sábado, 31 de agosto de 2013
viernes, 30 de agosto de 2013
Obra literaria de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País / Luis María Areta Armentia - IX - Relaciones con el mundo literario
Obra literaria de la Real Sociedad
Vascongada de los Amigos del País / Luis María Areta Armentia
- IX -
Relaciones de la Real Sociedad
Vascongada de los Amigos del País con el mundo literario español
Contactos personales
La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País no fue una
institución replegada sobre sí que hubiese vivido totalmente aislada de los
problemas que se presentaban al resto de la Nación. Ciertamente su preocupación
iba dirigida principalmente a fomentar el desarrollo del país vascongado donde
tenía su sede, con la seguridad de que en el resto de España otras Sociedades
Económicas sentirían la misma inquietud de mejorar la suerte a su alrededor:
todos contribuirían de este modo a la regeneración de España, trabajando cada
cual en la parcela donde la Naturaleza les había situado.
La Real Sociedad Vascongada aceptaba de buen grado a todos
aquellos que en cualquier lugar de España o de las Américas manifestaban su
intención de contribuir en su calidad de Socios a la tarea renovadora
emprendida por la Sociedad, mediante unas aportaciones meramente económicas o
también intelectuales.
Aquellos que se daban a conocer dentro del mundo literario
podían optar mediante la presentación de una obra suya al nombramiento de
Socios Literatos407. Varios son los nombres que aparecen con este título. En
1785 constan 29 Socios Literatos, mientras en 1791 el número ha ascendido hasta
36. Muchos de ellos han desaparecido prácticamente del mundo literario, como
Francisco Javier de Arrese, Juan Lorenzo de Benitua Iriarte o Juan Agustín
Morfi. Otros conservan un lugar secundario en el mundo cultural de la época,
como María Isidra Guzmán y Larache, doctora en Filosofía por la Universidad de
Alcalá y que fue una de la catorce damas admitidas el 27 de agosto de 1787 en
la Sociedad madrileña, Vicente María Santibáñez o Carlos Pignatelli, por
ejemplo. Pero hay otros que ocupan un puesto de primer orden dentro de la
historia literaria de este siglo:
Fecha de ingreso Nombre
y apellidos
1770 Antonio Ponz
1776 Casimiro Gómez de
Ortega
1777 José de Cadalso
1781 Vicente García de
la Huerta
1782 Juan Bautista
Muñoz
1783 Juan Meléndez
Valdés
1783 José de Vargas
Ponce
1785 Bernardo María de
la Calzada
1788 Juan Antonio
Llorente
Sería disparatado pretender afirmar que la afiliación de
estos hombres a la Real Sociedad Vascongada haya influido grandemente en su
producción literaria. Al menos demuestra el interés que despertaba la Sociedad
en el mundo literario español. Prueba de ello es el alarde que hacen de su
pertenencia a este Cuerpo, como Bernardo María de la Calzada que hace figurar
en el encabezamiento de Fábulas morales escogidas de Juan de la Fontaine
(1787), La Religión (1787) y Adela y Teodoro (1792) su condición de «Socio de
Mérito de las Reales Sociedades Bascongadas (sic) y Aragonesa»: podían en
efecto pertenecer a varias Sociedades, como fue el caso de Meléndez Valdés que
ingresó en la de Zaragoza en 1789, es decir seis años después que en la
Vascongada.
El contacto con estos literatos no se reducía a un simple
formulismo, sino que existía cierta colaboración con ellos. Así cuando en 1776
la Real Sociedad Vascongada fue denunciada a la Inquisición por haber publicado
en sus Extractos un resumen del discurso sobre el lujo, pronunciado por Manuel
de Aguirre en las Juntas generales, el Director recurrió a Meléndez Valdés para
que este preparase una disertación en defensa del lujo408.
La Sociedad extendía sus relaciones también con otros
literatos importantes que, sin embargo, no figuran dentro de las listas de
Socios. Félix María de Samaniego fue alentado al principio de su carrera
literaria por Tomás de Iriarte hasta el punto de que Samaniego le remitió las
primeras fábulas antes de publicarlas, y la amistad entre ambos le animó al
fabulista alavés a dedicar al Canario el tercer libro de sus Fábulas en
castellano en unos términos muy elogiosos. Sin embargo este trato se vio
profundamente perturbado por el orgullo de Iriarte, que quiso defender el haber
sido el primer Español en componer fábulas originales, estableciéndose una
larga enemistad entre ambos fabulistas409.
El Director de la Real Sociedad Vascongada parece también
haber mantenido contactos cordiales con Tomás de Iriarte. El Fondo Urquijo
conserva así una carta fecha da el 12 de enero de 1781 que da prueba del buen
trato que debía existir por aquella fecha410.
Jovellanos tuvo igualmente unas relaciones cordiales con la
Sociedad, a quien admiraba como madre de las Sociedades Económicas del resto de
España: bajo su impulso, el Instituto asturiano enviaba dos alumnos a estudiar
en el Real Seminario Patriótico de Vergara. El relato de los viajes que hizo
Jovellanos por el país vascongado en 1791 y 1797 dan fe de la excelente acogida
que se le dispensó por parte de los miembros más influyentes en la Real
Sociedad Vascongada. En San Sebastián visita en varias ocasiones al Marqués de
Montehermoso411. A su paso por Tolosa ve a Samaniego, con quien pasa una
agradable velada412. En Vergara visita el Seminario, asiste al concierto que se
da los domingos por la tarde y recibe las atenciones de Vicente Lili, Juan
Bautista Berroeta y la comunidad que formaba el Seminario. En Vitoria visita el
palacio del Marqués de Montehermoso y sus valiosas colecciones, se desplaza a
casa de los Urbinas para saludar a Lorenzo Prestamero y las palabras que tiene
hacia el Conde de Peñaflorida y el Marqués de Narros son elogiosas cuando dice
al hablar de Azcoitia:
«Pero bastan a ennoblecer esta Villa las casas de Narros
(Eguía) y Peñaflorida, dos bienhechores de su patria y originarios de aquí»413.
El trato amistoso da lugar a una entrega al escritor
asturiano de obras literarias compuestas por los miembros de la Sociedad. En
Vergara le ofrecen una copia de la comedia «Los derechos de un padre», escrita
por Ignacio Luis de Aguirre414. Durante su segundo viaje, en Bilbao, José
Agustín Ibáñez de la Rentería le regala un ejemplar de sus Fábulas en verso
castellano, así como el tomo de los Discursos presentados a la Sociedad, que
Jovellanos acepta para el Instituto asturiano415. El intercambio debió de
existir también en otros momentos: en el diario de Jovellanos consta que el
miércoles 11 de junio de 1794 llegó a su poder desde Bilbao el ejemplar de las
Actas de la Sociedad Vascongada de 1793416. En el Fondo Prestamero hallamos
también una copia manuscrita de El Delincuente honrado, siendo la única obra de
teatro allí conservada. ¿Es fruto de la casualidad o más bien fruto de la
compenetración que sentían mutuamente la Sociedad y Jovellanos?
Así como la Real Sociedad Vascongada abría sus brazos a
cuantos solicitaban su ingreso en ella, los Socios sentían una necesidad de
mezclarse en otras Sociedades. De este modo Manuel de Aguirre ingresa como
miembro de la Sociedad Aragonesa en 1784 en la que pronuncia el discurso
intitulado Sistema de hacer más ventajosas las Sociedades Patrióticas. El Conde
de Peñaflorida, el Marqués de Narros y Valentín de Foronda fueron miembros de
la Real Sociedad de Ciencias, Bellas Letras y Artes de Burdeos. El esfuerzo que
hacen por mejorar sus conocimientos y el extenderlos a su alrededor hace que
algunos Socios son acogidos en el seno de las entidades culturales del país de
mayor relieve. La Real Academia de la Historia acepta el 24 de abril de 1772 a
Manuel Ignacio de Aguirre como Académico honorario, el 24 de enero de 1783
nombra Académico correspondiente a Manuel de Aguirre y posteriormente, en 1802,
hace lo mismo con Lorenzo Prestamero.
Participación en las polémicas literarias del siglo
Este contacto continuado con diferentes personas hace que los
miembros de la Real Sociedad Vascongada vayan tomando parte activa en las
diferentes polémicas que se plantean en el mundo literario del momento.
En una época en que las ciencias conservan aún una íntima
correlación con la literatura417, los futuros fomentadores de la Real Sociedad
Vascongada (el Conde de Peñaflorida, Joaquín de Eguía, futuro Marqués de
Narros, y Altura, que no llegó a conocer la Sociedad por su fallecimiento) se
dan a conocer en el mundo de las Letras por una polémica a propósito del nuevo
espíritu que debe reinar en las Ciencias418.
La filosofía aristotélica conservaba todavía en España un
dominio total sobre las Ciencias: pretendía explicarlo todo a partir de unos
principios establecidos a priori. El benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo se
había levantado ya contra este espíritu, propugnando el sistema de la
experiencia y de la observación, conforme se venía haciendo ya en otros países
europeos; y decía:
«Es imponderable el daño que padeció la filosofía, por estar
tantos siglos oprimida debajo del yugo de la autoridad. Era ésta, en el modo
que se usaba de ella, una tirana cruel que a la razón humana tenía vendados los
ojos y atadas las manos, porque le prohibía el uso del discurso y de la
experiencia. Cerca de dos mil años estuvieron los que se llamaban filósofos
estrujándose los sesos, no sobre el examen de la naturaleza, sino sobre la
averiguación de Aristóteles»419.
Unos pocos Españoles, entre los que cabe mencionar a Martín
Martínez, Andrés Piquer, Diego Mateo Zapata y algunos más, siguieron esta nueva
orientación. Sin embargo, se seguía considerando a Aristóteles el fundamento
inquebrantable de la filosofía. El Padre Isla, tan reformador en otros
aspectos, originó una polémica literario-científica. En efecto, en 1758 acababa
de aparecer con gran éxito la Historia del famoso predicador Fray Gerundio de
Campazas, alias Zotes. En los capítulos V y VI del libro segundo lanzaba un
fuerte ataque contra los nuevos filósofos, entendiendo bajo este término a los
sabios que observaban la naturaleza con nueva óptica. El beneficiado que sirve
al Padre Isla para lanzar la acusación actuaba como sigue:
«Se reía mucho de la grande presunción de la crítica en punto
de física natural y de aquella intolerable satisfacción con que se jactaba de
haber arrollado la de Aristóteles, abriendo los ojos al mundo para que
conociese los grandes excesos que la hacía cualquiera de las físicas modernas.
Aquí se descalzaba de risa el bueno de beneficiado, porque decía que, a
excepción de tal cual fruslería de poca consideración, tan en ayunas se estaba
el mundo de las verdaderas causas de casi todos los efectos de la naturaleza
con la física de Descartes, de Newton y de Gasendo, como con la de
Aristóteles»420.
El Padre Isla no ve en efecto diferencia en la explicación de
los fenómenos naturales: si los filósofos neotéricos dicen que «el fuego quema
porque es una sustancia compuesta de unas partículas piramidales o puntiagudas,
sutilísimas, agilísimas, que, agitadas continuamente con suma rapidez en
movimiento vertical, se penetran por los poros de los cuerpos más consistentes,
los taladran, los desunen, los deshacen», no hacen, para el Padre Isla, sino
repetir en una forma distinta lo que ya dijo Aristóteles de que el fuego quema
«porque tiene virtud ustiva y quemativa»421. De ahí que los filósofos modernos
no hacen sino repetir lo que dijeron ya los antiguos:
«Bien pudiera no disimular el padre Fray Barbadiño que aun en
las físicas más rancias de España se hace larga y muy comprensiva mención de
las antiguas y consiguientemente también de las modernas; porque éstas, según
dije poco ha, a la reserva de tal cual bachillería, experimentillo o cosa tal,
apenas son más que una pomposa o galana refundición de aquéllas»422.
El Padre Isla no acababa de comprender la aplicación que se
hacía de las Matemáticas y de la Geometría a la Física:
«En orden a la física matemática, que es hoy la física de
gran moda, adoptada por casi todas las academias de Europa y es aquella que
pretende deducir todas sus conclusiones de principios matemáticos y
geométricos, se reservaba el derecho de juzgar hasta que estuviese mejor
instruido de ella...
Por lo demás no concebía de qué utilidad podían ser los
principios de la matemática y de la geometría, para explicar las verdaderas
causas y constitutivos de todo cuerpo sensible y natural, que es el objeto de la
física; pero al fin suspendía su juicio hasta que, mejor instruido en autos, se
hallase en estado de pronunciar con conocimiento de causa»423.
El Conde de Peñaflorida y sus amigos Altuna y Eguía,
acostumbrados ya a la nueva ciencia desde la época de sus estudios en Toulouse
y posteriormente en las sesiones de trabajo que llevaban a cabo en Azcoitia,
responden a este ataque con su obra Los Aldeanos críticos, o cartas críticas
sobre lo que se verá, dadas a luz por Don Roque Antonio de Cogollar, quien las
dedica al príncipe de los peripatéticos Don Aristóteles de Estagira. Impreso en
Evora, año de 1758424.
El desprecio hacia Aristóteles aparece desde la dedicatoria,
aplicándole con tono burlesco los títulos siguientes:
«Al vetustísimo, calvísimo, arrugadísimo, tremulísimo,
carcuesísimo, carriquísimo, gangosísimo y evaporadísimo señor, el señor Don
Aristóteles de Estagira, príncipe de los Peripatos, margrave de Antiperistasis,
duque de las Formas sustanciales, conde de Antiparatías, marqués de Accidentes,
barón de las Algarabias, vizconde de los Plenistas, señor de los lugares de
Tembleque, Potrilea y Villavieja, capitán general de los flatulentos ejércitos
de las cualidades ocultas, y alcalde mayor perpetuo de su praeadamítico
mundo»425.
El estilo burlesco toma las expresiones de los aristotélicos
para desprestigiarlas:
«Inicuadamente propenso por una simpática cualidad que me
predetermina in actu secundo a recurrir bajo la sustancialísima forma
cadavérica concomitada de una insustancialísima caterva de accidentes
universales a parte rei por ser aptos esse in maltis univoce et divissim, que
se distingue del universal lógico, el cual de pluribus aptum natum est
praedicari (hablo de la eternidad, ubiquidad y de todas las demás propiedades
de los universales), con los cuales (vuelvo a decir) solicito su pavorosa
influencia, para lograr una conglomerada beatitud en los undosos y encrespados
antros de vuestros pirofilacios, donde los tendré por tan seguros como si me
los viera en los cacuminosos coluros del Pindo»426.
La obra tiene forma epistolar: a largo de cinco cartas, el
Conde de Peñaflorida va exponiendo su pensamiento ilustrado sobre la nueva
ciencia. No vamos a estudiar los argumentos científicos aportados, ya que sale
del campo de nuestro trabajo. Nos fijaremos solamente en los valores
literarios, como la descripción de los filósofos antiguos que nos hace recordar
el grotesco quevedesco:
«Trasládese vuestra merced a los tiempos traseros, y verá
unos filosofazos con sus barbazas que les sirven de escobas; unos ojos que van
de camino para el cogote; unas frentes arrugadas, que se extienden hasta media
cabeza; unas narizotas tan horrendas que nadie las mira de cara por no tropezar
con ellas; unas mejillas hundidas, unos carrillos chupados, unas caras pálidas
y macilentas, unos trajes modestos y graves, unos hombrones, en fin, tan
respetables que si miran aterran y si hablan echan unos sentenciones que abruman»427.
La descripción de los filósofos modernos presenta al
contrario una mayor soltura y alegría:
«Pues ahora eche vuestra merced una ojeadita por los
modernísimos señores. Verá vuestra merced unos hombrecillos como de la mano al
codo, sin pelo de barba, con unas caritas de diciocheno y unos ojitos que andan
bailando contradanzas, vestidos a lo parisién, peinados a lo rinocerón o en
ailes de pigeon y empolvados como unos ratoncillos de molino; en fin, unos
hombrecillos tan alegres y tan atiteretados que no más que vuestra merced los
mire, al pasar le embocan una cortesía tan profunda que no parece sino que han
jurado y van a besar la tierra»428.
Los Aldeanos críticos rebosan de ironía chispeante cuando se
ríen de cuantos se aferraban en seguir la autoridad de Aristóteles con una
especie de veneración:
«Los antiguos son otra cosa, y yo conocí a un estudiante que
tenía tanta devoción al gran Aristóteles que le rezaba todas las noches
indefectiblemente un Padre nuestro y Ave María, y no dejaba de dar sus razones
a su modo. Me acuerdo haberle oído, hablando de filósofos modernos: allá se
compongan con sus patrañas y embelecos; más nos vale jugar a lo seguro y andar
piano piano, a la pata la llana, siguiendo las pisadas de nuestro cristiano
viejo Aristóteles»429.
El tono se hace claramente despectivo hacia los peripatéticos
en ciertas ocasiones: tratando de la diferente manera de explicar la gravedad,
los Aldeanos críticos preguntan si los cuerpos de mayor volumen caen más
aprisa:
«Aquí entra el diablo de la discordia. Respondeo afirmative
(dirán los señores peripatéticos con la satisfacción que acostumbran), que es
como si dijeran: Respondeo tontative, majaderative, etc...»430.
Prosiguiendo un fingido debate con un peripatético, van
demostrando los Aldeanos críticos que los antiguos no aportan sobre la gravedad
sino lo que dijo ya Aristóteles, mientras ellos se atienen a los
descubrimientos más modernos sobre la aceleración de los cuerpos, la variación
de la gravedad según el emplazamiento en el planeta, etc... y terminan
diciendo:
«Dejemos a un lado a los pobres peripatéticos: dejémosles
indagar si la sustancia y accidentes son términos sinónimos o equívocos
respecto del ente; si la lógica es ciencia o arte y si tiene por objeto las
tres operaciones del entendimiento o la tercera sólo; si se ha de decir
"forma" de sombrero o "figura" de sombrero, y qué
diferencia hay entre "forma" y "figura"; que son cuestiones
utilísimas a todas luces; y escuchemos a Newton, ingenio de primer orden que
puso en prensa a la naturaleza para que le descubriese sus secretos»431.
Tras repetir la demostración que hizo Newton de la atracción
de la Luna hacia la Tierra con los términos divulgadores que emplea el Abate
Nollet, los Aldeanos críticos creen poder afirmar:
«Basta lo dicho para que vean el Señor beneficiado y sus
secuaces cuánto más han adelantado los modernos con sus polvos finos que él y
todos los antiguos con sus asquerosas capas. Basta para que se desengañen de lo
mucho que la física debe a las matemáticas y de que el emprender el estudio de
aquélla sin el conocimiento de éstas es andar a ciegas»432.
La quinta carta que versa sobre el fuego adquiere un tono de
polémica más directo, cuando los Aldeanos críticos se oponen a aquellos que
para explicar la influencia del aire sobre los líquidos se contentan con decir
que es debido al horror al vacío, diciendo:
«¡Ah! ¡horribles monstruos de naturaleza! ¡Qué horror de
vacío ni qué haca muerta! ¿Acaso es algún Proteo este horror, que es mayor en
el agua... que en el mercurio...; o es la naturaleza alguna mujer preñada,
llena de antojos, para que haciendo subir en un tubo al agua, sólo por el
horror que tiene al vacío, hasta la altura de ochenta y tres pies, si después
se introduce en este mismo tubo un poco de mercurio, pierda este horror y se
contente con hacerle subir hasta diez y ocho pulgadas no más?»433.
En todo momento se observa un tono comedido, por que la
educación recibida les impide a los autores llevar a cabo íntegramente la
crítica mordaz a que les arrastra el impulso inicial:
«¡Válgame Dios, y cómo le convirtiera ya en humo de pajas si
me fuera lícito pagarle en la misma moneda y darle aquí una zurra de buena
mano! Pero no puede ser, porque he estudiado la filosofía de estrado (quiero
decir) las leyes de urbanidad, cortesía, política y buena crianza que me lo
estorban»434.
Frente a Aristóteles, los Aldeanos críticos defienden el
nuevo espíritu científico de Descartes, Bacon, Newton, Nollet, Maupertuis y
tantos otros que supieron deshacerse de la antigua filosofía para abrir paso a
los tiempos modernos en que vivimos. Los Aldeanos críticos salieron muy airosos
de esta polémica, situándose en la vanguardia intelectual del momento. El
propio Padre Isla les tributó una afectuosa reconciliación tras las primeras
palabras agridulces de las cartas que se intercambiaron con motivo de esta
polémica435.
En este siglo de tensión que fue el siglo XVIII estalló una
viva lucha con motivo del teatro. La chispa que provocó una de las más
apasionadas controversias fue la publicación en 1785-1786 de un Theatro
Hespañol en 17 volúmenes: Vicente García de la Huerta se proponía hacer una
recopilación de las mejores comedias del teatro tradicional español. La falta
de criterio a la hora de elegir las obras, puesta de manifiesto por Menéndez
Pelayo436 y el poco atino en los continuos ataques contra los críticos
extranjeros que habían censurado el teatro áureo español, le atrajeron la
réplica inmediata de los ilustrados españoles. Junto con Forner y Tomás de
Iriarte toma parte en la contienda uno de los cofundadores de la Real Sociedad
Vascongada: Félix María de Samaniego, que publicó la Continuación de la
Memorias críticas por Cosme Damián, n.º 402437.
Samaniego expresa ahí su manera de concebir el teatro a la
que hicimos referencia en el capítulo que versa sobre ello: defiende la teoría
clásica del orden y de las reglas.
No cesó aquí la participación de Samaniego en la lucha. Ya
vimos anteriormente cómo se levantó contra Iriarte cuando éste hizo representar
su Guzmán el Bueno por no ajustarse esos monólogos a las leyes de la
naturaleza. Con este motivo publicó una parodia con el título de Guzmán el
Bueno, Soliloquio o monólogo o escena trágico cómico-lírica unipersonal. Nueva
edición corregida, aumentada, variada, suprimida para mayor instrucción de los
monologuistas.
A pesar de sus ansias de tranquilidad438, Samaniego se vio
obligado a salir de nuevo a la palestra en defensa de Mariano Luis de Urquijo,
de origen vasco, que entonces tenía dificultades con la Inquisición por la publicación
de su traducción La Muerte de César (1791), siendo el discurso preliminar una
crítica mordaz del teatro de la época: este proponía una reforma basada sobre
la censura gubernamental, la creación de una escuela de arte dramático y el
establecimiento de premios que animasen a los escritores. Urquijo acudió sin
duda a Samaniego en busca de ayuda, dando origen a La respuesta de mi tío sobre
lo que verá el curioso lector, publicada contra la voluntad de su merced, con
licencia, año 1792. Samaniego estuvo así continuamente entre los principales
polemistas sobre el teatro. Otros contribuirían con él a difundir las luces del
siglo por los medios que estaban a su alcance.
Participación en la difusión de las ideas ilustradas
Dentro de la evolución del espíritu ilustrado a lo largo de
las dos últimas décadas del siglo XVIII, juegan un papel determinante las
publicaciones periódicas, como bien lo manifiesta Richard Herr en su excelente
obra439, cuando estudia este nuevo fenómeno como conducto de la Ilustración,
junto con las Sociedades Económicas y las Universidades.
