Obra literaria de la Real Sociedad
Vascongada de los Amigos del País
Luis María Areta Armentia
A mi esposa Mari Luz e hijos
Abreviaturas
A.H.N.:
Archivo Histórico Nacional.
A.S.V.:
Archivo del Seminario de Vergara.
A.P.A.:
Archivo Provincial de Álava.
B.R.S.V.A.P.:
Boletín de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del
País.
F.P.:
Fondo Prestamero.
F.U.:
Fondo Urquijo.
R.I.E.V.:
Revista Internacional de Estudios Vascos.
R.S.V.A.P.:
Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País
Introducción
Estado de España a principios del siglo XVIII
La Historia sitúa en el año de 1648, fecha de la firma de la
paz de Westfalia, el inicio de la decadencia de los Austrias. España pierde la
euforia anterior y cae en un pesimismo cada día más profundo. Los ideales
anteriores que mostraban al Imperio como la mano justiciera divina se
transforman ahora en desengaño ante la afirmación de otros valores nuevos que
mueven a las naciones. La despoblación de la península motivada por la
emigración a América, por una mortalidad elevada y por un fuerte contingente
eclesiástico y religioso coincide con una ruina económica para arrastrar a España
hacia la miseria durante las últimas décadas del siglo XVII.
En esta decadencia general, las Artes llegan casi a
desaparecer. Ciertamente en España siguen existiendo sabios, continuadores de
los antepasados: en el estudio teológico sobresale el Cardenal Sáenz de
Aguirre, comentador de San Anselmo y editor de los Concilios españoles; en el
campo jurídico Ramos de Manzano Fernández de Retes manifiesta un profundo
conocimiento de la antigüedad romana. Pero la literatura había caído en un
letargo abrumador al seguir sin inspiración la estela marcada por nuestros
genios del Siglo de Oro. Juan Luis Alborg afirma:
«Ni siquiera los más recalcitrantes enemigos de la literatura
neoclásica pueden negar la evidencia de un barroquismo degenerado, tan vacío de
contenido como de belleza, tosco residuo de una brillante época literaria,
consumida por sus mismos excesos no menos arriesgados que geniales»1.
Don Marcelino Menéndez Pelayo califica la civilización
española de estos inicios del siglo XVIII de «senectud visible» y reconoce:
«Las Bellas Letras agonizaban, en términos que apenas es
posible recordar otro nombre ilustre que el de Solís en la Historia y los de
Bances, Candamo y Zamora en el Teatro. De poesía apenas quedaban reliquias ni
es lícito dar tan alto nombre a las rastreras y chabacanas coplas de Montoro,
Benegasi y otros aún más obscuros...»2.
Al hablar del teatro prosigue diciendo:
«Entretanto, de la antigua y popular escuela sólo habían
quedado las heces...»3.
No puede ser más dura la crítica realizada por ese gran
defensor de la esencia española cuando aplica a esta época literaria los
términos de rastreras y chabacanas coplas y heces del teatro. España asistía a
una agonía de los valores literarios.
El campo de las Ciencias ofrecía un aspecto igualmente
desolador. Descartes había hecho variar la visión que se tenía de la
Naturaleza. Hasta entonces, para dar una explicación de los fenómenos
naturales, se había seguido fielmente el método especulativo que procedía de
los filósofos griegos: no se tenía para nada en cuenta la experimentación.
Descartes abre nuevos caminos, como nos lo expone en su Discours de la méthode:
«Mais sitôt que j'ai eu acquis quelques notions générales
touchant la physique... elles m'ont fait voir qu'il est possible de parvenir à
des connaissances qui soient fort utiles à la vie et qu'au lieu de cette
philosophie speculative qu'on enseigne dans les écoles, on en peut trouver une
pratique par laquelle connaissant la force et les actions du feu, de l'eau, de
l'air, des astres, des cieux et de tous les autres corps qui nous environnent
aussi distinctement que nous connaissons les divers métiers de nos artisans,
nous les pourrions employer en même façon à tous les usages auxquels ils sont
propres et ainsi nous rendre comme maîtres et possesseurs de la Nature»4.
Esta nueva concepción de las Ciencias donde todo se hace
mesurable y sujeto a experimentación fomentó en Francia, Inglaterra,
Alemania... una pléyade de personas deseosas de descubrir los secretos de las
leyes que rigen los cuerpos que nos rodean. Sabios como Newton, Leibnitz,
investigadores como Nollet, Maupertuis y tantos otros hacen adelantar las
ciencias experimentales. España, salvo raras excepciones, quedaba aislada y
miraba con recelo o indiferencia este nuevo concepto científico.
Los motivos de esta parálisis cultural han sido considerados
diferentemente por los críticos que han estudiado el problema. Unos, con José
del Perojo, la atribuyen a la vigilancia que ejercía la Inquisición sobre todas
las manifestaciones culturales, tal es su conclusión aplastante cuando afirman:
«La Inquisición paralizó todo el movimiento científico de
nuestro pueblo»5.
Menéndez Pelayo, al contrario, argumenta que todo ello se
debe más bien al propio carácter español:
«En este país de idealistas, de místicos, de caballeros
andantes, lo que ha florecido siempre con más pujanza no es la ciencia pura (de
las exactas y naturales hablo), sino sus aplicaciones prácticas y en cierto
modo utilitarias. Lo que más ha faltado a nuestra ciencia en los tiempos
modernos es desinterés científico. Cuando otros pueblos avanzaron en el camino
de la investigación desinteresada, y nosotros nos obstinamos en reducir la
Astronomía a la Náutica y las Matemáticas a la Artillería y a la Fortificación
y dejamos de seguir la cadena de los descubrimientos teóricos sin los cuales la
práctica tiene que permanecer estacionaria, la decadencia vino rápida e
irremisible, matando de un golpe la teoría y la práctica»6.
Sea cual fuere el motivo, la realidad científica era
inexistente y el estado de España deplorable, como nos lo resume Martín de Erro
en el Elogio histórico de Carlos III pronunciado en 1789 ante las Juntas
Generales de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País:
«La agricultura estaba sin brazos, la industria atrasada y
casi abolida, el comercio reducido a una factoría del extranjero, las artes en
mantillas después de haber estado enteramente exterminadas, las ciencias
reducidas a la teología y la jurisprudencia, y aun éstas privadas de la
cultura, aliño y gala que reciben las ciencias de la literatura y cubiertas de
la horrura (sic) de los siglos bárbaros»7.
A su llegada a nuestro país en 1700, Felipe V y sus sucesores
pensaron que era preciso renovar las estructuras de España para recobrar la
antigua gloria perdida. Se llevan a cabo modificaciones administrativas y se da
un mayor auge a la agricultura, se fomenta la industria y se apoya el comercio
mediante una serie de normas mercantilistas. Este ímpetu renovador tiene tal
importancia que Carlos III llegó a tomar una disposición con fecha 18 de
febrero de 1783 por la que dignificaba los trabajos artesanales, tales como
herrero, sastre, zapatero, etc... abriéndoles el camino hacia los empleos
municipales. ¡Cuán lejos nos hallamos del espíritu nobiliario de los Austrias
que despreciaba cuanto no fuese altos ideales!
Deseosos de ver mejorada la suerte del pueblo y movidos por
un espíritu paternalista, los reyes buscan el apoyo necesario para sus reformas
en la clase social que mejor puede ayudarles: la aristocracia. Ven con buenos
ojos los intentos que dentro del país se llevan a término para la obtención del
mismo fin.
Preocupación renovadora en el País Vasco
Existía en el País Vasco una minoría inquieta reunida en
torno a Javier María de Munibe e Idiáquez, Conde de Peñaflorida, que se
preocupaba por cuestiones que en otros lugares eran objeto de desprecio. Así,
se reunía en tertulia un grupo de amigos de Azcoitia deseosos de perfeccionar
sus conocimientos:
«Las noches de los lunes se hablaba solamente de Matemáticas;
los martes de Física; miércoles se leía Historia y traducciones de los
Académicos tertulianos; los jueves una música pequeña o un concierto bastante
bien ordenado; los viernes Geografía; sábado, conversación sobre los asuntos
del tiempo; domingo, música»8.
La preocupación por la suerte de España que aparece en
personajes ilustres como Benito Jerónimo Feijoo, por ejemplo, hace tomar
conciencia al Conde de Peñaflorida de la triste realidad del país, según expone
en la carta que con fecha 29 de mayo de 1753 dirige a los Padres Jesuitas de
Toulouse:
«Sabe Vm. mejor que nadie, mi Reverendo Padre, el estado
lamentable en que se encuentra nuestra nación en punto a Ciencias y Bellas
Artes: pero sobre todo en cuanto a la Física, de la que apenas se conoce más
que el nombre...»9.
Esto le empuja a presentar ante las Juntas de la Provincia de
Guipúzcoa reunidas en Villafranca en 1763 un Plan de una Sociedad Económica o
Academia de Agricultura, Ciencias y Artes Útiles y Comercio adaptado a las
circunstancias de la M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa que merece los
aplausos de los concurrentes, pero que no se llevará a la práctica.
El acontecimiento que para el futuro del País Vasco tuvo
mayores resonancias se debió a la concurrencia de nobles en Vergara con motivo
de los festejos organizados por esta Villa para conmemorar la fecha del
bautismo de San Martín Aguirre, el 11 de septiembre de 1764. No es nuestro
deseo hacer un estudio histórico de la Sociedad que pronto tomaría el nombre de
Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, ya que ha sido ampliamente
tratado en numerosos escritos10, sino subrayar ciertos aspectos que nos parecen
de mayor interés.
El Conde de Peñaflorida logró electrizar a los nobles de tal
forma que el 24 de diciembre del mismo año de 1764 se vuelven a reunir en el
Palacio de Insausti, donde se esbozan ya los Estatutos de la Sociedad, y el 6
de febrero de 1765 tienen lugar ya las primeras sesiones de trabajo. Cuando se
solicita al Rey la autorización necesaria para las reuniones futuras, este ve con
buenos ojos el intento de mejorar la suerte del país vascongado y Grimaldi, en
carta de 8 de abril de 1765, aprueba el establecimiento de este Cuerpo. Siete
meses tan sólo transcurrieron desde el momento en que el Director expuso la
idea de una Sociedad hasta la obtención del beneplácito real. Dos fuerzas
íntimamente compenetradas hicieron posible esta realidad: el deseo de trabajar
expresado por la nobleza vasca junto al empeño renovador del despotismo
ilustrado de Carlos III, el cual el 14 de septiembre de 1770 tomó bajo su
protección a esta Institución, fomentando imitadores de estos nobles en el
resto del país.
La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, modelo de
cuantas se formaron posteriormente en el Reino, trabajó afanosamente, ya mediante
juntas semanales en las tres Provincias de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, ya en
las Juntas Generales anuales que se celebraban por orden de rotación en
Vitoria, Bilbao y Vergara, hasta que la entrada de los Franceses en Guipúzcoa
en 1794, durante la guerra mantenida por España contra la Revolución,
desparramó a los miembros. La Sociedad siguió existiendo después de esta fecha,
pero apenas dejó rastros de su labor constructiva. Por eso nosotros hemos
tomado como fechas límite para el presente estudio la fundación en 1764 y la
invasión francesa en 1794.
