guère leurs affaires».                  







Utilización de textos franceses para los trabajos de la Sociedad
Por mucho que las citas textuales puedan ser reveladoras de la influencia cultural francesa, mucho más importantes son las inclusiones de textos franceses en los trabajos elaborados por los Amigos de la Sociedad. Veamos, por ejemplo, cómo presenta el Ensayo el origen de la Industria. Tras presentarnos la feliz época en que los hombres se contentaban con lo que la Naturaleza ponía a su alcance para calmar sus necesidades, se expresa en unos términos que no recuerdan totalmente las palabras de Rousseau en su Discours sur l'origine de l'inégalité:
«Las necesidades del primer hombre eran muy contadas... Pero habiendo empezado sus descendientes a gustar de los halagos del apetito y a entregarse a la blandura y al regalo mudó de semblante su constitución. Lo que al principio se miraba como nimia delicadeza y gullería reprehensible se toleró luego como mera conveniencia y alivio permitido hasta que últimamente la costumbre lo redujo a necesidad imprescindible. De esta suerte ha ido el hombre por un amor desordenado a su comodidad, amontonando con sus conveniencias las necesidades, de modo que no bastándolo los auxilios que puso en él la Naturaleza, se ve precisado buscarlos fuera de sí y mendigarlos en la Industria»472.                    «Dans ce nouvel état, avec une vie simple et solitaire, des besoins très bornés, les hommes jouissant d'un fort grand loisir, l'employèrent à se procurer plusieurs sortes de commodités inconnues à leurs pères; et ce fut là le premier joug qu'ils s'imposàrent sans y songer et la première source de maux qu'ils préparèrent à leurs descendants; car outre qu'ils continuèrent à s'amolir le corps et l'esprit, ces commodités ayant par l'habitude perdu presque tout l'agrément, et étant en même temps dé générées en de vrais besoins, la privation en devint plus cruelle que la possession n'en était douce, et l'on était malheureux de les perdre, sans être heureux de les posséder»473.


Los dos textos mantienen una orientación similar: la industria queda presentada como el resultado de la degeneración de los descendientes del primer hombre, los cuales para compensar la pérdida de energías se ven precisados de recurrir a la industria. No solamente es idéntica la evolución del pensamiento, sino la terminología empleada:
Las necesidades del primer hombre eran muy contadas...
Habiendo empezado sus descendientes a gustar de los halagos del apetito...
...entregarse a la blandura y al regalo, mudó su semblante de constitución...
la costumbre lo redujo a necesidad imprescindible.                     Des besoins très bornés.
Les hommes l'employèrent (le loisir) à se procurer plusieurs sortes de commodites inconnues à leurs pères.
Ils continuèrent à s'amolir le corps et l'esprit.
Ces commodités ayant par l'habitude perdu presque tout leur agrément et, étant en même temps dégénénrées en de vrais besoins.


Esta puede ser una de las pruebas de que el libro de Rousseau tenía ya lectores en el país vascongado en 1766, fecha de la composición de los trabajos del Ensayo.
La educación fue uno de los temas de máxima importancia para los miembros de la Real Sociedad Vascongada: parece haber hallado en la Enciclopedia de Diderot (Voz «Economie politique») la orientación que procedía darle. Comparemos estos dos textos:
«En vez de entregar la educación pública a gentes mercenarias, criadas en la indigencia, y como tales incapaces de tener pensamientos heroicos y sublimes, se deposite este alto cargo en las primeras personas de la república, dotando tan eminente empleo con un sueldo y honores correspondientes a los que son formadores de la felicidad de las naciones, y disponiendo no elevar a este gran ministerio sino a los que hubiesen hecho repetidas demostraciones de sus luces y su consumada prudencia y de su sólida virtud»474.              «L'éducation publique sous des règles prescrites par le gouvernement et sous des magistrats établis par le souverain est donc une des maximes fondamentales du gouvernement populaire ou légitime. Je ne parlerai point des magistrats destinés à présider à cette éducation qui certainement est la plus importante de l'état. On sent que si de telles marques de la confiance publique étaient légèrement accordées, si cette fonction sublime n'était pour ceux qui auraient dignement rempli toutes les autres le prix de leurs travaux, l'honorable et doux repos de leur vieillesse et le comble de tous les honneurs, toute l'entreprise serait inutile et l'éducation sans succès»475.


Aunque no sea posible establecer que el texto español tenga por fuente inmediata el artículo de Rousseau, al menos podemos afirmar que ambos tienen un idéntico espíritu: entregar la educación a unos magistrados establecidos por el Estado, pero para ello tendrán que demostrar anteriormente su valía a lo largo de su vida. ¿Deberá extrañarnos esta similitud de sentir cuando sabemos que la Enciclopedia era el pozo de sabiduría donde iban a buscar los Amigos los elementos de la puesta al día que tanto anhelaban?
El Conde de Peñaflorida en su discurso introductorio a las Juntas generales de 1776, obedeciendo al espíritu clasista entonces imperante en la nobleza, según el cual la autoridad divina predispone el estamento social de acuerdo con el nacimiento de cada uno, quiere fomentar en la clase dirigente del país los sentimientos de protección y apoyo al pueblo, pues tal debe ser la función de aquellos que gozan de poder y riquezas.
Para ello se apoya en el discurso pronunciado por Massillon ante el monarca todopoderoso Luis XIV y su corte el cuarto domingo de Cuaresma. Toma un trozo del sermón que traduce literalmente; en él queda expuesto el papel encomendado por Dios a los grandes: si levanta a algunos es para que sirvan de apoyo y recurso de los de más y sólo de esta manera entran dentro de la armonía deseada por el Criador. El Director de la Sociedad divide posteriormente su discurso en tres grandes capítulos según los principios generales que deben orientar la actividad de la nobleza: afabilidad, protección y beneficencia, tomándolo asimismo del ilustre orador francés, aunque aplicándolo al caso concreto de la concurrencia de los que se denominan Amigos del País, los cuales deben ayudar especialmente al pueblo.
Cuando José Agustín Ibáñez de la Rentería pronunció ante las Juntas Generales su tercer discurso Reflexiones sobre las formas de gobierno lo hizo apoyándose continuamente en Montesquieu, a quien admira476: l'Esprit des Lois sirve en varias ocasiones para definir las formas de gobierno. En este discurso Ibáñez de la Rentería se muestra de espíritu avanzado cuando, por ejemplo, afirma que la forma de gobierno está supeditada a la situación, extensión, riqueza, clima y otros factores externos. Pasa revista a los diferentes tipos de gobierno, rechazando tajantemente el despotismo y otros gobiernos viciosos. Estudia posteriormente qué deben ser las leyes y cuáles son los componentes de la monarquía, de la aristocracia y de la democracia como gobiernos legítimos. Siente en ciertas ocasiones disconformidad con el magistrado francés: en la cuestión de los cuerpos intermediarios que han de regir los asuntos del Estado. Ibáñez de la Rentería rechaza la presencia de los tribunales. Y al contrario de Montesquieu que reservaba el principio de virtud para la democracia, el vasco lo amplía a las demás formas de gobierno, afirmando que debe reposar sobre él todo gobierno legítimo. A pesar de estas pequeñas diferencias, el conjunto de la exposición procede del pensamiento de Montesquieu, de quien toma amplios textos que traduce literalmente al castellano; están citados de este modo: Libro II, capítulos 2, 3 y 4; Libro III, capítulos 6 y 9; Libro IV, capítulo 5; Libro V, capítulos 13, 14 y 21; Libro VI, capítulo 21. Ibáñez de la Rentería mismo confiesa que «se han copiado muchas de las máximas de él (Montesquieu)»477.
En ciertos momentos, sin embargo, las expresiones parecen acercarse más al Contrat Social de Rousseau. Ibáñez de la Rentería define la ley como
«el vínculo que reúne a los hombres en sociedad con un interés recíproco de seguridad y defensa y sólo ellas pueden autorizar aquel sacrificio de una parte de libertad que hace todo Individuo al Público para lograr lo más apreciable de ella»478.


donde recoge la esencia de la doctrina del filósofo francés cuando decía:
«(Le problème) est de trouver una forme d'association qui défende et protège de toute la forme commune la personne et les biens de chaque associé, et par laquelle chacun s'unissant à tous n'obéisse pourtant qu'à luimeme et reste aussi libre qu'auparavant...
Chacun de nous met en commun sa personne et toute sa puissance sous la suprême direction de la volonté générale; et nous recevons en corps chaque membre comme partie indivisible du tout»479.


Ciertos textos admiten una comparación por la semejanza que observamos:
«La ley debe tener un objeto general y relativo igualmente a todos los miembros del Estado. Establecida de antemano con esta consideración, aparta de sí todo peligro de agravio o parcialidad personal que es el verdadero antípodo»480.                     «Quand je dis que l'objet des lois est toujours général, j'entends que la loi considère les sujets en corps et les actions comme abstraites, jamais un homme comme individu ni une action particulière»481.


En ningún momento Ibáñez de la Rentería pretende atacar al gobierno monárquico español, antes bien, al final del discurso desea su continuación482. Pero al menos ha demostrado la posibilidad de otros sistemas políticos, estableciendo el principio de gobierno sobre bases de relatividad y de consentimiento humano frente a la concepción anterior del poder que lo consideraba como una misión divina.
En el discurso Sobre la educación de la juventud en puntos a estudios, Ibáñez de la Rentería expone unos principios educativos nuevos para la época, que guardan gran similitud con los del Emile de Jean-Jacques Rousseau.
Propone, por ejemplo, que no se debe causar fatiga excesiva al cerebro de la juventud: debe procurarse más bien fortalecer su cuerpo, que luego ha de servir con mayores aptitudes para el ejercicio de la inteligencia:
«La fortaleza del cuerpo es el cimiento de la fortaleza del entendimiento. Un cuerpo robusto es capaz en su debido tiempo de aguantar más estudio, la memoria es más extendida y el juicio más vigoroso»483.


Esto nos recuerda lo que decía Rousseau poco antes:
«Pour apprende à penser, il faut donc exercer nos sens, nos organes qui sont les instruments de notre intelligence! et pour tirer tout le parti possible de ces instruments il faut que le corps qui les fournit soit robuste et sain. Ainsi, loin que la véritable raison de l'homme se forme indépendamment du corps, c'est la bonne constitution du corps qui tend les opérations de l'esprit faciles et sûres»484.


Para Ibáñez de la Rentería, la educación de los niños ha de empezar por algún estudio que parezca diversión, de acuerdo con la edad: tal es el sistema que utiliza el preceptor rousoniano continuamente con su discípulo, como, por ejemplo, realizando juegos nocturnos para hacer perder el miedo a la oscuridad.
Para animar los niños al estudio, en vez de castigo, se utilizará la curiosidad:
«Estoy tentado a creer que nos equivocamos en la desaplicación natural que atribuimos a los niños, pensando que se necesita fuerza para hacerlos estudiar: al contrario, aquella curiosidad, a veces importuna, que se hace notar en ellos, no me parece otra cosa que un deseo de saber impreso por la naturaleza»485.                      «Il est une ardeur qui naît d'une curiosité naturelle à l'homme pour tout ce qui peut l'intéresser de près ou de loin... Tel est le premier principe de la curiosité, principe naturel au coeur humain... Les enfants ensuite sont curieux, et cette curiosité bien dirigée est le mobile de l'âge où nous voilà parvenus»486.


Nunca se ha de abusar del castigo, pues no se consigue sino deformar a los niños, dispuestos a romper en la menor ocasión el cerco a que están sometidos:
«El mayor mal consiste en que el joven acostumbrado a ser bueno sólo por miedo se cree autorizado al libertinaje en la hora que sale de la sujeción paterna o de los Maestros»487.                  «La gêne perpétuelle où vous tenez vos élèves irrite leur vivacité; plus ils sont contraints sous vos yeux, plus ils sont turbulents au moment qu'ils s'échappent: il faut bien qu'ils se dédommagent quand ils peuvent de la dure contrainte où vous les tenez»488.


Ibáñez de la Rentería propone igualmente que el maestro sepa animar a los niños distribuyendo premios con discernimiento, con el fin de aficionarles a la competición. De esta manera es como el preceptor de Emilio alienta a menudo a su joven alumno: por ejemplo, para incitarle al ejercicio de la carrera dispone un pequeño concurso con niños de su edad con vistas a recibir el premio que consiste en un pastel489.
Ibáñez de la Rentería coincide también con Rousseau en su cuarto discurso Sobre el gobierno municipal, cuando hablando de los viajes reconoce su utilidad, pero afirma que no todos deberán viajar, ya que esto podría conducir al vicio. Estos viajes se han de hacer con mucha precaución, de manera que se saque provecho de los mismos, conservando el amor a la Patria y las buenas costumbres del lugar de origen. Tales son también las reflexiones de Rousseau en el libro cuarto de su libro pedagógico. ¿Estas coincidencias que hemos observado serán fruto de un mismo espíritu que reinaba en la época, o más bien se deben a la influencia que ejercieron en el país vascongado los libros de Rousseau que tanto éxito conocieron en su tiempo? Nosotros nos inclinamos por la última hipótesis.
Valentín de Foronda en sus Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía política muestra ser muy a menudo un mero adaptador de obras contemporáneas, como él mismo lo confiesa en el prólogo:
«En mi primera carta doy a entender que seré copiante, un traductor, un plagiario: en varias lo he repetido, y en algunas he indicado de dónde me he provisto de los razonamientos y de los trozos enteros que he embutido en mis cartas. El honor a la verdad exige que haga esta confesión sencilla, pues no aspiro a que me tengan por original, ni mi amor propio ambiciona otra gloria sino la de pasar por un buen ciudadano que procura esparcir las semillas de las buenas ideas políticas para que broten en las sociedades».


Y en la primera carta sigue insistiendo sobre el particular:
«Desde ahora le prevengo que si encuentra algo bueno en mis cartas no me lo atribuya. Hago ánimo de vomitar trozos enteros de mis libros, tan íntegros como vomitó la ballena a Jonás a los campos de Nínive»490.


y continuamente hace referencia a sus fuentes: la Enciclopedia, Mirabeau, Quesnay, La Rivière, el Abate Baudeau, Necker.
El miembro de la Sociedad que, tal vez, parece estar más influenciado por el pensamiento francés es Manuel de Aguirre, el cual se ha apropiado las ideas de Rousseau hasta el punto de dejarlas traslucir en todos sus escritos, aunque prestándoles una forma diferente según la orientación política, cultural o religiosa que deseaba dar a cada disertación. Este discípulo de Rousseau, que pasó inadvertido a Jefferson Spell en su Rousseau in the spanish world before 1833, Austin, 1938, copia a su maestro la visión antropológica llena de optimismo, así como la evolución política, de conformidad con la exposición de principios contenidos en la segunda parte del Discours sur l'origine de l'inégalité, cuyo desarrollo podemos ir siguiendo a través de las palabras de Aguirre.
El hombre en sus inicios nace bueno, con unos placeres que quedan colmados con lo que la Naturaleza pone a su alcance:
«Rodeado de frutas silvestres, de aves, de peces y de animales, a todos alargó la mano el hombre luego que se vio estimulado por la hambre, primera necesidad que se hizo escuchar en su sencillo pecho. Cansado de los pasos y lucha que pudo causarle el recoger la comida, y satisfecha su primera urgencia, buscó el descanso bajo el árbol o a la sombra de los peñascos, que se la habían proporcionado. Durmió y, enfriado por el ambiente que corría en la ausencia del sol, despertó, se halló despojado por otros de lo que había recogido, lloró su suerte y solicitó un paraje de más abrigo, cuando sintió por segunda vez el poder y precisión del sueño»491.


Pronto siente el hombre la necesidad de un apoyo para poder subsistir, defendiéndose ante otros más fuertes: esto le empuja a reunirse con sus semejantes en pequeños grupos:
«Manteníase robusto y defendido de los males que conocía; pero la multiplicación de su género, la fuerza de los más astutos, la disminución de los alimentos, la dificultad de conseguirlos porque le costaba una lucha cada bocado y el deseo de procreación, lo impelía a juntarse con su semejante y dar principio a la sociedad, en donde se habían de desplegar un día las ocultas facultades de su corazón, que aún no se habían ensayado por falta de motivos y ocasiones»492.


Los primeros sentimientos se van desarrollando en esta sociedad incipiente. Las artes manuales vienen a satisfacer las necesidades cada día más exigentes, rompiendo el equilibrio anterior:
«Cruel industria, hija de la necesidad y de las ciencias, crueles artes, dimanadas del mismo triste origen, ¿por qué disteis a entender a ese tranquilo hombre (insensible antes a lo que le mostrabais) que la cabaña o cueva en que logró abrigo y reposo eran incómodas e indignas de su hidalguía y aventajada colocación entre las obras de la naturaleza?»493.