Ante los gritos insistentes reclamando libertad de prensa440,
el gobierno del Conde de Floridablanca se muestra complaciente y la reforma de
la legislación de imprentas sobre papeles periódicos de fecha 19 de mayo de
1785 da lugar a una profusión de publicaciones de este tipo. Siguiendo los
pasos de El Pensador, que se había publicado entre los años 1761 a 1767, ven la
luz El Censor (1781-1787), El Correo de los Ciegos de Madrid (1786-1791), de
José Antonio de Managat441, El Espíritu de los mejores diarios literatos que se
publican en Europa (1787-1791), de Cladera, y El Memorial literario,
instructivo y curioso de la Corte de Madrid. Aparte de estos periódicos que
fueron los que mayor influencia ejercieron, pueden mencionarse El Apologista
universal, de Pedro Centeno, fraile agustino, El Corresponsal del Censor, El
Correo literario, El Duende de Madrid, Conversaciones de Perico y Marica, pero
que no alcanzaron la importancia de los anteriores por su corta duración, ya
que, por ejemplo, el Duende de Madrid no publicó sino siete números y las
Conversaciones de Perico y Marica tan sólo tres.
Los folletos periódicos tenían ciertas ventajas con relación
al medio tradicional de los libros. En efecto, para estos existía una
reglamentación rigurosa: antes de ver la luz debían seguir un largo proceso de
censura. Era preciso solicitar una autorización de publicación al Consejo, a la
vez que se remitía un ejemplar de la obra, la cual pasaba a manos de dos
censores nombrados al efecto, encargados de preparar un informe que servía
posteriormente para que el Consejo dictaminara sobre la posible publicación. En
el mejor de los casos transcurrían varios meses en este largo proceso; otras
veces los censores solicitaban la rectificación parcial, con lo que se
retrasaba muchísimo la aparición del libro442, y en otras ocasiones los
censores impedían la publicación para siempre443.
La prensa periódica no estaba sometida a estas duras
exigencias. Bastaba con presentar el original poco antes de imprimirlo ante
censores que hacían gala de una amplia tolerancia, lo que explica que la
Inquisición se veía obligada a retirar o condenar los números peligrosos una
vez ya publicados, pero en ningún caso conseguían eliminarlos todos. Además
estas publicaciones no solían ofrecer íntegros los trabajos, sino que los iban
dando a conocer paulatinamente en diferentes números: la condena de la
Inquisición no recaía, pues, sobre la totalidad, sino sobre el número en
litigio y su confiscación no impedía la aparición de los restantes. Las nuevas
ideas intelectuales tomaron así a menudo este medio de difusión, por presentar
menores riesgos que los libros.
Además estos folletos ofrecían la ventaja de no necesitar
fuertes inversiones, como ocurría con los libros. Estos acarreaban serios
riesgos para su autor444, mientras la prensa periódica gozaba de unos
suscriptores fijos.
Ciertos miembros formados en la Real Sociedad Vascongada
colaboraron activamente en este movimiento intelectual de particular
importancia. Es difícil seguir el paso de los hombres que escribieron en estas
hojas periódicas, ya que solían utilizar seudónimos445 o en otras ocasiones no
firmaban sus escritos, hasta tal punto que para evitar este anonimato una
circular del Consejo de 6 de septiembre de 1788 prohibía la inserción de
discursos que no tuviesen identificación previa de autor y obra446.
Muchos escritos de esta época carecen de autoría y
posiblemente nadie hubiese relacionado los discursos de Manuel de Aguirre con
los del Militar Ingenuo, de no haberse visto él obligado por el reglamento real
sobre impresión de papeles periódicos a desvelar su identidad. Amén de muchas
otras posibles colaboraciones que en lo sucesivo se puedan establecer, sabemos
al menos que Samaniego contribuyó con el discurso XVII publicado en el Censor
en enero de 1786, comienzo del tomo V, a la condena del teatro tradicional y a
la defensa del nuevo teatro, según estudiamos más arriba.
Valentín de Foronda publicó sus Cartas sobre los asuntos más
exquisitos de la economía política en el Espíritu de los mejores diarios, a lo
largo de 1789: en ellas expone sus ideas económicas basadas sobre las nociones
de propiedad, libertad y seguridad, recomendando una política de
«laissez-faire» respecto a la artesanía, al tráfico de granos y al comercio
dentro y fuera del país. Con respecto a la reforma de la justicia criminal
insiste Foronda en la necesidad de que los castigos han de tener por objeto la
enmienda del culpable y no la venganza del hecho cometido. El 3 de enero de
1791 presenta en el mismo periódico la disertación sobre la libertad escrita en
1780 y presentada inicialmente en Valladolid en 1786, así como una carta sobre
los hospitales publica da en el número 206, página 228.
Pero el personaje de la Real Sociedad Vascongada que parece
haber desarrollado una mayor actividad en las publicaciones periódicas es
Manuel de Aguirre447 que presentó una larga serie de trabajos en el Correo de
los Ciegos de Madrid:
Fecha de aparición448 Título
26-12-1786 Salud
pública.
25- 4-1787 Consulta que
sobre varios puntos interesantes al bien de la Nación hace a la Real Sociedad
Patriótica N... uno de sus individuos más deseosos de corresponder a este
honroso título.
25- 8-1787 Sobre la
virtud.
17-11-1787 Discurso
sobre la educación.
28-11-1787 Carta y
representación sobre el trabajo y las fiestas.
19-12-1787 Discurso
sobre el lujo.
13-10-1787 Discurso
sobre la legislación.
2- 1-1788 Discurso
sobre el oficio de la pobreza o mendiguez.
26- 1-1788 Demostración
de la perjudicial filosofía de Roselli.
16- 2-1788 Respuesta de
un viajante a un amigo que le pidió noticias del Seminario Patriótico y del País
vascongado.
8- 3-1788 Idea de un
Príncipe justo o bien, elogio de Felipe V, Rey de España.
5- 4-1788 Carta
sobre literatura.
9- 4-1788 Oración
gratulatoria pronunciada en la Academia de la Historia con motivo de su
admisión en la clase de Académico correspondiente.
7- 5-1788 Sobre el
tolerantismo.
28- 5-1788 Carta del
Militar Ingenuo, sobre el fanatismo y la ignorancia.
19- 7-1788 Discurso
dirigido a la Real Sociedad Aragonesa.
30- 7-1788 Discurso
erudito del Militar Ingenuo, sobre el contrato social.
Algunos escritos de los que hemos mencionado fueron
realizados expresamente para las necesidades del momento, como el Discurso
erudito del Militar Ingenuo, pero generalmente se trata de discursos
presentados con anterioridad en Sociedades económicas (Vascongada, Aragonesa,
Madrileña), que utilizan este camino de la prensa periódica para su divulgación
entre los ilustrados españoles. No le detenía a Manuel de Aguirre el que su
Discurso sobre el lujo hubiese sido ya denunciado a la Inquisición en 1776
cuando la Real Sociedad Vascongada dio un resumen en los Extractos de aquel
año: en los números 121 (19 de diciembre de 1787), 122 (22 de diciembre) y 123
(26 de diciembre) lo volvió a dar a conocer al público, pero esta vez en su
versión original449.
Como bien lo indica Antonio Elorza en el Estudio preliminar
de Cartas y Discursos del Militar Ingenuo, Manuel de Aguirre es uno de los
ilustrados que de manera más sistemática va destruyendo los fundamentos del
orden social de la época, amparándose continuamente en el Discours sur
l'origine de l'inégalité del filósofo francés Rousseau: sus ataques van
dirigidos especialmente contra la nobleza y el clero por cuanto, dice él, son
los estamentos sociales que más contribuyen a mantener el pueblo en la opresión
y la ignorancia. Su manera de concebir la constitución que debe regir en un
país pudo parecer revolucionaria, cuando dentro de las «Leyes constitucionales
cuya observancia es una obligación inviolable para todos los individuos de la
Sociedad» afirma que «LA SALUD DEL PUEBLO sea pues la primera, la más poderosa,
LA SUPREMA LEY»450. Dentro de los artículos del código constitucional
establecía como el primero de todos:
«El individuo patriota en quien se deposite la fuerza o poder
ejecutor tenga para la promulgación de los decretos, conducentes al bien de la
sociedad y arreglados a la variedad de las circunstancias, un supremo Consejo
de Estado que represente la voz del pueblo todo y su voluntad general»451.
Y la ley queda definida como «el consentimiento de los
diputados, el del consejo de estado y la voluntad del depositario del poder o
fuerza ejecutriz de la sociedad»452.
Manuel de Aguirre concibe el poder no como una delegación de
la autoridad divina sobre la Tierra, sino como un acuerdo de los ciudadanos que
entregan algo de sin libertad natural a cambio de recibir la protección y
seguridad necesarias para vivir en sociedad.
Manuel de Aguirre no se contentó con publicar sus obras, sino
que colaboró activamente en dar a conocer lo escritos de uno de sus amigos:
José de Cadalso. Ambo en efecto, pertenecieron al mismo Regimiento de
Caballería de Borbón, habiendo ingresado con tan sólo un año de intervalo453,
por lo que sin duda les unían lazos de franca amistad. Poco después de la
muerte de Cadalso, Aguirre ocupó el puesto de sargento mayor del Regimiento con
cargo de toda la documentación del mismo.
Muchos han querido averiguar la personalidad del «oficial de
mérito» que remitió el manuscrito de las Cartas marruecas a Don Manuel Casal
para su publicación en el Correo de Madrid. La nota de fecha 14 de febrero de
1789 que antecede el texto454 nos da a conocer que ese militar anónimo se había
distinguido «en otro papel periódico por sus excelentes discursos». Juan Tamayo
y Rubio en el prólogo de las Cartas marruecas455 se inclina por la explicación
de que se trata del Conde de Noroña, militar y poeta que luchó con Cadalso en
Gibraltar. Sin embargo, Nogel Glendinning en el prólogo de Noches lúgubres456
aporta las razones suficientes para que podamos atribuir ese gesto a Manuel de
Aguirre.
En efecto, este reúne todas las condiciones para ser el dueño
de los papeles de Cadalso: militar de carrera, es muy verosímil que, debido a
su cargo de sargento mayor del Regimiento poco después de la muerte de Cadalso,
se hallase en posesión de los escritos de este último. Además era editor del
Correo de Madrid457, donde había publicado ya tantos artículos. Una carta al
Censor que se halla manuscrita en la Hemeroteca Municipal de Madrid nos da
cuenta de la participación de Aguirre en otras empresas:
«Vm. tiene mucha filosofía y grande firmeza de alma para
haberse atrevido a pronunciar verdades que no se pronunciaron impunemente en
nuestro desgraciado suelo desde hace tres siglos, pero pues se halla en el goce
de poderlas decir, y hubo de costarme caro el haber emprendido este peligroso
rumbo antes que conociese a Vm. nuestra nación (contenta y aun ufana por los
que la adulan sus inepcias, inconsecuencias y ciegos caprichos)...»458.
Las Cartas marruecas, gracias a la ayuda de Manuel de
Aguirre, pudieron de este modo llegar al público por primera vez, ya que
anteriormente la censura las había retenido desde 1773 hasta julio de 1778,
fecha en que Cadalso, cansado ya, las retiró personalmente del Consejo de
Castilla.
Idéntica fue la vía de divulgación de las Noches lúgubres e
idéntica sería sin duda la participación de Manuel de Aguirre en ello. Cadalso,
tal vez por temor a la censura o porque estimaba realmente que el pueblo
español no estaba dispuesto a recibir este género de escritos459, no se había
decidido a publicarlas. El Correo de Madrid desde el 16 de diciembre de 1789 hasta
el 6 de enero de 1790 va ofreciendo a los lectores esta obra de Cadalso. Nigel
Glendinning identifica asimismo a Manuel de Aguirre con el autor de la Carta de
un amigo de Cadalso sobre la exhumación clandestina del cadáver de la actriz
María Ignacia Ibáñez, en la que da ciertos detalles de las relaciones
personales entre Cadalso y la actriz: ve en las iniciales «M. Ag.» la firma de
Manuel de Aguirre; y el envío de esta carta a Manuel Aguado Casal, uno de los
editores del Correo de Madrid, inducía a pensar ya a la señora Edith F. Helman
que el misterioso «M. Ag.» había remitido la carta después de enviar el
manuscrito de las Noches lúgubres para que lo publicara en aquel periódico, o
poco después de su publicación en 1789 y 1790460.
La Real Sociedad Vascongada desempeñó, pues, un papel
importante dentro del mundo literario de la época, hasta el punto de que Juan
Sempere Guarinos le dedicó unas líneas especiales en su Ensayo de una
biblioteca española de los mejores escritos del reinado de Carlos III. Ella era
el punto de mira de muchos escritores deseosos de verse inscritos entre sus
Socios. Para muchos de estos, la Sociedad sirvió de trampolín: en medio de la
ebulición de ideas a que daban lugar las sesiones de trabajo, los Amigos se
fueron impregnando de las ideas entonces reinantes. Y si unos se contentaron
con su labor dentro de la propia Sociedad, otros sintieron la necesidad de
participar activamente en la difusión de las ideas ilustradas a través de los
medios que entonces estaban a su alcance durante el tiempo que les fue
permitido461.
- X -
Presencia francesa en la producción literaria de la Real
Sociedad Vascongada de los Amigos del País
Es un hecho universalmente admitido462 que Francia fue la
potencia europea que mayor influencia ejerció en Europa y particularmente en
España a lo largo del siglo XVIII en los diferentes aspectos. Los motivos
políticos, culturales y científicos han sido ya ampliamente estudiados, por lo
que no creemos necesario reiterarlos en nuestro trabajo. Nuestro intento es
descubrir a través de los escritos de los miembros de la Real Sociedad
Vascongada cuál fue el influjo francés. Desecharemos cuanto haga referencia
directamente a cuestiones de orden material (agricultura, comercio,
industria)463, para no fijarnos sino en aquello que contenga cierto valor
literario.
Ya pudimos apreciar en los capítulos iniciales de nuestro
trabajo dedicados a los Estudios y a los Libros el gran contacto que mantenía
la clase alta vascongada con nuestro país vecino, donde buscaban cuanto pudiese
desalterar su sed de cultura.
La lengua francesa, en efecto, era considerada en este
período como elemento imprescindible para cualquier persona ansiosa de
cultivarse. El benedictino Fray Benito Jerónimo Feijoo hablaba de la excelencia
del idioma francés con estos términos:
«A favor de la lengua francesa se añade la utilidad y aun
casi necesidad de ella, respecto de los sujetos inclinados a la lectura curiosa
y erudita. Sobre todo género de erudición se hallan hoy muy estimables libros
escritos en idioma francés, que no pueden suplirse con otros, ni latinos ni
españoles...
Así el que quisiere limitar su estudio a aquellas facultades
que se enseñan en nuestras escuelas, lógica, metafísica, jurisprudencia,
medicina, galénica, teología, escolástica y moral, tiene con la lengua latina
cuanto ha menester. Mas para sacar de este ámbito o su erudición o su
curiosidad debe buscar como muy útil, sino absolutamente necesaria, la lengua
francesa. Y esto basta para que se conozca el error de los que reprueban como
inútil la aplicación de este idioma»464.
De esta misma tendencia se hace eco con tono irónico el autor
anónimo de la Apología de una nueva Sociedad últimamente proyectada en esta M.
N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa con el título de los Amigos del País, al
aludir a la necesidad de ambientarse en lo francés antes de pretender ingresar
en la misma:
«Es tantto lo que me ha rremobido estte proiecto que al
instante marcho a Francia a aprender el silbo de capador, para poder entrar en
estta Sociedad»465.
Citas textuales
Ya pudimos apreciar anteriormente cuán influenciadas estaban
las ideas teóricas literarias de los Amigos del País por el pensamiento
francés: el Discurso sobre el buen gusto en la literatura del Conde de
Peñaflorida calcaba en muchísimas ocasiones a Montesquieu, Voltaire y en otras
ocasiones utilizaba las obras del Padre André y del Abate Batteux.
Los autores de los Aldeanos críticos fundamentan
repetidamente sus opiniones sobre autoridades francesas. Cuando tratan de
cuestiones científicas aparecen los nombres del Abate Nollet, Moreri, Rollin,
Fontenelle, Maupertuis, Pluche, Mariotte, el Abate de Saint-Pierre. Las
referencias al mundo literario francés son asimismo abundantes.
En la primera carta, tras dar su opinión personal favorable
acerca de la Historia de Fray Gerundio de Campazas, los Aldeanos críticos
hablan de la acogida diversa que muchos otros tributaron a la obra, los cuales
no cesan de decir que es una obra abominable y detestable. Pero cuando se les
pide que expongan las razones de su postura no hacen sino repetir que la obra
es abominable y detestable. Los Aldeanos críticos comparan esta reacción con la
del Marqués de Mascarilla en la comedia de Molière Critique de l'école des
femmes, el cual no deja de decir que 1a comedia de Moliére l'École des femmes
es detestable porque es detestable.
Cuando los Aldeanos críticos relatan la aparición de
Mascarilla y de Dorante, cometen cierta equivocación. En efecto indican que la
entrada en escena del Marqués y de Dorante se hace antes de que las señoras les
informen del tema de su discusión a ambos a la vez466. Sin embargo, Molière lo
dispuso diferentemente: es en la escena IV cuando Mascarilla hace su aparición
y las señoras le dan cuenta de su conversación, no saliendo Dorante sino en la
escena siguiente.
Además las palabras que los Aldeanos críticos ponen en boca
del Marqués no corresponden exactamente con el original. Así hacen decir la
frase siguiente al Marqués: «Señoras, acabo de ver esa comedia, y para mí es de
lo más detestable que cabe». Pero el Marqués de Molière se expresaba en la
escena IV en los términos siguientes:
«LE MARQUIS.- Sur
quoi en étiez-vous, Mesdames, lorsque je vous ai interrompues?
URANIE.- Sur la
comédie de l'École des femmes.
LE MARQUIS.- Je n'en
fais que sortir.
CLIMÈNE.- Eh
bien! Monsieur, comment la trouvez vous, s'il vous plait?
LE MARQUIS.- Tout à
fait impertinente.
CLIMÈNE.- Ah! j'en
suis ravie!
LE MARQUIS.- C'est la
plus méchante chose du monde!».
De ningún modo aparece en la presentación de Mascarilla la
voz «detestable», la cual no se pronunciará sino en la escena siguiente ante
Dorante.
Prosiguiendo el relato, los Aldeanos críticos dan cuenta de
que el Marqués ante las preguntas de Dorante no hace más que elevar la voz y
decir: «Eh morbleu, c'est détestable: porque es detestable»: Veamos ahora cómo
ocurre todo ello en el original, en la escena V:
LE MARQUIS.- «Il est
vrai, je la trouve détestable; mor bleu! détestable du dernier détestable; ce
qu'on appelle détestable.
DORANTE.- Et moi, mon
cher Marquis, je trouve le jugement détestable.
LE MARQUIS.- Quoi.
Chevalier, est-ce que tu prétends soutenir cette pièce?
DORANTE.- Oui, je
prétends la soutenir.
LE MARQUIS.- Parbleu,
je la garantis détestable.
DORANTE.- La caution
n'est pas bourgeoise, Mais, Marquis, par quelle raison, de grâce cette comédie
est-elle ce que tu dis?
LE MARQUIS.- Pourquoi
elle est détestable?
DORANTE.- Oui.
LE MARQUIS.- Elle est
détestable, parce qu'elle est détestable».
Los Aldeanos críticos para formar la frase que ponen en los
labios del Marqués han utilizado la primera y la última del original que hemos
reproducido, ya que la primera contiene el morbleu y la voz «détestable»,
mientras en la última aporta el Marqués la pretendida explicación de su juicio.
Al mismo tiempo hacen un breve resumen de la comedia y dan
los rasgos principales de los personajes centrales: de Climene dicen que es
«muy culta y melindrosa»; Urania y Elisa se distinguen por ser «verdaderamente
discretas y juiciosas»; a Dorarte le consideran como «mozo hábil e instruido»,
mientras el Marqués de Mascarilla queda representado como «haciendo todos
aquellos gestos, monadas y turlupinadas propias de los de su especie»: todo lo
cual corresponde bien con los caracteres expresados en la comedia de Molière.
Visiblemente, los Aldeanos críticos, aun conservando
fielmente la idea general de la obra y del diálogo, cometen ciertas
deficiencias de detalle: esto nos lleva a pensar con toda verosimilitud que el
autor utilizó aquí los recuerdos que tenía de esta comedia francesa, lo que
indica un conocimiento aun más profundo de la literatura del país vecino.
Puestos a analizar algunas partes más importantes de Fray
Gerundio de Campazas, los Aldeanos críticos ven en los capítulos V, VI y VII
del libro segundo una digresión que resulta demasiado pesada: les hace
bostezar. Y prosiguen exponiendo su opinión:
«... y a cualquiera de éstos que me pregunte mi dictamen,
responderé lo que la duquesa de Longueville a unos apasionados de la Pucelle de
Chapelain: "Oui, cela est parfaitement beau; mais il est bien
ennuyant": ello está muy bueno pero cansado; y si no lo de Boileau al
mismo asunto:
"La Pucelle est encore un oeuvre bien galant,
Et je ne sais pourquoi, je baille en le lisant"
que yo dijera en castellano así, si fuera poeta:
"No tiene duda ninguna
Que es obra muy singular;
Pero (no sé en qué consiste)
A mí me hace bostezar"»467.
Aquí se hacen eco de la polémica que se desató en Francia con
la aparición del poema de Chapelain La Pucelle, en 1656, donde de una manera
fría y aburrida pretendía resaltar las hazañas de Juana de Arco, resultando un
fracaso rotundo tras veinte años de intenso trabajo: entre los que le
desprestigiaron cabe destacar precisamente a la duquesa de Longueville468 y de
manera especial a Boileau469.
Al finalizar la quinta carta, para confirmar su despego hacia
Aristóteles, los Aldeanos críticos, tras una cita de Moreri, ponen un último
retoque con los versos siguientes de Boileau:
«Un pédant enivré de sa vaine science,
Tout hérissé
de grec, tout bouffi d'arrogance,
Et qui de mille auteurs retenus mot par mot
Dans sa tête
entassés n'a fait souvent qu'un sot,
Croit qu'un
livre fait tout, et que sans Aristote
La raison ne
voit goutte et le bon sens radote»470.
Del mismo modo en la última carta que se intercambiaron con
motivo de su polémica el Conde de Peñaflorida y el Padre Isla, aquel propone
una sincera amistad y le habla de que su pluma no sabe qué decir, ya que en los
asuntos serios su imaginación se vuelve estéril, mientras la polémica parece
darle nuevos bríos: le ocurre como a Boileau, dice él, cuando el poeta francés
se expresaba en estos términos:
«Je ne puis pour louer rencontrer une rime,
Dès que j'y veux rêver ma veine est aux abois,
J'ai beau frotter
mon front, j'ai beau mordre mes doigts...
Mais quand il
faut railler, j'ai ce que je souhaite;
Alors certes,
alors je me reconnais poète.
Phébus, dès que je parle, est prêt à m'exaucer
Mes mots
viennent sans peine et courent se placer»471.