Obra de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País
La actividad de la Sociedad se ejerció en todos aquellos
campos que necesitaban una mejora inminente. Múltiples fueron los ensayos agrícolas
e industriales que realizaron: trajeron nuevas simientes del extranjero,
realizaron análisis de tierras, salieron a los países vecinos en busca de
mejores técnicas para el cultivo del suelo y fabricación de nuevos productos,
tomaron de los libros nuevas fórmulas de trabajo. Se preocuparon por la salud
del pueblo, animando a los médicos a realizar investigaciones sobre las
enfermedades, introdujeron la inoculación de la viruela. Quisieron fomentar el
comercio y establecer Compañías mercantiles, como la de salazón de pescado y la
pesca de la ballena. Se preocuparon por la enseñanza, estableciendo el Real
Seminario Patriótico de Vergara y escuelas de dibujo en Vitoria, Bilbao y
Vergara... Larga sería la enumeración de la vasta obra emprendida por estos aristócratas
vascos, de los que aún se muestran orgullosos los hombres de nuestros días.
Dentro de esta labor se introdujo asimismo el estudio de la
literatura, hecho que hasta la fecha ha pasado casi desapercibido a los
diferentes investigadores que se han asomado a esta Sociedad. Hemos visto
anteriormente cómo el Conde de Peñaflorida estaba preocupado por la situación
de nuestro país en punto a Ciencias y Bellas Artes. Por eso uno de los fines
que se proponía la Sociedad desde la fundación en 1764 consistía en la
renovación de la literatura, según se manifiesta en el Artículo I de los
Estatutos de 1765:
«El objeto de esta Sociedad es el de cultivar la inclinación
y el gusto de la Nación Bascongada (sic) hacia las Ciencias, Bellas Letras y
Artes: corregir y pulir sus costumbres: desterrar el ocio, la ignorancia y sus
funestas consecuencias y estrechar más la unión de las tres Provincias
Bascongadas (sic) de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa»11.
El campo que se proponía la Sociedad bajo la denominación de
Bellas Letras era extenso:
«Los Amigos empleándose en llenar el objeto de la Sociedad...
unos se dedicarán a la Historia Sagrada y profana, otros a la elocuencia, otros
a la Poesía castellana en general, ya sea componiendo sobre asuntos de
terminados, ya haciendo alguna versión de algún célebre Poema escrito en otro
Idioma, o ya reproduciendo las obras de algún famoso Poeta Español que sean
poco conocidas, otros se aplicarán a pulir y cultivar la lengua
bascongada...»12.
Para realizar esta labor literaria se establece, junto a las
Comisiones de Agricultura y Economía, de Ciencias y Artes útiles y de Industria
y Comercio, una cuarta denominada de Historia, Política y Buenas Letras, cuya
misión era promover todo lo correspondiente a la ilustración de las tres
Provincias Vascongadas.
La Sociedad quiso realzar a los Miembros que se dedicasen a
las Bellas Letras y sobresaliesen en ellas de un modo especial. Así, dentro de
las categorías de Amigos: Numerarios, Honorarios, Supernumerarios, Beneméritos,
Extranjeros, Profesores y Caballeros Alumnos, se estimó oportuno establecer la
clase de Literatos.
A los ojos de quienes veían las primeras manifestaciones de
la Sociedad, esta se presentaba como un Cuerpo eminentemente literario, como le
ocurrió al autor de la Apología de una nueva Sociedad últimamente proyectada en
esta M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa con el título de los Amigos del País.
Esta composición anónima destinada a ridiculizar a la Sociedad recién surgida
corrió por el País Vasco en 1765. Para indicar la poca garantía de continuidad
de la Sociedad, el autor se expresa en estos términos:
«La Poesía y la Música son sus únicos objetos (de la
Sociedad), pues ¿qué son estas dos facultades sino Aire y Entusiasmo?...
Ya sabes que nuestra Religión es para venerar a Dios y a sus
Santos (aquí me tendrán por Fraile o Clérigo). Ya sabes también que los
principales actos de ella son los Himnos, Salmos y Cánticos de los Cánticos;
pues ¿quién me quitará a mí después de un par de cursos en esta Sociedad el
componer un himno a cada una de las once mil vírgenes? Una pieza dramática
(cuidado con estos términos para un sabio) a cada cual de los confesores y una
tragedia a cada uno de tantos mártires, empezando (como es razón) por los
Innumerables de Zaragoza? ¿Será moco de pavo esto?»13.
Don Pedro Valentín de Mugartegui replica rápidamente a esta
parodia en la Respuesta de Valentín al Autor de la Apología:
«Sábete que la Música y la Poesía no son el único objeto de
esta célebre Sociedad que tanto te destempla, y ¿que lo fueran?»14.
Mugartegui, a pesar de afirmar que la obra de la Sociedad no
se ciñe tan solamente a la Música y a la Poesía, parece reconocer que poco le
importaría que así lo fuera.
Nos proponemos en el presente estudio dar una visión del
concepto literario de la Sociedad, fijándonos en las diferentes manifestaciones
como son el teatro, la poesía, la historia, la geografía y la elocuencia.
Tomaremos en especial aquellas obras que nos parezcan más significativas para
analizarlas con mayor detenimiento y mostrar los valores allí contenidos.
Posteriormente estudiaremos el papel de la Real Sociedad Vascongada dentro del
panorama literario de la época y a modo de apéndice nos ocuparemos de la
influencia del elemento francés.
Estudios sobre la realidad literaria de la Real Sociedad
Vascongada
D. Juan Sempere y Guarinos reconoció ya la importancia de la
Real Sociedad Vascongada dentro del panorama cultural de la época15. Asimismo
estudios actuales, como el de D. Juan Luis Alborg en su Historia de la
Literatura Española, citan dentro del capítulo de instituciones culturales y
literarias a nuestra Sociedad como uno de los elementos fomentadores de
cultura, pero sin estudiar detenidamente la labor literaria realizada.
Existen ciertos estudios sobre algunos aspectos muy
marginales dentro del aspecto cultural16, pero hasta la fecha no ha tocado, a
mi conocimiento, el tema literario sino D. Emilio Palacios Fernández en un
pequeño artículo Actividad literaria del Conde de Peñaflorida, aparecido en el
Boletín de la Institución «Sancho el Sabio», publicado por la Caja Municipal de
Ahorros y Monte de Piedad de la Ciudad de Vitoria, año 1974, páginas 505 -552.
Ciertamente algunos personajes que, procedentes de la Real Sociedad Vascongada,
se alzaron a un puesto relevante dentro de la historia de la literatura
española, como Félix María Samaniego, han sido ampliamente estudiados en
diferentes manuales y últimamente en una tesis doctoral de D. Emilio Palacios
Fernández con el título de Vida y obra de Samaniego, defendida en la Universidad
Complutense en abril de 1974 bajo la dirección del Dr. D. Joaquín de
Entrambasaguas17. Otros, como el fabulista José Agustín Ibáñez de la Rentería,
apenas son mencionados en los estudios especializados de la época.
Pero existe una actividad literaria de la Sociedad que aún no
se ha dado a conocer, y a pesar de no haber alcanzado la altura suficiente para
pasar de modelo a la posteridad no carece sin embargo de valor e interés para
comprender esta época llena de controversias, cual fue nuestro siglo XVIII en
su segunda mitad.
Base de la documentación
La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País había
establecido dentro de su organización un archivero cuyas funciones están
fijadas en el Título XX de los Estatutos. El artículo 2.º dice así:
«Todas las disertaciones, papeles y obras de la Sociedad como
también las máquinas, instrumentos, muebles y demás efectos que determine la
Junta General pasarán a poder del Archivero, de cuyo cargo será custodiarlos en
el archivo y depósito destinado a este fin»18.
Este cargo que en un principio había sido confiado al
Secretario de la Sociedad pasó a depender del Subsecretario. Así el Marqués de
Rocaverde desempeñó esta función desde 1774 hasta 1785, siendo sustituido por
Juan Bautista Porcel, desde ese mismo año hasta 1793 al menos. Posteriormente
el archivo fue confiado a D. Lorenzo Prestamero, Cura beneficiado de
Peñacerrada y que servía de ayo en casa de los Marqueses de la Alameda en
Vitoria. Este archivo, conocido bajo el nombre de Fondo Prestamero, estuvo en
un principio en la casa de la Sociedad en Vitoria y posteriormente, durante
largos años, en casas particulares, hasta que recientemente la familia
Verástegui-Zavala lo confió a la Caja Municipal de Ahorros de la Ciudad de
Vitoria, la cual lo ha depositado en la Institución «Sancho el Sabio» de la
misma localidad. Otra parte del mismo Fondo Prestamero quedó confiada al
Archivo Provincial de Álava desde nuestra guerra de 1936. Conservamos de este
modo la mayor parte de la producción de la Sociedad desde sus orígenes. En
efecto, se conservan en dicho fondo obras presentadas en la primera Junta
General de febrero de 1765, de las que tenemos noticias por la Historia de la
Sociedad reproducida en la Revista Internacional de Estudios Vascos, tales como
el elogio a la memoria de D. Nicolás de Altuna, leído el 11 de febrero de ese
año por Olaso Zumalabe, o un discurso sobre la Historia, obra del mismo autor.
Otro punto de partida para el presente estudio es la
colección de los Extractos de las Juntas Generales que aparecieron
ininterrumpidamente desde el año de 1771 hasta 1793, inclusive. Esta
publicación refleja en extracto (de ahí su nombre) la actividad diversa de los
miembros, en un deseo de hacer llegar a todos los Socios los logros y experiencias
que se llevaban a cabo en el País Vasco, como se indica en el Aviso a los
Socios, datado de 1771:
«El fomento que ha encontrado la Real Sociedad Bascongada
(sic) en las diferentes clases de miembros que la componen, la constituye en la
indispensable obligación, no sólo de duplicar sus esfuerzos sino de hacer
comunicables con escrupulosidad sus progresos. No se ciñe a un solo Pueblo la
existencia de este Cuerpo. Las Provincias donde reside la Dirección, la España,
las Américas, cualquier parte, en fin, es el sitio de su permanencia y desde
cualquier punto logra su efecto la generosidad, el celo, la protección.
Habiendo, pues, parecido preciso a la Sociedad dar noticia de su estado actual
a los diferentes individuos esparcidos por todas partes, y siendo imposible
practicarlo con avisos particulares, ha determinado imprimir los Extractos de
las Juntas anuales, y repartiéndolos entre ellos, presentarles con la relación
de sus varias tentativas la Historia de sus tareas. Este método seguirá con
exactitud todos los años, dando en el intervalo de las dos Juntas los Extractos
de las que precedieron».
Hemos consultado igualmente las producciones de la Real
Sociedad Vascongada o de sus miembros que han sido reproducidas en revistas o
libros, tales como la Revista Internacional de Estudios Vascos, el Boletín de
la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, o los libros de Julián
Apráiz19 o Eustaquio Fernández de Navarrete20 que recopilan composiciones de
Félix María Samaniego hasta entonces inéditas.
Hemos utilizado para nuestro estudio cuantas obras fueron
impresas en su día, unas veces a cargo de la propia Sociedad, otras a cargo del
autor. Únicamente nos hemos fijado en aquellas cuyo autor es a la vez Socio de
la Vascongada y nacido en el país vascongado, pues es bien sabido que los
Socios procedían también del resto de España, de las Américas e incluso del
extranjero. De este modo hemos ceñido realmente nuestra investigación a los
autores vascos.