La vida en sociedad facilitaba la existencia del hombre:
«La facilidad del sustento, el abrigo con adorno, la propiedad y paz asegurada por medio del convenio de todos, el tranquilo descanso en una habitación guarecida de los insultos y de la intemperie, el hallazgo de los contentos que dimanan de ser padre y marido, el apoyo, servicios y obsequios de su familia en la vejez y la seguridad de no ser oprimido por la violencia de los injustos, fueron los regalos que recibió del lujo moderado y honesto el hombre que ahora lo ultraja, porque vive preocupado»494.


Pero pronto el desigual reparto de tierras destruyó esta igualdad inicial:
«En el primer tiempo de esta alianza era forzoso y una ley reconocida por todos sin repugnancia el que cada uno fuera dueño del terreno que cultivaba; pero la fuerza y mil razones aparentes o sofísticas dictaron después una diferencia entre los individuos tal que hicieron parecer justas la propiedad en pocos y la miseria o desdichada suerte de esclavizados jornaleros en la crecida muchedumbre que formó el nervio de la sociedad»495.


Pronto surgen las terribles venganzas, las pasiones no conocen freno:
«Despertóse un crecido número de pasiones con el continuo trato de los hombres entre sí: se multiplicaban por consiguiente los motivos de estas particulares venganzas, podían ser muchas las muertes que resultaran y aniquilarse la sociedad»496.


Los hombres para hacer frente común a cuanto se oponía a su seguridad se unen y deciden que de ahora en adelante se han de gobernar por leyes. Pero en vez de procurar la ansiada libertad, se precipitaron hacia su esclavitud:
«Fatal descuido fue por cierto y horroroso el abismo en que te arrojaste, oh infeliz pueblo, con esa necia credulidad y con haberse alejado de los sencillos principios que te dictaban una constante buena suerte y apetecida felicidad»497.


Las leyes dieron mayores fuerzas al rico, mientras desamparaban al pobre, exponiéndole a la miseria y a la esclavitud. Era imposible rectificar una situación cuyos inicios habían tomado un camino equivocado, y, tomando un texto de Rousseau, dice:
«A pesar de los conatos y trabajo de los más sabios legisladores, quedó siempre imperfecto el sistema político a causa de ser obra del acaso y mal principiada; jamás pudo corregir los vicios de su constitución, aunque, ya reconocidos, el tiempo que sugerió remedios. En vez de separar los viejos materiales y dejar limpio el terreno o área en que había de elevarse el edificio, todo se redujo a recomposiciones, desatendiéndose del ejemplo dado por Licurgo en la reforma de su patria, la celebrada Lacedemonia»498.                    «Malgré tous les travaux des plus sages législateurs, l'Etat politique demeura toujours imparfait, parce qu'il était presque l'ouvrage du hasard, et que mal commencé, le temps en découvrant les défauts et suggérant les remèdes, ne put jamais réparer les vices de la constitution. On raccomodait sans cesse, au lieu qu'il eût fallu commencer par nettoyer l'aire et écarter tous les vieux matériaux, comme fit Licurgue à Sparte, pour élever ensuite un bon édifice»499.


Ante los numerosos delitos que se fueron produciendo contra las leyes, hubo que confiar la autoridad pública a unos magistrados encargados de velar por el orden de la sociedad: el pueblo les encargaba esta función a cambio de lo cual les concedía ciertos honores y prerrogativas. Pero paulatinamente estos cargos electivos y temporales se fueron haciendo hereditarios, sin que el pueblo se percatase de ello:
«Estos, poderosos ya por semejantes medios (industria, bienes...), sabrían proporcionarse y ser elegidos para el gobierno y mando de la muchedumbre, y no descuidarían hacer que recayera las más repetidas veces sobre sus personas la misma elección, hasta que habituadas a ver los puestos en dignidad, la perpetuasen en ellos estas sencillas gentes, todavía no desconfiadas ni recelosas de que pudiesen un día ser lazos y grillos de su libertad los reglamentos y decisiones de estos magnates, que miraron con respeto y aprobaban con temeraria confianza y ninguna precaución»500.


La desigualdad que ha ido creciendo ha hecho que el pueblo haya sido cada vez más explotado por los ricos. Aguirre lanza un grito ya revolucionario, con el que quiere despertar al pueblo para que tome sus antiguos derechos:
«Sí, pueblos campesinos; sí, muchedumbre desdichada; ese suelo que regado con vuestro sudor y con vuestra sangre clama por la propiedad que con tan natural y justo derecho debiérais haber adquirido, ya no fue más que un taller en que apuraron sus fuerzas esos brazos vuestros, encadenados por necias donaciones de soberanos y particulares, imbuidos en equivocados principios, precisados por las circunstancias o poseídos de una ignorante superstición y fanatismo. Dióse a los poderosos, llenos de ambición, esta propiedad, a los templos y a sus ministros, con buen fin, pero a costa de vuestra aniquilación y quedasteis hechos el juguete de las pasiones de los propietarios y esclavos de los caprichos de tantos y tan diversos dominadores»501.


La similitud de pensamiento político entre Manuel de Aguirre y Rousseau es manifiesta, lo que lleva a nuestro escritor a utilizar a menudo frases que mantienen un estrecho contacto con el original francés:
«La libertad absoluta que el hombre tuvo en el estado de independencia»502.
«Afirmóse con funestas y quizá no necesarias leyes la propiedad de las posesiones y quedó sostenido y perpetuado el desigual reparto que notamos»503.
«La fuerza y mil razones aparentes... hicieron parecer justa la propiedad en pocos y la miseria o desdichada suerte de esclavizados jornaleros en la crecida muchedumbre que formó el nervio de la sociedad»504.               «D'un autre côte, de libre et indépendant qu'était au paravant l'homme...»505.
«Les lois fixèrent pour jamais la loi de la propiété et de l'inégalité»506.
«(Les lois) pour le profit de quelques ambitieux assujétirent désormais tout le genre humain au travail, à la servitude et à la misère»507.


Aguirre toma abiertamente la doctrina de Rousseau en su Discurso erudito, en el que pretendía refutar las ideas de Cladera. Este, en efecto, había pronunciado un discurso en la Academia de Santa Bárbara de Derecho Español y Público sobre el «origen de las sociedades civiles o de la Suprema Autoridad»: en él niega el contrato social, porque no se puede probar la existencia histórica de tal pacto. Aguirre, para afirmar su postura opuesta, no ve mejor solución que hacer un extracto del Contrat Social de Rousseau. Antonio Elorza en el apéndice número 2 de su edición de los discursos de Aguirre lo ha demostrado con suficiente claridad con la comparación de textos. Reproduzcamos aquí las dos primeras frases:
«Puede haber en el orden social regla y administración; esto es unirse el interés con la justicia».
«El hombre nació libre, su ley primera es la conservación propia, y le toca por consiguiente el buscar los medios de donde proviene el dominio que tiene sobre sí mismo».                     «Je veux chercher si, dans l'ordre social il peut y avoir quelque règle d'administration légitime et sûre... afin que la justice et l'utilité ne se trouvent point divisées». (lib. I)
«L'homme est né libre (lib. I, cap. 1). Sa première loi est de veiller à sa propre conservation... lui seul étant juge des moyens propres à le conserver devient par là son propre maître» (lib. I, c ap. 2).


Al igual que estas ideas políticas tomadas claramente de Rousseau, el pensamiento religioso de Manuel de Aguirre adquiere un cariz fuertemente roussoniano, aunque de una manera velada por lo peligroso que podía resultar el exponer abiertamente sus ideas: recordaba sin duda la persecución que tuvo que sufrir el filósofo francés, tanto por parte de las autoridades católicas como de las protestantes, a causa de la Profession de foi du vicaire savoyard508, verdadera confesión de fe del propio autor. ¿Qué no ocurriría en un país donde la Inquisición tenía aún tanta fuerza?
Para Rousseau uno de los caminos más directos de hallar a Dios es el observar el orden y la armonía de la naturaleza. Manuel de Aguirre busca también a Dios en
«...la hermosa y dulce armonía de los cuerpos que forman la admirable estructura del universo, que tan claramente demuestra la existencia y gloria de su Autor poderoso y grande»509.


Rousseau llega a Dios inteligente porque piensa en la necesidad de un principio que mueve a toda la naturaleza con orden. Aguirre habla igualmente de «la confusa indeleble idea de una debida adoración y agradecimiento a una primera causa»510. La denominación que hace de Dios guarda continua relación con esta idea de criador: «divino Hacedor» (p. 121), «Criador Omnipotente» (p. 128), «supremo hacedor» (p. 138), «omnipotente criador de todas las cosas» (p. 138), «Artífice supremo» (p. 139), «Autor de la naturaleza» (p. 141), «Hacedor soberano» (p. 147), «soberano hacedor de todas las cosas» (p. 178), «Criador del universo» (p. 178), «supremo y poderoso criador» (p. 183), «magnífico Hacedor del Universo» (p. 201), «sabio autor de la naturaleza» (p. 242), «poderoso Señor hacedor de todas las cosas» (p. 245).
En otros casos hace referencia al mantenedor del orden mediante las leyes que impone al universo: «supremo legislador» (p. 140), «autor del orden» (p. 151), «augusto legislador» (p. 179).
Para con el criador de la naturaleza el hombre siente espontáneamente, dice Aguirre al igual que Rousseau, una necesidad de agradecimiento y de adoración: comparemos estos dos textos:
«Esta razón, antorcha y guía de los pasos del hombre, le puso delante dos obligaciones: la una de adoración y agradecimiento al ser supremo que tanto le había distinguido entre las demás criaturas»511.                   «De mon premier retour sur moi naît dans mon coeur un sentiment de reconnaissance et de bénédiction pour l'auteur de mon espèce, et de ce sentiment mon premier hommage à la Divinité bienfaisante. J'adore la puissance suprême et je m'attendris sur ses bienfaits. Je n'ai pas besoin qu'on m'enseigne ce culte, il m'est dicté par la nature elle-même»512.


La religión que propone Aguirre ha de ser sencilla y majestuosa: aquí se recoge la idea de Rousseau basada en el culto secreto del corazón en contacto con la naturaleza:
«La sencillez y majestad de la religión hacían que se viese ceñida a pocos preceptos y reglas de doctrina y ceremonial... sus dignos ministros hacían consistir la magnificencia del culto y el mayor triunfo en que ocupasen los corazones de todos la memoria y constante gratitud a los beneficios del supremo Criador de todas las cosas»513.


Al igual que Rousseau, Aguirre rechaza los dogmas que no hacen sino confundir los espíritus: frente a la mayoría que sigue un camino, a su juicio, equivocado, pocos saben enseñar la doctrina verdadera:
«Persuadiendo a la infancia que son dictadas por el cielo las despreciables fábulas que veneran los unos, las hacen eternas y casi indestructibles, cuando otros, pocos a la verdad, conducidos por el mismo Dios, infunden en sus jóvenes, para que exista, los adorables principios de una religión toda santa y adorable»514.


Las alusiones de Aguirre apenas son veladas. Y en lugar de la religión tal como se vivía en su tiempo él busca un sentimentalismo religioso, al mismo tiempo que se opone a todo aquello que huela a fanatismo e intolerancia: para él el Evangelio no tiene sino término de amor y de comprensión.
Los principios pedagógicos que se desprenden del Discurso sobre la educación presentado a las Juntas generales de la Sociedad en 1777 coinciden con los expuestos por Rousseau en el Emile, especialmente cuanto se refiere a la importancia de la naturaleza en la educación. Rousseau decía en efecto:
«Quel est ce but (de l'art de l'education)? C'est celui même de la nature»515.
«Homme prudent, épiez longtemps la nature, observez bien votre élève avant de lui dire le premier mot»516.


Y en el prefacio, Rousseau reconocía que todo su sistema giraba en torno a la naturaleza:
«A l'égard de ce qu'on appellera la partie systématique, qui n'est autre chose ici que la marche de la nature, c'est là ce qui déroutera le plus le lecteur»517.


Aguirre quiere reformar el sistema de educación, atacando la pedagogía de entonces:
«Discípulo y obra del hombre corrompido el que debía serlo de la naturaleza, se hace vil y tan extravagante como nos lo manifiestan las más de las provincias y pueblos que ocupan la tierra»518.


Y cuando entrevé por la imaginación la transformación que ha de operar la educación según la naturaleza, deja estallar su alegría:
«¡Oh tú, espíritu sublime y grande, adorno del género humano y asiento de la razón, puedan los próximos venideros siglos admitir y poner en uso los delicados útiles descubrimientos que hiciste en la carrera de la educación por el nuevo rumbo de imitar y seguir la naturaleza!»519.


Estas huellas del pensamiento francés dejaron también una marca en el vocabulario que utilizaron los miembros de la Real Sociedad Vascongada.




Préstamos lingüísticos del francés
El lenguaje esencialmente dinámico tiene unas continuas interrelaciones con los demás idiomas de países vecinos. Este fenómeno originó en nuestro país durante el siglo XVIII una tendencia muy pronunciada a dejarse influenciar por el francés, como dice D. Julio Cejador y Frauca cuando califica a esta época con los términos siguientes:
«La lengua literaria sufre en el siglo XVIII la más honda perturbación que jamás había sufrido. Vióse expuesta a los aires de galicismo que los eruditos bebían en sus continuas lecturas, de la cual peste no solamente se mancillaron los del bando francés, sino hasta los del bando nacional, a tal punto que desde 1701 no puede fiarse ni servir de autoridad como de lenguaje castizo ningún escrito ni escritor por excelente que sea»520.


Como motivos que puedan explicar tan profunda impregnación cabe destacar además de la lectura, la educación recibida allende los Pirineos, el interés que despertaba todo aquello que procediera de Francia521 y el despego de los eruditos hacia la tradición eminentemente popular de las épocas anteriores522.
Muchos Españoles, deseosos de conservar la esencia de nuestro idioma, se levantaron contra esta tendencia tan en boga: Feijoo, Luzán, Capmany, Cadalso y tantos otros. La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País se unió a este movimiento purificador del idioma, en la persona de su Director que en el Discurso sobre el buen gusto en la literatura se expresó en estos términos:
«¿Dónde habrá paciencia para tolerar los pegotes que la ponen (a nuestra lengua) diariamente de los retazos que pillan del francés y del italiano? Pudiera formarse un vocabulario bien abultado con las voces de estas dos hablas con que han convertido a la nuestra en vestido de Arlequín y sólo el catálogo de las que necesita un Petimetre para el gasto diario es capaz de llenar muchos pliegos de papel...
Lejos de que por este medio enriquezcan la Lengua, la empobrecen de dos modos: por un lado hacen abandonar las voces castizas españolas, por las que ellos introducen, y por otro han desterrado de nuestra lengua varias voces que usaban nuestros más clásicos autores y de que se sirven también los extranjeros: tales son el verbo defender por prohibir, el reprochar, etc... que nadie se atreve a producir en el día por no confundirse con estos corruptores y cometer un galicismo, aunque no sea más que en apariencia».


Como nos indica con gran acierto Bernard Pottier523 es sumamente delicado tratar de los galicismos, ya que en muchas ocasiones se desconoce el lugar exacto del origen de una palabra o de giro. Juan Eugenio Hartzenbusch reconoce también que esto es un fenómeno a menudo imperceptible:
«Porque la verdad es que en materia de galicismos todos pecamos. El orador evangélico, el orador parlamentario o forense, el historiador, el matemático, el poeta, el mercader, la dama, la costurera, el escolar y la colegiala, todos cuantos por estudio o placer manoseamos libros franceses o traducciones de esta lengua mal digeridas, aprendemos algunas palabras, locuciones o giros ajenos de la índole del castellano»524.


No debe extrañarnos, pues, que la producción de los Amigos contenga de vez en cuando ciertos galicismos, pero en ningún momento se nos presenta como un elemento dominante, sino más bien como algo puramente ocasional y muy esporádico. Hallamos voces francesas con la misma forma de origen:
«El jueves pasado por la tarde a tiempo que me disponía a escribir a vmd. se me pegó un fâcheux que no se me apartó de mí...»525.
«He leído el aviso que se ha de dar al público (sobre la apertura del Seminario)... y me parece tan bien dispuesta la exposición que no dudaré en afirmar que es un chef-d'oeurre»526.