Y para expresar al Padre Isla el daño que se podían hacer
ambos si no cesaban sus disputas le dice, utilizando alguna canción popular
francesa:
«Corsaires
attaquant Corsaires
Ne font pas
guère leurs affaires».
Utilización de textos franceses para los trabajos de la
Sociedad
Por mucho que las citas textuales puedan ser reveladoras de
la influencia cultural francesa, mucho más importantes son las inclusiones de
textos franceses en los trabajos elaborados por los Amigos de la Sociedad.
Veamos, por ejemplo, cómo presenta el Ensayo el origen de la Industria. Tras
presentarnos la feliz época en que los hombres se contentaban con lo que la
Naturaleza ponía a su alcance para calmar sus necesidades, se expresa en unos
términos que no recuerdan totalmente las palabras de Rousseau en su Discours
sur l'origine de l'inégalité:
«Las necesidades del primer hombre eran muy contadas... Pero
habiendo empezado sus descendientes a gustar de los halagos del apetito y a
entregarse a la blandura y al regalo mudó de semblante su constitución. Lo que
al principio se miraba como nimia delicadeza y gullería reprehensible se toleró
luego como mera conveniencia y alivio permitido hasta que últimamente la
costumbre lo redujo a necesidad imprescindible. De esta suerte ha ido el hombre
por un amor desordenado a su comodidad, amontonando con sus conveniencias las
necesidades, de modo que no bastándolo los auxilios que puso en él la
Naturaleza, se ve precisado buscarlos fuera de sí y mendigarlos en la
Industria»472. «Dans ce
nouvel état, avec une vie simple et solitaire, des besoins très bornés, les
hommes jouissant d'un fort grand loisir, l'employèrent à se procurer plusieurs
sortes de commodités inconnues à leurs pères; et ce fut là le premier joug
qu'ils s'imposàrent sans y songer et la première source de maux qu'ils
préparèrent à leurs descendants; car outre qu'ils continuèrent à s'amolir le
corps et l'esprit, ces commodités ayant par l'habitude perdu presque tout
l'agrément, et étant en même temps dé générées en de vrais besoins, la
privation en devint plus cruelle que la possession n'en était douce, et l'on
était malheureux de les perdre, sans être heureux de les posséder»473.
Los dos textos mantienen una orientación similar: la
industria queda presentada como el resultado de la degeneración de los
descendientes del primer hombre, los cuales para compensar la pérdida de
energías se ven precisados de recurrir a la industria. No solamente es idéntica
la evolución del pensamiento, sino la terminología empleada:
Las necesidades del primer hombre eran muy contadas...
Habiendo empezado sus descendientes a gustar de los halagos
del apetito...
...entregarse a la blandura y al regalo, mudó su semblante de
constitución...
la costumbre lo redujo a necesidad imprescindible. Des besoins très bornés.
Les hommes l'employèrent (le loisir) à se procurer plusieurs
sortes de commodites inconnues à leurs pères.
Ils
continuèrent à s'amolir le corps et l'esprit.
Ces commodités ayant par l'habitude perdu presque tout leur
agrément et, étant en même temps dégénénrées en de vrais besoins.
Esta puede ser una de las pruebas de que el libro de Rousseau
tenía ya lectores en el país vascongado en 1766, fecha de la composición de los
trabajos del Ensayo.
La educación fue uno de los temas de máxima importancia para
los miembros de la Real Sociedad Vascongada: parece haber hallado en la
Enciclopedia de Diderot (Voz «Economie politique») la orientación que procedía
darle. Comparemos estos dos textos:
«En vez de entregar la educación pública a gentes
mercenarias, criadas en la indigencia, y como tales incapaces de tener
pensamientos heroicos y sublimes, se deposite este alto cargo en las primeras
personas de la república, dotando tan eminente empleo con un sueldo y honores
correspondientes a los que son formadores de la felicidad de las naciones, y
disponiendo no elevar a este gran ministerio sino a los que hubiesen hecho
repetidas demostraciones de sus luces y su consumada prudencia y de su sólida
virtud»474. «L'éducation
publique sous des règles prescrites par le gouvernement et sous des magistrats
établis par le souverain est donc une des maximes fondamentales du gouvernement
populaire ou légitime. Je ne parlerai point des magistrats destinés à présider
à cette éducation qui certainement est la plus importante de l'état. On sent
que si de telles marques de la confiance publique étaient légèrement accordées,
si cette fonction sublime n'était pour ceux qui auraient dignement rempli
toutes les autres le prix de leurs travaux, l'honorable et doux repos de leur
vieillesse et le comble de tous les honneurs, toute l'entreprise serait inutile
et l'éducation sans succès»475.
Aunque no sea posible establecer que el texto español tenga
por fuente inmediata el artículo de Rousseau, al menos podemos afirmar que
ambos tienen un idéntico espíritu: entregar la educación a unos magistrados
establecidos por el Estado, pero para ello tendrán que demostrar anteriormente
su valía a lo largo de su vida. ¿Deberá extrañarnos esta similitud de sentir
cuando sabemos que la Enciclopedia era el pozo de sabiduría donde iban a buscar
los Amigos los elementos de la puesta al día que tanto anhelaban?
El Conde de Peñaflorida en su discurso introductorio a las
Juntas generales de 1776, obedeciendo al espíritu clasista entonces imperante
en la nobleza, según el cual la autoridad divina predispone el estamento social
de acuerdo con el nacimiento de cada uno, quiere fomentar en la clase dirigente
del país los sentimientos de protección y apoyo al pueblo, pues tal debe ser la
función de aquellos que gozan de poder y riquezas.
Para ello se apoya en el discurso pronunciado por Massillon
ante el monarca todopoderoso Luis XIV y su corte el cuarto domingo de Cuaresma.
Toma un trozo del sermón que traduce literalmente; en él queda expuesto el
papel encomendado por Dios a los grandes: si levanta a algunos es para que
sirvan de apoyo y recurso de los de más y sólo de esta manera entran dentro de
la armonía deseada por el Criador. El Director de la Sociedad divide
posteriormente su discurso en tres grandes capítulos según los principios
generales que deben orientar la actividad de la nobleza: afabilidad, protección
y beneficencia, tomándolo asimismo del ilustre orador francés, aunque
aplicándolo al caso concreto de la concurrencia de los que se denominan Amigos
del País, los cuales deben ayudar especialmente al pueblo.
Cuando José Agustín Ibáñez de la Rentería pronunció ante las
Juntas Generales su tercer discurso Reflexiones sobre las formas de gobierno lo
hizo apoyándose continuamente en Montesquieu, a quien admira476: l'Esprit des
Lois sirve en varias ocasiones para definir las formas de gobierno. En este
discurso Ibáñez de la Rentería se muestra de espíritu avanzado cuando, por
ejemplo, afirma que la forma de gobierno está supeditada a la situación,
extensión, riqueza, clima y otros factores externos. Pasa revista a los
diferentes tipos de gobierno, rechazando tajantemente el despotismo y otros
gobiernos viciosos. Estudia posteriormente qué deben ser las leyes y cuáles son
los componentes de la monarquía, de la aristocracia y de la democracia como
gobiernos legítimos. Siente en ciertas ocasiones disconformidad con el
magistrado francés: en la cuestión de los cuerpos intermediarios que han de
regir los asuntos del Estado. Ibáñez de la Rentería rechaza la presencia de los
tribunales. Y al contrario de Montesquieu que reservaba el principio de virtud
para la democracia, el vasco lo amplía a las demás formas de gobierno,
afirmando que debe reposar sobre él todo gobierno legítimo. A pesar de estas
pequeñas diferencias, el conjunto de la exposición procede del pensamiento de
Montesquieu, de quien toma amplios textos que traduce literalmente al
castellano; están citados de este modo: Libro II, capítulos 2, 3 y 4; Libro
III, capítulos 6 y 9; Libro IV, capítulo 5; Libro V, capítulos 13, 14 y 21;
Libro VI, capítulo 21. Ibáñez de la Rentería mismo confiesa que «se han copiado
muchas de las máximas de él (Montesquieu)»477.
En ciertos momentos, sin embargo, las expresiones parecen
acercarse más al Contrat Social de Rousseau. Ibáñez de la Rentería define la
ley como
«el vínculo que reúne a los hombres en sociedad con un
interés recíproco de seguridad y defensa y sólo ellas pueden autorizar aquel
sacrificio de una parte de libertad que hace todo Individuo al Público para
lograr lo más apreciable de ella»478.
donde recoge la esencia de la doctrina del filósofo francés
cuando decía:
«(Le problème) est de trouver una forme d'association qui
défende et protège de toute la forme commune la personne et les biens de chaque
associé, et par laquelle chacun s'unissant à tous n'obéisse pourtant qu'à
luimeme et reste aussi libre qu'auparavant...
Chacun de nous met en commun sa personne et toute sa
puissance sous la suprême direction de la volonté générale; et nous recevons en
corps chaque membre comme partie indivisible du tout»479.
Ciertos textos admiten una comparación por la semejanza que
observamos:
«La ley debe tener un objeto general y relativo igualmente a
todos los miembros del Estado. Establecida de antemano con esta consideración,
aparta de sí todo peligro de agravio o parcialidad personal que es el verdadero
antípodo»480. «Quand
je dis que l'objet des lois est toujours général, j'entends que la loi
considère les sujets en corps et les actions comme abstraites, jamais un homme
comme individu ni une action particulière»481.
En ningún momento Ibáñez de la Rentería pretende atacar al
gobierno monárquico español, antes bien, al final del discurso desea su
continuación482. Pero al menos ha demostrado la posibilidad de otros sistemas
políticos, estableciendo el principio de gobierno sobre bases de relatividad y
de consentimiento humano frente a la concepción anterior del poder que lo
consideraba como una misión divina.
En el discurso Sobre la educación de la juventud en puntos a
estudios, Ibáñez de la Rentería expone unos principios educativos nuevos para
la época, que guardan gran similitud con los del Emile de Jean-Jacques
Rousseau.
Propone, por ejemplo, que no se debe causar fatiga excesiva
al cerebro de la juventud: debe procurarse más bien fortalecer su cuerpo, que
luego ha de servir con mayores aptitudes para el ejercicio de la inteligencia:
«La fortaleza del cuerpo es el cimiento de la fortaleza del
entendimiento. Un cuerpo robusto es capaz en su debido tiempo de aguantar más
estudio, la memoria es más extendida y el juicio más vigoroso»483.
Esto nos recuerda lo que decía Rousseau poco antes:
«Pour apprende à penser, il faut donc exercer nos sens, nos
organes qui sont les instruments de notre intelligence! et pour tirer tout le
parti possible de ces instruments il faut que le corps qui les fournit soit
robuste et sain. Ainsi, loin que la véritable raison de l'homme se forme
indépendamment du corps, c'est la bonne constitution du corps qui tend les
opérations de l'esprit faciles et sûres»484.
Para Ibáñez de la Rentería, la educación de los niños ha de
empezar por algún estudio que parezca diversión, de acuerdo con la edad: tal es
el sistema que utiliza el preceptor rousoniano continuamente con su discípulo,
como, por ejemplo, realizando juegos nocturnos para hacer perder el miedo a la
oscuridad.
Para animar los niños al estudio, en vez de castigo, se
utilizará la curiosidad:
«Estoy tentado a creer que nos equivocamos en la
desaplicación natural que atribuimos a los niños, pensando que se necesita
fuerza para hacerlos estudiar: al contrario, aquella curiosidad, a veces
importuna, que se hace notar en ellos, no me parece otra cosa que un deseo de
saber impreso por la naturaleza»485. «Il
est une ardeur qui naît d'une curiosité naturelle à l'homme pour tout ce qui
peut l'intéresser de près ou de loin... Tel est le premier principe de la
curiosité, principe naturel au coeur humain... Les enfants ensuite sont
curieux, et cette curiosité bien dirigée est le mobile de l'âge où nous voilà
parvenus»486.
Nunca se ha de abusar del castigo, pues no se consigue sino
deformar a los niños, dispuestos a romper en la menor ocasión el cerco a que
están sometidos:
«El mayor mal consiste en que el joven acostumbrado a ser
bueno sólo por miedo se cree autorizado al libertinaje en la hora que sale de
la sujeción paterna o de los Maestros»487. «La gêne perpétuelle où vous tenez
vos élèves irrite leur vivacité; plus ils sont contraints sous vos yeux, plus
ils sont turbulents au moment qu'ils s'échappent: il faut bien qu'ils se
dédommagent quand ils peuvent de la dure contrainte où vous les tenez»488.
Ibáñez de la Rentería propone igualmente que el maestro sepa
animar a los niños distribuyendo premios con discernimiento, con el fin de
aficionarles a la competición. De esta manera es como el preceptor de Emilio
alienta a menudo a su joven alumno: por ejemplo, para incitarle al ejercicio de
la carrera dispone un pequeño concurso con niños de su edad con vistas a
recibir el premio que consiste en un pastel489.
Ibáñez de la Rentería coincide también con Rousseau en su
cuarto discurso Sobre el gobierno municipal, cuando hablando de los viajes
reconoce su utilidad, pero afirma que no todos deberán viajar, ya que esto
podría conducir al vicio. Estos viajes se han de hacer con mucha precaución, de
manera que se saque provecho de los mismos, conservando el amor a la Patria y
las buenas costumbres del lugar de origen. Tales son también las reflexiones de
Rousseau en el libro cuarto de su libro pedagógico. ¿Estas coincidencias que
hemos observado serán fruto de un mismo espíritu que reinaba en la época, o más
bien se deben a la influencia que ejercieron en el país vascongado los libros
de Rousseau que tanto éxito conocieron en su tiempo? Nosotros nos inclinamos
por la última hipótesis.
Valentín de Foronda en sus Cartas sobre los asuntos más
exquisitos de la economía política muestra ser muy a menudo un mero adaptador
de obras contemporáneas, como él mismo lo confiesa en el prólogo:
«En mi primera carta doy a entender que seré copiante, un
traductor, un plagiario: en varias lo he repetido, y en algunas he indicado de
dónde me he provisto de los razonamientos y de los trozos enteros que he
embutido en mis cartas. El honor a la verdad exige que haga esta confesión
sencilla, pues no aspiro a que me tengan por original, ni mi amor propio
ambiciona otra gloria sino la de pasar por un buen ciudadano que procura
esparcir las semillas de las buenas ideas políticas para que broten en las
sociedades».
Y en la primera carta sigue insistiendo sobre el particular:
«Desde ahora le prevengo que si encuentra algo bueno en mis
cartas no me lo atribuya. Hago ánimo de vomitar trozos enteros de mis libros,
tan íntegros como vomitó la ballena a Jonás a los campos de Nínive»490.
y continuamente hace referencia a sus fuentes: la
Enciclopedia, Mirabeau, Quesnay, La Rivière, el Abate Baudeau, Necker.
El miembro de la Sociedad que, tal vez, parece estar más
influenciado por el pensamiento francés es Manuel de Aguirre, el cual se ha
apropiado las ideas de Rousseau hasta el punto de dejarlas traslucir en todos
sus escritos, aunque prestándoles una forma diferente según la orientación
política, cultural o religiosa que deseaba dar a cada disertación. Este
discípulo de Rousseau, que pasó inadvertido a Jefferson Spell en su Rousseau in
the spanish world before 1833, Austin, 1938, copia a su maestro la visión
antropológica llena de optimismo, así como la evolución política, de
conformidad con la exposición de principios contenidos en la segunda parte del
Discours sur l'origine de l'inégalité, cuyo desarrollo podemos ir siguiendo a
través de las palabras de Aguirre.
El hombre en sus inicios nace bueno, con unos placeres que
quedan colmados con lo que la Naturaleza pone a su alcance:
«Rodeado de frutas silvestres, de aves, de peces y de animales,
a todos alargó la mano el hombre luego que se vio estimulado por la hambre,
primera necesidad que se hizo escuchar en su sencillo pecho. Cansado de los
pasos y lucha que pudo causarle el recoger la comida, y satisfecha su primera
urgencia, buscó el descanso bajo el árbol o a la sombra de los peñascos, que se
la habían proporcionado. Durmió y, enfriado por el ambiente que corría en la
ausencia del sol, despertó, se halló despojado por otros de lo que había
recogido, lloró su suerte y solicitó un paraje de más abrigo, cuando sintió por
segunda vez el poder y precisión del sueño»491.
Pronto siente el hombre la necesidad de un apoyo para poder
subsistir, defendiéndose ante otros más fuertes: esto le empuja a reunirse con
sus semejantes en pequeños grupos:
«Manteníase robusto y defendido de los males que conocía;
pero la multiplicación de su género, la fuerza de los más astutos, la
disminución de los alimentos, la dificultad de conseguirlos porque le costaba
una lucha cada bocado y el deseo de procreación, lo impelía a juntarse con su
semejante y dar principio a la sociedad, en donde se habían de desplegar un día
las ocultas facultades de su corazón, que aún no se habían ensayado por falta
de motivos y ocasiones»492.
Los primeros sentimientos se van desarrollando en esta
sociedad incipiente. Las artes manuales vienen a satisfacer las necesidades
cada día más exigentes, rompiendo el equilibrio anterior:
«Cruel industria, hija de la necesidad y de las ciencias,
crueles artes, dimanadas del mismo triste origen, ¿por qué disteis a entender a
ese tranquilo hombre (insensible antes a lo que le mostrabais) que la cabaña o
cueva en que logró abrigo y reposo eran incómodas e indignas de su hidalguía y
aventajada colocación entre las obras de la naturaleza?»493.
La vida en sociedad facilitaba la existencia del hombre:
«La facilidad del sustento, el abrigo con adorno, la
propiedad y paz asegurada por medio del convenio de todos, el tranquilo
descanso en una habitación guarecida de los insultos y de la intemperie, el
hallazgo de los contentos que dimanan de ser padre y marido, el apoyo,
servicios y obsequios de su familia en la vejez y la seguridad de no ser
oprimido por la violencia de los injustos, fueron los regalos que recibió del
lujo moderado y honesto el hombre que ahora lo ultraja, porque vive
preocupado»494.
Pero pronto el desigual reparto de tierras destruyó esta
igualdad inicial:
«En el primer tiempo de esta alianza era forzoso y una ley
reconocida por todos sin repugnancia el que cada uno fuera dueño del terreno
que cultivaba; pero la fuerza y mil razones aparentes o sofísticas dictaron
después una diferencia entre los individuos tal que hicieron parecer justas la
propiedad en pocos y la miseria o desdichada suerte de esclavizados jornaleros
en la crecida muchedumbre que formó el nervio de la sociedad»495.
Pronto surgen las terribles venganzas, las pasiones no
conocen freno:
«Despertóse un crecido número de pasiones con el continuo
trato de los hombres entre sí: se multiplicaban por consiguiente los motivos de
estas particulares venganzas, podían ser muchas las muertes que resultaran y
aniquilarse la sociedad»496.
Los hombres para hacer frente común a cuanto se oponía a su
seguridad se unen y deciden que de ahora en adelante se han de gobernar por
leyes. Pero en vez de procurar la ansiada libertad, se precipitaron hacia su
esclavitud:
«Fatal descuido fue por cierto y horroroso el abismo en que
te arrojaste, oh infeliz pueblo, con esa necia credulidad y con haberse alejado
de los sencillos principios que te dictaban una constante buena suerte y
apetecida felicidad»497.
Las leyes dieron mayores fuerzas al rico, mientras
desamparaban al pobre, exponiéndole a la miseria y a la esclavitud. Era
imposible rectificar una situación cuyos inicios habían tomado un camino
equivocado, y, tomando un texto de Rousseau, dice:
«A pesar de los conatos y trabajo de los más sabios legisladores,
quedó siempre imperfecto el sistema político a causa de ser obra del acaso y
mal principiada; jamás pudo corregir los vicios de su constitución, aunque, ya
reconocidos, el tiempo que sugerió remedios. En vez de separar los viejos
materiales y dejar limpio el terreno o área en que había de elevarse el
edificio, todo se redujo a recomposiciones, desatendiéndose del ejemplo dado
por Licurgo en la reforma de su patria, la celebrada Lacedemonia»498. «Malgré tous les travaux des
plus sages législateurs, l'Etat politique demeura toujours imparfait, parce
qu'il était presque l'ouvrage du hasard, et que mal commencé, le temps en
découvrant les défauts et suggérant les remèdes, ne put jamais réparer les
vices de la constitution. On raccomodait sans cesse, au lieu
qu'il eût fallu commencer par nettoyer l'aire et écarter tous les vieux
matériaux, comme fit Licurgue à Sparte, pour élever ensuite un bon édifice»499.
Ante los numerosos delitos que se fueron produciendo contra
las leyes, hubo que confiar la autoridad pública a unos magistrados encargados
de velar por el orden de la sociedad: el pueblo les encargaba esta función a
cambio de lo cual les concedía ciertos honores y prerrogativas. Pero
paulatinamente estos cargos electivos y temporales se fueron haciendo
hereditarios, sin que el pueblo se percatase de ello:
«Estos, poderosos ya por semejantes medios (industria,
bienes...), sabrían proporcionarse y ser elegidos para el gobierno y mando de
la muchedumbre, y no descuidarían hacer que recayera las más repetidas veces
sobre sus personas la misma elección, hasta que habituadas a ver los puestos en
dignidad, la perpetuasen en ellos estas sencillas gentes, todavía no
desconfiadas ni recelosas de que pudiesen un día ser lazos y grillos de su
libertad los reglamentos y decisiones de estos magnates, que miraron con
respeto y aprobaban con temeraria confianza y ninguna precaución»500.
La desigualdad que ha ido creciendo ha hecho que el pueblo
haya sido cada vez más explotado por los ricos. Aguirre lanza un grito ya
revolucionario, con el que quiere despertar al pueblo para que tome sus
antiguos derechos:
«Sí, pueblos campesinos; sí, muchedumbre desdichada; ese
suelo que regado con vuestro sudor y con vuestra sangre clama por la propiedad
que con tan natural y justo derecho debiérais haber adquirido, ya no fue más
que un taller en que apuraron sus fuerzas esos brazos vuestros, encadenados por
necias donaciones de soberanos y particulares, imbuidos en equivocados
principios, precisados por las circunstancias o poseídos de una ignorante
superstición y fanatismo. Dióse a los poderosos, llenos de ambición, esta
propiedad, a los templos y a sus ministros, con buen fin, pero a costa de
vuestra aniquilación y quedasteis hechos el juguete de las pasiones de los
propietarios y esclavos de los caprichos de tantos y tan diversos
dominadores»501.
La similitud de pensamiento político entre Manuel de Aguirre
y Rousseau es manifiesta, lo que lleva a nuestro escritor a utilizar a menudo
frases que mantienen un estrecho contacto con el original francés:
«La libertad absoluta que el hombre tuvo en el estado de
independencia»502.
«Afirmóse con funestas y quizá no necesarias leyes la
propiedad de las posesiones y quedó sostenido y perpetuado el desigual reparto
que notamos»503.
«La fuerza y mil razones aparentes... hicieron parecer justa
la propiedad en pocos y la miseria o desdichada suerte de esclavizados
jornaleros en la crecida muchedumbre que formó el nervio de la sociedad»504. «D'un autre côte, de libre et
indépendant qu'était au paravant l'homme...»505.