Hemos consultado también cuantos archivos nos han abierto sus
puertas, ya del propio país vascongado, como el Fondo Urquijo que se conserva
en la Excmo. Diputación Provincial de Guipúzcoa, el Archivo del Excmo.
Ayuntamiento de Vergara, el del Excmo. Ayuntamiento de Vitoria, ya del resto de
España, como el Archivo Histórico Nacional.
Agradecemos desde estas líneas a cuantos nos han alentado en
nuestra tarea facilitándonos la información que hemos necesitado y sin cuya
colaboración no hubiese sido posible realizar este trabajo. Quisiéramos
destacar de una manera especial la Institución «Sancho el Sabio», que tanto
viene ayudando a los investigadores de temas locales y regionales, así como al
Profesor D. José Luis Varela Iglesias, que alentó mi propósito desde un
principio y que con tanto acierto e interés me ha sabido guiar en todos mis
pasos.
- I -
Estudios
Dentro de los múltiples factores que influyen en la formación
cultural, cabe destacar de manera especial la educación que se recibe en la
tierna infancia y en la juventud, la cual modela para el futuro la mentalidad
del adulto. Esta labor inicial en el joven tiene una continuación a través de
toda la vida del hombre mediante la influencia ejercida por las lecturas, las
cuales irán perfeccionando, ampliando y poniendo al día los conocimientos
adquiridos durante la primera época de la vida.
Antes de analizar las ideas estéticas y las realizaciones
literarias de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, hemos creído
de sumo interés estudiar estos dos aspectos que, creemos, nos darán una clara
visión de las influencias culturales ejercidas sobre los que fueron miembros de
dicha Sociedad y que explicarán mejor la actuación de los mismos.
Estado de los estudios en el País Vasco en el siglo XVIII
Existen opiniones contradictorias sobre la importancia de la
enseñanza antes del siglo XVIII en el País Vasco. Unos analizan la gran
cantidad de personas que lograron siempre altos puestos en las Secretarías de
Estado, asegurando con D. Tomás Elorrieta que la instrucción estuvo muy
generalizada, pues «se distinguió siempre el pueblo vasco por lo extendida que
en él estuvo la instrucción popular»21, y aporta como confirmación la anécdota
relatada por Miguel de Cervantes en su obra máxima Don Quijote de la Mancha,
cuando Sancho Panza preguntó quién era su secretario, a lo que uno de los
presentes contestó:
«-Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno.
-Con esa añadidura -dijo Sancho- bien podéis ser secretario
del mismo Emperador»22.
Otros parecen indicar por el contrario que el pueblo vasco no
se preocupaba para nada de los estudios. Así se expresa D. Luis de Eleizalde:
«Es poco interés que los vascos han mostrado por la educación
y la instrucción de su pueblo, ese interés tan escaso que casi puede
calificarse de abandono total, de culpable negligencia, es una de las mayores
manchas de nuestra historia... ¿Hay algunas atenuantes en ese abandono, alguna
disculpa de la falta casi absoluta de instituciones culturales peculiares en
nuestro País, durante aquellos siglos medievales en los que, en otros países,
se laboraban los sólidos cimientos de la cultura moderna?...»23.
Es difícil valorar de una manera global la enseñanza
impartida en la zona vasca y tal vez en una posición intermedia se hallaría la
realidad. Ciertamente este país careció de las escuelas episcopales o monacales
que en otros lugares sirvieron tanto al desarrollo de la enseñanza durante el
Medievo, pero también es cierto que siempre existió una preocupación por dar
una instrucción al pueblo mediante instituciones diversas. Mencionemos, por
ejemplo, las freiras24 o los clérigos doctrinales que aprovechaban los momentos
libres para impartir la instrucción general al pueblo, estableciéndose poco a
poco pequeñas escuelas sostenidas por los Ayuntamientos, hasta que en el año
1721 las Juntas Generales de Guipúzcoa determinaron poner en todos los pueblos
sin excepción un Maestro de niños. A pesar de estas medidas, la enseñanza no
debió de ser sino el privilegio de una minoría, a causa de la negligencia de la
gente y la distribución diseminada de la población a través de la geografía.
Mucha juventud seguía ignorante por falta de escuelas, como
indica Olaeta en carta fechada en Orozco, el 11 de agosto de 1775, y conservada
en el Archivo del Seminario de Vergara:
«En España, ni éstas (escuelas públicas) ni Seminarios no se
hallan, que nuestra juventud está sin enseñanza».
Los Jesuitas, desde finales del siglo XVI, contribuyeron con
sus colegios de una manera peculiar a la enseñanza popular en los
establecimientos enclavados en Orduña, Vergara, Azcoitia, Bilbao, San
Sebastián, Oñate y Loyola, donde se insistía fundamentalmente en la enseñanza
rudimentaria con ciertas nociones de latín.
Los estudios humanísticos, que empezaron a impartirse en el
País Vasco siguiendo la pauta dada en la «Ratio studiorum», fueron decayendo
desde principios del siglo XVIII: asiste poco alumnado y los profesores
disminuyen. No es fácil dar una explicación segura de este fenómeno. El P.
Malaxechevarría subraya una cuestión de orden económico: una sensible
disminución de las rentas de los colegios a causa de la Guerra de Sucesión, lo
que originó una merma del número de profesores en los colegios. Pero nosotros
estimamos que la causa fundamental debe buscarse en la pobreza de la enseñanza,
como nos lo indica el Marqués de Iranda en carta de fecha 29 de noviembre de
1773 cuando dice, al hablar del proyecto del Seminario de Vergara, que no tiene
que ser «uno de los muchos colegios que ya tenemos en España, que sólo se
aprende una mala Gramática y una Filosofía que perjudica»25. El propio P.
Larramendi, jesuita, reconoce el mal estado de la enseñanza:
«Yo aprecio infinito el juicio que V.R. tiene de los
Españoles. Es cierto que el fondo de sus entendimientos no cede a los de otra
nación en ninguna facultad y ciencia, como se ve en tales cuales personajes que
en el vasto golfo de tantas provincias
Apparent rari
nantes in gurgite vasto
pero en lo común falta la instrucción y enseñanza de las
Buenas Letras, de la Filosofía curiosa y experimental, de las Matemáticas,
etc...»26.
Esto puede explicar que las familias pudientes pensaran en
Francia como lugar idóneo para enviar a sus hijos a recibir una educación
humanística. Francia en efecto ofrecía muchas ventajas para quien buscara una
buena instrucción.
En primer lugar nuestro país vecino había conseguido un
puesto de suma importancia dentro del complejo de los países occidentales. Tras
el reinado del Rey Sol, la política francesa era de las más influyentes en el
campo de las relaciones internacionales. Además la cultura francesa había
alcanzado su Siglo de Oro tras la aparición de las obras maestras de Corneille,
Racine, Molière, La Fontaine, Bossuet y otros más. Muchos consideraban la
cultura francesa como el apogeo de la civilización, según nos lo indica Feijoo:
«Si se atiende al valor intrínseco de la nación francesa,
ninguna otra más gloriosa, por cualquiera parte que se mire. Las letras, las
armas, las artes, todo florece en aquel opulentísimo reino. Él dio gran copia
de santos a las estrellas, innumerables héroes a las campañas, infinitos sabios
a las escuelas. El valor y vivacidad de los Franceses los hace brillar en
cuantos teatros se hallan. Su industria más debe excitar nuestra imitación que
nuestra envidia. Es verdad que esta industria en la gente baja es tan oficiosa
que se nos figura avarienta, pero eso es lo que asienta bien a un estado,
porque los humildes son las hormigas de la república. De su mecánica actividad
tiran los mayores imperios todo su esplendor. Y por otra parte, se sabe que no
tiene Europa nobleza de más garbo que la francesa...»27.
Francia poseía colegios de gran fama donde se habían educado
muchos de aquellos que hicieron posible el auge del país. A estas
circunstancias se añadían los lazos de amistad existentes entre Franceses y
Españoles, como la familia Samaniego, que contaba en Bayona con un agente
comercial para la venta de la lana, llamado Barreau, y a quien encargaron el
pago del colegio de Félix María28. El informe de 1765, que refiere la necesidad
para la ciudad de Pau de establecer un pensionado para chicos, dice que esto
sería oportuno por las relaciones mantenidas entre ambos países:
«Et cette espèce de branche de commerce serait pour ce pays
qui a tant de relations avec eux (Espagnols) et non moins utile que les autres
et plus honorable, si l'on peut dire»29.
Cuando los padres consideraban cuestiones de orden afectivo o
económico, se inclinaban asimismo por enviar a sus hijos a Francia, pues su
proximidad con el País Vasco evitaba largos viajes, siempre incómodos, hacia el
centro de Castilla, como subraya Eustaquio Fernández de Navarrete:
«En aquella edad en que la educación estaba atrasada en
España y las comunicaciones con el interior del reino eran difíciles por falta
de caminos, los caballeros de las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya que
vivían cerca de la frontera de Francia, encontraban más cómodo el enviar sus
hijos a educar a Bayona o Tolosa que el dirigirlos a Madrid»30.
Lugares de estudio en Francia
Para cursar estudios humanísticos, los Españoles elegían los
colegios que más cerca estuviesen del país de origen, por los problemas que
causaban los desplazamientos. Por eso los Vascos enviaban a sus hijos a los
establecimientos del Suroeste de Francia.
El colegio más cercano de la frontera franco-española estaba
situado en Bayona, ciudad que dista tan sólo de 25 kms. de España, y que de
siempre ha gozado de un comercio activo entre ambos países. El Colegio a cargo
de la Ciudad había sido fundado el 13 de mayo de 1594 y estaba situado en la
calle Vainsot, junto a la iglesia de Santo Tomás (llamada hoy de San Andrés).
La Ciudad defendió siempre con ahínco la dirección del Colegio frente a los
Jesuitas, que en repetidas ocasiones intentaron adueñarse de él, lo que originó
luchas violentas de 1606 a 1676, reanudadas posteriormente en 174831.
Muchos Españoles estudiaron en este colegio municipal que, si
bien tuvo a menudo problemas de orden interno por carencia de una dirección
adecuada y de un profesorado ejemplar, sin embargo permaneció siempre fiel a la
orientación dada por el Consejo Municipal, y cumplió dignamente con la tarea
educadora encomendada.
Hemos podido analizar personalmente algunas listas de los
alumnos que iban a ser examinados públicamente ante las autoridades
eclesiásticas y civiles de la Ciudad, y en ellas hallamos numerosos nombres
españoles. Así en 1750, de los 14 alumnos de «tertia grammatices» (primer curso
de Humanidades) entresacamos a seis Españoles, con indicación de su lugar de
origen:
-Joannes Bernardus Landarre Navarraeus
-Joannes Pomiers Victoriensis
-Josephus Eugenius Labiano de Vera Navarraeus
-Emmanuel de las Heras Madritensis
-Joannis Josephus Zavala E
fano Sancti Sebastiani
-Franciscus de San Juan Navarraeus
No siempre viene indicado el lugar de origen, pues en otras
ocasiones se contentan con indicar su nacionalidad española, como en la lista
de 1769. En este año, de 22 alumnos que iban a examinarse de «tertia
grammatices», 4 son Españoles: se llaman Robertus Rigal, Franciscus Fontaine,
Franciscus de Castro y Luinas y Martinus de Castro y Luinas. En «prima
grammatices» (tercer curso de Humanidades) hallamos a dos Españoles, con los
nombres de Saturninus de Urbina Gaytan y Ferdinandus de Vaquedano, en una lista
que comprende 16 alumnos. En Retórica, Vicentius de Mendizábal realizó las
últimas pruebas públicas junto con otros cinco compañeros de allende los
Pirineos.