Podemos mencionar además:
Aldeanos críticos,  p. 371:          «críticos a la cabriolé».
p. 371 y 374:          «peinaditas en ailes de pigeon».
p. 371:          «empolvadas con polvos finos a la lavande o a la sans pareille».
p. 373:          «todo buen físico a la dernière».
p. 374:          «vestidos a lo parisien».
p. 374:          «verá vmd. uno que se encaja en un tourbillon».
p. 375:          «aquel monsieur no era más que un pobre plagiario».
Extractos 1771       p. 21: «el sainfoin», en lugar de decir «el papirigallo».
Extractos 1773       p. 123:          «pieles de Elan y Renes manufacturadas en el Reyno de Suecia», en lugar de decir «Ante» y «Renos».
Ensayo          p. 265:          «lambrifier de menuiserie».
Otras veces pasan a nuestro idioma disfrazadas a la española:
Localización Forma utilizada      Voz francesa           Voz correcta
BAE t. XV p. 369     Turlupinada Turlupinade Bufonada
BAE t. XV p. 373     Papillota       Papillote       Papillote
Ext. 1775 p. 184    Triage            Triage            Entresaca
RIEV t. XXI p. 319  Libertinaje   Libertinage  Desarreglo
Miscelánea de Foronda p. 85    Aliage            Alliage           Aleación
Idem, p. 82  Gipse Gypse            Yeso
Voz «Ferme»          Marnosa       Marneuse    Margosa
Por la similitud formal de voces francesas y españolas ocurre que ciertas voces españolas toman un significado desconocido hasta entonces, bajo la influencia de la palabra extranjera:
Localización Voz utilizada           Significado y voz correcta
Ext. 1772 p. 17       Lucerna        Alfalfa
Ext. 1774 p. 85       Tisues            Tejidos
Discurso sobre las Ciencias         Batir   Construir
RIEV t. XXI p. 323  Suceso          Éxito
Título de obra         Opera cómica         Zarzuela
La morfo-sintaxis se vio igualmente perturbada por el elemento francés. De «lucerna» no tienen inconveniente los Amigos en formar una derivación en la forma de «lucernera», con el significado de «alfalfal»527. Igualmente la palabra «tourbillon», cuyo plural en francés es «tour billons», de idéntica pronunciación en ambos casos necesitaba una marca distintiva de pluralidad, por lo que los Aldeanos críticos emplean «tourbillones»528. En la frase «los lugares subterráneos están más fríos el verano que el invierno529, se observa la ausencia de proposición introductora de un complemento circunstancial de tiempo, como ocurre en francés, donde dicen «l'été, l'hiver».
La traducción de la zarzuela el Mariscal en su fragua presenta ciertos casos de construcciones sintácticas incorrectas en castellano, pero usuales en francés. Así la oración «Todo el mal que esto puede causar es de hacerlo a uno dormir»530 tiene la partícula «de» expletiva antepuesta a un infinitivo predicativo, como ocurre con suma frecuencia en francés cuando un infinitivo se halla de sujeto real o predicado, como «Il est agréable de manger».
En la escena XIV, la exclamación que formula Labrica «Vaya, Señora, Claudina, ¡qué sois amabilísima!», a la que replica poco después Claudina «Vaya, Monsieur Labrida, ¡qué os explicáis bellamente!» son incorrectas en castellano, pero guardan sin embargo un giro totalmente francés: «Que vous êtes aimable!» y «que vous vous expliquez bellement!», cuando en castellano nos esperamos a «¡qué amabilísima sois!» y «¡qué bellamente os explicáis!».
El empleo del verbo ser en «si mi padre llega soy perdida»531 en lugar de «estar» que resulta más castellano puede muy bien proceder de la construcción francesa «je suis perdue».
Cuando Valentín de Foronda comienza su Disertación sobre la platina con «después de haber hecho el giro de la mayor parte de Europa»532, visiblemente castellaniza el giro francés «Après avoir fait le tour de la plupart de l'Europe», ya que nuestra lengua prefiere «después de dar la vuelta a la mayor parte de Europa».
A veces se llegan a utilizar expresiones francesas. Así cuando el Conde de Peñaflorida habla de sus ideas sobre la organización del Seminario que pudieran parecer proyectos quiméricos, dice:
«El fuego patriótico de su carta del 29 del pasado es capaz de encender los ánimos más helados: así no tendrá vmd. de extrañar el que en el Plan de Maestros que espero remitirle por el primer correo haiga (sic) algunos puntos dignos de colocarse entre los Châteaux en Espagne»533.


Su sobrino, Samaniego, en otra carta del mismo fondo fechada el 13 de agosto de 1776 dice también, pero esta vez en castellano:
«Trae (San Martín) en su cabeza mil cimientos de Castillos en España».


El Conde de Peñaflorida cuando escribe a su hijo Ramón María le dice en cierta ocasión:
«Tu estancia o viaje por esas Montañas nos linsojea muchísimo, pues contemplamos como un golpe de ensayo de tu peregrinación»534.


donde fácilmente podemos reconocer la expresión francesa «coup d'essai». Estos galicismos de léxico, morfología, sintaxis o de locuciones son mucho menos numerosos que los préstamos franceses de origen científico.




Préstamos científicos del francés
Pese a haber perdido toda importancia en el campo literario, el latín seguía utilizándose en toda Europa como lengua científica a principios del siglo XVIII. Pero a lo largo de este siglo las ciencias van perdiendo la función puramente teórica de los siglos anteriores: toman una misión transformadora del pensamiento humano535 y buscan una aplicación directa a la vida diaria. No existe distinción entre ciencia pura y ciencia aplicada: una idéntica ambición contribuye al desarrollo de la ciencia y a su propagación y aplicación. Los trabajos de investigación han de inspirar y renovar los empleos manuales más humildes: los Amigos del País estaban preocupados por fomentar todo aquello que representara utilidad para el país vascongado. Por estos motivos se precisaba un medio de lenguaje directo y fácilmente comprensible por parte de todos.
José Agustín Ibáñez de la Rentería insiste sobre la necesidad de desterrar el latín como medio de comunicación en el estudio de las ciencias:
«Creo que nadie me negará dos principios que son el fundamento de lo que acabo de decir (que el latín no sirve sino para oscurecer las ideas en Derecho y Medicina):
1.-Que nunca será bastante cuanto se discurra para facilitar la claridad en el estudio de las ciencias.
2.-Que la lengua vulgar es en general más clara para todos que la latina, aunque se haya hecho el estudio más grande de ésta.
Supuestos estos dos principios, quisiera que se preguntase ¿en qué lengua deben aprenderse las ciencias?»536.


Y en otro lugar vuelve a decir:
«Las ciencias naturales no pueden tratarse bien en un idioma que las hace oscuras»537.


España carecía de lenguaje científico en el término moderno de la palabra, por lo que los Amigos del País recurren al lugar que más podía ayudarles: Francia nuevamente. Allí en efecto se había iniciado un movimiento de divulgación de las ciencias en el que contribuyó inicialmente el Abate Nollet, seguido por Pagny, Brisson, Sigaud de la Fond y muchos otros. Los libros de temas científicos se van escribiendo en francés como Le Spectacle de la Nature, del Abate Pluche, Entretiens sur la pluralité des mondes, de Fontenelle, o Histoire naturelle, de Buffon, por no nombrar sino los más famosos. D'Alembert en el discurso preliminar de la Enciclopedia establece definitivamente la preponderancia del francés frente al latín cuando afirma:
«Notre langue s'étant répandue dans l'Europe, nous avons cru qu'il était temps de la substituer à la langue latine qui, depuis la Renaissance des Lettres, était celle des savants»538.


Ya vimos en el capítulo dedicado a los libros cómo los contertulios de Azcoitia539 y los Socios de la Real Sociedad Vascongada buscaban sus fuentes científicas en los trabajos procedentes de Francia. Quisiéramos hacer resaltar aquí la novedad que representó para el conjunto de España el lenguaje científico introducido por algunos de los miembros de la Sociedad540. Para tener un buen punto de partida tomaremos el tomo VI, segunda parte, de Histoire de la langue française, de Ferdinand Brunot, en el que estudia precisamente la lengua científica francesa durante el siglo XVIII: así veremos fácilmente cuál pudo ser la prestación de términos científicos.
Los nombres de las ciencias llegan generalmente a través de denominación francesa:
Localización Voz española          Voz francesa           Observaciones
Ext. 1772 p. 104    Aritmética    Arithmétique          Voz tomada del política politique inglés
Ext. 1772 p. 46       Docimacia    Docimasie    Citada por la Enciclopedia en 1744
Ext. 1771 p. 140    Mineralogía Minéralogie Hállase por primera vez en el Diccionario de Trevoux en 1732
Ext. 1778 p. 163    Balística        Balistique     Voz creada por Maupertuis en 1731
Ext. 1780 p. 7         Metalurgia   Métallurgie  Voz que se extiende a mediados del siglo XVIII
Ensayo p. 11           Física experimental           Physique expérimentale  Se quería oponer a Física aristotélica
Los Extractos de 1770, página 40, nos indican que el Caballero de Során, francés, remitió a la Sociedad un plan científico que pretendía ampliar: en él aparecen las ciencias:
Angiología
Denología
Miología
Neurología
Osteología
Spanchmología
Con la voz de «química», ciencia prácticamente desconocida en España541 (a pesar de que la forma se halle ya en castellano desde 1616 utilizada por Espinel, al decir de Corominas), ocurre que en los Extractos aparece muy a menudo bajo la forma de «chimia»542, sin duda por influencia del término francés «chimie».
Ingresan numerosos términos desconocidos en el Diccionario de Autoridades, como indicadores de nuevos instrumentos, cuerpos o fenómenos desconocidos hasta entonces, los cuales guardan una gran similitud con las voces francesas, aun cuando estas no han sido sino el elemento de transporte de países muy diversos:
Localización Voz española          Voz francesa           Observaciones
Ext. 1782 p. 45       Areómetro   Aréomètre  
Ext. 1780 p. 25       Bismut           Bismuth        Voz alemana «Wismuth»
BAE t. XV p. 381     Centrífuga    Centrifuge   
BAE t. XV p. 382     Centrípeta    Centripète   
Ext. 1780 p. 23       Cobalto         Cobalt           Voz alemana «Kobalt»
Ext. 1780 p. 54       Digestor        Digesteur    
Ext. 1772 p. 70       Electricidad  Electricité     Voz creada por Nollet
BAE t. XV p. 375     Electrizar      Electriser     
Ext. 1782 p. 42       Empyreuma            Empyreume           
Ext. 1778 p. 66       Feld-spath    Feldspath     Voz alemana «Feldspath»
Ext. 1780 p. 20       Fluor  Fluor 
Ext. 1778 p. 37       Fundente     Fondant       
Ext. 1788 p. 44       Mofeta          Moffette      
Ext. 1780 p. 53       Mucilaginoso          Mucilagineux         
Ext. 1772 p. 131    Pyrómetro   Pyromètre  
BAE t. XV p. 382     Precesión     Precession  
Ext. 1782 p. 48       Reverbero (horno de)      Réverbère (fourneau de)           
Ext. 1778 p. 69       Quarzo         Quartz          Voz alemana «Quarz»
BAE t. XV p. 380     Sifon  Siphon         
Podían conocer los Amigos del País un nuevo elemento por su denominación francesa antes de saber cuál era su forma física. Los libros franceses hablaban de «charbón de terre» como un nuevo cuerpo de combustión, aunque comúnmente en Francia se le denominaba «charbon de pierre»543. Los Amigos emplean asimismo indistintamente ambas expresiones y vacilan cuando tienen que reconocer esta nueva sustancia que no conocen «de visu»:
«Que se hagan algunas tentativas para hallar en el País carbón de tierra cuyo uso pueda suplir a la escasez que se va experimentando de montes»544.
«Fiándose las Comisiones de algunas noticias que les han comunicado de hallarse en Azcoitia y Urrestilla muestras de carbón de piedra, han recogido varias y después de diferentes pruebas han visto que ninguna de ellas da señal de ser materia inflamable; sino que después de la calcinación han adquirido una dureza propia de arcilla: infiriendo de aquí que aunque en lo exterior tienen las muestras alguna apariencia de carbón mineral, no parecen ser otra cosa que una arcilla teñida de negro»545.


Esto nos indica claramente que no conocían los Amigos las calidades del carbón mineral sino a través de los libros, deseando buscar en el país el elemento que reuniese las cualidades en ellos indicadas: el nombre les venía, sin duda alguna, a través de la denominación francesa.
Los Amigos del País emplean términos desconocidos hasta entonces para denominar acciones o reacciones de los cuerpos:
Localización Voz española          Voz francesa
Ext. 1778 p. 163    Condensabilidad    Condensabilité
Ext. 1782 p. 62       Cristalización          Cristallisation
Ext. 1782 p. 60       Deliquescencia       Déliquescence
Ext. 1778 p. 163    Dilatabilidad            Dilatabilité
Ensayo p. 45           Efervescencia         Effervescence
Ext. 1778 p. 169    Gravitación  Gravitation
Otras voces como «atracción», «gravedad» y muchas otras existían ciertamente en el idioma castellano, pero adquieren unos matices científicos nuevos con la aplicación de la matemática y la experimentación. Los Aldeanos críticos son conscientes de haber formado un nuevo lenguaje ininteligible para los que siguen fielmente la filosofía tradicional:
«Veo bien que ni el Señor Beneficiado, ni los Regis y Regnaulds de las universidades de Valencia y Aragón entenderán palabra de este lenguaje, siendo así que es el familiar de los Regis546 y Regnaulds547 de la Academia Real de Ciencias de París»548.


Los que deseaban estudiar Química se dirigían de preferencia a París, como Ramón María y Antonio María de Munibe, José de Eguía, Fausto y Juan José Elhúyar, Jerónimo Mas y varios otros. Los profesores de esta especialidad en el Real Seminario Patriótico de Vergara son también franceses: Proust y Chabaneau. Por eso no debe extrañarnos que la nomenclatura química esté completamente copiada de la francesa, aunque conservando las voces españolas:
Localización Forma española     Forma francesa
Ext. 1782 p. 44       Ácido aéreo Acide aérien
Ext. 1782 p. 53       Ácido marino          Acide marin
Ext. 1782 p. 67       Alkali prusiano       Alcali prussien
Ext. 1782 p. 33       Sal de Globero        Sel de Glauber
Ext. 1782 p. 44       Sal de Glauber       
Ext. 1782 p. 59       Sal febrifuga           Sel fébrifuge
El deseo de copiar voces francesas hace que aparezca «gipso» con su derivado «gipsoso», cuando tenemos en castellano «yeso» y «yesoso»549.
Pero la lengua química ofrecía una sensación de desorden y oscuridad por la multiplicidad de nombres para una misma cosa y por la impropiedad de la mayoría de los términos que se habían ido añadiendo a lo largo de los años. Los sabios deseaban una unificación de nomenclatura. Guyton de Morveau, con sus Eléments de Chimie (1777) esboza ya un análisis metódico del vocabulario destinado a la química. El hombre que iba a revolucionar la nomenclatura química fue Lavoisier, el cual en colaboración directa con Guyton de Morveau, Fourcroy y Bertholet escribió en 1787 la obra de Nomenclature chimique, Mémoire sur de nouveaux caractères à employer en chimie y en 1789 el Traité élémentaire de Chimie, cuyo discurso preliminar recogía las ideas anteriores y afirmaba con energía la necesidad de la reforma para un mejor estudio de la química, ofreciendo la nueva nomenclatura.
Los Extractos de 1788 se hacen eco ya de esta nueva orientación del lenguaje químico. Trino Porcel y Aguirre se muestra claramente dispuesto a aceptarla:
«El que hubiese formado idea clara de los hechos en que se funda la nueva nomenclatura Chímica (sic), propuesta por los cuatro sabios académicos franceses Morveau, Lavoisier, Bertholet, Fourcroy, y sepa que está dispuesta de modo que el nombre de una sustancia expresa su composición, y que, sabida ésta, se ofrece inmediatamente el nombre que le corresponde, no podrá menos de conocer sus muchas ventajas sobre la antigua que tanto abunda en voces alchímicas (sic) y que muchas de ellas presentan ideas falsas, por lo que no dudé debía adoptarla»550.


Pedro Gutiérrez Bueno había traducido ya la nueva nomenclatura, pero había conservado con excesiva fidelidad la terminología francesa: las voces francesas «carbonate», «sulfate», «nitrate», etc... habían pasado a nuestro idioma como «carbonate», «sulfate», «nitrate»... por lo que Porcel sugiere con acierto que tomen la terminación en «o» que las hace más propias de nuestro idioma, para formar «carbonato», «sulfato» y «nitrato». Aparecen ya en estos Extractos de 1788 las voces de «oxígeno», «hidrógeno» y cuantos se han hecho ya familiares a nuestros oídos, pero que en la época presentaban una novedad de última hora.
Cuando Vatentín de Foronda publica en 1791 sus Lecciones ligeras de Chímica, recurre igualmente a los «tres luminares» (así los denomina) de esta ciencia: Fourcroy, Lavoisier y Guyton de Morveau, de los que hace una mera traducción, un extracto o un compendio, según las necesidades del momento, para presentar la obra en forma de diálogos. Foronda no duda en emplear términos desconocidos para los puristas de la lengua, afirmando que el que pretenda aprender nuestra lengua no lea su obra.
Aunque ciertos términos toman bajo la pluma de Foronda una forma castellana: «óxido, alumina, barita», frente a «oxide, alumine, barite» traducidos por Pedro Gutiérrez Bueno, sin embargo ocurre muy a menudo aún que la terminología recuerda enormemente su lugar de origen:
p. 41  Carbures
p. 42  sulfure, fosfure
p. 74  sulfates, sulfites
p. 85  fluate
p. 113           molibdates
Los elementos compuestos conservan una mezcla de español y francés:
p. 79  nitrate-aluminoso
p. 113           sulfures-alkalinos
p. 113           sulfate-alkalino
p. 113           Nitrate calcáreo
Los miembros de la Real Sociedad Vascongada contribuyeron, pues, muy activamente en la introducción en nuestra patria de la nueva terminología científica, aunque conservando cierta indecisión comprensible por tratarse aún de los primeros pasos.
No ha sido nuestra intención analizar con suma profundidad el lenguaje técnico de los Amigos del País, sino dar una visión general sobre los fenómenos que hemos observado en cuanto a los préstamos que hicieron del francés, para lo que hemos aportado los ejemplos que hemos pensado podían ilustrar nuestras afirmaciones. Creemos que sería muy provechoso analizar la colaboración de estos vanguardistas de la ciencia dentro de la evolución de la terminología científica española: es, sin embargo, un campo que desborda las fronteras de nuestro estudio.