«Les lois fixèrent pour jamais la loi de la propiété et de
l'inégalité»506.
«(Les lois) pour le profit de quelques ambitieux assujétirent
désormais tout le genre humain au travail, à la servitude et à la misère»507.
Aguirre toma abiertamente la doctrina de Rousseau en su
Discurso erudito, en el que pretendía refutar las ideas de Cladera. Este, en
efecto, había pronunciado un discurso en la Academia de Santa Bárbara de
Derecho Español y Público sobre el «origen de las sociedades civiles o de la
Suprema Autoridad»: en él niega el contrato social, porque no se puede probar
la existencia histórica de tal pacto. Aguirre, para afirmar su postura opuesta,
no ve mejor solución que hacer un extracto del Contrat Social de Rousseau.
Antonio Elorza en el apéndice número 2 de su edición de los discursos de
Aguirre lo ha demostrado con suficiente claridad con la comparación de textos.
Reproduzcamos aquí las dos primeras frases:
«Puede haber en el orden social regla y administración; esto
es unirse el interés con la justicia».
«El hombre nació libre, su ley primera es la conservación
propia, y le toca por consiguiente el buscar los medios de donde proviene el
dominio que tiene sobre sí mismo». «Je
veux chercher si, dans l'ordre social il peut y avoir quelque règle
d'administration légitime et sûre... afin que la justice et l'utilité ne se
trouvent point divisées». (lib. I)
«L'homme est né libre (lib. I, cap. 1). Sa première loi est
de veiller à sa propre conservation... lui seul étant juge des moyens propres à
le conserver devient par là son propre maître» (lib. I, c ap. 2).
Al igual que estas ideas políticas tomadas claramente de
Rousseau, el pensamiento religioso de Manuel de Aguirre adquiere un cariz
fuertemente roussoniano, aunque de una manera velada por lo peligroso que podía
resultar el exponer abiertamente sus ideas: recordaba sin duda la persecución
que tuvo que sufrir el filósofo francés, tanto por parte de las autoridades
católicas como de las protestantes, a causa de la Profession de foi du vicaire
savoyard508, verdadera confesión de fe del propio autor. ¿Qué no ocurriría en
un país donde la Inquisición tenía aún tanta fuerza?
Para Rousseau uno de los caminos más directos de hallar a
Dios es el observar el orden y la armonía de la naturaleza. Manuel de Aguirre
busca también a Dios en
«...la hermosa y dulce armonía de los cuerpos que forman la
admirable estructura del universo, que tan claramente demuestra la existencia y
gloria de su Autor poderoso y grande»509.
Rousseau llega a Dios inteligente porque piensa en la
necesidad de un principio que mueve a toda la naturaleza con orden. Aguirre
habla igualmente de «la confusa indeleble idea de una debida adoración y
agradecimiento a una primera causa»510. La denominación que hace de Dios guarda
continua relación con esta idea de criador: «divino Hacedor» (p. 121), «Criador
Omnipotente» (p. 128), «supremo hacedor» (p. 138), «omnipotente criador de
todas las cosas» (p. 138), «Artífice supremo» (p. 139), «Autor de la
naturaleza» (p. 141), «Hacedor soberano» (p. 147), «soberano hacedor de todas
las cosas» (p. 178), «Criador del universo» (p. 178), «supremo y poderoso
criador» (p. 183), «magnífico Hacedor del Universo» (p. 201), «sabio autor de
la naturaleza» (p. 242), «poderoso Señor hacedor de todas las cosas» (p. 245).
En otros casos hace referencia al mantenedor del orden mediante
las leyes que impone al universo: «supremo legislador» (p. 140), «autor del
orden» (p. 151), «augusto legislador» (p. 179).
Para con el criador de la naturaleza el hombre siente
espontáneamente, dice Aguirre al igual que Rousseau, una necesidad de agradecimiento
y de adoración: comparemos estos dos textos:
«Esta razón, antorcha y guía de los pasos del hombre, le puso
delante dos obligaciones: la una de adoración y agradecimiento al ser supremo
que tanto le había distinguido entre las demás criaturas»511. «De mon premier retour sur
moi naît dans mon coeur un sentiment de reconnaissance et de bénédiction pour
l'auteur de mon espèce, et de ce sentiment mon premier hommage à la Divinité
bienfaisante. J'adore la puissance suprême et je m'attendris sur ses bienfaits.
Je n'ai pas besoin qu'on m'enseigne ce culte, il m'est dicté par la nature
elle-même»512.
La religión que propone Aguirre ha de ser sencilla y
majestuosa: aquí se recoge la idea de Rousseau basada en el culto secreto del
corazón en contacto con la naturaleza:
«La sencillez y majestad de la religión hacían que se viese
ceñida a pocos preceptos y reglas de doctrina y ceremonial... sus dignos
ministros hacían consistir la magnificencia del culto y el mayor triunfo en que
ocupasen los corazones de todos la memoria y constante gratitud a los
beneficios del supremo Criador de todas las cosas»513.
Al igual que Rousseau, Aguirre rechaza los dogmas que no
hacen sino confundir los espíritus: frente a la mayoría que sigue un camino, a
su juicio, equivocado, pocos saben enseñar la doctrina verdadera:
«Persuadiendo a la infancia que son dictadas por el cielo las
despreciables fábulas que veneran los unos, las hacen eternas y casi
indestructibles, cuando otros, pocos a la verdad, conducidos por el mismo Dios,
infunden en sus jóvenes, para que exista, los adorables principios de una
religión toda santa y adorable»514.
Las alusiones de Aguirre apenas son veladas. Y en lugar de la
religión tal como se vivía en su tiempo él busca un sentimentalismo religioso, al
mismo tiempo que se opone a todo aquello que huela a fanatismo e intolerancia:
para él el Evangelio no tiene sino término de amor y de comprensión.
Los principios pedagógicos que se desprenden del Discurso
sobre la educación presentado a las Juntas generales de la Sociedad en 1777
coinciden con los expuestos por Rousseau en el Emile, especialmente cuanto se
refiere a la importancia de la naturaleza en la educación. Rousseau decía en
efecto:
«Quel est ce but (de l'art de l'education)? C'est celui même
de la nature»515.
«Homme prudent, épiez longtemps la nature, observez bien
votre élève avant de lui dire le premier mot»516.
Y en el prefacio, Rousseau reconocía que todo su sistema
giraba en torno a la naturaleza:
«A l'égard de ce qu'on appellera la partie systématique, qui
n'est autre chose ici que la marche de la nature, c'est là ce qui déroutera le
plus le lecteur»517.
Aguirre quiere reformar el sistema de educación, atacando la
pedagogía de entonces:
«Discípulo y obra del hombre corrompido el que debía serlo de
la naturaleza, se hace vil y tan extravagante como nos lo manifiestan las más
de las provincias y pueblos que ocupan la tierra»518.
Y cuando entrevé por la imaginación la transformación que ha
de operar la educación según la naturaleza, deja estallar su alegría:
«¡Oh tú, espíritu sublime y grande, adorno del género humano
y asiento de la razón, puedan los próximos venideros siglos admitir y poner en
uso los delicados útiles descubrimientos que hiciste en la carrera de la
educación por el nuevo rumbo de imitar y seguir la naturaleza!»519.
Estas huellas del pensamiento francés dejaron también una
marca en el vocabulario que utilizaron los miembros de la Real Sociedad
Vascongada.
Préstamos lingüísticos del francés
El lenguaje esencialmente dinámico tiene unas continuas
interrelaciones con los demás idiomas de países vecinos. Este fenómeno originó
en nuestro país durante el siglo XVIII una tendencia muy pronunciada a dejarse
influenciar por el francés, como dice D. Julio Cejador y Frauca cuando califica
a esta época con los términos siguientes:
«La lengua literaria sufre en el siglo XVIII la más honda
perturbación que jamás había sufrido. Vióse expuesta a los aires de galicismo
que los eruditos bebían en sus continuas lecturas, de la cual peste no
solamente se mancillaron los del bando francés, sino hasta los del bando
nacional, a tal punto que desde 1701 no puede fiarse ni servir de autoridad
como de lenguaje castizo ningún escrito ni escritor por excelente que sea»520.
Como motivos que puedan explicar tan profunda impregnación
cabe destacar además de la lectura, la educación recibida allende los Pirineos,
el interés que despertaba todo aquello que procediera de Francia521 y el despego
de los eruditos hacia la tradición eminentemente popular de las épocas
anteriores522.
Muchos Españoles, deseosos de conservar la esencia de nuestro
idioma, se levantaron contra esta tendencia tan en boga: Feijoo, Luzán,
Capmany, Cadalso y tantos otros. La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del
País se unió a este movimiento purificador del idioma, en la persona de su
Director que en el Discurso sobre el buen gusto en la literatura se expresó en
estos términos:
«¿Dónde habrá paciencia para tolerar los pegotes que la ponen
(a nuestra lengua) diariamente de los retazos que pillan del francés y del
italiano? Pudiera formarse un vocabulario bien abultado con las voces de estas
dos hablas con que han convertido a la nuestra en vestido de Arlequín y sólo el
catálogo de las que necesita un Petimetre para el gasto diario es capaz de
llenar muchos pliegos de papel...
Lejos de que por este medio enriquezcan la Lengua, la
empobrecen de dos modos: por un lado hacen abandonar las voces castizas
españolas, por las que ellos introducen, y por otro han desterrado de nuestra
lengua varias voces que usaban nuestros más clásicos autores y de que se sirven
también los extranjeros: tales son el verbo defender por prohibir, el
reprochar, etc... que nadie se atreve a producir en el día por no confundirse
con estos corruptores y cometer un galicismo, aunque no sea más que en
apariencia».
Como nos indica con gran acierto Bernard Pottier523 es
sumamente delicado tratar de los galicismos, ya que en muchas ocasiones se
desconoce el lugar exacto del origen de una palabra o de giro. Juan Eugenio
Hartzenbusch reconoce también que esto es un fenómeno a menudo imperceptible:
«Porque la verdad es que en materia de galicismos todos
pecamos. El orador evangélico, el orador parlamentario o forense, el
historiador, el matemático, el poeta, el mercader, la dama, la costurera, el
escolar y la colegiala, todos cuantos por estudio o placer manoseamos libros
franceses o traducciones de esta lengua mal digeridas, aprendemos algunas
palabras, locuciones o giros ajenos de la índole del castellano»524.
No debe extrañarnos, pues, que la producción de los Amigos
contenga de vez en cuando ciertos galicismos, pero en ningún momento se nos
presenta como un elemento dominante, sino más bien como algo puramente
ocasional y muy esporádico. Hallamos voces francesas con la misma forma de
origen:
«El jueves pasado por la tarde a tiempo que me disponía a
escribir a vmd. se me pegó un fâcheux que no se me apartó de mí...»525.
«He leído el aviso que se ha de dar al público (sobre la
apertura del Seminario)... y me parece tan bien dispuesta la exposición que no
dudaré en afirmar que es un chef-d'oeurre»526.
Podemos mencionar además:
Aldeanos críticos, p.
371: «críticos a la cabriolé».
p. 371 y 374: «peinaditas
en ailes de pigeon».
p. 371: «empolvadas
con polvos finos a la lavande o a la sans pareille».
p. 373: «todo
buen físico a la dernière».
p. 374: «vestidos
a lo parisien».
p. 374: «verá
vmd. uno que se encaja en un tourbillon».
p. 375: «aquel
monsieur no era más que un pobre plagiario».
Extractos 1771 p.
21: «el sainfoin», en lugar de decir «el
papirigallo».
Extractos 1773 p.
123: «pieles de Elan y Renes
manufacturadas en el Reyno de Suecia», en lugar de decir «Ante» y «Renos».
Ensayo p. 265: «lambrifier de menuiserie».
Otras veces pasan a nuestro idioma disfrazadas a la española:
Localización Forma
utilizada Voz francesa Voz correcta
BAE t. XV p. 369 Turlupinada Turlupinade Bufonada
BAE t. XV p.
373 Papillota Papillote Papillote
Ext. 1775 p.
184 Triage Triage Entresaca
RIEV t. XXI p. 319 Libertinaje Libertinage Desarreglo
Miscelánea de Foronda p. 85 Aliage Alliage Aleación
Idem, p. 82 Gipse Gypse Yeso
Voz «Ferme» Marnosa Marneuse Margosa
Por la similitud formal de voces francesas y españolas ocurre
que ciertas voces españolas toman un significado desconocido hasta entonces,
bajo la influencia de la palabra extranjera:
Localización Voz
utilizada Significado y voz
correcta
Ext. 1772 p. 17 Lucerna Alfalfa
Ext. 1774 p. 85 Tisues Tejidos
Discurso sobre las Ciencias Batir Construir
RIEV t. XXI p. 323 Suceso Éxito
Título de obra Opera
cómica Zarzuela
La morfo-sintaxis se vio igualmente perturbada por el
elemento francés. De «lucerna» no tienen inconveniente los Amigos en formar una
derivación en la forma de «lucernera», con el significado de «alfalfal»527.
Igualmente la palabra «tourbillon», cuyo plural en francés es «tour billons»,
de idéntica pronunciación en ambos casos necesitaba una marca distintiva de
pluralidad, por lo que los Aldeanos críticos emplean «tourbillones»528. En la
frase «los lugares subterráneos están más fríos el verano que el invierno529,
se observa la ausencia de proposición introductora de un complemento
circunstancial de tiempo, como ocurre en francés, donde dicen «l'été, l'hiver».
La traducción de la zarzuela el Mariscal en su fragua
presenta ciertos casos de construcciones sintácticas incorrectas en castellano,
pero usuales en francés. Así la oración «Todo el mal que esto puede causar es
de hacerlo a uno dormir»530 tiene la partícula «de» expletiva antepuesta a un
infinitivo predicativo, como ocurre con suma frecuencia en francés cuando un
infinitivo se halla de sujeto real o predicado, como «Il est agréable de
manger».
En la escena XIV, la exclamación que formula Labrica «Vaya,
Señora, Claudina, ¡qué sois amabilísima!», a la que replica poco después
Claudina «Vaya, Monsieur Labrida, ¡qué os explicáis bellamente!» son
incorrectas en castellano, pero guardan sin embargo un giro totalmente francés:
«Que vous êtes aimable!» y «que vous vous expliquez bellement!», cuando en
castellano nos esperamos a «¡qué amabilísima sois!» y «¡qué bellamente os
explicáis!».
El empleo del verbo ser en «si mi padre llega soy perdida»531
en lugar de «estar» que resulta más castellano puede muy bien proceder de la
construcción francesa «je suis perdue».
Cuando Valentín de Foronda comienza su Disertación sobre la
platina con «después de haber hecho el giro de la mayor parte de Europa»532,
visiblemente castellaniza el giro francés «Après avoir fait le tour de la
plupart de l'Europe», ya que nuestra lengua prefiere «después de dar la vuelta
a la mayor parte de Europa».
A veces se llegan a utilizar expresiones francesas. Así
cuando el Conde de Peñaflorida habla de sus ideas sobre la organización del
Seminario que pudieran parecer proyectos quiméricos, dice:
«El fuego patriótico de su carta del 29 del pasado es capaz
de encender los ánimos más helados: así no tendrá vmd. de extrañar el que en el
Plan de Maestros que espero remitirle por el primer correo haiga (sic) algunos
puntos dignos de colocarse entre los Châteaux en Espagne»533.
Su sobrino, Samaniego, en otra carta del mismo fondo fechada
el 13 de agosto de 1776 dice también, pero esta vez en castellano:
«Trae (San Martín) en su cabeza mil cimientos de Castillos en
España».
El Conde de Peñaflorida cuando escribe a su hijo Ramón María
le dice en cierta ocasión:
«Tu estancia o viaje por esas Montañas nos linsojea
muchísimo, pues contemplamos como un golpe de ensayo de tu peregrinación»534.
donde fácilmente podemos reconocer la expresión francesa
«coup d'essai». Estos galicismos de léxico, morfología, sintaxis o de
locuciones son mucho menos numerosos que los préstamos franceses de origen
científico.
Préstamos científicos del francés
Pese a haber perdido toda importancia en el campo literario,
el latín seguía utilizándose en toda Europa como lengua científica a principios
del siglo XVIII. Pero a lo largo de este siglo las ciencias van perdiendo la
función puramente teórica de los siglos anteriores: toman una misión
transformadora del pensamiento humano535 y buscan una aplicación directa a la
vida diaria. No existe distinción entre ciencia pura y ciencia aplicada: una
idéntica ambición contribuye al desarrollo de la ciencia y a su propagación y
aplicación. Los trabajos de investigación han de inspirar y renovar los empleos
manuales más humildes: los Amigos del País estaban preocupados por fomentar
todo aquello que representara utilidad para el país vascongado. Por estos
motivos se precisaba un medio de lenguaje directo y fácilmente comprensible por
parte de todos.
José Agustín Ibáñez de la Rentería insiste sobre la necesidad
de desterrar el latín como medio de comunicación en el estudio de las ciencias:
«Creo que nadie me negará dos principios que son el
fundamento de lo que acabo de decir (que el latín no sirve sino para oscurecer
las ideas en Derecho y Medicina):
1.-Que nunca será bastante cuanto se discurra para facilitar
la claridad en el estudio de las ciencias.
2.-Que la lengua vulgar es en general más clara para todos
que la latina, aunque se haya hecho el estudio más grande de ésta.
Supuestos estos dos principios, quisiera que se preguntase
¿en qué lengua deben aprenderse las ciencias?»536.
Y en otro lugar vuelve a decir:
«Las ciencias naturales no pueden tratarse bien en un idioma
que las hace oscuras»537.
España carecía de lenguaje científico en el término moderno
de la palabra, por lo que los Amigos del País recurren al lugar que más podía
ayudarles: Francia nuevamente. Allí en efecto se había iniciado un movimiento
de divulgación de las ciencias en el que contribuyó inicialmente el Abate
Nollet, seguido por Pagny, Brisson, Sigaud de la Fond y muchos otros. Los
libros de temas científicos se van escribiendo en francés como Le Spectacle de
la Nature, del Abate Pluche, Entretiens sur la pluralité des mondes, de
Fontenelle, o Histoire naturelle, de Buffon, por no nombrar sino los más
famosos. D'Alembert en el discurso preliminar de la Enciclopedia establece
definitivamente la preponderancia del francés frente al latín cuando afirma:
«Notre langue s'étant répandue dans l'Europe, nous avons cru
qu'il était temps de la substituer à la langue latine qui, depuis la
Renaissance des Lettres, était celle des savants»538.
Ya vimos en el capítulo dedicado a los libros cómo los
contertulios de Azcoitia539 y los Socios de la Real Sociedad Vascongada
buscaban sus fuentes científicas en los trabajos procedentes de Francia.
Quisiéramos hacer resaltar aquí la novedad que representó para el conjunto de
España el lenguaje científico introducido por algunos de los miembros de la
Sociedad540. Para tener un buen punto de partida tomaremos el tomo VI, segunda
parte, de Histoire de la langue française, de Ferdinand Brunot, en el que
estudia precisamente la lengua científica francesa durante el siglo XVIII: así
veremos fácilmente cuál pudo ser la prestación de términos científicos.
Los nombres de las ciencias llegan generalmente a través de
denominación francesa:
Localización Voz
española Voz francesa Observaciones
Ext. 1772 p. 104 Aritmética Arithmétique Voz
tomada del política politique inglés
Ext. 1772 p. 46 Docimacia Docimasie Citada
por la Enciclopedia en 1744
Ext. 1771 p. 140 Mineralogía Minéralogie Hállase
por primera vez en el Diccionario de Trevoux en 1732
Ext. 1778 p. 163 Balística Balistique Voz creada por Maupertuis en 1731
Ext. 1780 p. 7 Metalurgia Métallurgie Voz
que se extiende a mediados del siglo XVIII
Ensayo p. 11 Física
experimental Physique
expérimentale Se quería oponer a Física
aristotélica
Los Extractos de 1770, página 40, nos indican que el
Caballero de Során, francés, remitió a la Sociedad un plan científico que
pretendía ampliar: en él aparecen las ciencias:
Angiología
Denología
Miología
Neurología
Osteología
Spanchmología
Con la voz de «química», ciencia prácticamente desconocida en
España541 (a pesar de que la forma se halle ya en castellano desde 1616
utilizada por Espinel, al decir de Corominas), ocurre que en los Extractos
aparece muy a menudo bajo la forma de «chimia»542, sin duda por influencia del
término francés «chimie».
Ingresan numerosos términos desconocidos en el Diccionario de
Autoridades, como indicadores de nuevos instrumentos, cuerpos o fenómenos
desconocidos hasta entonces, los cuales guardan una gran similitud con las
voces francesas, aun cuando estas no han sido sino el elemento de transporte de
países muy diversos:
Localización Voz
española Voz francesa Observaciones
Ext. 1782 p. 45 Areómetro Aréomètre
Ext. 1780 p. 25 Bismut Bismuth Voz alemana «Wismuth»
BAE t. XV p. 381 Centrífuga Centrifuge
BAE t. XV p. 382 Centrípeta Centripète
Ext. 1780 p. 23 Cobalto Cobalt Voz
alemana «Kobalt»
Ext. 1780 p. 54 Digestor Digesteur
Ext. 1772 p. 70 Electricidad Electricité Voz
creada por Nollet
BAE t. XV p. 375 Electrizar Electriser
Ext. 1782 p.
42 Empyreuma Empyreume
Ext. 1778 p.
66 Feld-spath Feldspath Voz alemana
«Feldspath»
Ext. 1780 p.
20 Fluor Fluor
Ext. 1778 p.
37 Fundente Fondant
Ext. 1788 p.
44 Mofeta Moffette
Ext. 1780 p.
53 Mucilaginoso Mucilagineux
Ext. 1772 p. 131 Pyrómetro Pyromètre
BAE t. XV p. 382 Precesión Precession
Ext. 1782 p. 48 Reverbero
(horno de) Réverbère (fourneau de)
Ext. 1778 p. 69 Quarzo Quartz Voz
alemana «Quarz»
BAE t. XV p. 380 Sifon Siphon
Podían conocer los Amigos del País un nuevo elemento por su
denominación francesa antes de saber cuál era su forma física. Los libros
franceses hablaban de «charbón de terre» como un nuevo cuerpo de combustión,
aunque comúnmente en Francia se le denominaba «charbon de pierre»543. Los
Amigos emplean asimismo indistintamente ambas expresiones y vacilan cuando
tienen que reconocer esta nueva sustancia que no conocen «de visu»:
«Que se hagan algunas tentativas para hallar en el País
carbón de tierra cuyo uso pueda suplir a la escasez que se va experimentando de
montes»544.
«Fiándose las Comisiones de algunas noticias que les han
comunicado de hallarse en Azcoitia y Urrestilla muestras de carbón de piedra,
han recogido varias y después de diferentes pruebas han visto que ninguna de
ellas da señal de ser materia inflamable; sino que después de la calcinación
han adquirido una dureza propia de arcilla: infiriendo de aquí que aunque en lo
exterior tienen las muestras alguna apariencia de carbón mineral, no parecen
ser otra cosa que una arcilla teñida de negro»545.