Es difícil dar unos datos estadísticos de los compatriotas
nuestros que allí estudiaron, pues carecemos de listas suficientes. Pero si nos
sirven de orientación las cifras antecedentes, diremos que de 58 nombres
relacionados en esas listas, 13 llevan la mención de ser Españoles, lo que
representaría un 22,4%. Esto podría indicar un alto porcentaje de alumnos
Españoles en el colegio de Bayona.
Conocemos a muchos otros Españoles que cursaron allí sus
estudios, como Félix María de Samaniego, el futuro fabulista, el cual
permaneció en Bayona desde septiembre de 1758 hasta el final del curso
1763-176432. Antonio de San Martín, sacerdote oriundo de Ondárroa, sigue allí
en 1773 los cursos de Física y Geometría que explica el P. Teodoro Almeyda, del
Oratorio de San Felipe de Neri, expulsado de Portugal. D.ª Catalina Ximénez de
Tejada, sobrina del Gran Maestre de Malta, encarga a Don Antonio de San Martín
la vigilancia de su hijo durante su estancia en Bayona y en carta de 31 de
marzo de 1775, remitida al Conde de Peñaflorida, D. Antonio indica que «cada
día se van agregando parientes y amigos del caballerito»33.
El Marqués de Iranda, en carta escrita desde Madrid el 16 de
octubre de 1777, nos da a conocer que tiene un «parientico» en Bayona, de 15
años, llamado Martín de Olavide y Andrade, natural de Maracaibo, al que
desearía enviar al Real Seminario Patriótico de Vergara34.
Los Jesuitas regentaban en Pau un gran colegio fundado en
1620 con el beneplácito del rey Luis XIII. Situado a las afueras de la ciudad,
a orillas del río, y rodeado de un gran parque, reunía las condiciones
apropiadas para la paz necesaria en los estudios y para la expansión de los
jóvenes35. Tras la expulsión de los Jesuitas en 1762, el colegio fue
encomendado a los Benedictinos de Saint Maur, a partir del 16 de septiembre de
1777.
Grande debía de ser el número de Españoles en esta ciudad
para que el Parlamento pensara en establecer un pensionado de chicos, según nos
lo indica el informe de 1765:
«Les communautés de filles de cette ville qui tiennent des
pensionnaires en ont toujours un grand nombre d'Espagnoles que leurs parents
envoient avec empressement parmi nous apprendre notre langue et se former aux
manières françaises. Un bon pensionnat pour les jeunes gens nous donnerait sans
doute le même avantage sur nos voisins...»36.
Un informe redactado a principios de la Revolución francesa
con el título de Projet d'établir au moins un collège national dans chacun des
83 départements du Royaume - Observations sur la fixation d'un collège national
dans le Département des Basses-Pyrénées, entre otros motivos diversos (tamaño
del edificio, elección privilegiada del lugar...) alega la presencia de
numerosos Españoles para solicitar que ese colegio nacional se establezca en
Pau:
«Ce voisinage des Pynénées et de l'Espagne procure au collège
un nombre assez considérable d'élèves espagnols qui dans le commerce de leurs
instituteurs et de leurs compagnons viennent se former aux moeurs et aux
principes des Français...»37.
Otros compatriotas, atraídos sin duda por la fama de los
estudios, se dirigían hasta Toulouse. El colegio de esta cuidad era un edificio
amplio, bien construido, situado en su mismo corazón, junto a la iglesia de los
Jacobinos. Instalado inicialmente en el Palacio Bernuy el 20 de junio de 1567,
se fue ampliando posteriormente para permitir la entrada a 1.200 alumnos,
dirigidos por un rector, 2 prefectos y 75 religiosos jesuitas38. Allí se había
iniciado ya la enseñanza de las ciencias experimentales y los alumnos siempre
recordarán con gratitud los nombres de los PP. Charron, Drulhe, Du Gache,
Durfort, Flouret, Sarlet, Tavernier y muchos otros.
Fueron numerosos los Españoles que se desplazaron a esta
ciudad, como Javier Marta de Munibe, futuro fundador de la Real Sociedad
Vascongada de los Amigos del País, que permaneció allí desde 1742 hasta 1746,
defendiendo con gran éxito unas conclusiones de física experimental dedicadas a
Felipe V39; allí se codeó con los Olaetas, los Olasos, los Berroetas y otros
que, como Felipe de Salcedo, el futuro cuñado de Samaniego, compartían los
mismos estudios.
En Sorèze, pueblecito que se halla hoy en el Departamento del
Tarn, había existido desde la Edad Media una escuela abadial que en el siglo
XVII adquirió gran fama hasta convertirse en Escuela Real Militar, título que
confirmó Luis XVI a su advenimiento al trono en 1775. De entre los alumnos
famosos que allí se educaron destaca Napoleón Bonaparte. El renombre de esta
escuela se extendió hasta España, de donde partían jóvenes destinados a la
carrera de las Armas.
El 27 de septiembre de 1774, Martín de Aguirre Buricalde
solicita información sobre el Seminario de Vergara, pues tiene un sobrino, hijo
de Juan Francisco de Leceta, domiciliado en Cádiz, con intención de mandarlo a
Sorèze40. El Marqués de Campo de Villar escribe una carta desde Madrid el 24 de
abril de 1777 e indica que tiene dos hijos estudiando en Sorèze41. Muchos más42
siguieron los mismos pasos que estos, pues un personaje denominado Acheed, en
una carta dirigida al Conde de Peñaflorida desde Toulouse el 22 de enero de
1778, hablando de los alumnos de Sorèze, le dice:
«Ni l'esprit de parti, ni l'envie ne me font parler...
(palabras ilegibles) de voir les Espagnols envoyer des enfants à Sorèze. Quelques
particuliers peuvent bien être aveugles, mais la nation ne l'est pas. Il n'est
pas possible qu'on ignore que D'Alembert est l'auteur de cette institution et
quelles idées ne viennent pas dans l'esprit au nom de cet homme...»43.
Burdeos también debió de recibir alumnos españoles, aunque
carecemos de datos para determinar su importancia, así como el lugar donde se
dirigían. Tenemos leves referencias, como la carta de D. Antonio de San Martín,
fechada en Lequeitio el 20 de octubre de 1774, al que D.ª Catalina Ximénez de
Tejada suplica acompañe a su hijo de Burdeos por el tiempo de 6 meses44.
Samaniego también parece haber realizado un viaje con fines didácticos, según
se desprende del «Inventario de Bienes» hecho a la muerte de su padre, pues se
le atribuye por gastos de estudios en Bayona la suma de 10.428 reales vellón y
por viajes y estudios en Burdeos 3.210 reales45.
Tras los estudios humanísticos, para aquellos que deseaban
profundizar en los conocimientos físicos y químicos, la meta era París, centro
dónde se reunían los sabios de la época. Por eso vemos cómo el Conde de
Peñaflorida se apresura en enviar allí a Ramón María de Munibe, su primogénito,
para que se perfeccione en las ciencias experimentales antes de salir hacia
Suecia en viaje de estudios. En París sigue el curso de Química de Rouelle y el
de Historia Natural de Valmont de Bomare. Posteriormente salen en la misma
dirección Antonio María de Munibe y Francisco Javier José de Eguía, que asisten
a los cursos de Química que desarrollan Macquer y Rouelle. Allí se relacionan
seguramente con los hermanos Elhuyar, que por los mismos años, de 1772 a 1777,
se van perfeccionando en las ciencias experimentales, así como Ángel Díaz,
antiguo alumno de Vergara. La Real Sociedad Vascongada tenía, en efecto,
previstas unas becas para aquellos pensionistas que sobresaliesen en las
Ciencias, permitiéndoles estudiar en el extranjero -léase París principalmente-
por el tiempo que se estimase conveniente mediante una asignación anual de seis
mil reales. D. Jerónimo Mas, profesor de Matemáticas en Vergara, sale para París
a mediados de 1787 a expensas de la Sociedad y permanece allí hasta abril de
1789, con el fin de especializarse en Química bajo la dirección de Lavoisier,
Fourcrov y Daubenton, y junto con Lefebvre de Guineau, Dicet y Le Grou realiza
experiencias en el Colegio Real de Francia46.
Las chicas siguen el mismo camino que los jóvenes, aunque
posiblemente en un número mucho más reducido por la resistencia de los padres a
dejarlas marchar lejos de casa, especialmente en una época en que no se daba
importancia a la instrucción femenina. Sabemos que Manuela de Salcedo, esposa
de Samaniego, y una hermana suya, estudiaron en un convento de Bayona47. El
Marqués de Narros envió también a su hija a esa ciudad, según de clara en
Vitoria el 20 de abril de 1776 D. Miguel Ramón de Zurralabe, de Logroño, cuando
el Marques solicita el puesto de Familiar del Santo Oficio48. El número de
Españolas en Pau era suficiente para el establecimiento de un pensionado, como
lo hemos indicado más arriba.
Enseñanza que recibían
Todos estos jóvenes que frecuentaban los cursos de
Humanidades buscaban la enseñanza que, en Francia, había dado tan buenos
resultados. Muchos de los grandes autores clásicos habían dado sus primeros
pasos literarios en los colegios dirigidos por los Jesuitas: Descartes estudió
en La Flèche, Corneille en Rouen, Molière en París, en el colegio de Clermont
(posteriormente se mudó el nombre en Louis-le-Grand), Diderot en Langres,
etc...
La enseñanza jesuítica, en efecto, gozaba de gran popularidad
por los resultados obtenidos. Las normas contenidas en la «Ratio studiorum»
habían formado un sistema pedagógico que logró infiltrarse hasta en los
colegios que, como el de Bayona, se mostraban sumamente hostiles a los Padres
Jesuitas.
La división de los cursos comprendía tres años, en que la
enseñanza se centraba exclusivamente sobre cuestiones gramaticales: tales eran
la «Tertia, Secunda et Prima grammatices». Tras un curso propiamente llamado
Humanidades, el alumno llegaba a la Retórica, que representaba la culminación
de la enseñanza. Este era el momento de poner en práctica cuantos preceptos se
habían ido inculcando a los jóvenes a lo largo de los años precedentes. El
futuro orador, capaz de tratar de los temas más inverosímiles que se le
propusieran, se iba formando mediante los diversos ejercicios de declamación
que se llevaban a cabo49. No es nuestro deseo analizar al detalle la vida
estudiantil de esos jóvenes, sino intentar sacar unas conclusiones que nos
permitan comprender mejor la futura actuación literaria de los principales
miembros de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País. Para ello
analicemos el programa propuesto para 1740 en el colegio de Bayona, que no
debió variar sustancialmente durante ciertos años: hállase reproducido en la
obra anteriormente citada de Drevon.
TERTIA GRAMMATICES
(1.º Curso de Humanidades)
Primo Semestri Secundo
Semestri
1.-Lib. 3 Imitationis J. Chr. 1.-Lib.