Préstamos de conceptos del francés
El vocabulario de una época concreta es un fiel reflejo de sus conocimientos y de su manera de pensar: su estudio permite fácilmente tomar conciencia del espíritu que anima a una clase determinada de hombres. Quisiéramos fijarnos en cómo ciertos términos empleados por los Amigos del País toman una significación desconocida hasta entonces. Para esto tomaremos el excelente estudio hecho por Ferdinard Brunot en su Histoire de la lengua française, tomo VI, Parte 1.ª, donde recoge los términos de mayor utilización y novedad durante el siglo XVIII. Los compararemos con textos extraídos de la producción de los Amigos del País, ello basándonos continuamente en el Diccionario de Autoridades para conocer el significado que tenían los distintos términos. Intentaremos demostrar así cómo varía la significación de cantidad de voces que tanta importancia tuvieron en esta época, estableciendo la posible influencia ejercida por el idioma francés del momento.

Filosofía

El siglo XVIII dio una importancia sin precedentes a este término de «filosofía», hasta el punto que se autodenominó «el siglo filosófico»551. El Diccionario de Autoridades entendía por «filósofo» a «aquel que estudia, profesa y sabe la filosofía, i.e. ciencia que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales, o por extensión opinión particular o modo de aprehender o discurrir en alguna determinada cuestión o punto de esta Ciencia».
En Francia, a lo largo del siglo XVIII, la Filosofía toma un significado mucho más extenso: es el enjuiciamiento por la razón de todo cuanto atañe a la vida humana, pero de una manera totalmente libre. Su influencia se deja sentir en todos los campos del pensamiento: economía, política, educación, religión, organización de la vida. Recordemos que los filósofos -Rousseau, Voltaire, Diderot y tantos otros- fueron los preparadores de la revolución francesa.
Los Aldeanos críticos oponen la doble concepción que debe existir bajo ese término:
«Y a la verdad ¿quién no ve lo que va de filósofos a filósofos?»552.


La filosofía no se centra solamente en conocer las causas de las cosas naturales, sino que es la fuerza vivificadora de cuanto ponen en práctica los hombres de este siglo. Valentín de Foronda se entusiasma con los estatutos del Real Seminario Patriótico de Vergara, pues «publican el espíritu filosófico de los que los han dictado»553 y ve en el Seminario la fuente de la renovación de España:
«Siempre que haya muchos Seminarios montados por el tono del de Vergara, o que vengan a educarse a él los Señoritos españoles, seremos monarcas del universo, pues habrá ciencias, habrá Filosofía, y consiguientemente una población tan inmensa como la de los Chinos: un exército como el que pasó Xerxes por el Helesponto, una agricultura como la del antiguo Egipto o Sicilia, un comercio como el de Cartago, una industria como la de Tiro, y sobre todo una felicidad como la que nos pintan los poetas en el siglo de oro»554.


Manuel de Aguirre pide a su vez que haya «filosofía en el modo de imponer las contribuciones y en el de cobrarlas»555. Dirigiéndose a los magistrados les ruega que den acogida
«al dulce atractivo de la filosofía, la que mostrando al legislador el interés secreto del hombre y el seguro medio de moverle sabe dar a su corazón todas aquellas direcciones o virtudes que deben hacer feliz la sociedad»556.


En otro lugar sigue diciendo que es preciso mejorar la «legislación y costumbres con los descubrimientos que va haciendo la sana filosofía»557, la cual «debe sostener con su débil voz los derechos de la razón»558.
Nos hallamos bien lejos de los filósofos anteriores, que se contentaban con buscar las razones profundas de los seres. El concepto de filosofía que se extendió por Francia modeló también a ciertos miembros de la Real Sociedad Vascongada.



Sociedad

Una de las mayores preocupaciones de los pensadores del siglo XVIII fue el estudio de la sociedad humana, entendida no solamente como «compañía de racionales», según la definía el Diccionario de Autoridades, sino como «el conjunto de individuos que forma el cuerpo moral con poder o facultad de decidir sobre gran número de competencias»559, según la definición dada por Aguirre. Como dice Brunot560, en Francia la voz «social» se hallaba casi en la penumbra a principios de siglo y se convirtió en uno de los adjetivos más frecuentes con un hondo significado, siendo utilizado para el título de un libro que ejerció tanta influencia: le Contrat social. El Diccionario de Autoridades no recoge esta voz de «social», pero a lo largo del siglo aparece con suma frecuencia en la pluma de los Amigos del País: «cuerpo social»561, «virtudes sociales»562, «orden social»563, «contrato social»564, «pacto social»565, por no citar sino algunos casos.
Aparecen derivados como «consocios»566, «asociados»567.



Luces

Brunot nos indica que la palabra «lumière» fue una de las que los escritores franceses emplearon con mayor intensidad. ¿No fueron ellos los primeros en denominar a su época «Le Siècle des Lumières»? El Diccionario de Autoridades daba dentro de las diversas significaciones de «luz» y bajo la expresión «luz de la razón» el sentido de «el conocimiento de las cosas, que proviene del discurso natural que distingue a los hombres de los brutos, independiente del que después se adquiere o perfecciona por el estudio o el arte». Bajo la pluma de los Amigos del País, el término de «luces» adquiere además el valor de los conocimientos racionales, fruto del estudio o de la enseñanza: «Este bosquejo de las luces que difunden las tres nuevas clases de enseñanza que se van a establecer en el país...»568.
El símbolo de la luz aparece bajo diferentes aspectos: las Sociedades patrióticas serán «antorchas que iluminen»569, los Amigos esparcen «la claridad»570. El Director expresa su deseo de que «el colegio patriótico bascongado (sic) sea luminar mayor que llene de luces a todo el reino»571, y se extraña de cómo «el labrador, el ferrón, el fabricante cierran los ojos a los rayos copiosos de luz que han reflejado sobre ellos las noticias, observaciones y hechos prácticos publicados en los ensayos y extractos anuos»572.
La metáfora de la luz llega a adquirir una gran extensión:
«Aunque en su primitiva institución (las fundaciones literarias) no fueron más que un efecto de las primeras ráfagas que alumbraron a aquéllas (naciones) han llegado por lo sucesivo a ser la causa y manantial de luces, que acopiadas en sí reflexan hacia la nación como una multitud de espejos de reflexión artificiosamente montados con esta benéfica y sabia mira»573.





Humanidad

Brunot indica que muy pocos habían utilizado durante el siglo XVII el término «humanité» para referirse al conjunto de los hombres, pero cien años más tarde ese vocablo se convirtió más que en algo de moda, en una expresión ya necesaria.
El Diccionario de Autoridades daba como primera significación «la misma naturaleza humana» y en ninguna de las otras siete definiciones que nos presenta hace referencia al género humano.
Sin embargo la palabra «humanidad» aparece con gran frecuencia en las obras de los Amigos, aplicada a todos los hombres. El Director de la Sociedad en su discurso preliminar finaliza diciendo a sus oyentes: «Mostraos dignos Amigos de la Humanidad entera». Ibáñez de la Rentería presenta el Derecho y la Medicina como «ciencias tan necesarias al bien de la humanidad»574. Manuel de Aguirre quiere desterrar «los males que sufre la humanidad»575 y buscar «los derechos de la humanidad»576 que ella misma no se atrevió a reclamar. Esta voz de «humanidad» jalona el Discurso sobre el oficio de la pobreza o mendiguez del mismo Aguirre, ya que en las páginas 209-217 de su obra repetidamente citada aparece diez veces de manera periódica. Valentín de Foronda proyectó en noviembre de 1799 la publicación de un diario que llevase el título de HUMANIDAD577.



Libertad

Esta voz ciertamente había resonado con suma frecuencia ya a los oídos de nuestros antepasados: los filósofos, teólogos y moralistas la habían utilizado ampliamente para hablar del libre albedrío que cada cual tiene para decir o hacer lo que desea. A lo largo del siglo XVIII, esta palabra resume la doctrina del catecismo político, como bien lo demuestra Brunot: «cada cual reclama el derecho natural para actuar como mejor le parezca. Se pide libertad de pensar por sí»578, «libertad para hacer uso de su industria y frutos»579, «libertad de escribir»580, «libertad de imprenta»581, «libertad absoluta»582. Cada ciudadano deberá gozar de plena libertad.



Igualdad

Este fue otro de los temas más rebatidos durante el siglo XVIII. Sabemos la contribución de Jean-Jacques Rousseau en esta cuestión con su Discours sur l'origine de l'inégalité. Si todos los hombres nacen iguales, según el estado de la naturaleza, ¿cómo ocurre que se deshaga esa igualdad? y ¿cómo se ha de hacer para que se establezca nuevamente ese orden natural?
Una de las maneras de ver aumentada la población es «no olvidándose de la igualdad que les dio (a los hombres) la naturaleza como el bien más inalienable»583 y los hombres quedan extrañados de «lo odioso de una desigualdad»584.



Patria

Brunot nos habla del nuevo concepto que se va aplicando a la voz «patria» a lo largo del siglo XVIII como un conjunto de sentimientos que unen entre sí a unos mismos ciudadanos viviendo bajo un mismo gobierno que vela por el bienestar de sus sujetos. Nos hablan también de cómo aparecen en Francia las expresiones «amour de la patrie, patriote, patriotismo, patriotique», que gozan de gran boga.
En España, Feijoo, tomando el ejemplo de Roma que expresaba su amor a la Patria como una «noble inclinación de toda aquella república», y de Cicerón «el padre de la patria» por su feliz y vigorosa resistencia a la conjuración de Catilina, muestra su desagrado porque no ve lo que él entiende por «amor a la patria»:
«Busco en los hombres aquel amor de la patria que hallo tan celebrado en los libros: quiero decir aquel amor justo, debido, noble, virtuoso y no lo encuentro. En unos veo algún afecto a la patria, en otros sólo veo un afecto delincuente que con voz vulgarizada se llama pasión nacional»585.


Manuel de Aguirre concibe el amor a la patria como «sostenerla y hacer que brille, el no permitir que se mantengan ociosos los brazos y facultades de los hombres»586. Se trata, pues, ahora de una disposición del ánimo que empuja a trabajar en vistas a la seguridad, bienestar y gloria del país donde nacimos y vivimos.
El Diccionario de Autoridades definía al patriota como «compatriota, el que es de un mismo lugar, ciudad o provincia, respecto de otro». Durante el siglo XVIII se concede el título de «patriota» a todo aquel que contribuye a mejorar la suerte de los demás587 mediante cualquier realización. Antonio San Martín, que ha proporcionado el establecimiento para una fábrica de botonería, merece el título de «buen patriota»588, así como merecerán el honor de ver colocados en el Salón de Juntas del Seminario de Vergara sus bustos cuantos «patriotas se distinguiesen en una suscripción en favor del Seminario»589. Manuel de Aguirre indica las funciones del «glorioso patriota»:
«Una exacta idea de los productos e industria de las poblaciones que abraza la Sociedad, como objeto primario de sus atenciones y cuidados: de los puertos, canales, caminos y de los adelantamientos de que son capaces para facilitar la extracción de sus género y artefactos de las más individuales y desmenuzadas relaciones que den a conocer la situación de las provincias, ha de ser el museo, el objeto interesante del glorioso patriota, socio, filósofo consolador de los hombres y apoyo de su patria»590.


Con el mismo significado abunda el término «patriotismo» el autor de un discurso sobre el fomento de fábricas da en su modo de discurrir «las pruebas menos equívocas del más acendrado celo y refinado patriotismo»591.
El adjetivo «patriótico» llegó a indicar todo aquello propio de un patriota y fue ensalzado hasta ocupar un puesto en la denominación de una de las máximas realizaciones de la Sociedad: el Real Seminario Patriótico de Vergara. La enseñanza allí impartida abrazaba «todos los ramos de enseñanza que pueden convenir a un patriota»592 y tenía por fin la «educación del ciudadano de un modo completo, grande y nuevo»593. Este adjetivo se empleó con suma frecuencia: «amor patriótico»594, «pensamientos patrióticos»595, etc...



Ciudadano

El Diccionario de Autoridades entendía por «ciudadano» «el vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios y está obligado a sus cargos, no relevándole de ellas alguna exención», pero poco a poco va perdiendo este carácter restringido para determinar a todo miembro de una sociedad libre que goza de derechos y está sujeto a ciertas obligaciones.
Se extienden las voces de «derechos del hombre»596, «derechos de la humanidad»597, «obligaciones del ciudadano»598: se va estudiando el papel que puede desempeñar cada cual en una sociedad donde no exista arbitrariedad ni prejuicios.
Podía aumentarse la cita de voces que evolucionan en este siglo XVIII: «constitución», «democracia», «fuerza ejecutriz», «soberanía» y tantas otras que son ya del uso corriente en nuestro vocabulario político-social, pero que representaban una gran novedad en la época. Los Amigos empleaban estos distintos términos que hemos analizado con una profunda modificación con relación al empleo anterior. Es el fruto de la evolución que sufrieron los conceptos políticos, morales y sociales y del ambiente espiritual que reinaba entonces en Europa, principalmente en el foco central situado en Francia, de donde se propagaban estas ideas en los folletos y libros que allí se imprimían.
Los Amigos del País, confiados en el progreso constante de la razón y de la sociedad humana contribuyeron a la formación de un vocabulario moderno que sirvió de vehículo a las ideas reformadoras de los hombres que se autodenominaron «los ilustrados».








Conclusión
En los inicios de la Sociedad, las Bellas Letras ocupaban una importancia considerable. Las primeras reuniones muestran el afán que sentían los Amigos por los temas de orden cultural: la primera sesión celebrada en Vergara, en febrero de 1765, conoció una actividad digna de una Academia ya veterana: lectura de obras de teatro, crítica teatral, historia, lectura de elogios, amén de discursos de temas morales, matemáticos o científicos. Antes de despedirse, los Amigos se distribuyen los trabajos que han de presentar en la próxima reunión: tratan de historia nacional, geografía, arte poética, elocuencia, aritmética y geometría. Con tales antecedentes la Sociedad alcanzó el rango de Academia, dependiente directamente de la Secretaría de Estado.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la literatura fue postergada a un plano muy secundario; los Amigos se preocupaban más por temas directos para la vida del País vascongado: Agricultura, Industria y Economía. El Título I, «Idea general de la Sociedad» de los Estatutos definitivamente aprobados por el Rey se expresa en estos términos:
«1.-La Sociedad Bascongada (sic) de los Amigos del País es un Cuerpo Patriótico, unido con el único fin de servir a la Patria y al Estado, procurando perfeccionar la Agricultura, promover la Industria y extender el Comercio.
2.-Dependiendo gran parte de los medios necesarios para conseguirlo de las Ciencias, de las Artes y de la experiencia, la Sociedad se dedicará a cultivarlas, pero de tal suerte que siempre se prefieran las que tengan enlace más íntimo con los objetos referidos».


El propio Director de la Sociedad, reconsiderando la obra de la misma después de diecisiete años de funcionamiento, se pregunta en el discurso introductorio a las Juntas generales de 1783 cuáles han sido los adelantos que se han notado en la literatura, y se desola por la escasa acogida que se le ha tributado en general, pues sólo florecen los estudios literarios merced al Real Seminario Patriótico. Pese a esto se puede considerar a la Real Sociedad Vascongada como uno de los círculos literarios de la época, aunque no alcanzase el esplendor que se vislumbraba en sus orígenes.
Los Amigos del País recogieron las ideas literarias que circulaban ya desde hacía tres siglos, basadas en las obras de Aristóteles y de Horacio: sentían la necesidad de conocer las leyes sobre las que ha de estructurarse una obra artística para que el lector experimente particular agrado. Tales serían las condiciones que indispensablemente habían de reunir los escritos para pretender cautivar a un público de buen gusto, es decir, a todo aquel que no hubiera sido malformado: las obras así realizadas obtendrían el beneplácito de todos. Partían los Amigos del supuesto de que todos los hombres deben experimentar idénticas impresiones ante unas mismas estructuras formales. Veían en Aristóteles y Horacio los príncipes que habían sabido formular unas normas dictadas por la sana razón y que había que seguir fielmente.
Toda esta doctrina eminentemente clásica pasó a los Amigos a través del tamiz francés, pero no se les puede tachar de «afrancesados», como tan a menudo se viene haciendo, por el simple hecho de haber buscado en los preceptistas franceses su formación literaria. Necesitaban una nueva orientación para reformar la triste situación de las Letras en España: Francia se la procuró. Pero luego supieron insertarse dentro de la tradición literaria española, recordando los gloriosos tiempos de nuestro Renacimiento a quienes asimismo pretendían imitar, en un intento de crear una literatura propiamente española donde se hiciese alarde de los valores de nuestra tradición y esencia.
Los géneros literarios que caían dentro de esta tradición -teatro, poesía, elocuencia- conservan un corte netamente clásico, donde reinan el orden, la simetría y la proporción. Aquellos que por su propia orientación no pueden incluirse en los géneros literarios propiamente dichos -trabajos varios- fueron abandonando el carácter desinteresado en busca de la utilidad. Pero aun aquí los Amigos ponían en práctica los preceptos clásicos de sencillez, precisión, claridad, exactitud en la expresión, que tanto contrastan con la época anterior.