Esto nos indica claramente que no conocían los Amigos las
calidades del carbón mineral sino a través de los libros, deseando buscar en el
país el elemento que reuniese las cualidades en ellos indicadas: el nombre les
venía, sin duda alguna, a través de la denominación francesa.
Los Amigos del País emplean términos desconocidos hasta
entonces para denominar acciones o reacciones de los cuerpos:
Localización Voz
española Voz francesa
Ext. 1778 p. 163 Condensabilidad Condensabilité
Ext. 1782 p. 62 Cristalización Cristallisation
Ext. 1782 p. 60 Deliquescencia Déliquescence
Ext. 1778 p. 163 Dilatabilidad Dilatabilité
Ensayo p. 45 Efervescencia Effervescence
Ext. 1778 p. 169 Gravitación Gravitation
Otras voces como «atracción», «gravedad» y muchas otras
existían ciertamente en el idioma castellano, pero adquieren unos matices
científicos nuevos con la aplicación de la matemática y la experimentación. Los
Aldeanos críticos son conscientes de haber formado un nuevo lenguaje
ininteligible para los que siguen fielmente la filosofía tradicional:
«Veo bien que ni el Señor Beneficiado, ni los Regis y
Regnaulds de las universidades de Valencia y Aragón entenderán palabra de este
lenguaje, siendo así que es el familiar de los Regis546 y Regnaulds547 de la
Academia Real de Ciencias de París»548.
Los que deseaban estudiar Química se dirigían de preferencia
a París, como Ramón María y Antonio María de Munibe, José de Eguía, Fausto y
Juan José Elhúyar, Jerónimo Mas y varios otros. Los profesores de esta
especialidad en el Real Seminario Patriótico de Vergara son también franceses:
Proust y Chabaneau. Por eso no debe extrañarnos que la nomenclatura química
esté completamente copiada de la francesa, aunque conservando las voces
españolas:
Localización Forma
española Forma francesa
Ext. 1782 p. 44 Ácido
aéreo Acide aérien
Ext. 1782 p. 53 Ácido
marino Acide marin
Ext. 1782 p. 67 Alkali
prusiano Alcali prussien
Ext. 1782 p. 33 Sal
de Globero Sel de Glauber
Ext. 1782 p. 44 Sal
de Glauber
Ext. 1782 p. 59 Sal
febrifuga Sel fébrifuge
El deseo de copiar voces francesas hace que aparezca «gipso»
con su derivado «gipsoso», cuando tenemos en castellano «yeso» y «yesoso»549.
Pero la lengua química ofrecía una sensación de desorden y
oscuridad por la multiplicidad de nombres para una misma cosa y por la
impropiedad de la mayoría de los términos que se habían ido añadiendo a lo
largo de los años. Los sabios deseaban una unificación de nomenclatura. Guyton
de Morveau, con sus Eléments de Chimie (1777) esboza ya un análisis metódico
del vocabulario destinado a la química. El hombre que iba a revolucionar la
nomenclatura química fue Lavoisier, el cual en colaboración directa con Guyton
de Morveau, Fourcroy y Bertholet escribió en 1787 la obra de Nomenclature
chimique, Mémoire sur de nouveaux caractères à employer en chimie y en 1789 el
Traité élémentaire de Chimie, cuyo discurso preliminar recogía las ideas
anteriores y afirmaba con energía la necesidad de la reforma para un mejor
estudio de la química, ofreciendo la nueva nomenclatura.
Los Extractos de 1788 se hacen eco ya de esta nueva
orientación del lenguaje químico. Trino Porcel y Aguirre se muestra claramente
dispuesto a aceptarla:
«El que hubiese formado idea clara de los hechos en que se
funda la nueva nomenclatura Chímica (sic), propuesta por los cuatro sabios
académicos franceses Morveau, Lavoisier, Bertholet, Fourcroy, y sepa que está
dispuesta de modo que el nombre de una sustancia expresa su composición, y que,
sabida ésta, se ofrece inmediatamente el nombre que le corresponde, no podrá
menos de conocer sus muchas ventajas sobre la antigua que tanto abunda en voces
alchímicas (sic) y que muchas de ellas presentan ideas falsas, por lo que no
dudé debía adoptarla»550.
Pedro Gutiérrez Bueno había traducido ya la nueva
nomenclatura, pero había conservado con excesiva fidelidad la terminología
francesa: las voces francesas «carbonate», «sulfate», «nitrate», etc... habían
pasado a nuestro idioma como «carbonate», «sulfate», «nitrate»... por lo que
Porcel sugiere con acierto que tomen la terminación en «o» que las hace más
propias de nuestro idioma, para formar «carbonato», «sulfato» y «nitrato».
Aparecen ya en estos Extractos de 1788 las voces de «oxígeno», «hidrógeno» y
cuantos se han hecho ya familiares a nuestros oídos, pero que en la época
presentaban una novedad de última hora.
Cuando Vatentín de Foronda publica en 1791 sus Lecciones
ligeras de Chímica, recurre igualmente a los «tres luminares» (así los
denomina) de esta ciencia: Fourcroy, Lavoisier y Guyton de Morveau, de los que
hace una mera traducción, un extracto o un compendio, según las necesidades del
momento, para presentar la obra en forma de diálogos. Foronda no duda en
emplear términos desconocidos para los puristas de la lengua, afirmando que el
que pretenda aprender nuestra lengua no lea su obra.
Aunque ciertos términos toman bajo la pluma de Foronda una
forma castellana: «óxido, alumina, barita», frente a «oxide, alumine, barite»
traducidos por Pedro Gutiérrez Bueno, sin embargo ocurre muy a menudo aún que
la terminología recuerda enormemente su lugar de origen:
p. 41 Carbures
p. 42 sulfure, fosfure
p. 74 sulfates, sulfites
p. 85 fluate
p. 113 molibdates
Los elementos compuestos conservan una mezcla de español y
francés:
p. 79 nitrate-aluminoso
p. 113 sulfures-alkalinos
p. 113 sulfate-alkalino
p. 113 Nitrate
calcáreo
Los miembros de la Real Sociedad Vascongada contribuyeron,
pues, muy activamente en la introducción en nuestra patria de la nueva
terminología científica, aunque conservando cierta indecisión comprensible por
tratarse aún de los primeros pasos.
No ha sido nuestra intención analizar con suma profundidad el
lenguaje técnico de los Amigos del País, sino dar una visión general sobre los
fenómenos que hemos observado en cuanto a los préstamos que hicieron del
francés, para lo que hemos aportado los ejemplos que hemos pensado podían
ilustrar nuestras afirmaciones. Creemos que sería muy provechoso analizar la
colaboración de estos vanguardistas de la ciencia dentro de la evolución de la
terminología científica española: es, sin embargo, un campo que desborda las
fronteras de nuestro estudio.
Préstamos de conceptos del francés
El vocabulario de una época concreta es un fiel reflejo de
sus conocimientos y de su manera de pensar: su estudio permite fácilmente tomar
conciencia del espíritu que anima a una clase determinada de hombres.
Quisiéramos fijarnos en cómo ciertos términos empleados por los Amigos del País
toman una significación desconocida hasta entonces. Para esto tomaremos el
excelente estudio hecho por Ferdinard Brunot en su Histoire de la lengua
française, tomo VI, Parte 1.ª, donde recoge los términos de mayor utilización y
novedad durante el siglo XVIII. Los compararemos con textos extraídos de la
producción de los Amigos del País, ello basándonos continuamente en el
Diccionario de Autoridades para conocer el significado que tenían los distintos
términos. Intentaremos demostrar así cómo varía la significación de cantidad de
voces que tanta importancia tuvieron en esta época, estableciendo la posible
influencia ejercida por el idioma francés del momento.
Filosofía
El siglo XVIII dio una importancia sin precedentes a este
término de «filosofía», hasta el punto que se autodenominó «el siglo
filosófico»551. El Diccionario de Autoridades entendía por «filósofo» a «aquel
que estudia, profesa y sabe la filosofía, i.e. ciencia que trata de la esencia,
propiedades, causas y efectos de las cosas naturales, o por extensión opinión
particular o modo de aprehender o discurrir en alguna determinada cuestión o
punto de esta Ciencia».
En Francia, a lo largo del siglo XVIII, la Filosofía toma un
significado mucho más extenso: es el enjuiciamiento por la razón de todo cuanto
atañe a la vida humana, pero de una manera totalmente libre. Su influencia se
deja sentir en todos los campos del pensamiento: economía, política, educación,
religión, organización de la vida. Recordemos que los filósofos -Rousseau,
Voltaire, Diderot y tantos otros- fueron los preparadores de la revolución
francesa.
Los Aldeanos críticos oponen la doble concepción que debe
existir bajo ese término:
«Y a la verdad ¿quién no ve lo que va de filósofos a
filósofos?»552.
La filosofía no se centra solamente en conocer las causas de
las cosas naturales, sino que es la fuerza vivificadora de cuanto ponen en
práctica los hombres de este siglo. Valentín de Foronda se entusiasma con los
estatutos del Real Seminario Patriótico de Vergara, pues «publican el espíritu
filosófico de los que los han dictado»553 y ve en el Seminario la fuente de la
renovación de España:
«Siempre que haya muchos Seminarios montados por el tono del
de Vergara, o que vengan a educarse a él los Señoritos españoles, seremos
monarcas del universo, pues habrá ciencias, habrá Filosofía, y
consiguientemente una población tan inmensa como la de los Chinos: un exército
como el que pasó Xerxes por el Helesponto, una agricultura como la del antiguo
Egipto o Sicilia, un comercio como el de Cartago, una industria como la de
Tiro, y sobre todo una felicidad como la que nos pintan los poetas en el siglo
de oro»554.
Manuel de Aguirre pide a su vez que haya «filosofía en el
modo de imponer las contribuciones y en el de cobrarlas»555. Dirigiéndose a los
magistrados les ruega que den acogida
«al dulce atractivo de la filosofía, la que mostrando al
legislador el interés secreto del hombre y el seguro medio de moverle sabe dar
a su corazón todas aquellas direcciones o virtudes que deben hacer feliz la
sociedad»556.
En otro lugar sigue diciendo que es preciso mejorar la
«legislación y costumbres con los descubrimientos que va haciendo la sana
filosofía»557, la cual «debe sostener con su débil voz los derechos de la
razón»558.
Nos hallamos bien lejos de los filósofos anteriores, que se
contentaban con buscar las razones profundas de los seres. El concepto de
filosofía que se extendió por Francia modeló también a ciertos miembros de la
Real Sociedad Vascongada.
Sociedad
Una de las mayores preocupaciones de los pensadores del siglo
XVIII fue el estudio de la sociedad humana, entendida no solamente como
«compañía de racionales», según la definía el Diccionario de Autoridades, sino
como «el conjunto de individuos que forma el cuerpo moral con poder o facultad
de decidir sobre gran número de competencias»559, según la definición dada por
Aguirre. Como dice Brunot560, en Francia la voz «social» se hallaba casi en la
penumbra a principios de siglo y se convirtió en uno de los adjetivos más
frecuentes con un hondo significado, siendo utilizado para el título de un
libro que ejerció tanta influencia: le Contrat social. El Diccionario de
Autoridades no recoge esta voz de «social», pero a lo largo del siglo aparece
con suma frecuencia en la pluma de los Amigos del País: «cuerpo social»561,
«virtudes sociales»562, «orden social»563, «contrato social»564, «pacto
social»565, por no citar sino algunos casos.
Aparecen derivados como «consocios»566, «asociados»567.
Luces
Brunot nos indica que la palabra «lumière» fue una de las que
los escritores franceses emplearon con mayor intensidad. ¿No fueron ellos los
primeros en denominar a su época «Le Siècle des Lumières»? El Diccionario de
Autoridades daba dentro de las diversas significaciones de «luz» y bajo la
expresión «luz de la razón» el sentido de «el conocimiento de las cosas, que
proviene del discurso natural que distingue a los hombres de los brutos,
independiente del que después se adquiere o perfecciona por el estudio o el
arte». Bajo la pluma de los Amigos del País, el término de «luces» adquiere
además el valor de los conocimientos racionales, fruto del estudio o de la
enseñanza: «Este bosquejo de las luces que difunden las tres nuevas clases de
enseñanza que se van a establecer en el país...»568.
El símbolo de la luz aparece bajo diferentes aspectos: las
Sociedades patrióticas serán «antorchas que iluminen»569, los Amigos esparcen
«la claridad»570. El Director expresa su deseo de que «el colegio patriótico
bascongado (sic) sea luminar mayor que llene de luces a todo el reino»571, y se
extraña de cómo «el labrador, el ferrón, el fabricante cierran los ojos a los
rayos copiosos de luz que han reflejado sobre ellos las noticias, observaciones
y hechos prácticos publicados en los ensayos y extractos anuos»572.
La metáfora de la luz llega a adquirir una gran extensión:
«Aunque en su primitiva institución (las fundaciones
literarias) no fueron más que un efecto de las primeras ráfagas que alumbraron
a aquéllas (naciones) han llegado por lo sucesivo a ser la causa y manantial de
luces, que acopiadas en sí reflexan hacia la nación como una multitud de
espejos de reflexión artificiosamente montados con esta benéfica y sabia
mira»573.
Humanidad
Brunot indica que muy pocos habían utilizado durante el siglo
XVII el término «humanité» para referirse al conjunto de los hombres, pero cien
años más tarde ese vocablo se convirtió más que en algo de moda, en una
expresión ya necesaria.
El Diccionario de Autoridades daba como primera significación
«la misma naturaleza humana» y en ninguna de las otras siete definiciones que
nos presenta hace referencia al género humano.
Sin embargo la palabra «humanidad» aparece con gran
frecuencia en las obras de los Amigos, aplicada a todos los hombres. El
Director de la Sociedad en su discurso preliminar finaliza diciendo a sus
oyentes: «Mostraos dignos Amigos de la Humanidad entera». Ibáñez de la Rentería
presenta el Derecho y la Medicina como «ciencias tan necesarias al bien de la
humanidad»574. Manuel de Aguirre quiere desterrar «los males que sufre la
humanidad»575 y buscar «los derechos de la humanidad»576 que ella misma no se
atrevió a reclamar. Esta voz de «humanidad» jalona el Discurso sobre el oficio
de la pobreza o mendiguez del mismo Aguirre, ya que en las páginas 209-217 de
su obra repetidamente citada aparece diez veces de manera periódica. Valentín
de Foronda proyectó en noviembre de 1799 la publicación de un diario que
llevase el título de HUMANIDAD577.
Libertad
Esta voz ciertamente había resonado con suma frecuencia ya a
los oídos de nuestros antepasados: los filósofos, teólogos y moralistas la
habían utilizado ampliamente para hablar del libre albedrío que cada cual tiene
para decir o hacer lo que desea. A lo largo del siglo XVIII, esta palabra
resume la doctrina del catecismo político, como bien lo demuestra Brunot: «cada
cual reclama el derecho natural para actuar como mejor le parezca. Se pide
libertad de pensar por sí»578, «libertad para hacer uso de su industria y
frutos»579, «libertad de escribir»580, «libertad de imprenta»581, «libertad
absoluta»582. Cada ciudadano deberá gozar de plena libertad.
Igualdad
Este fue otro de los temas más rebatidos durante el siglo
XVIII. Sabemos la contribución de Jean-Jacques Rousseau en esta cuestión con su
Discours sur l'origine de l'inégalité. Si todos los hombres nacen iguales,
según el estado de la naturaleza, ¿cómo ocurre que se deshaga esa igualdad? y
¿cómo se ha de hacer para que se establezca nuevamente ese orden natural?
Una de las maneras de ver aumentada la población es «no
olvidándose de la igualdad que les dio (a los hombres) la naturaleza como el
bien más inalienable»583 y los hombres quedan extrañados de «lo odioso de una
desigualdad»584.
Patria
Brunot nos habla del nuevo concepto que se va aplicando a la
voz «patria» a lo largo del siglo XVIII como un conjunto de sentimientos que
unen entre sí a unos mismos ciudadanos viviendo bajo un mismo gobierno que vela
por el bienestar de sus sujetos. Nos hablan también de cómo aparecen en Francia
las expresiones «amour de la patrie, patriote, patriotismo, patriotique», que
gozan de gran boga.
En España, Feijoo, tomando el ejemplo de Roma que expresaba
su amor a la Patria como una «noble inclinación de toda aquella república», y
de Cicerón «el padre de la patria» por su feliz y vigorosa resistencia a la
conjuración de Catilina, muestra su desagrado porque no ve lo que él entiende
por «amor a la patria»:
«Busco en los hombres aquel amor de la patria que hallo tan
celebrado en los libros: quiero decir aquel amor justo, debido, noble, virtuoso
y no lo encuentro. En unos veo algún afecto a la patria, en otros sólo veo un
afecto delincuente que con voz vulgarizada se llama pasión nacional»585.
Manuel de Aguirre concibe el amor a la patria como
«sostenerla y hacer que brille, el no permitir que se mantengan ociosos los
brazos y facultades de los hombres»586. Se trata, pues, ahora de una
disposición del ánimo que empuja a trabajar en vistas a la seguridad, bienestar
y gloria del país donde nacimos y vivimos.
El Diccionario de Autoridades definía al patriota como
«compatriota, el que es de un mismo lugar, ciudad o provincia, respecto de
otro». Durante el siglo XVIII se concede el título de «patriota» a todo aquel
que contribuye a mejorar la suerte de los demás587 mediante cualquier
realización. Antonio San Martín, que ha proporcionado el establecimiento para
una fábrica de botonería, merece el título de «buen patriota»588, así como
merecerán el honor de ver colocados en el Salón de Juntas del Seminario de Vergara
sus bustos cuantos «patriotas se distinguiesen en una suscripción en favor del
Seminario»589. Manuel de Aguirre indica las funciones del «glorioso patriota»:
«Una exacta idea de los productos e industria de las
poblaciones que abraza la Sociedad, como objeto primario de sus atenciones y
cuidados: de los puertos, canales, caminos y de los adelantamientos de que son
capaces para facilitar la extracción de sus género y artefactos de las más
individuales y desmenuzadas relaciones que den a conocer la situación de las
provincias, ha de ser el museo, el objeto interesante del glorioso patriota,
socio, filósofo consolador de los hombres y apoyo de su patria»590.
Con el mismo significado abunda el término «patriotismo» el
autor de un discurso sobre el fomento de fábricas da en su modo de discurrir
«las pruebas menos equívocas del más acendrado celo y refinado patriotismo»591.
El adjetivo «patriótico» llegó a indicar todo aquello propio
de un patriota y fue ensalzado hasta ocupar un puesto en la denominación de una
de las máximas realizaciones de la Sociedad: el Real Seminario Patriótico de
Vergara. La enseñanza allí impartida abrazaba «todos los ramos de enseñanza que
pueden convenir a un patriota»592 y tenía por fin la «educación del ciudadano
de un modo completo, grande y nuevo»593. Este adjetivo se empleó con suma
frecuencia: «amor patriótico»594, «pensamientos patrióticos»595, etc...
Ciudadano
El Diccionario de Autoridades entendía por «ciudadano» «el
vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios y está obligado a sus cargos,
no relevándole de ellas alguna exención», pero poco a poco va perdiendo este
carácter restringido para determinar a todo miembro de una sociedad libre que
goza de derechos y está sujeto a ciertas obligaciones.
Se extienden las voces de «derechos del hombre»596, «derechos
de la humanidad»597, «obligaciones del ciudadano»598: se va estudiando el papel
que puede desempeñar cada cual en una sociedad donde no exista arbitrariedad ni
prejuicios.
Podía aumentarse la cita de voces que evolucionan en este
siglo XVIII: «constitución», «democracia», «fuerza ejecutriz», «soberanía» y
tantas otras que son ya del uso corriente en nuestro vocabulario
político-social, pero que representaban una gran novedad en la época. Los
Amigos empleaban estos distintos términos que hemos analizado con una profunda
modificación con relación al empleo anterior. Es el fruto de la evolución que
sufrieron los conceptos políticos, morales y sociales y del ambiente espiritual
que reinaba entonces en Europa, principalmente en el foco central situado en
Francia, de donde se propagaban estas ideas en los folletos y libros que allí
se imprimían.
Los Amigos del País, confiados en el progreso constante de la
razón y de la sociedad humana contribuyeron a la formación de un vocabulario
moderno que sirvió de vehículo a las ideas reformadoras de los hombres que se
autodenominaron «los ilustrados».
Conclusión
En los inicios de la Sociedad, las Bellas Letras ocupaban una
importancia considerable. Las primeras reuniones muestran el afán que sentían
los Amigos por los temas de orden cultural: la primera sesión celebrada en
Vergara, en febrero de 1765, conoció una actividad digna de una Academia ya
veterana: lectura de obras de teatro, crítica teatral, historia, lectura de
elogios, amén de discursos de temas morales, matemáticos o científicos. Antes
de despedirse, los Amigos se distribuyen los trabajos que han de presentar en
la próxima reunión: tratan de historia nacional, geografía, arte poética,
elocuencia, aritmética y geometría. Con tales antecedentes la Sociedad alcanzó
el rango de Academia, dependiente directamente de la Secretaría de Estado.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la literatura fue
postergada a un plano muy secundario; los Amigos se preocupaban más por temas
directos para la vida del País vascongado: Agricultura, Industria y Economía.
El Título I, «Idea general de la Sociedad» de los Estatutos definitivamente
aprobados por el Rey se expresa en estos términos:
«1.-La Sociedad Bascongada (sic) de los Amigos del País es un
Cuerpo Patriótico, unido con el único fin de servir a la Patria y al Estado,
procurando perfeccionar la Agricultura, promover la Industria y extender el
Comercio.
2.-Dependiendo gran parte de los medios necesarios para
conseguirlo de las Ciencias, de las Artes y de la experiencia, la Sociedad se
dedicará a cultivarlas, pero de tal suerte que siempre se prefieran las que
tengan enlace más íntimo con los objetos referidos».
El propio Director de la Sociedad, reconsiderando la obra de
la misma después de diecisiete años de funcionamiento, se pregunta en el
discurso introductorio a las Juntas generales de 1783 cuáles han sido los
adelantos que se han notado en la literatura, y se desola por la escasa acogida
que se le ha tributado en general, pues sólo florecen los estudios literarios
merced al Real Seminario Patriótico. Pese a esto se puede considerar a la Real
Sociedad Vascongada como uno de los círculos literarios de la época, aunque no
alcanzase el esplendor que se vislumbraba en sus orígenes.
Los Amigos del País recogieron las ideas literarias que
circulaban ya desde hacía tres siglos, basadas en las obras de Aristóteles y de
Horacio: sentían la necesidad de conocer las leyes sobre las que ha de
estructurarse una obra artística para que el lector experimente particular
agrado. Tales serían las condiciones que indispensablemente habían de reunir
los escritos para pretender cautivar a un público de buen gusto, es decir, a
todo aquel que no hubiera sido malformado: las obras así realizadas obtendrían
el beneplácito de todos. Partían los Amigos del supuesto de que todos los
hombres deben experimentar idénticas impresiones ante unas mismas estructuras
formales. Veían en Aristóteles y Horacio los príncipes que habían sabido
formular unas normas dictadas por la sana razón y que había que seguir
fielmente.