4 Imitationis J. Chr.
2.-Phaedri Fabularum lib. 2 2.-Phaedri
Fabularum lib. 3
3.-Rudiment de Gaudin 3.-Eutropii
breviarii lib. 2
4.-Nov. Meth.
de gener. et declin. 4.-Nov. Meth. de Syntaxi
5.-Liber particularum 5.-Liber
particularum
6.-Abrégé de la Doctrine chrétienne 6.-Abrégé de la Doctrine chrétienne
SECUNDA GRAMMATICES
(2.º Curso de Humanidades)
Primo Semestri Secundo
Semestri
1.-Lib. 1 Imitationis J. Chr. 1.-Liber
2 Imitationis J. Chr.
2.-Liber particularum 2.-Liber
particularum
3.-Phaedri Fabularum lib. 4 3.-E.
Cornelio Nepote vita Datami
4.-Nova Methodus 4.-Virgilii
quinta et sexta Ecloega
5.-Selectarum epistolarum lib. 2 5.-Nova Methodus
6.-Abrégé de la Doctrine chrétienne 6.-Abrégé de la Doctrine chrétienne
PRIMA GRAMMATICES
(3.º Curso de Humanidades)
Primo Semestri Secundo
Semestri
1.-Evangelium secundum Lucam 1.-Evangelium
secundum Johannem
2.-Novae
Methodi Prosodia 2.-Novae Methodi
Prosodia
3.-Cicer. de
Officiis lib. 2 3.-Cicer. Orat. post redi
tum ad Quirites
4.-Virgilii AEneidos lib. 5 4.-Virg.
AEneidos lib. 6
5.-Quinti Curtii lib. 9 5.-Caesaris
de Bello Gallico, lib. 1
6.-Canisius 6.-Canisius
IN HUMANITATE
Primo Semestri Secundo
Semestri
1.-Evangelium
secundum Math. l.-Evangelium
secundum Marcum
2.-Novae
Methodi Prosodia 2.-Novae Methodi
Prosodia
3.-Ciceronis
Orat. pro Archia 3.-Ciceronis Orat. pro
lege Manilia
4.-Virgilii AEneidos lib. 9 4.-Horatii
Satyrarum lib. 1
5.-Sallustius de Bello Jugurthino 5.-Sallustius de Bello Jugurthino
6.-Canisius 6.-Canisius
IN RHETORICA
Primo Semestri Secundo
Semestri
1.-Actos Apostolorum 1.-B.
Pauli Apost. ad Roman.
2.-Ciceronis oratio pro Ligario 2.-Ciceronis Philippica prima
3.-Titi Livii primae Décades 3.-Titi
Livii prim. Dec. lib. 2 et 4
4.-Horatii Odarum lib. 2 4.-Horatii
Ars Poetica
5.-Rhetoricae Institutiones 5.-Rhetoricae
Institutiones
6.-Canisius 6.-Canisius
Este programa seguía la tendencia general de la enseñanza de
la época y no varía sustancialmente de los que debían de regir en Toulouse o
Pau.
La enseñanza religiosa ocupaba una plaza importante dentro
del plan de estudios, con la explicación de la Imitación de Cristo, de los
Evangelios, de los Actos de los Apóstoles y de la carta de San Pablo a los
Romanos. La formación cristiana se proseguía con el Abrégé de la Doctrine
chrétienne, que consistía en una traducción francesa muy resumida de la Summa
doctrinas christianae del Jesuita alemán Der Himdt (1520-1597), cuyo nombre
significa «El Perro» y que fue latinizado en Canisius, según una costumbre
frecuente de la época. A partir del tercer curso de Humanidades se estudia su
obra en el original latino.
La cultura que se impartía estaba dirigida hacia un
conocimiento del mundo clásico. Para ello los primeros cursos estaban enfocados
para llegar al conocimiento del latín a través de Rudiments de Gaudin
-gramática que databa de 1730- y de la obra de Vitrié intitulada Abrégé de la
Nouvelle Méthode présentée au Roi pour apprendre facilement la langue latine,
contenant les rudiments en un nouvel ordre avec des règles pour bien décliner
et conjuguer et des règles des genres, des déclinaisons, des prétérits, de la
syntaxe, de la quantité et des accents latins. El estudio de este libro, que se
escalonaba sobre cuatro cursos, iba acompañado de la obra de Turcellin sobre
las partículas durante los dos primeros años. En la clase de Retórica se
estudiaban más especialmente los diferentes tropos, figuras, estilos... de la
oratoria, que posteriormente se ponían en práctica durante los ejercicios
públicos.
Juntamente con estas enseñanzas de orden teórico, se ponen
ante los ojos de los alumnos los modelos clásicos latinos: los jóvenes han de
buscar ahí la perfección de la forma. Fedro, Cornelio Népote, Virgilio, Quinto
Curcio, Horacio, Salustio, jalonan los diferentes cursos, pero es
principalmente Cicerón el que sirve de modelo a los futuros oradores mediante
los diversos discursos que se estudian: Ad Quirites, Pro Archia, Pro lege
Manilia, Pro Ligario y la primera Filípica. Tras estos años humanísticos, los
jóvenes salían formados con un molde eminentemente clásico.
Resultados de esta formación
Los jóvenes pasaban generalmente 4 ó 5 años en contacto con
profesores, compañeros y huéspedes franceses, lo que les permitía
familiarizarse con su idioma. Esto les facilitaría posteriormente la lectura de
los libros franceses que les iban poniendo a su alcance el pensamiento europeo.
El informe, redactado por la ciudad de Pau, al que hemos
hecho referencia anteriormente, indica que los fines de la estancia de los
Españoles en Francia era «se former aux moeurs et aux principes des Français».
No creemos que el fin principal fuera el de imitar a los Franceses, si no que,
al observar los modales de un pueblo más refinado, insensiblemente copiaban
muchas costumbres de nuestros vecinos. Cuando regresaban a la patria, estos
jóvenes traían las modas y costumbres allí en uso, como dice Jovellanos:
«...¡oh, cual otro el Bidasoa tornó a pasar!...»50. Sabemos, por ejemplo, que
Samaniego solicita a través de su familiar Carlos Antonio de Otazu, vecino de
Vitoria, que se le hagan «un par de zapatos altos de hebillas, suela un poco
fuerte y cuantos requisitos son necesarios para hacer una cortesía a la
francesa»51 y para la confección de su ropa mantiene una cuenta con un sastre
francés52.
Culturalmente, estos jóvenes habían sido profundamente
moldeados por la formación clásica. Se les había inculcado la necesidad de unas
reglas concretas para poder realizar una obra digna de elogio: tal era el
camino que habían utilizado anteriormente los grandes genios que habían llevado
la literatura a su cumbre. Escuchemos a Daniel Mornet cuando intenta condensar
cuál era la esencia de aquella educación recibida en los colegios franceses:
«La rhétorique, qui couronne l'enseignement secondaire, et
cet enseignement tout entier, n'apprennent jamais ou presque ni à s'interroger
ni même à réfléchir. Ils apprennent les pensées des autres et l'art de leur
donner, non pas le tour le plus original mais le plus parfait, c'est-à-dire, le
plus conforme aux règles. Ecrire et penser, c'est imiter: imiter pour le fond
les grands écrivains, de Virgile à Racine ou Mascaron, imiter pour la forme les
préceptes des professeurs de l'art, de Cicéron à Boileau, au P. Buffier et à
l'abbé Batteux»53.
Esta preocupación de imitar a los grandes escritores en lo
relativo al fondo, pero especialmente en lo que toca a la forma, les hace tomar
pronto conciencia de la degeneración literaria que padecía España.
También se aprecia en nuestro país una nueva preocupación por
las ciencias experimentales, obra de aquellos que en Francia habían tomado
conciencia de su utilidad para cultivar la tierra, impulsar el desarrollo
industrial y lograr un mayor nivel de vida para el pueblo en general.
Enseñanza impartida por la Real Sociedad Vascongada
Los principios recibidos en Francia se van a ir extendiendo
por el País Vasco mediante la enseñanza que llevan a cabo los propios miembros
de la Sociedad Vascongada. La educación pública fue uno de los problemas que
preocupó seriamente a los hombres del siglo XVIII. Jovellanos se expresa así:
«¿Es la instrucción pública el primer origen de la prosperidad
social? Sin duda. Esta es una verdad no bien reconocida todavía, o por lo menos
no bien apreciada; pero es una verdad. La razón y la experiencia hablan en su
apoyo. Las fuentes de la prosperidad social son muchas, pero todas nacen de un
mismo origen, y este origen es la instrucción pública. Ella es la que descubrió
y a ella todas están subordinadas. La instrucción dirige sus raudales para que
corran por varios rumbos a su término... Con la instrucción todo se mejora y
florece; sin ella todo decae y se arruina en un estado»54.
La Real Sociedad Vascongada tomó conciencia igualmente de la
importancia de la educación, como nos lo indica Ibáñez de la Rentería:
«El más principal entre ellos (medios en beneficio del
público) es sin duda alguna la educación de la juventud»55.
El propio Director de la Sociedad insistió en varias
ocasiones sobre este particular. En el Discurso de apertura de las Juntas de
1780 declaró:
«La educación de la juventud ha de ser no solamente el objeto
principal de la Sociedad, sino el único, hasta que, difundidas las luces,
llegue el feliz tiempo de aplicarlas con propiedad a los objetos particulares
de nuestro instituto»56.
Desde el principio de la fundación de la Sociedad se pensó en
instruir en su seno a los hijos y parientes de los miembros. En las primeras
reuniones de febrero de 1765 se crea la clase de Caballeros Alumnos, en la que
ingresan como primeros miembros Ramón María de Munibe, hijo del Director, e
Ignacio José de Olaso Ulibarri. Para supervisar la enseñanza, se nombra en cada
provincia un Vigilador, y durante las Juntas Generales anuales se examina
públicamente a los Alumnos. Al aumentar el número de estos se pensó en la necesidad
de establecer una escuela en Vergara bajo la dirección de D. Martín de Erro:
tal es el origen de lo que posteriormente se denominó el Real Seminario
Patriótico, que abrió sus puertas oficialmente el 4 de noviembre de 1776 en los
edificios del antiguo colegio de los Padres Jesuitas. Este centro, que ha sido
injustamente considerado por Menéndez Pelayo como «la primera escuela laica de
España»57, se deshizo en 1794 en el momento de la entrada de las tropas
francesas en Guipúzcoa: durante esos años se educó ahí gran parte de los hijos
de la nobleza vasca.
Cuando se ven precisados de buscar libros de enseñanza, en un
principio los buscan en Francia. Este es el motivo que les empuja a solicitar
la autorización para leer el Dictionnaire universel raisonné des Sciences, des
Arts et des Métiers, más conocido por Enciclopedia de Diderot, pues ahí se
podía encontrar cuanto se deseaba para ilustrar a los jóvenes:
«...haciendo presente la necesidad que tiene este Cuerpo de
tal permiso, así por aprovecharse de los infinitos auxilios que presta esta
obra para fomento de la Agricultura, las Artes, Ciencias útiles y la Industria
que componen el objeto de él, como por los grandes socorros que pudiera lograr
de ella para formar los tratados elementales para la educación de los
Caballeros jóvenes que entran en la clase de sus Alumnos...