Apéndice documental


- I -
Discurso académico para la asamblea pública de la Sociedad de los Amigos del País en Vitoria, el 20 de enero, día del cumpleaños de S.M. Católica



Introducción

Creeréis, Señores, que, empeñado por la solemnidad de este día en que celebramos el feliz cumpleaños de nuestro Augusto Monarca, y reconocido a las honras que ha recibido la Sociedad de su Real benignidad, voy a abrir esta sesión con una arenga o una oración gratulatoria de aquellas que acostumbran otras Academias en iguales circunstancias. Creeréis que, transportado del gozo de que rebosan todos los corazones españoles por el plausible desposorio de nuestro Serenísimo Señor el Príncipe de Asturias y la Señora Doña Luisa Infanta de Parma599, quiero juntar mi voz con la de toda Nación que manifiesta su satisfacción en los Elogios que publica, en los regocijos y fiestas que dispone y en los felices pronósticos que hace de tan venturosa unión. Creeréis que, poseído de una fanática pasión hacia nuestro País Vascongado y hacia esta Sociedad, intento extenderme en pintaros las glorias de aquél y los rápidos progresos de ésta. Pues, no Señores.
El magnánimo corazón de Carlos se complace tanto en hacer beneficios que no los reserva para días determinados, siendo para esto todos los días suyos; y a las gracias que derrama sobre sus vasallos las mira como deudas que tiene que pagarles su amor y las equivoca con los actos de su recta justicia. Así cierra las puertas aun a las expresiones ordinarias que dicta la gratitud, recelosa de que a la sombra de éstas se introduzca la lisonja, aquel escollo tan peligroso al Trono y a la Magestad. Si a la primera noticia del establecimiento de esta Sociedad puso en ella S. M. el sello de su benevolencia fue porque su perspicacia penetró desde luego nuestros deseos de ser útiles a la Patria, y las proporciones que encerraba por ello el plan propuesto. Por tanto, el cumpleaños de mayor satisfacción y la acción de gracias más grata que podemos rendir a S. M. es presentar cuanto antes a sus Reales pies una prueba del poderoso efecto de su Real influjo; y esto no me permite el detenerme en desahogar los afectos de amor y reconocimiento en que arden nuestros corazones, y el llenar la expectación en que os contemplo a todos en este punto.
Las bodas del Príncipe Ntro. Señor son un motivo bien grande celebridad para la Sociedad y ofrecen un campo ameno a la Elocuencia; pero la modestia de un Cuerpo que se halla todavía en fajas, no permite el que se presente al Público en unas circunstancias en que los Miembros más robustos del Estado y las Comunidades más respetables ostentan a competencia su júbilo. La voz de la Sociedad es muy débil todavía para hacerse percibir en el alegre tumulto que resuena desde los confines del Reino hasta el pie mismo del Trono.
Las glorias del País Vascongado pudieran también ocuparme dignamente; pero estas tres Provincias que siempre siguen el tono de sus Soberanos, al hacernos tan favorable acogida, no han aspirado a nuestros elogios, sino a nuestro estudio; nos han honrado como a Patriotas celosos, no como a Panegiristas apasionados.
Finalmente, los rápidos progresos de la Sociedad su mirarían en mi boca como exagerados por la pasión y el amor propio, si desde luego no pasase a demostrarlos con hechos. Con que el Rey, la Patria y el interés de la misma Sociedad piden a una voz obras y no razones, frutos y no flores, y me estimulan a abandonar las vanas exclamaciones, las enérgicas pinturas, las expresiones brillantes, y a entrar ex abrupto en un asunto propio del fin de este establecimiento.
Poco he tenido que hacer en la elección. Por nuestro Instituto debemos comunicar al público el fruto de nuestros estudios, y consiguientemente tenemos que entrar en la peligrosa carrera de escritores. Siendo, pues, la regla fundamental de éstos el enseñar agradando, parece que lo primero que debía tratar la Sociedad es dar a conocer los verdaderos principios de deleitar con la lectura, y esta reflexión junta con la oferta que hice el año pasado a la Sociedad, me han obligado a disponer lo que vais a oír sobre el buen gusto de la literatura si queréis tener la paciencia de escucharme; pero, Señores, si para esto pido vuestra atención, no necesito menos de vuestra prodencia y disimulo.



Del buen gusto en la literatura

1.-Vivimos en un siglo que puede llamarse con propiedad el siglo del buen gusto; porque a nada damos cuartel que no haya pasado primero por su aduana, y no se nos presenta ya objeto que merezca nuestra aprobación si no lleva estampada la marca del buen gusto. Un edificio ostentoso, una joya preciosa, un primor del arte, un libro lleno de erudición se atraen nuestro desprecio (y a lo más nuestra compasión) como no se reconozca en ellos esto que llamamos buen gusto: y hasta aquellas cosas sujetas a las infinitas variaciones de nuestro capricho y nuestra convivencia, como los vestidos, los muebles, la mesa, etc... queremos que se rijan por sus leyes.
2.-Si no obstante nos preguntan qué se entiende por buen gusto, no todos sabremos dar una definición cabal; porque no todos tenemos una idea clara de él. Unos usan de esta frase porque la oyen a otros, y seguir la moda. Otros por pasar plaza de Sabios. Y otros (que son los más pocos) porque realmente sienten la impresión grata que hace en sus almas el aspecto de ciertos objetos; pero que por no ponerse a pensar y buscar el origen de esta impresión no pueden asegurar si es aprehensión o realidad. Los primeros responderían lo que el otro que alabando a un Predicador por lo bien traído de los lugares, y preguntado qué entendía por lugares dijo con gran sencillez: «Yo no sé, así suelen decir». Los segundos, lo que aquél que tachando un ángulo del Escorial, y preguntado qué entendía por ángulo no tuvo más salida que responder «meterse uno en lo que no entiende». Y en fin, los terceros responderían que es un no sé qué que sienten y no conocen, que lo experimentan y no pueden explicar.
3.-Pues ¿qué es el buen gusto? ¿Es acaso un ente ideal y fantástico que sólo tiene existencia en nuestra imaginación y que es arbitrario del modo de concebir de cada uno? No faltan Filósofos que lo defiendan así; y aun parece que la gran variedad que se nota en este punto entre las diversas Naciones del Mundo lo está confirmando, porque si se consulta en materia de gusto a un Asiático y a un Europeo, lo que alabe éste vituperará aquél, y lo que sea admirable para el primero será despreciable para el segundo.
4.-La misma variedad que entre las Naciones se nota también entre los individuos de una misma Nación; y de aquí ha venido sin duda aquel dicho común de que contra gusto no hay disputa. Pero no obstante, por una observación hecha sobre los diferentes estados de cultura de las Naciones y de los individuos de ella, y de sus gustos en estos estados, vendremos en conocimiento de que el buen gusto es una cosa real y que no depende del arbitrio de cada uno y de los diversos modos de concebir.
5.-Si algún gusto puede reputarse por buenos es el que domina en una Nación en su estado floreciente; y si se observase que siempre que las Naciones llegan a un cierto grado de cultura reina en todas un gusto uniforme, se debería inferir que el buen gusto es una cosa análoga a aquel estado determinado y pendiente de él: consiguientemente un ente real y positivo, y no imaginario y arbitrario.
6.-Fijemos la vista en la Grecia, aquella célebre Nación de la Antigüedad, la primera que, después de los Egipcios, se haya esmerado en cultivar las Ciencias y las Artes, y veremos florecer la filosofía, las Matemáticas, la Medicina, la Elocuencia, la Poesía, la Música, la Arquitectura, la Escultura y la Pintura, y que llegó a tener en ellas a aquellos grandes hombres cuyos nombres serán siempre célebres en la historia de las Ciencias y Artes.
7.-Examinemos ahora el gusto de ellos en las Bellas Letras y Artes (pues las Ciencias que tienen por objeto la verdad no son de su resorte) y hallaremos que los Filósofos, los Poetas, los Arquitectos, Escultores y Pintores confesaban unánimes el buen gusto a las oraciones de Isócrates y Demóstenes. Que éstos y aquéllos hacían lo mismo con las poesías de Homero y Píndaro, las tragedias de Eurípides y Sófocles y las comedias de Aristófanes y Menandro, y en fin que todos ellos daban sus votos a las obras de Calímaco, Fidias, Lisipo y Apeles. Luego el gusto unánime y conforme de todos estos insignes hombres era una cosa real y aneja a aquel estado de perfección que tenían estos diferentes objetos. Y siendo este gusto unánime general así en Filósofos libres de ajenas impresiones y prejuicios como en los profesores de las Artes ilustrados en las reglas sacadas de las observaciones hechas en ellas, puede llamarse con justicia el bueno.
8.-Establecido el buen gusto de la Grecia, pasemos a los bellos días de Roma, y veremos a todos aquellos grandes hombres fijar el buen gusto en la Elocuencia de Hortensio y Cicerón, en las poesías de Horacio y Virgilio, en las tragedias de Ovidio y Séneca, en las comedias de Plauto y Terencio y en las obras de Publius Varo y Vitrubio, pero sobre todo en las de los artistas célebres de la Grecia (de que se ha hecho mención) que trasladaban a Roma a costa de inmensos caudales.
9.-Últimamente miremos a las Naciones modernas en el auge de su cultura y hallaremos que declaran a una voz por Maestros en la Elocuencia a los Patrues, los Massillones, y los Granadas, en la Poesía a los Tassos y los Dantes, los Popes y los Drydens, los Malherbes y los Rousseaux, los Argensolas, los Garcilasos y los Ercillas, en lo trágico a Corneille, a Racine, a Adisson, a Metastasio y a nuestros Oliva, Bermúdez y Montiano, en lo cómico a Molière, a Shakespeare, Goldoni y nuestros Lope de Rueda, Bartolomé de Torres Naharro y otros, y en la Arquitectura, Escultura y Pintura a Viñola, Miguel Angel, Philibert del Orine, Alonso Berruguete600, Gaspar Becerra, Le Brun, Poussin, Ticiano, Rubens, divino Morales, Ribera o el Españoleto y Murillo, sin olvidar a nuestro paisano Ignacio de Iriarte, tan célebre en pintar países que hizo decir a Murillo que «Ignacio hacía los países por inspiración divina»601.
10.-Conocido el buen gusto de cada Nación en cada clase de las Bellas Letras y Artes, pasemos ahora a compararlos, y espezemos por la Elocuencia. Lo que los Griegos llamaban buen gusto en Demóstenes ¿es diferente de lo que los Romanos llamaban lo mismo en su Cicerón y las Naciones modernas en sus oradores? No por cierto, el mismo Cicerón después de tener ya grandes créditos de elocuente en Roma pasó a Atenas a mamar la leche de Demóstenes en la escuela de sus sucesores y a la vuelta se jactaba de haber mejorado de gusto a merced de Melón el Rodiense602; y todas los célebres oradores modernos han seguido este ejemplo tomando por asunto de un estudio serio las obras de estos dos Príncipes de la Elocuencia. El elogio mismo que hacemos de un orador que nos admira es una prueba de esto, pues como no acertamos a juzgar de las cosas sino por comparaciones, en llegando ese caso decimos como sin libertad «es un Demóstenes, es un Cicerón».
11.-Esto mismo sucede con todo género de poesía. Virgilio compuso su celebrado poema de la Eneida tomando por modelo la Riada y la Odisea de Homero. Los apasionados de Voltaire no hallan otro modo de elogiar su Henriade que el compararla con los poemas de estos dos famosos poetas antiguos, y este mismo Voltaire, para ponderar la Araucana de nuestro paisano Ercilla, en algunos pasajes usa de la misma comparación. De las tragedias de Bermúdez repite nuestro sabio paisano Don Agustín de Montiano una nota que, dice, vio manuscrita en la Biblioteca Hispana de Don Nicolás Antonio, puesta por Don Blas Nasarre, y es ésta «Observa rigurosamente las leyes de la tragedia, e imitando a los trágicos griegos y latinos, en algunas cosas los supera»603. Y en fin, los Molières, Goldonis y López de Ruedas (sic) y demás cómicos modernos han bebido en las fuentes de Aristófanes, Plauto y Terencio y sólo han estimado en cuanto imitan estos modelos antiguos.
12.-Finalmente, no es menos igual el gusto en la Arquitectura, la Escuela y la Pintura. Los monumentos que nos han dejado la Antigüedad sobre estas Artes son la admiración de todos los Profesores y aficionados modernos. Ni hay que reponer que estas mismas Naciones hayan tenido alguna vez un gusto diferente en punto de Bellas Artes; pues es indubitable que mientras han florecido en ellas las Bellas Letras ha sido siempre uniforme. Si la Grecia que ha dado la ley al buen gusto no conserva en el día semilla alguna de él es porque se halla sepultada en una clara ignorancia y lastimosa barbarie y si nuestra España ha dado en algún tiempo, la preferencia al gusto gótico ha sido por la funesta decadencia que padecieron en ella las Buenas Letras, hasta que a una con la introducción de éstas ha recobrado el verdadero buen gusto. Así, pues, si las fábricas de Don Ventura Rodríguez, si las estatuas de Don Felipe de Castro, si las pinturas de Don Antonio González, Directores españoles de la célebre Academia Real de San Fernando, embelesan es porque brilla en ellos el gusto de los antiguos y porque, como dice el célebre Don Ignacio Luzán, reconocemos en sus obras que...

Aun vive el nombre de Lisipo;                      
Aún vive Apeles, claro                      
Amigo del gran hijo de Filipo;                      
Y viven a pesar del tiempo avaro                
Praxíteles y Zeuxis, y el que quiso               
todo el Arte apurar en su Jaliso604.            