Toda esta doctrina eminentemente clásica pasó a los Amigos a
través del tamiz francés, pero no se les puede tachar de «afrancesados», como
tan a menudo se viene haciendo, por el simple hecho de haber buscado en los
preceptistas franceses su formación literaria. Necesitaban una nueva
orientación para reformar la triste situación de las Letras en España: Francia
se la procuró. Pero luego supieron insertarse dentro de la tradición literaria
española, recordando los gloriosos tiempos de nuestro Renacimiento a quienes
asimismo pretendían imitar, en un intento de crear una literatura propiamente
española donde se hiciese alarde de los valores de nuestra tradición y esencia.
Los géneros literarios que caían dentro de esta tradición
-teatro, poesía, elocuencia- conservan un corte netamente clásico, donde reinan
el orden, la simetría y la proporción. Aquellos que por su propia orientación
no pueden incluirse en los géneros literarios propiamente dichos -trabajos
varios- fueron abandonando el carácter desinteresado en busca de la utilidad.
Pero aun aquí los Amigos ponían en práctica los preceptos clásicos de
sencillez, precisión, claridad, exactitud en la expresión, que tanto contrastan
con la época anterior.
Apéndice documental
- I -
Discurso académico para la asamblea
pública de la Sociedad de los Amigos del País en Vitoria, el 20 de enero, día
del cumpleaños de S.M. Católica
Introducción
Creeréis, Señores, que, empeñado por la solemnidad de este
día en que celebramos el feliz cumpleaños de nuestro Augusto Monarca, y
reconocido a las honras que ha recibido la Sociedad de su Real benignidad, voy
a abrir esta sesión con una arenga o una oración gratulatoria de aquellas que
acostumbran otras Academias en iguales circunstancias. Creeréis que,
transportado del gozo de que rebosan todos los corazones españoles por el
plausible desposorio de nuestro Serenísimo Señor el Príncipe de Asturias y la
Señora Doña Luisa Infanta de Parma599, quiero juntar mi voz con la de toda
Nación que manifiesta su satisfacción en los Elogios que publica, en los
regocijos y fiestas que dispone y en los felices pronósticos que hace de tan
venturosa unión. Creeréis que, poseído de una fanática pasión hacia nuestro
País Vascongado y hacia esta Sociedad, intento extenderme en pintaros las
glorias de aquél y los rápidos progresos de ésta. Pues, no Señores.
El magnánimo corazón de Carlos se complace tanto en hacer
beneficios que no los reserva para días determinados, siendo para esto todos
los días suyos; y a las gracias que derrama sobre sus vasallos las mira como
deudas que tiene que pagarles su amor y las equivoca con los actos de su recta
justicia. Así cierra las puertas aun a las expresiones ordinarias que dicta la
gratitud, recelosa de que a la sombra de éstas se introduzca la lisonja, aquel
escollo tan peligroso al Trono y a la Magestad. Si a la primera noticia del
establecimiento de esta Sociedad puso en ella S. M. el sello de su benevolencia
fue porque su perspicacia penetró desde luego nuestros deseos de ser útiles a
la Patria, y las proporciones que encerraba por ello el plan propuesto. Por
tanto, el cumpleaños de mayor satisfacción y la acción de gracias más grata que
podemos rendir a S. M. es presentar cuanto antes a sus Reales pies una prueba
del poderoso efecto de su Real influjo; y esto no me permite el detenerme en
desahogar los afectos de amor y reconocimiento en que arden nuestros corazones,
y el llenar la expectación en que os contemplo a todos en este punto.
Las bodas del Príncipe Ntro. Señor son un motivo bien grande
celebridad para la Sociedad y ofrecen un campo ameno a la Elocuencia; pero la
modestia de un Cuerpo que se halla todavía en fajas, no permite el que se
presente al Público en unas circunstancias en que los Miembros más robustos del
Estado y las Comunidades más respetables ostentan a competencia su júbilo. La
voz de la Sociedad es muy débil todavía para hacerse percibir en el alegre
tumulto que resuena desde los confines del Reino hasta el pie mismo del Trono.
Las glorias del País Vascongado pudieran también ocuparme
dignamente; pero estas tres Provincias que siempre siguen el tono de sus
Soberanos, al hacernos tan favorable acogida, no han aspirado a nuestros
elogios, sino a nuestro estudio; nos han honrado como a Patriotas celosos, no
como a Panegiristas apasionados.
Finalmente, los rápidos progresos de la Sociedad su mirarían
en mi boca como exagerados por la pasión y el amor propio, si desde luego no
pasase a demostrarlos con hechos. Con que el Rey, la Patria y el interés de la
misma Sociedad piden a una voz obras y no razones, frutos y no flores, y me
estimulan a abandonar las vanas exclamaciones, las enérgicas pinturas, las
expresiones brillantes, y a entrar ex abrupto en un asunto propio del fin de
este establecimiento.
Poco he tenido que hacer en la elección. Por nuestro
Instituto debemos comunicar al público el fruto de nuestros estudios, y
consiguientemente tenemos que entrar en la peligrosa carrera de escritores.
Siendo, pues, la regla fundamental de éstos el enseñar agradando, parece que lo
primero que debía tratar la Sociedad es dar a conocer los verdaderos principios
de deleitar con la lectura, y esta reflexión junta con la oferta que hice el
año pasado a la Sociedad, me han obligado a disponer lo que vais a oír sobre el
buen gusto de la literatura si queréis tener la paciencia de escucharme; pero,
Señores, si para esto pido vuestra atención, no necesito menos de vuestra
prodencia y disimulo.
Del buen gusto en la literatura
1.-Vivimos en un siglo que puede llamarse con propiedad el
siglo del buen gusto; porque a nada damos cuartel que no haya pasado primero
por su aduana, y no se nos presenta ya objeto que merezca nuestra aprobación si
no lleva estampada la marca del buen gusto. Un edificio ostentoso, una joya
preciosa, un primor del arte, un libro lleno de erudición se atraen nuestro
desprecio (y a lo más nuestra compasión) como no se reconozca en ellos esto que
llamamos buen gusto: y hasta aquellas cosas sujetas a las infinitas variaciones
de nuestro capricho y nuestra convivencia, como los vestidos, los muebles, la
mesa, etc... queremos que se rijan por sus leyes.
2.-Si no obstante nos preguntan qué se entiende por buen
gusto, no todos sabremos dar una definición cabal; porque no todos tenemos una
idea clara de él. Unos usan de esta frase porque la oyen a otros, y seguir la
moda. Otros por pasar plaza de Sabios. Y otros (que son los más pocos) porque
realmente sienten la impresión grata que hace en sus almas el aspecto de ciertos
objetos; pero que por no ponerse a pensar y buscar el origen de esta impresión
no pueden asegurar si es aprehensión o realidad. Los primeros responderían lo
que el otro que alabando a un Predicador por lo bien traído de los lugares, y
preguntado qué entendía por lugares dijo con gran sencillez: «Yo no sé, así
suelen decir». Los segundos, lo que aquél que tachando un ángulo del Escorial,
y preguntado qué entendía por ángulo no tuvo más salida que responder «meterse
uno en lo que no entiende». Y en fin, los terceros responderían que es un no sé
qué que sienten y no conocen, que lo experimentan y no pueden explicar.
3.-Pues ¿qué es el buen gusto? ¿Es acaso un ente ideal y
fantástico que sólo tiene existencia en nuestra imaginación y que es arbitrario
del modo de concebir de cada uno? No faltan Filósofos que lo defiendan así; y
aun parece que la gran variedad que se nota en este punto entre las diversas
Naciones del Mundo lo está confirmando, porque si se consulta en materia de
gusto a un Asiático y a un Europeo, lo que alabe éste vituperará aquél, y lo
que sea admirable para el primero será despreciable para el segundo.
4.-La misma variedad que entre las Naciones se nota también
entre los individuos de una misma Nación; y de aquí ha venido sin duda aquel
dicho común de que contra gusto no hay disputa. Pero no obstante, por una
observación hecha sobre los diferentes estados de cultura de las Naciones y de
los individuos de ella, y de sus gustos en estos estados, vendremos en
conocimiento de que el buen gusto es una cosa real y que no depende del
arbitrio de cada uno y de los diversos modos de concebir.
5.-Si algún gusto puede reputarse por buenos es el que domina
en una Nación en su estado floreciente; y si se observase que siempre que las
Naciones llegan a un cierto grado de cultura reina en todas un gusto uniforme,
se debería inferir que el buen gusto es una cosa análoga a aquel estado
determinado y pendiente de él: consiguientemente un ente real y positivo, y no
imaginario y arbitrario.
6.-Fijemos la vista en la Grecia, aquella célebre Nación de
la Antigüedad, la primera que, después de los Egipcios, se haya esmerado en
cultivar las Ciencias y las Artes, y veremos florecer la filosofía, las
Matemáticas, la Medicina, la Elocuencia, la Poesía, la Música, la Arquitectura,
la Escultura y la Pintura, y que llegó a tener en ellas a aquellos grandes
hombres cuyos nombres serán siempre célebres en la historia de las Ciencias y
Artes.
7.-Examinemos ahora el gusto de ellos en las Bellas Letras y
Artes (pues las Ciencias que tienen por objeto la verdad no son de su resorte)
y hallaremos que los Filósofos, los Poetas, los Arquitectos, Escultores y
Pintores confesaban unánimes el buen gusto a las oraciones de Isócrates y
Demóstenes. Que éstos y aquéllos hacían lo mismo con las poesías de Homero y
Píndaro, las tragedias de Eurípides y Sófocles y las comedias de Aristófanes y
Menandro, y en fin que todos ellos daban sus votos a las obras de Calímaco,
Fidias, Lisipo y Apeles. Luego el gusto unánime y conforme de todos estos insignes
hombres era una cosa real y aneja a aquel estado de perfección que tenían estos
diferentes objetos. Y siendo este gusto unánime general así en Filósofos libres
de ajenas impresiones y prejuicios como en los profesores de las Artes
ilustrados en las reglas sacadas de las observaciones hechas en ellas, puede
llamarse con justicia el bueno.
8.-Establecido el buen gusto de la Grecia, pasemos a los
bellos días de Roma, y veremos a todos aquellos grandes hombres fijar el buen
gusto en la Elocuencia de Hortensio y Cicerón, en las poesías de Horacio y
Virgilio, en las tragedias de Ovidio y Séneca, en las comedias de Plauto y
Terencio y en las obras de Publius Varo y Vitrubio, pero sobre todo en las de
los artistas célebres de la Grecia (de que se ha hecho mención) que trasladaban
a Roma a costa de inmensos caudales.
9.-Últimamente miremos a las Naciones modernas en el auge de
su cultura y hallaremos que declaran a una voz por Maestros en la Elocuencia a
los Patrues, los Massillones, y los Granadas, en la Poesía a los Tassos y los
Dantes, los Popes y los Drydens, los Malherbes y los Rousseaux, los Argensolas,
los Garcilasos y los Ercillas, en lo trágico a Corneille, a Racine, a Adisson,
a Metastasio y a nuestros Oliva, Bermúdez y Montiano, en lo cómico a Molière, a
Shakespeare, Goldoni y nuestros Lope de Rueda, Bartolomé de Torres Naharro y
otros, y en la Arquitectura, Escultura y Pintura a Viñola, Miguel Angel,
Philibert del Orine, Alonso Berruguete600, Gaspar Becerra, Le Brun, Poussin,
Ticiano, Rubens, divino Morales, Ribera o el Españoleto y Murillo, sin olvidar
a nuestro paisano Ignacio de Iriarte, tan célebre en pintar países que hizo
decir a Murillo que «Ignacio hacía los países por inspiración divina»601.
10.-Conocido el buen gusto de cada Nación en cada clase de
las Bellas Letras y Artes, pasemos ahora a compararlos, y espezemos por la
Elocuencia. Lo que los Griegos llamaban buen gusto en Demóstenes ¿es diferente
de lo que los Romanos llamaban lo mismo en su Cicerón y las Naciones modernas
en sus oradores? No por cierto, el mismo Cicerón después de tener ya grandes
créditos de elocuente en Roma pasó a Atenas a mamar la leche de Demóstenes en
la escuela de sus sucesores y a la vuelta se jactaba de haber mejorado de gusto
a merced de Melón el Rodiense602; y todas los célebres oradores modernos han
seguido este ejemplo tomando por asunto de un estudio serio las obras de estos
dos Príncipes de la Elocuencia. El elogio mismo que hacemos de un orador que
nos admira es una prueba de esto, pues como no acertamos a juzgar de las cosas
sino por comparaciones, en llegando ese caso decimos como sin libertad «es un
Demóstenes, es un Cicerón».
11.-Esto mismo sucede con todo género de poesía. Virgilio
compuso su celebrado poema de la Eneida tomando por modelo la Riada y la Odisea
de Homero. Los apasionados de Voltaire no hallan otro modo de elogiar su
Henriade que el compararla con los poemas de estos dos famosos poetas antiguos,
y este mismo Voltaire, para ponderar la Araucana de nuestro paisano Ercilla, en
algunos pasajes usa de la misma comparación. De las tragedias de Bermúdez
repite nuestro sabio paisano Don Agustín de Montiano una nota que, dice, vio
manuscrita en la Biblioteca Hispana de Don Nicolás Antonio, puesta por Don Blas
Nasarre, y es ésta «Observa rigurosamente las leyes de la tragedia, e imitando
a los trágicos griegos y latinos, en algunas cosas los supera»603. Y en fin,
los Molières, Goldonis y López de Ruedas (sic) y demás cómicos modernos han
bebido en las fuentes de Aristófanes, Plauto y Terencio y sólo han estimado en
cuanto imitan estos modelos antiguos.
12.-Finalmente, no es menos igual el gusto en la
Arquitectura, la Escuela y la Pintura. Los monumentos que nos han dejado la
Antigüedad sobre estas Artes son la admiración de todos los Profesores y
aficionados modernos. Ni hay que reponer que estas mismas Naciones hayan tenido
alguna vez un gusto diferente en punto de Bellas Artes; pues es indubitable que
mientras han florecido en ellas las Bellas Letras ha sido siempre uniforme. Si
la Grecia que ha dado la ley al buen gusto no conserva en el día semilla alguna
de él es porque se halla sepultada en una clara ignorancia y lastimosa barbarie
y si nuestra España ha dado en algún tiempo, la preferencia al gusto gótico ha
sido por la funesta decadencia que padecieron en ella las Buenas Letras, hasta
que a una con la introducción de éstas ha recobrado el verdadero buen gusto.
Así, pues, si las fábricas de Don Ventura Rodríguez, si las estatuas de Don
Felipe de Castro, si las pinturas de Don Antonio González, Directores españoles
de la célebre Academia Real de San Fernando, embelesan es porque brilla en
ellos el gusto de los antiguos y porque, como dice el célebre Don Ignacio
Luzán, reconocemos en sus obras que...
Aun vive el nombre de Lisipo;
Aún vive Apeles, claro
Amigo del gran hijo de Filipo;
Y viven a pesar del tiempo avaro
Praxíteles y Zeuxis, y el que quiso
todo el Arte apurar en su Jaliso604.
13.-Por esta observación se echa de ver que hay un buen gusto
adherido al estado de cultura de las Naciones. Que en todas las que han llegado
a lograr este estado ha reinado siempre un gusto mismo. Que consiguientemente
no es arbitrario y expuesto al antojo del capricho. Y que, en una palabra, hay
un buen gusto generalmente recibido por tal605. Pero ¿cuál es éste? ¿Hállase en
nosotros mismos o en el objeto que nos causa esta sensación? ¿En qué consiste?
¿Qué señales tiene, y de qué reglas nos hemos de gobernar para conocerle y
distinguirle del mal gusto, o (lo que es más difícil) del corrompido y
adulterado?
14.-Varios hombres grandes han tratado de este asunto; y
fuera temeridad en mí el emprenderle si no mediara el empeño que tengo
contraído con la Sociedad, y la circunstancia de que en nuestro Idioma no es
tan común como en otros. La mayor parte de las ideas que yo presente aquí serán
dimanadas de la lectura de estos autores, y aunque no me ponga precisamente a
extractarlos para ello, confieso con la ingenuidad que me es natural y que debo
gastar con mi ilustre Cuerpo, que si algo tuviere de bueno este escrito se lo
debo todo a ellos hasta lo que sea original y de marte (sic) propio, por el
encadenamiento que tienen en nosotros las ideas adquiridas con las propias.
Hecha esta protesta, empiezo.
15.-Llamamos gusto por metáfora la sensación que causa en el
Alma un objeto, con alusión a uno de los cinco sentidos del Cuerpo a quien
damos este nombre, por que así como por medio de éste nos afectan los
alimentos, ya insípida, ya sápidamente, así también por medio de aquél nos
hacen los objetos una impresión grata o ingrata. Por tanto, puede decirse que
el gusto es el paladar del alma, que sirve para discernir lo bueno de lo malo
(no se habla aquí del bien ni del mal moral), lo hermoso de lo feo, lo fino de
lo bastardo y lo excelente de lo mediano.
16.-No es fácil averiguar si el gusto es una cosa que existe
en nosotros independientemente de la sensación que recibimos de los objetos.
Esto es si tenemos una idea innata de lo bueno y de lo hermoso. Varios ejemplos
pudiera citar que lo dan a entender así; pero me contentaré con uno. En la
Historia natural de Mr. de Buffon se hace mención de un ciego de nacimiento a
quien Mr. Cheselden, famoso cirujano de Londres, batió las cataratas y dio la
vista en la edad de trece años. Entre otras observaciones particulares y
curiosas que hizo este sabio en el joven recién iluminado, cuenta que una de
las cosas que más le admiraron al cobrar la vista fue el notar que aquello que
más le gustaba cuando ciego no era lo más agradable a la vista, y que algunas
mujeres a quienes había querido entonces, no eran tan hermosas como otras606.
17.-Esta reflexión supone en el ciego una idea de lo bueno y
de lo hermoso tan real y existente que aun después de lograr la vista la
conservaba para compararla con la impresión que hacían en él los objetos y
consiguientemente confirma lo que he dicho arriba. Mas que esto sea así, que
penda el gusto de la sensación que causan en nosotros las impresiones que nos
vienen de fuera o que sea una ley compuesta de esta impresión y de la sensación
causada en nosotros, es indiferente para el intento. Lo cierto es que el gusto
es un discernimiento pronto que a imitación del otro que se halla colocado en
la lengua y el paladar siente y abraza con gusto lo bueno y rechaza y aparta lo
malo antes de dar lugar a la reflexión. Que así como el otro se halla también a
veces incierto y vacilante sobre si lo que se le presenta debe gustarle o no. Y
que en fin así como el otro se perfecciona y se forma con el hábito. Todo lo
cual viene muy bien con la definición que le hemos dado del paladar del Alma
que sirve para discernir lo bueno de lo malo, lo hermoso de lo feo, lo fino de
lo bastardo y lo excelente de lo mediano.
18.-Definido así el gusto, sólo me resta decir en qué
consiste y por qué reglas se gobierna. Ambas cosas son tan anejas entre sí que
no puede tratarse de lo uno con abstracción de lo otro, porque no siendo las
reglas sino unas observaciones que se han hecho en los objetos según la especie
de impresión que nos hayan hecho, no puede hablarse de ellas sin que al mismo
tiempo se haga ver en qué consiste el gusto ni tampoco se puede tratar de esto
último sin que al mismo tiempo se descubran estas observaciones o reglas de que
se gobierna, por lo cual se encerrarán con un mismo artículo. Prevengo también
que no es mi intento hablar del gusto en general, sino sólo en la literatura,
valiéndome de lo que mira a las Bellas Artes sólo para algún ejemplo que me
parezca puede contribuir a explicar con más claridad el pensamiento. Quien
quiere ver este asunto tratado con generalidad puede recurrir a la delicada
obra del Ensayo sobre lo bello, del P. André, Jesuita, al Curso de las Bellas
Letras de Mr. L'Abatut y a los Discursos 11 y 12 del tomo 6.º del Teatro
Crítico de nuestro Itmo. el erudito P. Feijoo.
19.-Todos los objetos hacen comúnmente en nosotros una
impresión grata o ingrata (he dicho comúnmente por que algunos nos dejan en la
indiferencia, como se dijo arriba), pero no todos nos afectan igualmente en
cada una de estas dos clases opuestas, pues las subdividimos en otras muchas,
según las diferentes modificaciones con que nos impresionan. A los objetos que
nos causan la impresión grata los distinguimos con varios nombres. A uno
llamamos bueno; a otro hermoso, a éste agradable, a aquél sencillo, al de aquí
delicado, al de allá tierno, al de más allá gracioso, a uno noble, a otro
grande, a éste sublime, a aquél magestuoso, etc... y a los que nos causan la
impresión ingrata con los contrarios a éstos. Esta diferencia nace unas veces
de la relación que tienen estas modificaciones con nuestra conveniencia, como
v.g. cuando una cosa agradable a la vista nos parece útil y que nos puede
atraer algún bien, la llamamos buena, y si no pasa de lo agradable a lo útil la
llamamos hermosa. Una planta que nos alimenta, como el trigo o el maíz, es
buena, y una flor que nos agrada a la vista y al olfato, como la rosa o el
clavel, es hermosa. Lo mismo decimos en las cosas de espíritu que informan al
Alma más inmediatamente. De la obra de Agricultura general, de Alonso de
Herrera, y de la de las Máquinas Hidráulicas, de nuestro insigne patriota don Pedro
Bernardo de Villarreal, decimos que son buenas; y una ficción poética como la
del Sitio de Aranjuez, de don Gómez de Tapia607, o la Ninfa de Manzanares, del
P. Gerónimo de Benavente, Jesuita608, etc... decimos que es hermosa. Otras
veces nace esta impresión de los diversos afectos que mueven en nosotros, como
v.g. cuando un objeto nos encanta por su simplicidad y por lo bien que imita a
la bella Naturaleza le llamamos sencillo, y si nos mueve a la veneración e
infunde ideas de respeto le llamamos magestuoso. Una choza humilde donde
compiten el aseo y la simplicidad nos gusta por lo sencillo y un templo grande
en que reina una Arquitectura noble y seria nos admira por lo magestuoso. Del
mismo modo la simplicidad de los versos siguientes de la segunda Égloga de
Garcilaso nos agrada como la choza:
«No se te acuerda de los dulces juegos
Ya de nuestra niñez que fueron leña
De estos dañosos y encendidos fuegos
Cuando a la encina de esta espesa breña
De sus bellotas dulces despojaba
Que íbamos a comer sobre esa peña?
¿Quién las castañas tiernas derrocaba
Del árbol al subir dificultoso?
¿Quién en su limpia falda las llevaba?»609.
Y el fin de la última estancia de la canción que el célebre
Don Ignacio de Luzán cantó en la Junta pública de la Academia Real de San
Fernando en elogio de las tres Artes y del Señor Rey Don Fernando el 6.º, de
gloriosa memoria, nos despierta ideas de respeto y veneración como el templo.
Hablando este sabio con su canción y exhortándola suspenda su vuelo y ceda la empresa
al Dios de Delo concluye diciendo:
«Tú, con respeto humilde te avecina
A su Real Trono, y pues para elogiarle
Tu amor, ni voces, ni conceptos halla,
Póstrate a tu Señor, ámale y calla».