A más de los motivos alegados hasta aquí tenemos en el día
otro más urgente por la confianza que el Rey Nuestro Señor acaba de honrar a la
Sociedad, fiando a su cuidado el establecimiento y dirección de un Seminario de
Nobles en la Villa de Vergara de esta Provincia de Guipúzcoa; pues siendo
preciso disponer varios cursos de Literatura, Física y Matemáticas,
necesitaríamos de un acopio de libros superior a las facultades de la Sociedad
que sólo se puede suplir con los materiales que se encuentran en el Diccionario
Enciclopédico»58.
Además de la Enciclopedia utilizaron muchos libros franceses
que fueron compendiados para facilitar la labor de los alumnos. Así en 1771 los
Extractos de las Juntas generales nos indican que estaba ya traducida en forma
de diálogos la segunda parte de la Geometría de Clairaut59. En 1772 los mismos
Extractos nos dan a conocer que la enseñanza del catecismo se basaba en el
Catecismo histórico del Abate Fleury60. En 1773 se presenta la idea de un
tratado elemental de la Historia Natural de Buffon61 con seis lecciones para
alumnos sobre el Hombre y las variedades de su especie. Ese mismo año traducen
también la tercera parte de Clairaut y se empieza a hacer lo mismo con su
Álgebra. De Nollet62 toman las doce primeras lecciones del Curso de Física
experimental. Para la enseñanza del latín, D. Ignacio de Balzola y D. Martín de
Erro, maestros de latinidad y letras humanas, respectivamente, adoptan el
método de Vanière63.
Cuando un profesor desea aconsejar una bibliografía para el
curso, nombra preferentemente obras francesas, como D. Jerónimo Mas, que para
el curso de Matemáticas da el plan siguiente:
«Como libro base utilizará el de D. Jorge Juan... Convendrá
disfrutar las obras modernas más selectas que se han publicado de estas
Ciencias, como las de d'Alembert, Eulero, Fontaine, le Marquis de Condorcet,
Bougainville, Reyna D. Jorge Juan, Muller, Bouguer, la obra grande que
publicará luego D. Benito Bails y otras...»64.
Naturalmente se aprovechan cuantos buenos tratados se
encuentran en España, como el de D. Jorge Juan, D. Benito Bails, pero podemos
afirmar que la orientación científica viene generalmente de Francia.
El gusto literario fue cultivado sin duda alguna por medio de
los diferentes artículos, tales como «Epopée», «Goût», «Histoire», «Roman»,
etc... que aparecen junto con otros de los más diversos temas en esa vastísima
obra que fue la Enciclopedia y que sirvió de base, como hemos visto
anteriormente, para la formación de cuantos pasaban por Vergara. D. Valentín de
Foronda65, en la Carta escrita al Censor sobre el Seminario de Vergara,
recopilada en su Miscelánea, nos indica cuál era la formación humanística que
recibían los alumnos: iba basada principalmente en la imitación de los clásicos
latinos:
«(Se persuade) su maestro con mucha razón a que la imitación
de los buenos modelos de la Antigüedad es lo que hace elocuentes, y no la
multitud de preceptos; así se cuida mucho de hacerles notar en Demóstenes la
solidez y energía de su elocuencia, en Cicerón la elegancia, dulzura y
abundancia, en Quinto Curcio el arte con que reúne las flores a la concisión y
sublimidad, en Salustio el nervio y vigor templado por la armonía que brilla en
los discursos del Orador romano, en Tácito la profundidad de las ideas, la
sublimidad de sus pensamientos y la noble osadía de su pincel, en Tito Livio la
concisión, el modo con que adorna sus discursos sin hojarasca y cómo reviste su
estilo de todos los colores»66.
El profesor va inculcando asimismo a los alumnos las diversas
normas extraídas de los preceptistas clásicos:
«pero en el Arte Poética de Horacio, o por mejor decir en el
Código del buen gusto es donde se detiene más (el profesor); la compara con la
de Aristóteles, Boalo (sic) (Boileau) y la de nuestro sabio Luzán; les
demuestra los defectos de unos, los primores de los otros y cuida sobremanera
de hacer continuas aplicaciones de unos preceptos tan maravillosos»67.
Los jóvenes son capaces de ir dando consejos a los que
emprenden la carrera literaria. Así, según el consejo de Horacio:
«Sumite materiam uestris, qui scribitis, aequam
uiribus et uersate diu quid ferre recusent,
quid ualeant umeri»68.
los alumnos de Vergara son capaces de
«decir a los que escriben que no tomen asunto superior a sus
fuerzas y que reflexionen la carga que quieren llevar sobre sus hombros»69.
Igualmente se apoyan en las normas de Horacio sobre
neologismos
«Si forte necesse
est
Indiciis mostrare recentibus abdita rerum, et
Fingere
cinctutis non exaudita Cethegis
Continget dabiturque licentia sumpta pudenter»70
para, a su vez,
«manifestar a los Puristas que son unos ignorantes en armar
la guerra a todos los que inventan voces cuando la necesidad lo exige, o el uso
les pone el sello de la aprobación»71.
El conocimiento de los preceptos que se les van inculcando
sobre la dramaturgia les empuja a
«dictar leyes a los cómicos españoles y manifestarles los
derrumbaderos en que los ha precipitado su fogosa imaginación, por no haberse
sujetado a las reglas que les prescribía el buen gusto»72.
Desde la juventud, los miembros de la Real Sociedad
Vascongada de los Amigos del País, durante su educación ya en Francia, ya en el
Real Seminario Patriótico de Vergara, estaban orientados hacia una imitación de
los clásicos y su gusto literario se apoyaba en unas normas concretas
necesarias para todo «buen gusto»: pronto vendría el intento de renovación de
la triste situación literaria que padecía España. Pero no hubiese bastado una
buena educación, pues con los años hubiera decaído ciertamente en el olvido de
no haber contribuido los libros a mantener vivo este apego a 1o clásico.
- II -
Los libros
Tan sólo una minoría tenía la oportunidad de desplazarse para
conseguir una educación apropiada. Aquellos que sentían una mayor preocupación
por su formación o deseaban profundizar en los conocimientos adquiridos
buscaban en los libros cuanto estos podían proporcionar. Son, en efecto, el
elemento más idóneo para conservar y transmitir hasta los lugares más alejados
el mensaje del autor o las noticias de cuantas novedades se producen en el
mundo que nos rodea. El Conde de Peñaflorida alude ya en 1753 a la utilización
frecuente de libros extranjeros, cuando, tras lamentar la triste situación
cultural de España, añade:
«Es verdad que no deja de haber algunos particulares que
habiendo adquirido sus conocimientos entre los extranjeros y otros que sin
salir de su gabinete han aprendido a traducir el francés, se dan a la lectura
de los autores extranjeros»73.
El Padre Larramendi confirma esta costumbre, cuando analiza
la educación impartida en nuestro país: observa una grave deficiencia, como lo
indicamos ya anteriormente, excepto en una minoría:
«...y los que sobresalen en esto (instrucción y enseñanza)
por toda la extensión de España, se instruyen sin otro maestro que los libros y
su aplicación»74.
El libro se presenta, pues, como un complemento de la primera
instrucción recibida en los colegios, o como un elemento de enseñanza para
quienes no gozaron de maestros, pero que sentían ansias de saber. Por la vital
importancia de este fenómeno, hemos considerado necesario estudiar el mundo del
libro en que se desenvolvieron los Miembros de la Real Sociedad Vascongada de
los Amigos del País, pues tal vez esto nos ayude a comprender mejor su
actividad general y particularmente la literatura.
Situación de la imprenta en España a mediados del siglo XVIII
No es fácil tratar de una cuestión sobre la que no existe
suficiente documentación75. Conservamos al menos ciertos escritos que nos
ayudan a formar una idea del estado de la imprenta en nuestro país a mediados
del siglo XVIII.
Sabemos por datos extraídos del Archivo Histórico Nacional
que en 1764 Madrid contaba con 26 impresores76. En 1770 el número había
disminuido a 25 y poseían un total de 113 prensas. Los principales eran Joaquín
de Ibarra y Francisco Marín, que disponían de 14 y 13 prensas, respectivamente.
Los demás impresores trabajaban en general con 3 ó 4 prensas y nadie tenía más
de 777. Estas cifras, sin embargo, no nos dicen nada sobre la vitalidad de esta
industria en nuestro país.
Antoine Boudet, editor francés con ciertos intereses
financieros en España, comenta con bastante amplitud su apreciación sobre la
imprenta española78. Según él nos lo da a entender, la imprenta no se ocupaba
sino de los trabajos solicitados para el servicio del Rey y de los tribunales,
al mismo tiempo que se publicaban algunos pequeños volúmenes ya de autores de
segundo orden, ya de traducciones francesas o italianas. Esta labor realizada
siempre sobre pedido y a expensas de particulares o comunidades que procedían
posteriormente a la venta de los libros, retiraba a los editores los beneficios
que suele originar la comercialización de publicaciones de gran producción,
como eran los libros de piedad, los de clase o estudio y las obras periódicas
dirigidas al gran público.
A los impresores no les quedaba para poder preparar un
negocio propio sino las ediciones de lujo o de mera curiosidad que, si bien
podían aportar beneficios, resultaban sin embargo inseguras en el momento de la
venta. Por eso los editores españoles carecen del empuje de sus compañeros
franceses, ya que estos se han enriquecido con las publicaciones de mayor
tirada y pueden aventurarse en otras más inciertas. Boudet nos relata a este
respecto su propia experiencia. Cuando él presentó la hoja periódica Les
Affiches de Paris durante los años 1745 a 1751, su idea era una ganancia
rápida: en esos seis años con siguió 100.000 libras. Esto le animó a empresas
más arriesgadas, como la colección de obras de Bossuet, en 20 volúmenes, el
Grand Atlas Universel de François Robert, la traducción al castellano del Grand
Distionnaire historique de Moreri, en 10 volúmenes, y la Histoire de France
depuis l'établissement de la Monarchie, del Padre Gabriel Daniel, en 17
volúmenes.
Ciertamente él reconoce que con estas obras no ha obtenido
grandes beneficios, pero al menos todo esto ha sido posible gracias a las
reservas acumuladas por la venta de la obra periódica.
En España, sigue diciendo, falta este espíritu emprendedor, a
lo que se une la carencia de autores: estos se veían obligados, en efecto, a
remitir sus obras a los censores y a satisfacerles el pago de 2 reales de
vellón por pliego manuscrito y un real por hoja impresa en caso de reedición.
Estos derechos fueron obligatorios desde 1756 hasta el 22 de marzo de 1763,
fecha en que se suprimieron por Real Orden, sobre la petición de impresores y
libreros. No es de extrañar que los posibles autores de libros se resistiesen a
presentar ningún escrito para su publicación.
Además la imprenta española tenía que aplicar unos precios
más elevados que los de otros países, por la necesidad de importar el papel; y
la calidad de impresión era inferior por la carencia de especialistas. François
Grasset, librero genovés, en una carpa que remitió en 1753 a Mr. de
Malesherbes, se expresaba de este modo:
«Il s'imprime très peu en Espagne, et le peu qui s'y imprime
est si mal et si cher que les livres qui se font chez eux haussent toujours du
double de ceux qu'ils tirent chez l'étranger»79.