13.-Por esta observación se echa de ver que hay un buen gusto adherido al estado de cultura de las Naciones. Que en todas las que han llegado a lograr este estado ha reinado siempre un gusto mismo. Que consiguientemente no es arbitrario y expuesto al antojo del capricho. Y que, en una palabra, hay un buen gusto generalmente recibido por tal605. Pero ¿cuál es éste? ¿Hállase en nosotros mismos o en el objeto que nos causa esta sensación? ¿En qué consiste? ¿Qué señales tiene, y de qué reglas nos hemos de gobernar para conocerle y distinguirle del mal gusto, o (lo que es más difícil) del corrompido y adulterado?
14.-Varios hombres grandes han tratado de este asunto; y fuera temeridad en mí el emprenderle si no mediara el empeño que tengo contraído con la Sociedad, y la circunstancia de que en nuestro Idioma no es tan común como en otros. La mayor parte de las ideas que yo presente aquí serán dimanadas de la lectura de estos autores, y aunque no me ponga precisamente a extractarlos para ello, confieso con la ingenuidad que me es natural y que debo gastar con mi ilustre Cuerpo, que si algo tuviere de bueno este escrito se lo debo todo a ellos hasta lo que sea original y de marte (sic) propio, por el encadenamiento que tienen en nosotros las ideas adquiridas con las propias. Hecha esta protesta, empiezo.
15.-Llamamos gusto por metáfora la sensación que causa en el Alma un objeto, con alusión a uno de los cinco sentidos del Cuerpo a quien damos este nombre, por que así como por medio de éste nos afectan los alimentos, ya insípida, ya sápidamente, así también por medio de aquél nos hacen los objetos una impresión grata o ingrata. Por tanto, puede decirse que el gusto es el paladar del alma, que sirve para discernir lo bueno de lo malo (no se habla aquí del bien ni del mal moral), lo hermoso de lo feo, lo fino de lo bastardo y lo excelente de lo mediano.
16.-No es fácil averiguar si el gusto es una cosa que existe en nosotros independientemente de la sensación que recibimos de los objetos. Esto es si tenemos una idea innata de lo bueno y de lo hermoso. Varios ejemplos pudiera citar que lo dan a entender así; pero me contentaré con uno. En la Historia natural de Mr. de Buffon se hace mención de un ciego de nacimiento a quien Mr. Cheselden, famoso cirujano de Londres, batió las cataratas y dio la vista en la edad de trece años. Entre otras observaciones particulares y curiosas que hizo este sabio en el joven recién iluminado, cuenta que una de las cosas que más le admiraron al cobrar la vista fue el notar que aquello que más le gustaba cuando ciego no era lo más agradable a la vista, y que algunas mujeres a quienes había querido entonces, no eran tan hermosas como otras606.
17.-Esta reflexión supone en el ciego una idea de lo bueno y de lo hermoso tan real y existente que aun después de lograr la vista la conservaba para compararla con la impresión que hacían en él los objetos y consiguientemente confirma lo que he dicho arriba. Mas que esto sea así, que penda el gusto de la sensación que causan en nosotros las impresiones que nos vienen de fuera o que sea una ley compuesta de esta impresión y de la sensación causada en nosotros, es indiferente para el intento. Lo cierto es que el gusto es un discernimiento pronto que a imitación del otro que se halla colocado en la lengua y el paladar siente y abraza con gusto lo bueno y rechaza y aparta lo malo antes de dar lugar a la reflexión. Que así como el otro se halla también a veces incierto y vacilante sobre si lo que se le presenta debe gustarle o no. Y que en fin así como el otro se perfecciona y se forma con el hábito. Todo lo cual viene muy bien con la definición que le hemos dado del paladar del Alma que sirve para discernir lo bueno de lo malo, lo hermoso de lo feo, lo fino de lo bastardo y lo excelente de lo mediano.
18.-Definido así el gusto, sólo me resta decir en qué consiste y por qué reglas se gobierna. Ambas cosas son tan anejas entre sí que no puede tratarse de lo uno con abstracción de lo otro, porque no siendo las reglas sino unas observaciones que se han hecho en los objetos según la especie de impresión que nos hayan hecho, no puede hablarse de ellas sin que al mismo tiempo se haga ver en qué consiste el gusto ni tampoco se puede tratar de esto último sin que al mismo tiempo se descubran estas observaciones o reglas de que se gobierna, por lo cual se encerrarán con un mismo artículo. Prevengo también que no es mi intento hablar del gusto en general, sino sólo en la literatura, valiéndome de lo que mira a las Bellas Artes sólo para algún ejemplo que me parezca puede contribuir a explicar con más claridad el pensamiento. Quien quiere ver este asunto tratado con generalidad puede recurrir a la delicada obra del Ensayo sobre lo bello, del P. André, Jesuita, al Curso de las Bellas Letras de Mr. L'Abatut y a los Discursos 11 y 12 del tomo 6.º del Teatro Crítico de nuestro Itmo. el erudito P. Feijoo.
19.-Todos los objetos hacen comúnmente en nosotros una impresión grata o ingrata (he dicho comúnmente por que algunos nos dejan en la indiferencia, como se dijo arriba), pero no todos nos afectan igualmente en cada una de estas dos clases opuestas, pues las subdividimos en otras muchas, según las diferentes modificaciones con que nos impresionan. A los objetos que nos causan la impresión grata los distinguimos con varios nombres. A uno llamamos bueno; a otro hermoso, a éste agradable, a aquél sencillo, al de aquí delicado, al de allá tierno, al de más allá gracioso, a uno noble, a otro grande, a éste sublime, a aquél magestuoso, etc... y a los que nos causan la impresión ingrata con los contrarios a éstos. Esta diferencia nace unas veces de la relación que tienen estas modificaciones con nuestra conveniencia, como v.g. cuando una cosa agradable a la vista nos parece útil y que nos puede atraer algún bien, la llamamos buena, y si no pasa de lo agradable a lo útil la llamamos hermosa. Una planta que nos alimenta, como el trigo o el maíz, es buena, y una flor que nos agrada a la vista y al olfato, como la rosa o el clavel, es hermosa. Lo mismo decimos en las cosas de espíritu que informan al Alma más inmediatamente. De la obra de Agricultura general, de Alonso de Herrera, y de la de las Máquinas Hidráulicas, de nuestro insigne patriota don Pedro Bernardo de Villarreal, decimos que son buenas; y una ficción poética como la del Sitio de Aranjuez, de don Gómez de Tapia607, o la Ninfa de Manzanares, del P. Gerónimo de Benavente, Jesuita608, etc... decimos que es hermosa. Otras veces nace esta impresión de los diversos afectos que mueven en nosotros, como v.g. cuando un objeto nos encanta por su simplicidad y por lo bien que imita a la bella Naturaleza le llamamos sencillo, y si nos mueve a la veneración e infunde ideas de respeto le llamamos magestuoso. Una choza humilde donde compiten el aseo y la simplicidad nos gusta por lo sencillo y un templo grande en que reina una Arquitectura noble y seria nos admira por lo magestuoso. Del mismo modo la simplicidad de los versos siguientes de la segunda Égloga de Garcilaso nos agrada como la choza:

«No se te acuerda de los dulces juegos                   
Ya de nuestra niñez que fueron leña                       
De estos dañosos y encendidos fuegos                    
Cuando a la encina de esta espesa breña               
De sus bellotas dulces despojaba                 
Que íbamos a comer sobre esa peña?                    
¿Quién las castañas tiernas derrocaba                   
Del árbol al subir dificultoso?                      
¿Quién en su limpia falda las llevaba?»609.                       



Y el fin de la última estancia de la canción que el célebre Don Ignacio de Luzán cantó en la Junta pública de la Academia Real de San Fernando en elogio de las tres Artes y del Señor Rey Don Fernando el 6.º, de gloriosa memoria, nos despierta ideas de respeto y veneración como el templo. Hablando este sabio con su canción y exhortándola suspenda su vuelo y ceda la empresa al Dios de Delo concluye diciendo:

«Tú, con respeto humilde te avecina                      
A su Real Trono, y pues para elogiarle                    
Tu amor, ni voces, ni conceptos halla,                    
Póstrate a tu Señor, ámale y calla».            



20.-Lo mismo pudiéramos decir de las demás modificaciones, mas para venir en algún conocimiento de la razón porque estas impresiones nos afectan de este modo, es menester estudiar en nuestra alma y examinar sus acciones, sus pasiones y sus gustos, no sólo aquellos que recibe por medio de los sentidos, mas también los que aun independientemente de éstos sintiera lo mismo. Tales son los que causan la curiosidad, el abrazar muchas cosas con una idea general, la maravilla, el buen orden, la variedad, la propiedad y la imitación de la bella Naturaleza.
1.-La curiosidad
21.-La curiosidad es una consecuencia precisa del pensar, porque el encadenamiento que tienen entre sí muestras ideas no nos permite fijarnos en una sin saltar a la que se sigue, por lo cual no podemos gustar de ver una cosa sin desear el ver otra, de suerte que sin este deseo no tuviéramos aquel gusto. Así quedamos muy mortificados cuando vemos una estatua con la falta de un brazo, una pintura rota o borrada en parte, un libro comido de ratones o falto de hojas y otra cualquiera obra incompleta porque se halla cortada la sucesión de nuestras ideas y ataja la curiosidad, y esta mortificación es proporcionada al gusto que nos dio la parte que vimos.
2.-El abrazar muchas cosas con una idea general
22.-Nuestra Alma se halla en continua agitación y gusta tanto de la novedad. El medio más seguro de darla gusto es presentarla siempre cosas nuevas y hacerla ver muchas a un tiempo. Una de las máquinas que nos dan más gusto en la Física es la Cámara oscura que, reduciendo a punto menor un espacioso país con sus montes, valles, bosques, prados, ríos, casas, etc... nos hace gozar todo a un tiempo, cuando en su magnitud natural no lo podemos sino por partes por no ser capaz nuestra retina de abrazarlas todas de una vez. Por lo mismo llamamos también pensamiento grande aquel que nos descubre de un golpe variedad de especies que para saberlas sucesivamente hubiéramos necesitado de una larga lectura. La introducción a la vida de Marco Bruto de nuestro Quevedo gusta y debe gustar por esta razón.
«Mujeres, dice, dieron Reyes a Roma y los quitaron. Diólos Silvia, Virgen deshonesta. Quitólos Lucrecia, mujer casada y casta. El primero fue Rómulo, el postrero Tarquino. A este sexo ha debido siempre el Mando la pérdida y la restauración, las quejas y el agradecimiento»610.


En este breve rasgo junta este ingenio como en un punto de vista aquellos pasajes de la historia romana y aun de la universal en que ha tenido parte el bello sexo, y se hallan sembrados en una larga serie de años.
3.-La maravilla
23.-Del deleite que siente el Alma al ver muchas cosas a un tiempo procede la maravilla, otra modificación de la impresión grata, pues no siendo ella otra cosa que aquella satisfacción que siente el alma cuando al pasar de un objeto al otro encuentra con lo que no se prometía, siempre que vea reducidas a un breve término las ideas que ha adquirido en diversas partes, no puede menos de percibir esta sensación que llamamos maravilla. Y así la cámara oscura que nos hace gozar a un tiempo de la variedad de objetos, que no estamos acostumbrados a ver sino con separación, y el pasaje de Quevedo que nos representa en un punto las mujeres célebres en la historia nos causa justamente esta sensación. Lo mismo nos sucede con cualquier idea que nos dé golpe y cause una sorpresa agradable. Tal es aquella exclamación que hace nuestro paisano, famoso poeta, Don Alonso de Encilla611 en la pintura que hace en su Araucana de la tormenta que padecieron los Navíos del Perú en su navegación a Chile, entre el río de Maule y el puerto de la Concepción, imitando a Virgilio en su Eneida. Dice así:

«Por otra parte el Cielo riguroso                 
Del todo parecía venir al suelo,                   
Y el levantado mar tempestuoso                 
Con soberbia hinchazón subir al Cielo                     
¿Qué es esto, Eterno Padre Poderoso?                    
¿Tanto importa anegar un Navichuelo612              
Que el mar, el viento, y el Cielo de tal modo                     
Pongan su fuerza extrema y poder todo?»613.                  



24.-Este encuentro inopinado de sucesos nos hace también apetecibles los juegos de fortuna, las piezas de teatro, las novelas, y otras obras de literatura, que nos sorprenden ya por la singularidad de los lances, ya por la impensada solución del enredo, y en fin porque aprovechándose de la propensión que arrastra al alma hacia la novedad saben introducirlas a tiempo los autores, no sólo en las especies mismas que escriben, mas también en el modo de escribirlas. Pero no basta para que se verifique este duplicado placer el juntar muchas cosas en una a un tiempo y el introducir novedades que sorprendan, si a estas circunstancias no acompaña el buen orden.
4.-El buen orden
25.-La conexión que, como hemos dicho, tienen entre sí nuestras ideas hace que de la idea actual y de la que la precedió presienta nuestra alma la que sigue y percibe una satisfacción grande en adivinarla y en haberla acertado. Vemos, por ejemplo, un árbol a cierta distancia de modo que parte de sus ramas se nos ocultan por una pared u otro obstáculo. Como tenemos ya un conocimiento de las partes del árbol y de su figura, por lo que está a la vista sacamos lo que dejamos de ver, y si al acercarnos más, y verle por entero le encontramos cual nos lo habíamos figurado, sentimos una complacencia grande. Pero si, en vez de suceder así, halláramos que aquellas ramas que se nos ocultaban no eran ramas, sino cabezas y brazos de animales y otras cosas extravagantes y heterogéneas del árbol, nos chocaría infinito y quedaríamos disgustados y fríos. Esto mismo se observa en las obras de espíritu y de literatura. Si el autor sigue el orden regular de las ideas, el alma se complace en esta confrontación y en anticiparse a ellas y adivinarlas. Mas si al contrario, por afectación y extravagancia se desvía del buen orden, el alma se enfada y cae en una especie de languidez. Un predicador hábil y juicioso apenas propone el asunto nos da a entender las pruebas que ha de dar, y las autoridades sagradas con que lo ha de confirmar, y al explayar su discurso cada reflexión, cada autoridad es una satisfacción para nosotros y un motivo de aplauso para él. Pero si es un predicador Gerundio que para probar el mismo asunto siembra su sermón de reflexiones impertinentes, de símiles indecentes, y de una erudición pedante y profana, nos fastidia, nos cansa, nos desespera.
26.-No por eso quiero decir que los autores se han de conformar con las ideas más comunes y sujetarse a darlo, como dicen, mascado. Antes bien, el alma misma quiere siempre encontrar algo que vencer. Su amor propio interesa en que tenga que gloriarse de algún triunfo. Pero por lo mismo la mortifica sumamente la humillación en que queda al no poder penetrar el verdadero sentido de las cosas. El paladar del cuerpo no gusta de aquellos manjares demasiadamente picados, que por consiguiente han perdido mucho de su sustancia, pero tampoco de los que están tan tiesos que no pueda desmenuzarlos en la boca. Gusta sí de aquellos que haciendo una moderada resistencia dan lugar a que se perciban todas sus sales y todo su sabor. Y vel ahí (sic) lo que sucede en el paladar del alma. No deja de tener dificultad la inteligencia del pasaje que citamos arriba de la vida de Marco Bruto por Quevedo, y sin embargo como en él sigue las leyes del buen orden nos gusta. Pero este mismo Quevedo en la misma vida de Marco Bruto no nos gusta ya cuando dice:
«Tenía Bruto Estatua, mas la Estatua no era Bruto, hasta que fue simulacro duplicado de Marco y de Junio».


porque corta el orden de las ideas con aquel retruecanillo de Bruto y la Estatua, y la Estatua y Bruto y nos deja, cuando no a oscuras, a lo menos en bastante confusión.
5.-La variedad
27.-Amas del buen orden pide también el gusto variedad. No basta que al alma se presenten objetos diversos, es menester que sean varios, pues nunca logrará completa satisfacción con mudar de ellos si son muy parecidos entre sí. En un número mayor de objetos puede haber menos variedad que en un pequeño. Un hombre, una mujer, un niño, un viejo, etc... son en rigor cuatro objetos distintos, mas sin embargo hay menos variedad entre ellos que entre un árbol y un pájaro, y consiguientemente recibirá más gusto el alma al pasar del primero de estos dos últimos al segundo que al ver sucesivamente los otros cuatro. Una espaciosa llanura nos cansa a poco que la miremos si es toda uniforme, como un prado inmenso, una viña continuada o un sembradío de un mismo fruto. En vez que esta misma llanura repartida en bellos viñedos, en trigales lozanos, en amenas huertas, en floridos jardines y en frondosas arboledas nos deleitan cada día más por su bien ordenada variedad.
28.-Lo mismo se experimenta en las obras de Literatura. Un escrito largo y dilatado, por mucho mérito que en sí tenga, es difícil deje de pecar en molesto

Que no hay tan dulce estilo y delicado                    
Ni pluma tan cortada y sonorosa                 
Que en un largo discurso no se estrague                
Ni gusto que un manjar no lo empalague614.                    