20.-Lo mismo pudiéramos decir de las demás modificaciones,
mas para venir en algún conocimiento de la razón porque estas impresiones nos
afectan de este modo, es menester estudiar en nuestra alma y examinar sus
acciones, sus pasiones y sus gustos, no sólo aquellos que recibe por medio de
los sentidos, mas también los que aun independientemente de éstos sintiera lo
mismo. Tales son los que causan la curiosidad, el abrazar muchas cosas con una
idea general, la maravilla, el buen orden, la variedad, la propiedad y la
imitación de la bella Naturaleza.
1.-La curiosidad
21.-La curiosidad es una consecuencia precisa del pensar,
porque el encadenamiento que tienen entre sí muestras ideas no nos permite
fijarnos en una sin saltar a la que se sigue, por lo cual no podemos gustar de
ver una cosa sin desear el ver otra, de suerte que sin este deseo no tuviéramos
aquel gusto. Así quedamos muy mortificados cuando vemos una estatua con la
falta de un brazo, una pintura rota o borrada en parte, un libro comido de
ratones o falto de hojas y otra cualquiera obra incompleta porque se halla
cortada la sucesión de nuestras ideas y ataja la curiosidad, y esta
mortificación es proporcionada al gusto que nos dio la parte que vimos.
2.-El abrazar muchas cosas con una idea general
22.-Nuestra Alma se halla en continua agitación y gusta tanto
de la novedad. El medio más seguro de darla gusto es presentarla siempre cosas
nuevas y hacerla ver muchas a un tiempo. Una de las máquinas que nos dan más
gusto en la Física es la Cámara oscura que, reduciendo a punto menor un
espacioso país con sus montes, valles, bosques, prados, ríos, casas, etc... nos
hace gozar todo a un tiempo, cuando en su magnitud natural no lo podemos sino
por partes por no ser capaz nuestra retina de abrazarlas todas de una vez. Por
lo mismo llamamos también pensamiento grande aquel que nos descubre de un golpe
variedad de especies que para saberlas sucesivamente hubiéramos necesitado de
una larga lectura. La introducción a la vida de Marco Bruto de nuestro Quevedo
gusta y debe gustar por esta razón.
«Mujeres, dice, dieron Reyes a Roma y los quitaron. Diólos
Silvia, Virgen deshonesta. Quitólos Lucrecia, mujer casada y casta. El primero
fue Rómulo, el postrero Tarquino. A este sexo ha debido siempre el Mando la
pérdida y la restauración, las quejas y el agradecimiento»610.
En este breve rasgo junta este ingenio como en un punto de
vista aquellos pasajes de la historia romana y aun de la universal en que ha
tenido parte el bello sexo, y se hallan sembrados en una larga serie de años.
3.-La maravilla
23.-Del deleite que siente el Alma al ver muchas cosas a un
tiempo procede la maravilla, otra modificación de la impresión grata, pues no
siendo ella otra cosa que aquella satisfacción que siente el alma cuando al
pasar de un objeto al otro encuentra con lo que no se prometía, siempre que vea
reducidas a un breve término las ideas que ha adquirido en diversas partes, no
puede menos de percibir esta sensación que llamamos maravilla. Y así la cámara
oscura que nos hace gozar a un tiempo de la variedad de objetos, que no estamos
acostumbrados a ver sino con separación, y el pasaje de Quevedo que nos
representa en un punto las mujeres célebres en la historia nos causa justamente
esta sensación. Lo mismo nos sucede con cualquier idea que nos dé golpe y cause
una sorpresa agradable. Tal es aquella exclamación que hace nuestro paisano,
famoso poeta, Don Alonso de Encilla611 en la pintura que hace en su Araucana de
la tormenta que padecieron los Navíos del Perú en su navegación a Chile, entre
el río de Maule y el puerto de la Concepción, imitando a Virgilio en su Eneida.
Dice así:
«Por otra parte el Cielo riguroso
Del todo parecía venir al suelo,
Y el levantado mar tempestuoso
Con soberbia hinchazón subir al Cielo
¿Qué es esto, Eterno Padre Poderoso?
¿Tanto importa anegar un Navichuelo612
Que el mar, el viento, y el Cielo de tal modo
Pongan su fuerza extrema y poder todo?»613.
24.-Este encuentro inopinado de sucesos nos hace también
apetecibles los juegos de fortuna, las piezas de teatro, las novelas, y otras
obras de literatura, que nos sorprenden ya por la singularidad de los lances,
ya por la impensada solución del enredo, y en fin porque aprovechándose de la
propensión que arrastra al alma hacia la novedad saben introducirlas a tiempo
los autores, no sólo en las especies mismas que escriben, mas también en el
modo de escribirlas. Pero no basta para que se verifique este duplicado placer
el juntar muchas cosas en una a un tiempo y el introducir novedades que
sorprendan, si a estas circunstancias no acompaña el buen orden.
4.-El buen orden
25.-La conexión que, como hemos dicho, tienen entre sí
nuestras ideas hace que de la idea actual y de la que la precedió presienta
nuestra alma la que sigue y percibe una satisfacción grande en adivinarla y en
haberla acertado. Vemos, por ejemplo, un árbol a cierta distancia de modo que
parte de sus ramas se nos ocultan por una pared u otro obstáculo. Como tenemos
ya un conocimiento de las partes del árbol y de su figura, por lo que está a la
vista sacamos lo que dejamos de ver, y si al acercarnos más, y verle por entero
le encontramos cual nos lo habíamos figurado, sentimos una complacencia grande.
Pero si, en vez de suceder así, halláramos que aquellas ramas que se nos
ocultaban no eran ramas, sino cabezas y brazos de animales y otras cosas
extravagantes y heterogéneas del árbol, nos chocaría infinito y quedaríamos
disgustados y fríos. Esto mismo se observa en las obras de espíritu y de
literatura. Si el autor sigue el orden regular de las ideas, el alma se
complace en esta confrontación y en anticiparse a ellas y adivinarlas. Mas si
al contrario, por afectación y extravagancia se desvía del buen orden, el alma
se enfada y cae en una especie de languidez. Un predicador hábil y juicioso apenas
propone el asunto nos da a entender las pruebas que ha de dar, y las
autoridades sagradas con que lo ha de confirmar, y al explayar su discurso cada
reflexión, cada autoridad es una satisfacción para nosotros y un motivo de
aplauso para él. Pero si es un predicador Gerundio que para probar el mismo
asunto siembra su sermón de reflexiones impertinentes, de símiles indecentes, y
de una erudición pedante y profana, nos fastidia, nos cansa, nos desespera.
26.-No por eso quiero decir que los autores se han de
conformar con las ideas más comunes y sujetarse a darlo, como dicen, mascado.
Antes bien, el alma misma quiere siempre encontrar algo que vencer. Su amor
propio interesa en que tenga que gloriarse de algún triunfo. Pero por lo mismo
la mortifica sumamente la humillación en que queda al no poder penetrar el
verdadero sentido de las cosas. El paladar del cuerpo no gusta de aquellos
manjares demasiadamente picados, que por consiguiente han perdido mucho de su
sustancia, pero tampoco de los que están tan tiesos que no pueda desmenuzarlos
en la boca. Gusta sí de aquellos que haciendo una moderada resistencia dan
lugar a que se perciban todas sus sales y todo su sabor. Y vel ahí (sic) lo que
sucede en el paladar del alma. No deja de tener dificultad la inteligencia del
pasaje que citamos arriba de la vida de Marco Bruto por Quevedo, y sin embargo
como en él sigue las leyes del buen orden nos gusta. Pero este mismo Quevedo en
la misma vida de Marco Bruto no nos gusta ya cuando dice:
«Tenía Bruto Estatua, mas la Estatua no era Bruto, hasta que
fue simulacro duplicado de Marco y de Junio».
porque corta el orden de las ideas con aquel retruecanillo de
Bruto y la Estatua, y la Estatua y Bruto y nos deja, cuando no a oscuras, a lo
menos en bastante confusión.
5.-La variedad
27.-Amas del buen orden pide también el gusto variedad. No
basta que al alma se presenten objetos diversos, es menester que sean varios,
pues nunca logrará completa satisfacción con mudar de ellos si son muy
parecidos entre sí. En un número mayor de objetos puede haber menos variedad
que en un pequeño. Un hombre, una mujer, un niño, un viejo, etc... son en rigor
cuatro objetos distintos, mas sin embargo hay menos variedad entre ellos que
entre un árbol y un pájaro, y consiguientemente recibirá más gusto el alma al
pasar del primero de estos dos últimos al segundo que al ver sucesivamente los
otros cuatro. Una espaciosa llanura nos cansa a poco que la miremos si es toda
uniforme, como un prado inmenso, una viña continuada o un sembradío de un mismo
fruto. En vez que esta misma llanura repartida en bellos viñedos, en trigales
lozanos, en amenas huertas, en floridos jardines y en frondosas arboledas nos
deleitan cada día más por su bien ordenada variedad.
28.-Lo mismo se experimenta en las obras de Literatura. Un
escrito largo y dilatado, por mucho mérito que en sí tenga, es difícil deje de
pecar en molesto
Que no hay tan dulce estilo y delicado
Ni pluma tan cortada y sonorosa
Que en un largo discurso no se estrague
Ni gusto que un manjar no lo empalague614.
Un discurso que guarda constantemente orden igual de
períodos, un poema donde el número y la cadencia son siempre los mismos, toda
obra, en fin, que gasta uniformidad en la variedad misma, como las que afectan
de usar continuos contrastes o antítesis, retruécanos y equívocos, nos
fastidia, cuando al contrario las oraciones de Cicerón, las poesías de Horacio,
de Virginio, etc... nos embelesan más cuanto más las leemos.
29.-El origen de esta complacencia es la curiosidad de que
hablamos ya, por tanto para que nos la cause la variedad debe ser perceptible,
porque de lo contrario parará en una confusión más enfadosa que la uniformidad
misma. La arquitectura gótica es un tejido de variedades, pero tan menudas, tan
sin orden y tan acumuladas que no se perciben, y así su confusión atrae al alma
una fatiga tal y sólo puede gustar a aquéllos que se contentan con compararla a
una filigrana. Al contrario, la arquitectura griega con menos apariencias de variedad
presenta al alma en sus bien proporcionadas divisiones cuantas variedades puede
gozar cómodamente a un tiempo teniéndola gustosamente ocupada. La vida de Santa
Teresa del Padre Butrón es un poema cuajado de ideas sublimes, de locuciones
elevadas y de una inmensa erudición mitológica, pero es perceptible a pocos: es
una obra gótica. La Araucana de nuestro paisano Ercilla (aunque tenga algunas
desigualdades) es un poema lleno de grandes pensamientos, de expresiones
bellísimas y de pinturas admirables, pero es perceptible a todos: es la
arquitectura griega.
30.-La variedad debe, pues, ser perceptible para que nos
guste. Pero además de esto se ha de usar de ella con medida y economía. Estando
el paladar grandemente afectado por una impresión, no nos sabe bien la
impresión contraria, aunque en un estado indiferente gustáramos de ella. Así,
después de un dulce delicado no hay vino que nos parezca bueno por sabroso que
nos fuese en otras circunstancias, como ni tampoco después de un picante fuerte
nos sabe bien el dulce, aun a los más golosos de él. Al contrario el agridulce,
como una fruta que no sea muy agria, nos causa más gusto después del dulce, que
si el paladar no estuviese impresionado por él.
31.-Del mismo modo cuando el alma se halla entregada a un dolor
grande, si se la presenta un objeto alegre en extremo, lejos de aliviarla se la
hiere y se la agrava el dolor; y el modo de mitigarle es proponerla un objeto
indiferente que pueda distraerla algo de su tristeza y traerlo poco a poco a
ponerla en aquel temple que se desea. Si en una tragedia que ha llegado ya a
movernos a la compasión o al horror hacia su héroe, cuando nos hallamos en la
mayor expectación del suceso, salta un truán con una bufonada, en vez de
excitarnos a la risa nos provoca a indignación. Si un orador sagrado siembra la
seriedad de su discurso de equívocos pueriles y conceptos bajos, lejos de
caernos en gracia nos da en rostro. Si un historiador, en fin, u otro escritor
serio interrumpe la gravedad de su estilo con agudezas, dichos comunes y
refranes, en lugar de agradar nos fastidia. Es verdad que no a todos sucederá
así porque son muchos los que a fuerza de leer libros escritos con este
perverso gusto se han connaturalizado ya con él. Pero no por eso deja de ser
enteramente opuesto a la razón natural y al buen gusto. Por más que los
apasionados a los pimientos verdes nos ponderen su gusto, nunca nos persuadirán
a que sean un manjar delicado. Si se aplican al olfato o a la punta de la
lengua se echará de ver que para que hayan llegado a gustarles es preciso o que
la organización de su paladar sea particular y extraordinaria, o que a puro
atormentarle con la repetición de actos se ha trastornado enteramente. Y un
sentido corrompido y adulterado no puede juzgar con rectitud las cosas que son
de su jurisdicción. Lo mismo, pues, debemos decir del paladar del alma. Si el
abuso de los equívocos, los conceptos y la nimia agudeza tiene sus apasionados
es o porque este paladar es en ellos de una constitución particular o porque le
han pervertido con la costumbre de leer en autores poseídos de este mal gusto.
32.-No se infiera de lo dicho que se quiere desterrar del
todo el uso de los equívocos, conceptos y agudezas. Ellos denotan ingenio y
éste siempre se hace lugar como se use bien de él. Condénase sólo el abuso,
pues como diremos luego, hacen su figura en todo lo perteneciente al estilo
jocoso, como se use de ellos con la moderación que encarga Cicerón615.
6. La propiedad
33.-Las cosas pueden ser en sí muy buenas y degenerar en
malas por ciertas circunstancias y combinaciones. Una friolera es capaz de
producir a veces esta transformación. Y así toda la dificultad está en
coordinarlas y colocarlas en los debidos sitios. Esto llamamos propiedad, que
es una de las modificaciones de la impresión grata más agradable al alma y más
esenciales para el buen gusto. La estatua más primorosa de un Rey a quien en
vez de la púrpura real que debe siempre acompañar al cetro y la corona, se le
aplicase una zamarra de pastor, decaería de toda su estimación, perdería todo
su mérito. Aquella majestad de su rostro, aquella admirable proporción de sus
miembros, aquel alma que infundió el artífice en el leño o la piedra quedarían
sepultadas bajo las rústicas pieles y vendría a padecer una metamorfosis
monstruosa y ridícula. El más bello retrato de un pastor que exprese igualmente
su simplicidad y candor, si en lugar de figurarle en una choza o en un prado
donde apacienta su ganado, se le representa en un gabinete ricamente colgado o
en un campo de batalla mandando ejércitos, será un espectáculo despreciable
capaz de desacreditar el más delicado pincel. Con igual razón deben disonar un
poema heroico lleno de pensamientos comunes, expresiones bajas y agudezas
pueriles, y una égloga de estilo pomposo, de máximas heroicas y de conceptos
elevados. Pues esto es, como dice un autor célebre, tocar la zampoña en aquél,
resonar el clarín en ésta616, o como decimos vulgarmente, trocar los frenos.
34.-La primera regla de la propiedad es, pues, el que todas
las partes del todo han de ser correspondientes a él, y éste todo ha de ser
proporcionado al fin que tiene. Un palacio ostentoso con una portada irregular,
puertas y ventanas pequeñas y sin sujeción a orden alguna de arquitectura es
tan repugnante a la vista y a la razón como una granja o caserío con un
frontispicio magnífico de orden dórico, puertas, ventanas y otros
compartimientos grandes y soberbios. En aquél debe sobresalir lo ostentoso
porque su primitivo fin es manifestar la grandeza del que la habita. En el
segundo debe preferirse lo sencillo y lo cómodo porque su objeto es la economía
y la conveniencia.
Del mismo modo, siendo el fin de un elogio, de una oración
panegírica, de un poema épico y de una tragedia el cantar hechos grandes y
proponernos modelos heroicos, todo debe ser en ellos nobles y sublime:
pensamientos, expresión, estilo. Siendo el objeto de una descripción
geográfica, de una relación histórica y de una égloga darnos a conocer un país,
las costumbres de una Nación y pintarnos la vida pastoril, todo debe ser
claridad, exactitud y simplicidad: pensamientos, expresión, estilo. Siendo el
blanco del estilo jocoso, de la sátira y de la comedia ridiculizar los defectos
humanos, ha de reinar en ellas el chiste, lo ridículo y la burla; todo debe ser
conducente a este fin: pensamientos, expresión, estilo. ¿Qué diremos, pues, de
aquéllos que trastornando estos principios tratan asuntos heroicos con lenguaje
común y bajo, reservando para los humildes el estilo hinchado y sublime? ¿A
quién no choca un Ulises hablando culto, fiando sus secretos a un truán y
celebrando sus bufonadas, un Dametas escudriñando los arcanos más profundos de
la Física y resolviendo los problemas más intrincados de la Geometría, un
Arlequín tratando de los puntos más delicados de política, vertiendo las máximas
más dignas de un héroe y derramando preciosidades? El gran Príncipe del buen
gusto, Horacio, expresó admirablemente esta irregularidad en el monstruo
ridículo que pinta al principio de su Arte Poética, pero ¡cuán pocos Amigos
hallara en el día que se rieran a su vista!, porque, acostumbrados a ver
semejantes monstruos, se han familiarizado ya con ellos.
35.-De esta regla general de la propiedad ha dimanado la
división del estilo en sublime, medio e ínfimo. Y no sólo se peca contra ella
con la mezcla y confusión de estos tres estilos, mas también por otros muchos
capítulos en que se falta en cada uno de ellos.
36.-Unos ponen toda la esencia del estilo sublime en henchir
sus escritos de frases ampulosas y palabras sexquipedales 617, como, v.g. ésta
del P. Soto Marne que hablando de los motivos que le obligan a escribir contra
el P. Feijoo, dice lo hace «disipando a fogosas radiaciones de la verdad las
densas nubes que, compactadas a vaporosas preocupaciones del engaño, vaguean
sostenidas del más injustificable empeño»618. Otros le hacen consistir en
formar un batiborrillo de clausulones, figuras, fábulas y voces latinizadas y
campanudas, lo que se puede notar en infinitas dedicatorias, como en la del
Rasgo Epico del Dr. Don Joaquín Cases a los Excmos. Marqueses de Villena, donde
entre otras se lee esta cláusula: «Siendo a pesar de la envidia idéptico el
renombre de Elocuentes, Sabios, Peritos y Doctos a los Exmos. Señores de
Villena, resplandeciendo sus Ascendientes, no solamente Sol, Astros, Luz,
Estrellas en la enseñanza de los que en la Pineal del Emporio tienen de su
inmortalidad y viveza el Centro, Custodia, Alcázar y Concha peregrina; pero y
de los que en su superior Jerarquía donde su creación primera dominando celeste
mansión, a estímulos de la rebeldía son del Averno Custodia, pavor, espanto,
caos, tinieblas, terror, tormento y centinela»619, y poco más adelante añade
«no pudiendo equilibrar de mi voluntad el afecto en el bilance de la expresión
de esta equiponderante Estatera remito para prueba a la realidad de la
Historia».
Esta impropiedad no es particular en el estilo sublime. La
misma se observa también en los otros dos, y no hay cosa más común que el
hallar mucho de esto entre los Historiadores y escritores de comedias que
abundan singularmente en metáforas violentas y comparaciones ridículas.
Un retazo de la segunda parte de la conquista de México basta
para lo primero. Trátase del viaje de Hernán Cortés a las provincias de
Higueras y Honduras a la busca de la Armada, y dice así: «Apenas el lóbrego
manto de la noche se retiró corrido del cándido crepúsculo del amanecer, cuando
se puso en marcha el ejercito hacia la población de Ayagualco en cuyo comedío
un caudaloso río detuvo la tropa hasta que el día dejó sus jurisdicciones a las
sombras»620.
Para lo segundo sobran relaciones en nuestra comedias, donde
siempre que se trate de pintar una hermosura no deja el autor en la naturaleza
cuerpo que no saque a plaza. «Con el sol (dice Zabaleta) hace el cabello, con
la nieve la frente, con el ébano las cejas, con las estrellas los ojos, con las
rosas las mejillas, con plata encañutada las narices, con dos nácares las
orejas, con perlas los dientes, con rubíes los labios y con alabastro la
garganta, materiales tan precisos para esta obra que los poetas buenos y malos
usan de ellos de la manera que usan de unos colores mismos los buenos y malos
pintores»621. Nada hace palpar mejor esta extravagancia que el medio que
propone el mismo Zabaleta: «Llame (dice hablando con uno de esta especie de
autores) a un pintor, haga que lo copie con un pincel lo que él ha escrito con
la pluma, y verá lo que ha escrito. Lo primero, pondrá el pintor en la lámina
en lugar de cabellos unos rayos de sol en forma de diadema, luego pondrá en
figura de frente una poca niebla atropada, donde habían de estar las cejas
pondrá dos astillas de ébano curvas, debajo de ellas pondrá dos estrellas en
lugar de ojos, más abajo en el sitio de las mejillas pondrá dos rosas, entre
las dos rosas pondrá una fístula de plata con dos caños por narices, donde
suelen estar las orejas fingirá dos conchas de nácar, en el sitio de la boca
pondrá un rubí grande hendido, dentro del rubí, de manera que se divisen,
menudas y blancas perlas por dientes y finalmente pintará debajo de todo esto
un pedazo de columna de alabastro que sirva de garganta. Mírelo con atención el
poeta estando acabado y si tan fiero mascarón hubiere visto en su vida diga que
yo escribo este discurso durmiendo. Mírelo y verá después de haberse hecho el
cerebro añicos qué buen servicio le he hecho a su dama»622.
Si Quevedo hubiera sido tan feliz como Cervantes, nos
viéramos ya libres de esta algarabia de escritores, pero por nuestra desgracia
la Culta latiniparla que los ridiculiza con tanto chiste no ha llegado a
escarmentarlos, como el Don Quijote a los fanáticos de la Caballería andante.
38.-Otro capítulo en que se peca bastante contra la propiedad
de estilo es el uso de la transposición y la violenta colocación de las voces.
Ya dijimos hablando del buen orden cuánto choca al alma el que se trastorne el
orden que ella guarda en las ideas y si esto la sucede en el complejo de ellas
o en las ideas compuestas, ¿con cuánta más razón la sucederá en las ideas
simples, o en el desorden de las partes (si se puede decir así) de una idea
sola? Una oración simple con sus partes trastornadas es como si viéramos una
pieza de arquitectura con todos sus miembros dislocados y tuviese v.g. un
arquitrabe que en vez de ser sostenido por columnas sirviese de asiento a
ellas, y que sus capiteles estuviesen interrumpidos por un zócalo sólido,
rematando la obra con las bases de las columnas.