Por este motivo muchos libros españoles se imprimían fuera
del reino. Los Jerónimos, por ejemplo, mandaban publicar las obras pías a
Amberes80. También vemos cómo en la biblioteca del Marqués de Narros en Zarauz
se guarda el Catecismo histórico de Fleury, traducido por Carlos de Valdeber e
impreso en 1757 en León de Francia (Lyon) por Tournes. Este fenómeno se dio con
mayor abundancia en los textos de jurisprudencia y legislación escritos en
latín.
Esta situación llegó hasta tal extremo que D. Juan Curiel, entonces
Juez de Imprentas, publicó una ley en 1752 por la que prohibía bajo pena de
muerte la entrada de libros en castellano impresos fuera del reino:
«Que asimismo ningún librero o tratante en libros ni otra
alguna persona, pueda vender o meter en estos Reinos libros ni obras de romance
compuestas por los naturales de estos Reinos, impresos fuera de ellos, sin
especial licencia de S.M. sopena de muerte y de perdimiento de bienes»81.
Pero los Españoles que sentían interés por la cultura europea
de la época no buscaban libros españoles, sino particularmente extranjeros,
como dice Boudet:
«L'Espagne
est par rapport aux livres ce que l'on sait qu'elle est par rapport à toutes
productions et fabriques, fournie principalement par les étrangers»82.
Así, cuando el Conde de Peñaflorida piensa en preparar un
extracto de Física, nos dice que posee las obras de Nollet, Regnaut,
S'Gravesande, las Institutions de Physique de Mme. du Châtelet, el libro de
Polinière y varios más. Al mismo tiempo solicita tres o cuatro autores más. Los
Padres Jesuitas, a quienes va destinada la carta, remitirán junto con los
libros un catálogo de cuantas novedades sean susceptibles de interesarle83. Del
mismo modo la Sociedad reunida en Bilbao en las Juntas Generales de 1781
comisiona a Baltasar de Manteli, librero vitoriano, para que consiga libros de
Francia y Holanda84. Igualmente cuantos salían al extranjero se prestaban de
buen agrado a suministrar los libros que podían ser útiles a los Amigos: Ramón
María de Munibe, casi recién llegado a París, escribe el 1 de enero de 1771 a
Miguel José de Olaso, Secretario de la Sociedad:
«En una carta escrita a mi amado Padre el mes pasado le hacía
ver cuán necesario era a una Academia un Gabinete de Historia Natural y una
buena Biblioteca y cuán buenas ocasiones se hallaban en esta corte para formar
con facilidad y no con mucho coste tanto lo uno como lo otro; cuando le digo a
Vmd. no con mucho coste quiero decir que no intento sean sin par las alhajas
que debieran componer el tal Gabinete ni que la Biblioteca tuviese todos los
escritos»85.
Introducción de los libros extranjeros
El control sistemático de la publicación y circulación de los
libros remonta a los inicios del siglo XVI, debido a un deseo de evitar
proposiciones impías, escandalosas, malsonantes o contrarias a la fe católica.
Tras el cisma causado por Lutero y Calvino, el papado se apresuró en establecer
una frontera que detuviese la expansión de la herejía: tal fue el motivo de la
institución de la Sagrada Congregación del Índice en 1566 por el Papa Pablo IV,
con el encargo de indicar a la cristiandad los libros cuya lectura quedaba
prohibida. En nuestro país los Austrias establecen una frontera que detuviese
la expansión de la lucha contra las obras heterodoxas. El advenimiento de los
Borbones al trono de España va a originar una merma del poder inquisitorial
especialmente cuando Carlos III, defensor de las regalías, e irritado por la
desobediencia del Inquisidor General D. Manuel Quintano Bonifaz, le destierra
en 1761 fuera de la corte. El 16 de junio de 1768 publica un edicto en el que
impone unas limitaciones muy grandes a la Inquisición: prohíbe la libre
introducción de bulas, breves y rescriptos del papa y permite la circulación de
libros hasta el momento de su calificación por la Inquisición. Juan Antonio
Llorente nos comenta el cambio sufrido desde épocas anteriores:
«A pesar de estos excesos, vuelvo a decir que los
Inquisidores del tiempo de Carlos III y Carlos IV poseyeron las virtudes de
benignidad y prudencia en grado heroico, si los comparo con los de Felipe V e
infinitos más si se les hace la comparación con los de siglos anteriores»86.
Ciertamente permanecía aún vigente el antiguo sistema de
control sobre los libros mediante los comisarios en las fronteras y puertos, y
teóricamente los libreros debían entregar anualmente, al menos en principio,
una lista de cuantas obras se hallasen en su establecimiento. Pero esta
muralla, que bajo los Austrias había cumplido eficazmente su función de
contención de la avalancha extranjera, ahora se derrumba en múltiples puntos.
Sabemos, por ejemplo, que en 1776 el Comisario de la Inquisición de
Fuenterrabía presenta una denuncia contra los responsables del control de
libros, especialmente contra Juan Nabarte; este se contentaba con percibir los
derechos de Inquisición a través de sus propias criadas, sin preocuparse de
analizar el contenido de los envíos. El propio denunciado reconoce sus
acusaciones y alega que en esto no ha hecho sino seguir el procedimiento
utilizado desde hacía cuarenta años87.
El descuido de los Comisarios encargados de evitar la
infiltración de libros en una de las principales vías de penetración como el
eje Irún-Madrid parece haber sido un mal crónico. Guillermo de Humboldt nos
relata así el cruce de la frontera en 1799:
«En el paso de Behovia hay revisión, de no tener la
preocupación nuestra de precintar los baúles. De esta forma cortan tan sólo los
precintos y ven el pasaporte que ya no ha de ser visado. En el puente del
Bidasoa hay aduaneros españoles con los cuales, como hasta Madrid -con
excepción de Vitoria-, no hay que hacer en todas las grandes ciudades sino la
pregunta y la propina»88.
Aun en los puestos que manifiestan mayor seriedad, como
Vitoria, la ignorancia de los empleados permite el paso de libros prohibidos,
como ocurrió al mismo viajero alemán:
«En Vitoria se revisa, como es sabido. Desgraciadamente, los
aduaneros vieron libros en mi baúl y miraron hasta el fondo, pues de lo
contrario sólo lo hubieran visto desde arriba, como hacen con los demás. Sin
embargo, fueron tan ignorantes que tuvieron entre manos el EMILE de Rousseau y
lo dejaron pasar»89.
Otras veces la astucia de los viajeros o mercaderes conseguía
introducir cuantos libros se proponían. Fue un método frecuente el esconder
ciertas obras prohibidas bajo títulos falsos o envueltas en cubiertas de libros
piadosos: tal era el camino que debían seguir los escritos menos peligrosos si
tenían por autor cualquier personaje condenado por la Inquisición. Así Humboldt
durante su estancia en Vitoria ve en casa del Marqués de Montehermoso el
Diccionario de la Música, de Jean-Jacques Rousseau, con el título oculto90.
El País Vasco, que se halla tan cerca de la frontera francesa
y en un lugar de paso natural, recibía gran cantidad de libros por tierra y por
mar. Sabemos que en 1768 en un sólo cargamento llegaron a Bilbao, sin duda
desde Bayona, 29 cajas conteniendo más de 2.400 volúmenes destinados a Pablo de
Olavide, al que se le remiten posteriormente por mar hacia Sevilla91.
Bayona era, efectivamente, uno de los principales puntos de
expedición de libros hacia España desde mucho tiempo atrás. Ernest Labadie nos
habla de cómo un impresor de Burdeos, un tal Simón Millanges, estableció ya en
1620 una sucursal en Bayona con el fin de poder introducir mejor sus
producciones en España. Bayona se destacó como centro comercial de libros, bien
de una manera regular o bien clandestinamente92. De los cuatro libreros
existentes en Bayona a mediados del siglo XVIII -Paul Fauvet-Duhart, Pierre
Fauvet, Thomas Ohiribarren y Jean-François Trébosc-, fue este último el que más
comercio parece haber tenido con el País Vasco y con la Sociedad Vascongada.
Cuando Proust, profesor de Química en el Real Seminario Patriótico de Vergara,
quiere traer libros lo realiza a través de Trébosc93. En la biblioteca del
Marqués de Narros se halla a veces una indicación de la procedencia de los
libros, y así las Tullii Ciceronis Orationes, impresas en París en 1768, por
Barbon, llevan una banderita que indica «Se vend à Bayonne, chez Trébosc,
libraire».
Estudio bibliográfico de dos bibliotecas vascas
Para poder comprender y valorar con mayor precisión la
importancia del libro en el País Vasco durante la segunda mitad del siglo
XVIII, hemos juzgado oportuno penetrar en alguna de las bibliotecas allí
existentes. Esto nos permitirá estudiar este fenómeno sobre datos concretos.
Sin embargo, esta tarea requería ya de por sí una serie de
condiciones previas. En primer lugar deseábamos buscar aquellas bibliotecas
donde no se haya observado afán bibliófilo, sino que los volúmenes allí
conservados se hayan ido adquiriendo al compás del tiempo, sin compras o ventas
de importancia que hubieran llegado a perturbar la formación progresiva de
dicha biblioteca. Ciertamente, la manera más exacta de conocer con precisión el
momento de adquisición de los libros sería mediante las facturas o pedidos que
se conservasen en los archivos. Desgraciadamente esto no es posible por su
desaparición. Pero al tratarse de bibliotecas que se han formado
paulatinamente, podemos estimar que la entrada de los volúmenes corresponde, en
la mayoría de los casos, a la fecha de edición.
En segundo lugar quisimos trabajar en bibliotecas
pertenecientes a personajes influyentes dentro de la Real Sociedad Vascongada
de los Amigos del País, para hallarnos de este modo más próximos al objeto de
nuestra tesis.
Estas dos condiciones se cumplen en las bibliotecas
siguientes. En Vitoria, la familia Verástegui-Zavala ha tenido la amabilidad de
permitirnos la entrada en su hermosa biblioteca. Don Prudencio María de
Verástegui, Marqués de la Alameda, desempeñó los más altos cargos de la administración
de la Provincia de Álava y fue Socio Numerario de la Real Sociedad Vascongada a
partir de 1774, encargándose de la función de Recaudador de Álava y trabajando
en la tercera Comisión de Industria y Comercio.
En Zarauz hemos podido consultar, gracias al favor especial
de la Marquesa de Narros, la biblioteca que perteneció a la familia de los
Marqueses de este nombre, el tercero de los cuales, D. Joaquín María de Eguía y
Aguirre, tuvo tan gran importancia para la vida de la Sociedad desde su fundación
en 1764 como cofundador de la misma y posteriormente como Secretario, cargo que
desempeñó desde el 2 de septiembre de 1774 hasta su muerte, ocurrida en 1803.
Hallamos precisamente en esa biblioteca una prueba de la compenetración de la
Sociedad y del Marqués de Narros con la presencia de la obra de Belidor
Architecture hydraulique, cuya primera hoja lleva la siguiente nota manuscrita:
«De la Real Sociedad Bascongada en el Depósito de Guipúzcoa, 1767, Eguía»94.
De las obras contenidas en estas dos bibliotecas hemos
entresacado todas aquellas cuya publicación se llevó a cabo entre los años 1705
y 1799, es decir, durante toda la segunda mitad del siglo XVIII, y las hemos
agrupado por temas, aunque a veces es difícil fijar en qué grupo cabe incluir
ciertas obras, por hallarse en un campo neutro.