Un discurso que guarda constantemente orden igual de períodos, un poema donde el número y la cadencia son siempre los mismos, toda obra, en fin, que gasta uniformidad en la variedad misma, como las que afectan de usar continuos contrastes o antítesis, retruécanos y equívocos, nos fastidia, cuando al contrario las oraciones de Cicerón, las poesías de Horacio, de Virginio, etc... nos embelesan más cuanto más las leemos.
29.-El origen de esta complacencia es la curiosidad de que hablamos ya, por tanto para que nos la cause la variedad debe ser perceptible, porque de lo contrario parará en una confusión más enfadosa que la uniformidad misma. La arquitectura gótica es un tejido de variedades, pero tan menudas, tan sin orden y tan acumuladas que no se perciben, y así su confusión atrae al alma una fatiga tal y sólo puede gustar a aquéllos que se contentan con compararla a una filigrana. Al contrario, la arquitectura griega con menos apariencias de variedad presenta al alma en sus bien proporcionadas divisiones cuantas variedades puede gozar cómodamente a un tiempo teniéndola gustosamente ocupada. La vida de Santa Teresa del Padre Butrón es un poema cuajado de ideas sublimes, de locuciones elevadas y de una inmensa erudición mitológica, pero es perceptible a pocos: es una obra gótica. La Araucana de nuestro paisano Ercilla (aunque tenga algunas desigualdades) es un poema lleno de grandes pensamientos, de expresiones bellísimas y de pinturas admirables, pero es perceptible a todos: es la arquitectura griega.
30.-La variedad debe, pues, ser perceptible para que nos guste. Pero además de esto se ha de usar de ella con medida y economía. Estando el paladar grandemente afectado por una impresión, no nos sabe bien la impresión contraria, aunque en un estado indiferente gustáramos de ella. Así, después de un dulce delicado no hay vino que nos parezca bueno por sabroso que nos fuese en otras circunstancias, como ni tampoco después de un picante fuerte nos sabe bien el dulce, aun a los más golosos de él. Al contrario el agridulce, como una fruta que no sea muy agria, nos causa más gusto después del dulce, que si el paladar no estuviese impresionado por él.
31.-Del mismo modo cuando el alma se halla entregada a un dolor grande, si se la presenta un objeto alegre en extremo, lejos de aliviarla se la hiere y se la agrava el dolor; y el modo de mitigarle es proponerla un objeto indiferente que pueda distraerla algo de su tristeza y traerlo poco a poco a ponerla en aquel temple que se desea. Si en una tragedia que ha llegado ya a movernos a la compasión o al horror hacia su héroe, cuando nos hallamos en la mayor expectación del suceso, salta un truán con una bufonada, en vez de excitarnos a la risa nos provoca a indignación. Si un orador sagrado siembra la seriedad de su discurso de equívocos pueriles y conceptos bajos, lejos de caernos en gracia nos da en rostro. Si un historiador, en fin, u otro escritor serio interrumpe la gravedad de su estilo con agudezas, dichos comunes y refranes, en lugar de agradar nos fastidia. Es verdad que no a todos sucederá así porque son muchos los que a fuerza de leer libros escritos con este perverso gusto se han connaturalizado ya con él. Pero no por eso deja de ser enteramente opuesto a la razón natural y al buen gusto. Por más que los apasionados a los pimientos verdes nos ponderen su gusto, nunca nos persuadirán a que sean un manjar delicado. Si se aplican al olfato o a la punta de la lengua se echará de ver que para que hayan llegado a gustarles es preciso o que la organización de su paladar sea particular y extraordinaria, o que a puro atormentarle con la repetición de actos se ha trastornado enteramente. Y un sentido corrompido y adulterado no puede juzgar con rectitud las cosas que son de su jurisdicción. Lo mismo, pues, debemos decir del paladar del alma. Si el abuso de los equívocos, los conceptos y la nimia agudeza tiene sus apasionados es o porque este paladar es en ellos de una constitución particular o porque le han pervertido con la costumbre de leer en autores poseídos de este mal gusto.
32.-No se infiera de lo dicho que se quiere desterrar del todo el uso de los equívocos, conceptos y agudezas. Ellos denotan ingenio y éste siempre se hace lugar como se use bien de él. Condénase sólo el abuso, pues como diremos luego, hacen su figura en todo lo perteneciente al estilo jocoso, como se use de ellos con la moderación que encarga Cicerón615.
6. La propiedad
33.-Las cosas pueden ser en sí muy buenas y degenerar en malas por ciertas circunstancias y combinaciones. Una friolera es capaz de producir a veces esta transformación. Y así toda la dificultad está en coordinarlas y colocarlas en los debidos sitios. Esto llamamos propiedad, que es una de las modificaciones de la impresión grata más agradable al alma y más esenciales para el buen gusto. La estatua más primorosa de un Rey a quien en vez de la púrpura real que debe siempre acompañar al cetro y la corona, se le aplicase una zamarra de pastor, decaería de toda su estimación, perdería todo su mérito. Aquella majestad de su rostro, aquella admirable proporción de sus miembros, aquel alma que infundió el artífice en el leño o la piedra quedarían sepultadas bajo las rústicas pieles y vendría a padecer una metamorfosis monstruosa y ridícula. El más bello retrato de un pastor que exprese igualmente su simplicidad y candor, si en lugar de figurarle en una choza o en un prado donde apacienta su ganado, se le representa en un gabinete ricamente colgado o en un campo de batalla mandando ejércitos, será un espectáculo despreciable capaz de desacreditar el más delicado pincel. Con igual razón deben disonar un poema heroico lleno de pensamientos comunes, expresiones bajas y agudezas pueriles, y una égloga de estilo pomposo, de máximas heroicas y de conceptos elevados. Pues esto es, como dice un autor célebre, tocar la zampoña en aquél, resonar el clarín en ésta616, o como decimos vulgarmente, trocar los frenos.
34.-La primera regla de la propiedad es, pues, el que todas las partes del todo han de ser correspondientes a él, y éste todo ha de ser proporcionado al fin que tiene. Un palacio ostentoso con una portada irregular, puertas y ventanas pequeñas y sin sujeción a orden alguna de arquitectura es tan repugnante a la vista y a la razón como una granja o caserío con un frontispicio magnífico de orden dórico, puertas, ventanas y otros compartimientos grandes y soberbios. En aquél debe sobresalir lo ostentoso porque su primitivo fin es manifestar la grandeza del que la habita. En el segundo debe preferirse lo sencillo y lo cómodo porque su objeto es la economía y la conveniencia.
Del mismo modo, siendo el fin de un elogio, de una oración panegírica, de un poema épico y de una tragedia el cantar hechos grandes y proponernos modelos heroicos, todo debe ser en ellos nobles y sublime: pensamientos, expresión, estilo. Siendo el objeto de una descripción geográfica, de una relación histórica y de una égloga darnos a conocer un país, las costumbres de una Nación y pintarnos la vida pastoril, todo debe ser claridad, exactitud y simplicidad: pensamientos, expresión, estilo. Siendo el blanco del estilo jocoso, de la sátira y de la comedia ridiculizar los defectos humanos, ha de reinar en ellas el chiste, lo ridículo y la burla; todo debe ser conducente a este fin: pensamientos, expresión, estilo. ¿Qué diremos, pues, de aquéllos que trastornando estos principios tratan asuntos heroicos con lenguaje común y bajo, reservando para los humildes el estilo hinchado y sublime? ¿A quién no choca un Ulises hablando culto, fiando sus secretos a un truán y celebrando sus bufonadas, un Dametas escudriñando los arcanos más profundos de la Física y resolviendo los problemas más intrincados de la Geometría, un Arlequín tratando de los puntos más delicados de política, vertiendo las máximas más dignas de un héroe y derramando preciosidades? El gran Príncipe del buen gusto, Horacio, expresó admirablemente esta irregularidad en el monstruo ridículo que pinta al principio de su Arte Poética, pero ¡cuán pocos Amigos hallara en el día que se rieran a su vista!, porque, acostumbrados a ver semejantes monstruos, se han familiarizado ya con ellos.
35.-De esta regla general de la propiedad ha dimanado la división del estilo en sublime, medio e ínfimo. Y no sólo se peca contra ella con la mezcla y confusión de estos tres estilos, mas también por otros muchos capítulos en que se falta en cada uno de ellos.
36.-Unos ponen toda la esencia del estilo sublime en henchir sus escritos de frases ampulosas y palabras sexquipedales 617, como, v.g. ésta del P. Soto Marne que hablando de los motivos que le obligan a escribir contra el P. Feijoo, dice lo hace «disipando a fogosas radiaciones de la verdad las densas nubes que, compactadas a vaporosas preocupaciones del engaño, vaguean sostenidas del más injustificable empeño»618. Otros le hacen consistir en formar un batiborrillo de clausulones, figuras, fábulas y voces latinizadas y campanudas, lo que se puede notar en infinitas dedicatorias, como en la del Rasgo Epico del Dr. Don Joaquín Cases a los Excmos. Marqueses de Villena, donde entre otras se lee esta cláusula: «Siendo a pesar de la envidia idéptico el renombre de Elocuentes, Sabios, Peritos y Doctos a los Exmos. Señores de Villena, resplandeciendo sus Ascendientes, no solamente Sol, Astros, Luz, Estrellas en la enseñanza de los que en la Pineal del Emporio tienen de su inmortalidad y viveza el Centro, Custodia, Alcázar y Concha peregrina; pero y de los que en su superior Jerarquía donde su creación primera dominando celeste mansión, a estímulos de la rebeldía son del Averno Custodia, pavor, espanto, caos, tinieblas, terror, tormento y centinela»619, y poco más adelante añade «no pudiendo equilibrar de mi voluntad el afecto en el bilance de la expresión de esta equiponderante Estatera remito para prueba a la realidad de la Historia».
Esta impropiedad no es particular en el estilo sublime. La misma se observa también en los otros dos, y no hay cosa más común que el hallar mucho de esto entre los Historiadores y escritores de comedias que abundan singularmente en metáforas violentas y comparaciones ridículas.
Un retazo de la segunda parte de la conquista de México basta para lo primero. Trátase del viaje de Hernán Cortés a las provincias de Higueras y Honduras a la busca de la Armada, y dice así: «Apenas el lóbrego manto de la noche se retiró corrido del cándido crepúsculo del amanecer, cuando se puso en marcha el ejercito hacia la población de Ayagualco en cuyo comedío un caudaloso río detuvo la tropa hasta que el día dejó sus jurisdicciones a las sombras»620.
Para lo segundo sobran relaciones en nuestra comedias, donde siempre que se trate de pintar una hermosura no deja el autor en la naturaleza cuerpo que no saque a plaza. «Con el sol (dice Zabaleta) hace el cabello, con la nieve la frente, con el ébano las cejas, con las estrellas los ojos, con las rosas las mejillas, con plata encañutada las narices, con dos nácares las orejas, con perlas los dientes, con rubíes los labios y con alabastro la garganta, materiales tan precisos para esta obra que los poetas buenos y malos usan de ellos de la manera que usan de unos colores mismos los buenos y malos pintores»621. Nada hace palpar mejor esta extravagancia que el medio que propone el mismo Zabaleta: «Llame (dice hablando con uno de esta especie de autores) a un pintor, haga que lo copie con un pincel lo que él ha escrito con la pluma, y verá lo que ha escrito. Lo primero, pondrá el pintor en la lámina en lugar de cabellos unos rayos de sol en forma de diadema, luego pondrá en figura de frente una poca niebla atropada, donde habían de estar las cejas pondrá dos astillas de ébano curvas, debajo de ellas pondrá dos estrellas en lugar de ojos, más abajo en el sitio de las mejillas pondrá dos rosas, entre las dos rosas pondrá una fístula de plata con dos caños por narices, donde suelen estar las orejas fingirá dos conchas de nácar, en el sitio de la boca pondrá un rubí grande hendido, dentro del rubí, de manera que se divisen, menudas y blancas perlas por dientes y finalmente pintará debajo de todo esto un pedazo de columna de alabastro que sirva de garganta. Mírelo con atención el poeta estando acabado y si tan fiero mascarón hubiere visto en su vida diga que yo escribo este discurso durmiendo. Mírelo y verá después de haberse hecho el cerebro añicos qué buen servicio le he hecho a su dama»622.
Si Quevedo hubiera sido tan feliz como Cervantes, nos viéramos ya libres de esta algarabia de escritores, pero por nuestra desgracia la Culta latiniparla que los ridiculiza con tanto chiste no ha llegado a escarmentarlos, como el Don Quijote a los fanáticos de la Caballería andante.
38.-Otro capítulo en que se peca bastante contra la propiedad de estilo es el uso de la transposición y la violenta colocación de las voces. Ya dijimos hablando del buen orden cuánto choca al alma el que se trastorne el orden que ella guarda en las ideas y si esto la sucede en el complejo de ellas o en las ideas compuestas, ¿con cuánta más razón la sucederá en las ideas simples, o en el desorden de las partes (si se puede decir así) de una idea sola? Una oración simple con sus partes trastornadas es como si viéramos una pieza de arquitectura con todos sus miembros dislocados y tuviese v.g. un arquitrabe que en vez de ser sostenido por columnas sirviese de asiento a ellas, y que sus capiteles estuviesen interrumpidos por un zócalo sólido, rematando la obra con las bases de las columnas.
39.-Pécase también contra la propiedad en la elección de las voces. La falta de la perfecta inteligencia del idioma en que se escribe hace que se miren como sinónimas muchas que no lo son y se haga uso de ellas indiferentemente, siendo así que mirando con rigor son muy raros los sinónimos, especialmente en las lenguas vivas. Si un celoso y sabio Español versado en el habla castellano tomase el trabajo de escribir una obra como la que ha publicado en Francia el Abate Girard haría un beneficio grande a la literatura española, porque nos enseñaría el valor genuino de las voces y nos descubriría las diferencias de sentidos que se esconden bajo las apariencias de una semejanza grande. Pocos serán, por ejemplo, los que no tengan por sinónimas estas voces, cuidado, exactitud y vigilancia. Sin embargo, la delicadeza de este Francés hace palpar su diversa significación. «El cuidado (dice) hace que no se nos escape nada. La exactitud nos estorba el omitir la menor cosa. La vigilancia nos obliga a que no nos descuidemos en nada.
»Se necesita presencia de espíritu para ser cuidadoso, memoria para ser exacto y acción para ser vigilante.
»Entre los Romanos un mismo hombre era Monarca cuidadoso, Embajador exacto y Capitán vigilante.
»Un Ministro hábil y prudente debe tener cuidado en no admitir proyecto que no sea ventajoso, exactitud en prevenir todos los inconvenientes y vigilancia en procurar su buen éxito.
»Hemos de poner cuidado en oír lo que nos dicen, exactitud en cumplir lo que prometemos y vigilancia en desempeñar los encargos que nos fían»623. Hasta aquí el Abate Girard.
40.-Nosotros mismos estamos experimentando esta diferencia cada día en la conversación. Es muy común el ver que, hallándose uno en un corro relatando alguna cosa o haciendo una pintura con viveza, le interrumpa uno de los circunstantes con una palabra o una frase que expresa mejor el pensamiento que la que acababa de proferir el otro, y que éste, lejos de ofenderse halla tan cabal aquella enmienda en su idea que suele prorrumpir sin libertad diciendo «justamente eso es lo que yo quería decir» u otra expresión de éstas que denota la satisfacción que le da la mayor propiedad de aquella voz para significar lo que él quiso decir. Pocos habrá que en un discurso largo, y aun en un escrito, no usen de ciertas voces que ellos mismos conocen no tienen aquel valor que ellos quisieran dar, y que hay otras más propias, pero no pueden dar con ellas, aunque, dicen, las tienen en la punta de la lengua. Esto nace de la falta de ejercicio en el idioma propio y del poco estudio que se hace de él. A lo primero contribuye el excesivo uso que se hace de las hablas extranjeras, singularmente de la francesa y la italiana, y a lo segundo lo raros que se han hecho ya los buenos autores nacionales y el fastidio y desprecio con que se miran los libros de pergamino.
41.-De estas dos causas que acabamos de indicar otra falta grande contra la propiedad y es el intolerable abuso de introducir sin necesidad voces extranjeras en el idioma nacional. Es cierto que ésta, habiéndose formado de las ruinas (digámoslo así) de las lenguas muertas, es preciso tenga mucho de ellas, como v.g. el habla española de la latina que sabemos es su madre, pero también lo es que la afectada erudición y el pedantismo han añadido muchísimo superfluo y la han adulterado lastimosamente. «Los primeros padres de la lengua (dice el erudito y modesto editor último de Garcilaso624 aunque la formaron y pulieron con las gracias de la latina, como habían hecho poco antes los Italianos, no se sujetaron tanto a ésta que en todo mostrasen las señales de su servidumbre. Sus sucesores, al contrario, por ostentar su saber ponían en todo la marca de la Latinidad. Los primeros, por ejemplo, decían afeto, escuro, contino, repunar, espírtu, coluna, perfeto, ecelente, y los segundos afecto, obscuro, columna, excelente, etc... sin más fin, a mi entender, que el de manifestar sabían el origen de estas voces sacrificando la suavidad a su presunción. El mismo fin tuvieron en despreciar otros vocablos muy propios como el empero, entorno, aína, sendos, magüer, asaz, largueza, consumo, porende y otros que sobre ser mil veces más significativos y elegantes que los que sustituyeron, daban cierta magestad y pulidez a la conversación».
42.-Sin embargo parece que a éstos se les puede disimular algo porque al fin sólo pecan por el exceso de subordinación que imponen a nuestro idioma para con su madre la lengua latina; pero ¿dónde habrá paciencia para tolerar los pegotes que la ponen diariamente de los retazos que pillan del francés y del italiano? Pudiera formarse un vocabulario bien abultado con las voces de estas dos hablas con que han convertido a la nuestra en vestido de Arlequín y sólo el catálogo de las que necesita un petimetre para el gasto diario es capaz de llenar muchos pliegos de papel. El certo, el facenda, el bravo, el ambigu, el ennuyant y el canfaçon circulan en su boca muchas veces al cabo de las veinticuatro horas. No haya miedo que ninguno de éstos llame a una silla volante sino cabriolé, ni al postre de un banquete sino désert (sic) y no sería la primera vez que, pintando un petimetre un convite suntuoso, dijese «el entremés ha estado bien entendido» y «el desierto (españolizando el désert) bien guarnido (por no decir guarnecido) de flores de Italia y de confituras de Mantes». Es verdad que esto no admiran tanto después que hemos leído en una de nuestras Gacetas que la Emperatriz tuvo circulo (tomando del cercle de los Franceses) en su cuarto, par a decir que tuvo conversación pública o tertulia.
Lejos de que por este medio enriquezcan la lengua, la empobrecen de dos modos. Por un lado hacen abandonar las voces castizas españolas por las que ellos introducen, y por otro han desterrado de nuestra lengua varias voces que usaban nuestros más clásicos autores y de que se sirven también los extranjeros: tales son el verbo defender por prohibir, el reprochar, etc... que nadie se atreve a producir en el día, por no confundirse con estos corruptores y cometer un galicismo, aunque no sea más que en apariencia.
43.-Pécase también contra la propiedad por falta de verdad o de verosimilitud. La verdad es una copia fiel de nuestras ideas reales: consiguientemente es una cosa que conocemos es y debe ser así, y de aquí la complacencia grande que experimenta el alma al encontrar con una de ellas. Así, por ejemplo, cuando leemos o oímos decir que «Dios es infinitamente bueno, justo y sabio» se nos presenta una copia fiel de la idea que tenemos de Dios, y esta uniformidad de copia y original nos causa una satisfacción singular. La verdad es indispensablemente necesaria en las Ciencias y en la Historia porque tiene por objeto la certidumbre, aquéllas demostrándola y ésta suponiéndola. La Geometría al decirnos que «en cualquier triángulo el lado mayor se opone al mayor ángulo» nos lo demuestra. Y la Historia al referirnos que Augusto vino en persona a hacer la guerra a los Cántabros nos supone que fue así sin darnos más prueba (como ni puede dar tampoco) que la autoridad de los Historiadores.
44.-Hay otras verdades que no son reales y existentes sino posible. Esta especie de verdad se llama verosimilitud, que, como el mismo nombre lo da a entender, son semejantes a la verdad y que sólo se distinguen de ésta en que son inventadas y forjadas, y tienen lugar en la poesía, las novelas y otras piezas de literatura que se destinan a recrear y deleitar el ánimo, y cuyo fin principal no es presentarnos la realidad e instruirnos de la verdad.
45.-Estas dos verdades pueden compararse a la arquitectura y a la perspectiva; la primera, al ofrecernos un trozo bien ordenado, cuya proporción de partes reales y existentes percibe el alma a la primera vista, la hace sentir un gusto particular, y la segunda, imitando con la mezcla de los colores y las sombras el mismo trozo con las mismas partes y proporciones igualmente perceptibles, causa en el alma una sensación sumamente grata. La proporción es, digámoslo así, la verdad de la arquitectura, porque si vemos, v.g. unas columnas demasiadamente débiles para sostener un frontón corpulento y sólido se nos presenta un ejemplo contrario al conocimiento que tenemos de que aquellas columnas no pueden naturalmente mantener tanto peso, y hallamos en él una copia poco fiel de las ideas que tenemos en este punto. Así, pues, como es precisa esta verdad (ya sea en realidad o ya en imitación) en la arquitectura, así es también indispensable la verdad o la verosimilitud en la literatura, porque, como dice nuestro célebre Don Ignacio de Luzán en su Poética, «lo falso conocido por tal no puede jamás agradar al entendimiento, ni parecerle hermoso»625.
46.-Fáltase también a la propiedad en materia de literatura en que las obras no corresponden a sus Autores y a sus títulos. La sátira, la comedia y las novelas amorosas son asuntos tan ajenos, tan indignos y tan chocantes en la pluma de un anacoreta entregado a la contemplación de las verdades eternas y en la de un misionero predicador de desengaños como una cuestión de teología y un punto delicado de nuestra Santa Fe en la de un petimetre almidonado. Y si esto último tan común, por nuestra desgracia, en estos tiempos ha inficionado al mundo como la más contagiosa peste tan en desdoro de la buena y sana literatura, lo primero es capaz de llenar de escándalo a las personas de un juicio maduro y delicado.
47.-En cuanto a títulos basta consultar con los muchos que, alucinados con la noticia que vieron en la Gaceta u otro aviso público, y al leerle se vieron burlados como aquellos incautos jóvenes que, tropezando en un paseo de Cádiz con una tapada de bello cuerpo, porte magestuoso y mucha chulada, se afanan en seguirla y al lograr que aparte el manto se encuentran con una negra, o con un rostro nada correspondiente a las demás prendas y muy diverso de lo que ellos se habían figurado. Pocos habrá que no hayan experimentado algo de esto: y un chasco de éstos enseña más que las lecciones más sabia de Cicerón y Quintiliano.
48.-Pécase finalmente contra la propiedad con faltar a la unidad, que es como el alma de ella, pues sin la unidad nunca puede existir. No basta que una obra esté escrita con elegancia y llena de erudición, y pensamientos grandes, si el autor no tiene siempre presente el objeto que se propuso en ella y no dirige a él todas sus diversas partes uniéndolas y juntándolas como en un punto de vista. Si un poeta se contenta con componer armoniosos versos olvidando el argumento de su poema y llenándolo de imágenes y pinturas impertinentes. Si un orador se satisface con formar bellos períodos descuidando el tema de su discurso, divirtiéndose en episodios y digresiones sin tiento, si un autor dramático no cuida sino de disponer escenas interesantes, apartándose de la acción principal de su drama y multiplicando acciones, no harán más que coser (como dice Horacio) retazos de telas diversas626 que cuanto más ricas fuesen tanto más ridículo sería el vestido que se hiciese de ellas.
7.-La imitación de la bella Naturaleza
49.-Finalmente la regla de las reglas y la regla madre del buen gusto es la imitación de la bella Naturaleza. Acostumbrada el alma a contemplar a la Naturaleza y a deleitarse con sus perfecciones, la sirve ésta de norma y medida para sus gustos. Así nada la puede complacer que no sea conforme a ella y al contrario la satisface extraordinariamente todo lo que sea imitarla y mucho más el superarla. Explícome. La Naturaleza ofrece indiferentemente mezcladas las cosas gustosas con las disciplentes: produce la bella rosa rodeada de espinas punzantes, el aromático tomillo junto a la abrasadora ortiga, afea la hermosura incomparable del pavo con unas patas horribles y un graznido desabrido y coloca un delicioso canto en un órgano tan débil y despreciable como el ruiseñor. Por otra parte, rara vez descubre del todo sus preciosidades si no es auxiliada del arte, y como dice un Amigo del País627, «en casi todas las cosas aquella gran madre indica para que el arte perfeccione». Sepulta la plata, el oro y demás metales ricos en el centro de la Tierra confundidos con el polvo y las piedras, y hunde la preciosa perla en el insondable abismo de estos mares, hasta que el minero o el buzo van a arrancarlos de su oscura prisión.
50.-Por esta razón se dice que la imitación ha de ser de la Bella Naturaleza y no de la Naturaleza solamente, y por esta razón gusta también el que (como dijimos arriba) la imitación supere a la Naturaleza. Sin embargo ésta no permite el que se la violente de ningún modo. Gusta sí de que se la retoque y se la perfeccione, pero siente el que a fuerza de quererla retocar y perfeccionar se la desfigure.
51.-En efecto, éste es un escollo en que suelen naufragar los mayores ingenios. Empeñados en dar un realce grande a la Naturaleza, pintan en colores tan fuertes y se dejan arrebatar tanto por la violencia del entusiasmo que sus rasgos nos deslumbran y apenas percibimos lo que dicen por la elevación de donde nos hablan. De aquí se sigue queda el alma fatigada con la fuerza que hace para seguir el remontado vuelo del autor. Sirva de ejemplo esta estancia de Pérez de Montalbán:

Yace a la vista ya de Barcelona                   
Monserrate, gigante organizado                 
De riscos cuya tosca pesadumbre                
Con los primeros cielos se eslabona,                       
Porque tan alto está, tan levantado             
Que desde los extremos de su cubre                       
Por tema o por costumbre,              
A la ciudad del frío               
Pareció que el rocío              
Antes quiere chupar que caiga al suelo                  
Y después escalando el cuarto cielo            
Porque el primer lugar halló muy frío                    
Empina la garganta macilenta                    
Y a la región del fuego se calienta628.                   



52.-Al contrario se complace y recrea el alma en las imitaciones hechas con economía y sin semejantes excesos. Tal es, v.g., la de la copla diez y ocho de Mingo Rebulgo que, pintando metafóricamente los desastres de esta vida dice:

Allá por esas quebradas                   
Verás balando corderos,                  
Por acá muertos carneros,               
Ovejas abarrancadas.                       
Los panes todos comidos                  
Y los vedados pacidos,                      
Y aun las huertas de la Villa             
Tal estrago en Esperilla                    
Nunca vieron los nacidos629.                      



Tal es también aquella pintura que se hace de un incendio en la Gatomaquia:

Así suelen correr por varias partes              
En casa que se quema los vecinos,              
Confusos, sin saber a dónde acudan            
No valen los remedios, ni las Artes,             
Arden las tablas y los fuertes pinos             
De la tea interior el humor sudan,              
Los bienes muebles mudan              
En medio de las llamas:                   
Estos llevan las arcas y las camas,               
Y aquéllos con el agua los encuentran,                   
Estos salen del fuego, aquéllos entran,                   
Crece la confusión, y más si el viento                     
Favorece al flamígero elemento630.                      



Tal es finalmente la bella y naturalísima comparación de que se sirve nuestro admirable paisano Ercilla en su Araucana para pintar el afán une traían los Araucanos en el pillaje y saqueo de la Ciudad de la Concepción:

Como para el invierno se previenen            
Las guardosas hormigas avisadas,               
Que a la abundante troje van y vienen                   
Y andan en acarreos ocupadas:                   
No se impiden, estorban ni detienen,                      
Dan las vacías el paso a las cargadas                      
Así los Araucanos codiciosos            
Entran, salen y vuelven presurosos631.                  



53.-Estos ejemplos y otros que se pudieran citar gustan universalmente a todos en vez que aquéllos que son dictados más por el fuego de la imaginación que por el cuidado de sujetarse a las leyes de la imitación sólo gustan a un número reducido de sujetos. La razón es que al leer una pintura de éstas todos tenemos presente a la Naturaleza, y así generalmente nos debe satisfacer la confrontación que hacemos de la copia con el original y únicamente la extravagancia o el gusto corrompido pueden hacer sentir lo contrario. Un espejo que representa con fidelidad los objetos que se le ponen por delante es estimado de todos, y sólo por rareza pueden gustar aquellas lunas dispuestas artificiosamente para desfigurar y dar chasco a los que se ponen a mirar en ellas.
54.-Toda la dificultad está en seguir un buen medio. Esto es en no esclavizarse tanto a la imitación de la Naturaleza que se copien hasta sus fealdades y en no apartarse tanto de ella que se desfigure y se desconozca. Los hombres de mayor habilidad son los que más fácilmente se desvían de él: transportados por la vehemencia de su ingenio fuera de la esfera de lo regular, necesitan hacerse una violencia grande para reducirse a este término, y además de esto es muy natural que su amor propio se resista a andar por las sendas trilladas por talentos de inferior orden. Son muchos los que piensan como el célebre Jesuita Harduino, que cuando le hacían cargo de lo peregrino de sus opiniones respondía que «no tomaba todo el año el candil, a las dos de la mañana para decir lo que otros habían dicho».
55.-De este principio ha dimanado siempre la corrupción del buen gusto. A fuerza de huir de rozar con lo común, han ido algunos hombres grandes siguiendo cada uno un rumbo particular, de modo que al cabo de algún tiempo se han visto ya sumamente desviados del verdadero buen gusto, y formando cada uno un sistema particular han hecho de él un monstruo ridículo. Siendo esto así, parece que pudiera inferirse la mayor antigüedad de una Nación en la literatura por el estado de corrupción del gusto.
56.-Por esto es muy regular el ver obras en que abunda tanto el ingenio a expensas del buen gusto que a sus autores los compara el Abate Trublet a un rico que no sabe el arte de gastar: «Aquel arte con el cual parecería y aún sería más rico, aquel arte que suple y aumenta las riquezas por medio del buen manejo, así como se suple y aumenta el ingenio por el gusto»632. Pero como la profusión y el lujo son la ruina de las familias y del Estado, del mismo modo el lujo erudito es la ruina del buen gusto en la República de las Letras. Y así como es más estimado entre las gentes un hombre que gasta con método que otro que desparrama tesoros, así también debe preferirse una obra donde sobresale más el buen gusto que el ingenio a otra en que se sacrifique a éste aquél. Imitad, pues a la Bella Naturaleza. Fijad vuestra atención en ella, ocultad con arte sus faltas, pulid sus imperfecciones, superadla sin desfigurarla y lograréis seguramente el agradar a todos, que es la prueba más evidente del buen gusto.



Conclusión

57.-Lo vasto de este asunto no siendo reducible a los límites de un Discurso Académico, sólo se han trasladado aquí aquellas ideas más generales, y aun así es de recelar pique en molestia. No obstante se ha hecho ver que el buen gusto no es una cosa arbitraria, sino real y existente y que las reglas para llegar a él son:
1.-el no mortificar la curiosidad, efecto natural del pensar, cortando la sucesión de nuestras ideas.
2.-el hacernos ver muchas ideas reducidas a una general que las abrace.
3.-el ejercitarnos por medio de una agradable sorpresa a la maravilla.
4.-el presentarnos las cosas según el orden mismo que tienen sus ideas correspondientes en nuestra alma.
5.-el que en todo reine la variedad, pero sin que sea disonante y repugnante al alma.
6.-el que se guarden en todo las leyes de la proporción y se use de propiedad en el objeto que se propone y en el modo con que se trata.
7.-y finalmente el copiar a la Naturaleza tapando con diestro pincel sus monstruosidades y aclarando y perfeccionando lo que dejó en bosquejo, teniendo gran cuidado de no retocarla de modo que se desconozca su primer Autor.
58.-Estos son en compendio los principios que he podido juntar por satisfaceros. Dichoso yo, si he llegado a llenar vuestras esperanzas y dichoso de cualquier modo en haberos dado una prueba tanto mayor de mis deseos de complaceros cuando el asunto me es nuevo y forastero. Sé que es tanta temeridad en mí el ponerme a tratar del buen gusto como lo fuera a un Chino el querernos explicar de maestro las delicadezas de la lengua castellana. Pero sé que lo queréis así y esto me basta para atropellar por cualquier reparo y desechar todas las sugestiones del amor propio. Vosotros que sois los depositarios del buen gusto y que imprimís su estampa en todo cuanto ponéis la mano, sabréis fundir de nuevo este Discurso y dar nuevo ser a mis ideas. Sí, Amigos, no creáis que pretenda en esto lisonjearos. Vuestro instituto mismo lo está diciendo, y si ahora os lo recuerdo no es tanto por elogiaros cuanto por cumplir con la obligación del puesto que tan sin mérito mío habéis querido que ocupe entre vosotros, haciéndoos presente vuestro deber. No sólo mezcla vuestro instituto, según el precepto de Horacio, lo agradable con lo útil, juntando lo abstracto de las Ciencias matemáticas con lo ameno de las Bellas Artes, sino que aun pasa a hacer útil lo que por sí es meramente agradable. La Música, aquel arte encantador de quien nos cuenta portentos la antigüedad, no había pasado hasta aquí los límites de lo agradable. A esta Sociedad estaba reservado el ascenderla a la clase de útil. El uso que hace de ella en las noches de sus juntas, haciéndola ejercitar a sus individuos proporcionándoles las piezas más escogidas y tomando las más sabias y prudentes disposiciones para evitar el menor desorden en las concurrencias la hace justamente subir a esta esfera, y a vosotros acreedores a aquel bello elogio que hace el P. Andrés, Jesuita, a ciertos ciudadanos de Francia que establecieron un concierto muy semejante a las Academias de música de nuestra Sociedad. Repetírelo aquí, y pondré con él el sello a mi Discurso, porque me parece un trozo muy propio de su asunto, porque también quiero aprovecharme de esta ocasión de rendir mi homenaje a este divino arte a quien he debido tan dulces ratos en mi vida, y porque, en fin, sepa el Mundo al ver en él vuestro retrato (pues que ciertamente parece hecho ex professo) que ni aun en las diversiones se olvida nuestra Sociedad de aquel amor a lo bueno y a lo útil que es el alma de su instituto.
«Muchas Capitales del Reino (dice este sabio Jesuita) les habían dado ejemplo, pero lo que les es particular a ellos es el haber hallado con qué formar entre ellos mismos un concierto completo sin pedir auxilio a otra parte: genio para la composición, talentos para la ejecución, y (lo que es infinitamente más estimable) dirección para gobernarle de modo que viene a ser a un mismo tiempo útil y agradable. Han encontrado unos hombres (como dice el Eclesiastés633) amantes de lo bello para ordenar el plan del concierto, pulchritudinis studium habentes, tan indulgentes como apasionados a la bella música para hacer con gusto la elección de las piezas in peritia sua requirentes modos musicos, mas sobre todo hombres llenos de honor y de virtud homines magni in virtute et prudentia sua praediti, sabios y prudentes para desterrar todas las disonancias morales capaces de desconcertar la armonía de las buenas costumbres, para señalar el tiempo de la Asamblea, de suerte que el placer y el deber no se hallen encontrados, y en fin para arreglar el orden y la decencia que es siempre la más bella decoración de una Asamblea pública. Así en una sola institución han hallado ellos el medio de juntar todas las especies de bello: La belleza óptica en el espectáculo brillante de las gentes que acudan al concierto, la belleza moral en el buen orden que se observa en él, la belleza de ingenio en la elección de las piezas que se cantan, o se ejecutan y la belleza armónica en el primor de la ejecución, lo que forma un conjunto, el más propio para recordarnos agradablemente la idea de aquella belleza eterna y suprema, sola capaz de satisfacernos con plenitud»634.

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