39.-Pécase también contra la propiedad en la elección de las
voces. La falta de la perfecta inteligencia del idioma en que se escribe hace
que se miren como sinónimas muchas que no lo son y se haga uso de ellas
indiferentemente, siendo así que mirando con rigor son muy raros los sinónimos,
especialmente en las lenguas vivas. Si un celoso y sabio Español versado en el
habla castellano tomase el trabajo de escribir una obra como la que ha
publicado en Francia el Abate Girard haría un beneficio grande a la literatura
española, porque nos enseñaría el valor genuino de las voces y nos descubriría
las diferencias de sentidos que se esconden bajo las apariencias de una
semejanza grande. Pocos serán, por ejemplo, los que no tengan por sinónimas
estas voces, cuidado, exactitud y vigilancia. Sin embargo, la delicadeza de
este Francés hace palpar su diversa significación. «El cuidado (dice) hace que
no se nos escape nada. La exactitud nos estorba el omitir la menor cosa. La
vigilancia nos obliga a que no nos descuidemos en nada.
»Se necesita presencia de espíritu para ser cuidadoso,
memoria para ser exacto y acción para ser vigilante.
»Entre los Romanos un mismo hombre era Monarca cuidadoso,
Embajador exacto y Capitán vigilante.
»Un Ministro hábil y prudente debe tener cuidado en no
admitir proyecto que no sea ventajoso, exactitud en prevenir todos los
inconvenientes y vigilancia en procurar su buen éxito.
»Hemos de poner cuidado en oír lo que nos dicen, exactitud en
cumplir lo que prometemos y vigilancia en desempeñar los encargos que nos
fían»623. Hasta aquí el Abate Girard.
40.-Nosotros mismos estamos experimentando esta diferencia
cada día en la conversación. Es muy común el ver que, hallándose uno en un
corro relatando alguna cosa o haciendo una pintura con viveza, le interrumpa
uno de los circunstantes con una palabra o una frase que expresa mejor el
pensamiento que la que acababa de proferir el otro, y que éste, lejos de
ofenderse halla tan cabal aquella enmienda en su idea que suele prorrumpir sin
libertad diciendo «justamente eso es lo que yo quería decir» u otra expresión
de éstas que denota la satisfacción que le da la mayor propiedad de aquella voz
para significar lo que él quiso decir. Pocos habrá que en un discurso largo, y
aun en un escrito, no usen de ciertas voces que ellos mismos conocen no tienen
aquel valor que ellos quisieran dar, y que hay otras más propias, pero no
pueden dar con ellas, aunque, dicen, las tienen en la punta de la lengua. Esto
nace de la falta de ejercicio en el idioma propio y del poco estudio que se
hace de él. A lo primero contribuye el excesivo uso que se hace de las hablas
extranjeras, singularmente de la francesa y la italiana, y a lo segundo lo
raros que se han hecho ya los buenos autores nacionales y el fastidio y
desprecio con que se miran los libros de pergamino.
41.-De estas dos causas que acabamos de indicar otra falta
grande contra la propiedad y es el intolerable abuso de introducir sin
necesidad voces extranjeras en el idioma nacional. Es cierto que ésta,
habiéndose formado de las ruinas (digámoslo así) de las lenguas muertas, es
preciso tenga mucho de ellas, como v.g. el habla española de la latina que
sabemos es su madre, pero también lo es que la afectada erudición y el
pedantismo han añadido muchísimo superfluo y la han adulterado lastimosamente.
«Los primeros padres de la lengua (dice el erudito y modesto editor último de
Garcilaso624 aunque la formaron y pulieron con las gracias de la latina, como
habían hecho poco antes los Italianos, no se sujetaron tanto a ésta que en todo
mostrasen las señales de su servidumbre. Sus sucesores, al contrario, por
ostentar su saber ponían en todo la marca de la Latinidad. Los primeros, por
ejemplo, decían afeto, escuro, contino, repunar, espírtu, coluna, perfeto,
ecelente, y los segundos afecto, obscuro, columna, excelente, etc... sin más
fin, a mi entender, que el de manifestar sabían el origen de estas voces
sacrificando la suavidad a su presunción. El mismo fin tuvieron en despreciar
otros vocablos muy propios como el empero, entorno, aína, sendos, magüer, asaz,
largueza, consumo, porende y otros que sobre ser mil veces más significativos y
elegantes que los que sustituyeron, daban cierta magestad y pulidez a la
conversación».
42.-Sin embargo parece que a éstos se les puede disimular
algo porque al fin sólo pecan por el exceso de subordinación que imponen a
nuestro idioma para con su madre la lengua latina; pero ¿dónde habrá paciencia
para tolerar los pegotes que la ponen diariamente de los retazos que pillan del
francés y del italiano? Pudiera formarse un vocabulario bien abultado con las
voces de estas dos hablas con que han convertido a la nuestra en vestido de
Arlequín y sólo el catálogo de las que necesita un petimetre para el gasto
diario es capaz de llenar muchos pliegos de papel. El certo, el facenda, el
bravo, el ambigu, el ennuyant y el canfaçon circulan en su boca muchas veces al
cabo de las veinticuatro horas. No haya miedo que ninguno de éstos llame a una
silla volante sino cabriolé, ni al postre de un banquete sino désert (sic) y no
sería la primera vez que, pintando un petimetre un convite suntuoso, dijese «el
entremés ha estado bien entendido» y «el desierto (españolizando el désert)
bien guarnido (por no decir guarnecido) de flores de Italia y de confituras de
Mantes». Es verdad que esto no admiran tanto después que hemos leído en una de
nuestras Gacetas que la Emperatriz tuvo circulo (tomando del cercle de los
Franceses) en su cuarto, par a decir que tuvo conversación pública o tertulia.
Lejos de que por este medio enriquezcan la lengua, la
empobrecen de dos modos. Por un lado hacen abandonar las voces castizas
españolas por las que ellos introducen, y por otro han desterrado de nuestra
lengua varias voces que usaban nuestros más clásicos autores y de que se sirven
también los extranjeros: tales son el verbo defender por prohibir, el
reprochar, etc... que nadie se atreve a producir en el día, por no confundirse
con estos corruptores y cometer un galicismo, aunque no sea más que en
apariencia.
43.-Pécase también contra la propiedad por falta de verdad o
de verosimilitud. La verdad es una copia fiel de nuestras ideas reales:
consiguientemente es una cosa que conocemos es y debe ser así, y de aquí la
complacencia grande que experimenta el alma al encontrar con una de ellas. Así,
por ejemplo, cuando leemos o oímos decir que «Dios es infinitamente bueno,
justo y sabio» se nos presenta una copia fiel de la idea que tenemos de Dios, y
esta uniformidad de copia y original nos causa una satisfacción singular. La
verdad es indispensablemente necesaria en las Ciencias y en la Historia porque
tiene por objeto la certidumbre, aquéllas demostrándola y ésta suponiéndola. La
Geometría al decirnos que «en cualquier triángulo el lado mayor se opone al
mayor ángulo» nos lo demuestra. Y la Historia al referirnos que Augusto vino en
persona a hacer la guerra a los Cántabros nos supone que fue así sin darnos más
prueba (como ni puede dar tampoco) que la autoridad de los Historiadores.
44.-Hay otras verdades que no son reales y existentes sino
posible. Esta especie de verdad se llama verosimilitud, que, como el mismo
nombre lo da a entender, son semejantes a la verdad y que sólo se distinguen de
ésta en que son inventadas y forjadas, y tienen lugar en la poesía, las novelas
y otras piezas de literatura que se destinan a recrear y deleitar el ánimo, y
cuyo fin principal no es presentarnos la realidad e instruirnos de la verdad.
45.-Estas dos verdades pueden compararse a la arquitectura y
a la perspectiva; la primera, al ofrecernos un trozo bien ordenado, cuya
proporción de partes reales y existentes percibe el alma a la primera vista, la
hace sentir un gusto particular, y la segunda, imitando con la mezcla de los
colores y las sombras el mismo trozo con las mismas partes y proporciones
igualmente perceptibles, causa en el alma una sensación sumamente grata. La
proporción es, digámoslo así, la verdad de la arquitectura, porque si vemos,
v.g. unas columnas demasiadamente débiles para sostener un frontón corpulento y
sólido se nos presenta un ejemplo contrario al conocimiento que tenemos de que
aquellas columnas no pueden naturalmente mantener tanto peso, y hallamos en él
una copia poco fiel de las ideas que tenemos en este punto. Así, pues, como es
precisa esta verdad (ya sea en realidad o ya en imitación) en la arquitectura,
así es también indispensable la verdad o la verosimilitud en la literatura,
porque, como dice nuestro célebre Don Ignacio de Luzán en su Poética, «lo falso
conocido por tal no puede jamás agradar al entendimiento, ni parecerle
hermoso»625.
46.-Fáltase también a la propiedad en materia de literatura
en que las obras no corresponden a sus Autores y a sus títulos. La sátira, la comedia
y las novelas amorosas son asuntos tan ajenos, tan indignos y tan chocantes en
la pluma de un anacoreta entregado a la contemplación de las verdades eternas y
en la de un misionero predicador de desengaños como una cuestión de teología y
un punto delicado de nuestra Santa Fe en la de un petimetre almidonado. Y si
esto último tan común, por nuestra desgracia, en estos tiempos ha inficionado
al mundo como la más contagiosa peste tan en desdoro de la buena y sana
literatura, lo primero es capaz de llenar de escándalo a las personas de un
juicio maduro y delicado.
47.-En cuanto a títulos basta consultar con los muchos que,
alucinados con la noticia que vieron en la Gaceta u otro aviso público, y al
leerle se vieron burlados como aquellos incautos jóvenes que, tropezando en un
paseo de Cádiz con una tapada de bello cuerpo, porte magestuoso y mucha
chulada, se afanan en seguirla y al lograr que aparte el manto se encuentran
con una negra, o con un rostro nada correspondiente a las demás prendas y muy
diverso de lo que ellos se habían figurado. Pocos habrá que no hayan
experimentado algo de esto: y un chasco de éstos enseña más que las lecciones
más sabia de Cicerón y Quintiliano.
48.-Pécase finalmente contra la propiedad con faltar a la
unidad, que es como el alma de ella, pues sin la unidad nunca puede existir. No
basta que una obra esté escrita con elegancia y llena de erudición, y
pensamientos grandes, si el autor no tiene siempre presente el objeto que se
propuso en ella y no dirige a él todas sus diversas partes uniéndolas y
juntándolas como en un punto de vista. Si un poeta se contenta con componer
armoniosos versos olvidando el argumento de su poema y llenándolo de imágenes y
pinturas impertinentes. Si un orador se satisface con formar bellos períodos descuidando
el tema de su discurso, divirtiéndose en episodios y digresiones sin tiento, si
un autor dramático no cuida sino de disponer escenas interesantes, apartándose
de la acción principal de su drama y multiplicando acciones, no harán más que
coser (como dice Horacio) retazos de telas diversas626 que cuanto más ricas
fuesen tanto más ridículo sería el vestido que se hiciese de ellas.
7.-La imitación de la bella Naturaleza
49.-Finalmente la regla de las reglas y la regla madre del
buen gusto es la imitación de la bella Naturaleza. Acostumbrada el alma a
contemplar a la Naturaleza y a deleitarse con sus perfecciones, la sirve ésta
de norma y medida para sus gustos. Así nada la puede complacer que no sea
conforme a ella y al contrario la satisface extraordinariamente todo lo que sea
imitarla y mucho más el superarla. Explícome. La Naturaleza ofrece
indiferentemente mezcladas las cosas gustosas con las disciplentes: produce la
bella rosa rodeada de espinas punzantes, el aromático tomillo junto a la
abrasadora ortiga, afea la hermosura incomparable del pavo con unas patas
horribles y un graznido desabrido y coloca un delicioso canto en un órgano tan
débil y despreciable como el ruiseñor. Por otra parte, rara vez descubre del
todo sus preciosidades si no es auxiliada del arte, y como dice un Amigo del
País627, «en casi todas las cosas aquella gran madre indica para que el arte
perfeccione». Sepulta la plata, el oro y demás metales ricos en el centro de la
Tierra confundidos con el polvo y las piedras, y hunde la preciosa perla en el
insondable abismo de estos mares, hasta que el minero o el buzo van a
arrancarlos de su oscura prisión.
50.-Por esta razón se dice que la imitación ha de ser de la
Bella Naturaleza y no de la Naturaleza solamente, y por esta razón gusta
también el que (como dijimos arriba) la imitación supere a la Naturaleza. Sin
embargo ésta no permite el que se la violente de ningún modo. Gusta sí de que
se la retoque y se la perfeccione, pero siente el que a fuerza de quererla
retocar y perfeccionar se la desfigure.
51.-En efecto, éste es un escollo en que suelen naufragar los
mayores ingenios. Empeñados en dar un realce grande a la Naturaleza, pintan en
colores tan fuertes y se dejan arrebatar tanto por la violencia del entusiasmo
que sus rasgos nos deslumbran y apenas percibimos lo que dicen por la elevación
de donde nos hablan. De aquí se sigue queda el alma fatigada con la fuerza que
hace para seguir el remontado vuelo del autor. Sirva de ejemplo esta estancia
de Pérez de Montalbán:
Yace a la vista ya de Barcelona
Monserrate, gigante organizado
De riscos cuya tosca pesadumbre
Con los primeros cielos se eslabona,
Porque tan alto está, tan levantado
Que desde los extremos de su cubre
Por tema o por costumbre,
A la ciudad del frío
Pareció que el rocío
Antes quiere chupar que caiga al suelo
Y después escalando el cuarto cielo
Porque el primer lugar halló muy frío
Empina la garganta macilenta
Y a la región del fuego se calienta628.
52.-Al contrario se complace y recrea el alma en las
imitaciones hechas con economía y sin semejantes excesos. Tal es, v.g., la de
la copla diez y ocho de Mingo Rebulgo que, pintando metafóricamente los
desastres de esta vida dice:
Allá por esas quebradas
Verás balando corderos,
Por acá muertos carneros,
Ovejas abarrancadas.
Los panes todos comidos
Y los vedados pacidos,
Y aun las huertas de la Villa
Tal estrago en Esperilla
Nunca vieron los nacidos629.
Tal es también aquella pintura que se hace de un incendio en
la Gatomaquia:
Así suelen correr por varias partes
En casa que se quema los vecinos,
Confusos, sin saber a dónde acudan
No valen los remedios, ni las Artes,
Arden las tablas y los fuertes pinos
De la tea interior el humor sudan,
Los bienes muebles mudan
En medio de las llamas:
Estos llevan las arcas y las camas,
Y aquéllos con el agua los encuentran,
Estos salen del fuego, aquéllos entran,
Crece la confusión, y más si el viento
Favorece al flamígero elemento630.
Tal es finalmente la bella y naturalísima comparación de que
se sirve nuestro admirable paisano Ercilla en su Araucana para pintar el afán
une traían los Araucanos en el pillaje y saqueo de la Ciudad de la Concepción:
Como para el invierno se previenen
Las guardosas hormigas avisadas,
Que a la abundante troje van y vienen
Y andan en acarreos ocupadas:
No se impiden, estorban ni detienen,
Dan las vacías el paso a las cargadas
Así los Araucanos codiciosos
Entran, salen y vuelven presurosos631.
53.-Estos ejemplos y otros que se pudieran citar gustan
universalmente a todos en vez que aquéllos que son dictados más por el fuego de
la imaginación que por el cuidado de sujetarse a las leyes de la imitación sólo
gustan a un número reducido de sujetos. La razón es que al leer una pintura de
éstas todos tenemos presente a la Naturaleza, y así generalmente nos debe
satisfacer la confrontación que hacemos de la copia con el original y
únicamente la extravagancia o el gusto corrompido pueden hacer sentir lo
contrario. Un espejo que representa con fidelidad los objetos que se le ponen
por delante es estimado de todos, y sólo por rareza pueden gustar aquellas
lunas dispuestas artificiosamente para desfigurar y dar chasco a los que se
ponen a mirar en ellas.
54.-Toda la dificultad está en seguir un buen medio. Esto es
en no esclavizarse tanto a la imitación de la Naturaleza que se copien hasta
sus fealdades y en no apartarse tanto de ella que se desfigure y se desconozca.
Los hombres de mayor habilidad son los que más fácilmente se desvían de él:
transportados por la vehemencia de su ingenio fuera de la esfera de lo regular,
necesitan hacerse una violencia grande para reducirse a este término, y además
de esto es muy natural que su amor propio se resista a andar por las sendas
trilladas por talentos de inferior orden. Son muchos los que piensan como el
célebre Jesuita Harduino, que cuando le hacían cargo de lo peregrino de sus
opiniones respondía que «no tomaba todo el año el candil, a las dos de la
mañana para decir lo que otros habían dicho».
55.-De este principio ha dimanado siempre la corrupción del
buen gusto. A fuerza de huir de rozar con lo común, han ido algunos hombres
grandes siguiendo cada uno un rumbo particular, de modo que al cabo de algún
tiempo se han visto ya sumamente desviados del verdadero buen gusto, y formando
cada uno un sistema particular han hecho de él un monstruo ridículo. Siendo
esto así, parece que pudiera inferirse la mayor antigüedad de una Nación en la
literatura por el estado de corrupción del gusto.
56.-Por esto es muy regular el ver obras en que abunda tanto
el ingenio a expensas del buen gusto que a sus autores los compara el Abate
Trublet a un rico que no sabe el arte de gastar: «Aquel arte con el cual
parecería y aún sería más rico, aquel arte que suple y aumenta las riquezas por
medio del buen manejo, así como se suple y aumenta el ingenio por el gusto»632.
Pero como la profusión y el lujo son la ruina de las familias y del Estado, del
mismo modo el lujo erudito es la ruina del buen gusto en la República de las
Letras. Y así como es más estimado entre las gentes un hombre que gasta con
método que otro que desparrama tesoros, así también debe preferirse una obra
donde sobresale más el buen gusto que el ingenio a otra en que se sacrifique a
éste aquél. Imitad, pues a la Bella Naturaleza. Fijad vuestra atención en ella,
ocultad con arte sus faltas, pulid sus imperfecciones, superadla sin
desfigurarla y lograréis seguramente el agradar a todos, que es la prueba más
evidente del buen gusto.
Conclusión
57.-Lo vasto de este asunto no siendo reducible a los límites
de un Discurso Académico, sólo se han trasladado aquí aquellas ideas más
generales, y aun así es de recelar pique en molestia. No obstante se ha hecho
ver que el buen gusto no es una cosa arbitraria, sino real y existente y que
las reglas para llegar a él son:
1.-el no mortificar la curiosidad, efecto natural del pensar,
cortando la sucesión de nuestras ideas.
2.-el hacernos ver muchas ideas reducidas a una general que
las abrace.
3.-el ejercitarnos por medio de una agradable sorpresa a la
maravilla.
4.-el presentarnos las cosas según el orden mismo que tienen
sus ideas correspondientes en nuestra alma.
5.-el que en todo reine la variedad, pero sin que sea
disonante y repugnante al alma.
6.-el que se guarden en todo las leyes de la proporción y se
use de propiedad en el objeto que se propone y en el modo con que se trata.
7.-y finalmente el copiar a la Naturaleza tapando con diestro
pincel sus monstruosidades y aclarando y perfeccionando lo que dejó en
bosquejo, teniendo gran cuidado de no retocarla de modo que se desconozca su
primer Autor.
58.-Estos son en compendio los principios que he podido
juntar por satisfaceros. Dichoso yo, si he llegado a llenar vuestras esperanzas
y dichoso de cualquier modo en haberos dado una prueba tanto mayor de mis
deseos de complaceros cuando el asunto me es nuevo y forastero. Sé que es tanta
temeridad en mí el ponerme a tratar del buen gusto como lo fuera a un Chino el
querernos explicar de maestro las delicadezas de la lengua castellana. Pero sé
que lo queréis así y esto me basta para atropellar por cualquier reparo y
desechar todas las sugestiones del amor propio. Vosotros que sois los
depositarios del buen gusto y que imprimís su estampa en todo cuanto ponéis la
mano, sabréis fundir de nuevo este Discurso y dar nuevo ser a mis ideas. Sí,
Amigos, no creáis que pretenda en esto lisonjearos. Vuestro instituto mismo lo
está diciendo, y si ahora os lo recuerdo no es tanto por elogiaros cuanto por
cumplir con la obligación del puesto que tan sin mérito mío habéis querido que
ocupe entre vosotros, haciéndoos presente vuestro deber. No sólo mezcla vuestro
instituto, según el precepto de Horacio, lo agradable con lo útil, juntando lo
abstracto de las Ciencias matemáticas con lo ameno de las Bellas Artes, sino
que aun pasa a hacer útil lo que por sí es meramente agradable. La Música,
aquel arte encantador de quien nos cuenta portentos la antigüedad, no había
pasado hasta aquí los límites de lo agradable. A esta Sociedad estaba reservado
el ascenderla a la clase de útil. El uso que hace de ella en las noches de sus
juntas, haciéndola ejercitar a sus individuos proporcionándoles las piezas más
escogidas y tomando las más sabias y prudentes disposiciones para evitar el
menor desorden en las concurrencias la hace justamente subir a esta esfera, y a
vosotros acreedores a aquel bello elogio que hace el P. Andrés, Jesuita, a
ciertos ciudadanos de Francia que establecieron un concierto muy semejante a
las Academias de música de nuestra Sociedad. Repetírelo aquí, y pondré con él
el sello a mi Discurso, porque me parece un trozo muy propio de su asunto,
porque también quiero aprovecharme de esta ocasión de rendir mi homenaje a este
divino arte a quien he debido tan dulces ratos en mi vida, y porque, en fin,
sepa el Mundo al ver en él vuestro retrato (pues que ciertamente parece hecho
ex professo) que ni aun en las diversiones se olvida nuestra Sociedad de aquel
amor a lo bueno y a lo útil que es el alma de su instituto.
«Muchas Capitales del Reino (dice este sabio Jesuita) les
habían dado ejemplo, pero lo que les es particular a ellos es el haber hallado
con qué formar entre ellos mismos un concierto completo sin pedir auxilio a
otra parte: genio para la composición, talentos para la ejecución, y (lo que es
infinitamente más estimable) dirección para gobernarle de modo que viene a ser
a un mismo tiempo útil y agradable. Han encontrado unos hombres (como dice el
Eclesiastés633) amantes de lo bello para ordenar el plan del concierto,
pulchritudinis studium habentes, tan indulgentes como apasionados a la bella
música para hacer con gusto la elección de las piezas in peritia sua
requirentes modos musicos, mas sobre todo hombres llenos de honor y de virtud
homines magni in virtute et prudentia sua praediti, sabios y prudentes para
desterrar todas las disonancias morales capaces de desconcertar la armonía de
las buenas costumbres, para señalar el tiempo de la Asamblea, de suerte que el
placer y el deber no se hallen encontrados, y en fin para arreglar el orden y
la decencia que es siempre la más bella decoración de una Asamblea pública. Así
en una sola institución han hallado ellos el medio de juntar todas las especies
de bello: La belleza óptica en el espectáculo brillante de las gentes que
acudan al concierto, la belleza moral en el buen orden que se observa en él, la
belleza de ingenio en la elección de las piezas que se cantan, o se ejecutan y
la belleza armónica en el primor de la ejecución, lo que forma un conjunto, el
más propio para recordarnos agradablemente la idea de aquella belleza eterna y
suprema, sola capaz de satisfacernos con plenitud»634.
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