Hemos agrupado los volúmenes según su origen: en primer lugar
hemos catalogado todos aquellos que fueron escritos en francés y los que han
sido traducidos de este idioma al castellano; luego hemos realizado la misma
operación con los propiamente españoles. Bajo la denominación de «Originales
otros» hemos incluido las obras en idiomas distintos al castellano y francés,
es decir, en latín, inglés, alemán, italiano, sueco, mientras se han recogido
en «Traducciones otras» cuantas se llevaron a cabo al castellano de estos
últimos idiomas mencionados.
En una gran diversidad de obras como las que hemos tenido que
clasificar, existe una dificultad en el momento de pretender compararlas, por
la falta de un elemento de unificación. En efecto, no tiene la misma
importancia cultural un fascículo sobre un tema particular e intranscendente
como, por ejemplo, los Exercices publics des élèves de l'École Royale Militaire
de Sorèze, que el trabajo profundo y metódico que encierra la colección de las
obras de Buffon, con 84 tomos. Es preciso, pues, tomar una unidad básica que
nos sirva para el recuento posterior. Podríamos haber utilizado el cálculo de
número de páginas o de volúmenes publicados, que tal vez nos hubieran dado una
mayor visión cuantitativa, pero que no nos indicaría en ningún momento el valor
de las obras, y entrañaría sin embargo una labor fatigosa y sin resultado
práctico alguno. Por eso nosotros hemos tomado como medida general el título de
las obras, sin tener en cuenta inicialmente su extensión o su valor, por lo que
hemos considerado necesario matizar los meros datos matemáticos con una
apreciación de las obras, en las que intentamos hacer resaltar los elementos
más importantes que hemos observado.
Tras establecer estas bases de trabajo, hemos podido
confeccionar los cuadros que reproducimos a continuación; la lista de los
libros puede consultarse en el Apéndice documental.
Visiblemente nos encontramos ante dos bibliotecas que indican
una mentalidad muy distinta en aquellos que las formaron. En Vitoria hallamos
un interés mayor por los temas literarios (31,8 % de la totalidad), históricos
(14,8 %) y relativos a la jurisprudencia y legislación (13,5 %). En Zarauz, sin
embargo, el interés se dirigía hacia cuestiones científicas (42,1 %), aunque
conservando también cierta afición a la literatura (23,1 %), sin que hallemos
ningún libro expresamente dedicado a cuestiones legislativas. Estas
consideraciones concuerdan con la actividad de D. Prudencio María de Verástegui
y de Joaquín María de Eguía y Aguirre, que apuntamos brevemente más arriba.
Si analizamos ahora globalmente el número de libros,
observamos la plaza destacada que ocupa la bibliografía francesa. En Vitoria,
frente al 41 % de obras españolas, tenemos 27 % escritas en francés y 11,3 %
que han sido traducidas del francés al castellano, lo que sumado nos daría 38,3
% de la totalidad. En Zarauz la proporción aumenta considerablemente, ya que el
41,3 % de los libros son franceses y el 18,4 % corresponden a traducciones, lo
que representa el 69,7 % de la totalidad, que deja muy por debajo el 27,4 % de
obras en castellano. Pero estas comparaciones meramente numéricas no nos darían
la verdadera importancia de no analizar también el valor de los libros.
La presencia del libro francés, que se manifiesta en todos
los campos, destaca principalmente en el de las Ciencias, bajo los diferentes
aspectos: agricultura, química, física, matemáticas, mineralogía, industria,
astronomía, ciencias de la Naturaleza, etc... y cuantos temas podían interesar
a los Amigos de la Sociedad, que necesitaban mejoras agrícolas para sus
mayorazgos o industriales para el desarrollo de sus ferrerías. Hallamos a los
mejores científicos de la época, como Duhamel Du Monceau, que tanto se preocupó
por los temas del campo. Los grandes sabios de la química aparecen con
Lavoisier, Fourcroy, Bergmann, así como los de la física con el Abate Nollet,
Van Musschenbroek y otros. En mineralogía los que entonces se hallaban a la
cabeza de dicha ciencia, como Delius, Schlutter, Morand, Valmont de Bomare...
indican el camino a seguir en las prospecciones mineras y su explotación.
Perret en cuestiones de industria -fabricación del cuchillo especialmente-,
Buffon con su visión monumental de la naturaleza contribuyen también a aportar
a los Españoles los últimos logros de la ciencia. Todos ellos eran hombres de
gran prestigio en su época, cuyos nombres han caído a veces en el olvido de los
tiempos, pero que se hallaban situados entonces en la cúspide de la fama e
hicieron posible el desarrollo de la ciencia moderna.
En cuanto a los diccionarios, observamos una superioridad de
los que procedían de Francia: en cada una de las bibliotecas hallamos 13
diccionarios franceses, frente a 7 españoles en la vitoriana y 4 en la de Zarauz.
Los temas tratados son de lo más variado: en Vitoria hay 2 diccionarios de
Historia, 3 de Geografía, 2 de Lingüística, 1 de Ciencias, 1 de Comercio, otro
sobre Física, otro sobre iconología, otro de libros raros y, finalmente, otro
que versa sobre las cuestiones más variadas, como es la Encyclopédie
méthodique, que se halla incompleta, con tan sólo 3 tomos de los 201 que
comprende la totalidad. La variedad de temas de los diccionarios de la
biblioteca de Narros es inferior, pues, confirmando la apreciación que dimos
anteriormente sobre la tendencia científica de la misma, cinco tratan de
cuestiones de Química, Historia Natural, Artes y Oficios, explicadas por los
mejores científicos de la época, como Valmont de Bomare, Macquer, Jaubert. La
Lingüística está también extensamente representada en los diccionarios, ya
propiamente franceses, como el de Richelet o el de la Academia Francesa, ya
como elementos de ayuda para las traducciones. Nos damos cuenta de cómo el
francés era una lengua intermediaria para el conocimiento del latín o de las
lenguas modernas como el sueco o el italiano, a través del diccionario
francés-latín de Jaubert, de 1751, del diccionario francés-sueco y
sueco-francés, publicado en Estocolmo en 1755, así como el francés-italiano
compuesto por Abuti de Villeneuve y publicado en 1796.
La literatura española está presente mediante los autores más
diversos, pero en ningún caso encontramos huellas del teatro del Siglo de Oro
español. Los poetas del siglo XVI están presente con Ercilla, Fray Luis de
León, Cristóbal de Castillejo y Juan de la Cueva, seguidos por Bartolomé
Leonardo Argensola, Fernando de Herrera o Lope de Vega. Los grandes nombres de
autores del Siglo de Oro, como Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo,
indican el apego que se sigue sintiendo por las grandes obras de nuestra
literatura. Nos llama la atención la presencia de Luis de Góngora en esta época
neoclásica. Sin embargo, en esta edición de 1789, que se guarda en la
biblioteca vitoriana, se hallan recogidos tan solamente los sonetos, admirables
por la elevación de los pensamientos, así como las letrillas y romances,
descartándose el Polifemo, el Panegírico al Duque de Lerma y las Soledades, por
considerar que no siguen las normas dictadas por Horacio. El siglo XVIII está ampliamente
representado con los nombres de Torres Villarroel, P. Isla, Feijoo, Capmany,
Forner, Cadalso, Iriarte, Samaniego, los preceptistas neoclásicos Montiano y
Luzán, amplio abanico de la literatura de la época.
Si anteriormente hemos observado la falta de
representatividad del teatro español, debemos insistir ahora en la cantidad de
obras teatrales francesas de los grandes clásicos: Corneille, Racine y Molière.
Esto nos indica la tendencia a fijarse en las realizaciones teatrales francesas
ante la inexistencia de un teatro digno en nuestro país. Los grandes autores
franceses, tales como La Fontaine, Boileau, La Bruyère, Fenelon, atraen por su
clasicismo la atención de los lectores, que muestran interés también por la
literatura del siglo en que viven: así leen al Abate Pluche, al poeta
Jean-Baptiste Rousseau, a Duclos, a Condillac, al igual que a otros autores de
segundo orden, como Jeanne-Marie Leprince de Beaumont o Arnold Berquin, que en
su época gozaron de gran fama. Las traducciones literarias se interesan
preferentemente por los espíritus divulgadores del ambiente filosófico, como el
Marqués de Caracciolo, o por los que han tratado de cuestiones pedagógicas,
como la Condesa de Genlis o Rollin.
Francia no solamente introducía su literatura nacional, sino
que nos traía las culturas clásicas griega y latina. En efecto, de 20
traducciones de obras clásicas que se guardan en la biblioteca de la familia
Verástegui-Zavala, 14 han sido hechas en idioma francés. El Abate Auger,
Dusaulx, Dacier, el Abate Ricard, Beauzé, Mirabeau facilitaron con sus
traducciones el conocimiento del mundo antiguo, mientras que solamente 5
autores españoles y un inglés, con sendas obras, representan una proporción
realmente inferior. Este fenómeno que observamos aquí debió de ser bastante
general, pues cuando el Conde de Peñaflorida en su Discurso sobre el buen gusto
en la literatura aporta una cita de Cicerón sobre lo que este debía a la
elocuencia griega, la toma de la edición hecha por el Abate d'Olivet en 1758 en
la imprenta de los Hermanos Cramer de Ginebra95.
El resto de los idiomas eran poco conocidos: de las obras
literarias escritas en lengua distinta al latín, castellano o francés, no
hallamos sino 12 italianas y 4 inglesas. Esta literatura extranjera nos llegaba
a menudo a través de traducciones francesas, como la obra de James Bealtio
Essai sur la poésie et sur la musique considérées dans les affections de l'âme.
Este era, en efecto, el camino que solía utilizarse. Por ejemplo, sabemos que
Félix María Samaniego se inspiró para sus fábulas en el inglés John Gau96, pero
desconocemos cómo llegaron a su conocimiento. Tras un análisis exhaustivo de
varios textos, Julio-César Santoyo admite la posibilidad de que nuestro
fabulista las conociese a través de la traducción francesa que publicó Mme.
Marie-Françoise Abeille Guinement de Keralio en 1759:
«¿Formaba parte la versión en prosa de Madame Guinement de
Keralio de lo que Samaniego llama en el prólogo del volumen primero "mi
pequeña librería de fabulistas"?
Carecemos de datos concretos que den una respuesta cierta,
afirmativa o negativa, a estas preguntas... Sólo un análisis detallado del
lenguaje nos puede proporcionar algún dato. Y lo cierto es que, si tenemos en
cuenta única este aspecto, descubriremos que en varias ocasiones -no
demasiadas- Samaniego está mucho más próximo a Madame Keralio que a John Gay.
Esta aproximación o lejanía relativa no debe ser motivo de extrañeza para el
lector, ya que la traductora francesa, según confiesa en la "Advertencia"
que precede a su versión de apólogos, ha evitado con frecuencia la traducción
literal y no ha tenido, en cambio, reparo alguno en alterarlas siempre que le
ha parecido necesario o conveniente»97.
En cuanto a los libros de Historia, Geografía y especialmente
Ciencias, son numerosos los que nos llegan mediante traducciones francesas:
Fergusson, Adam: Essai sur l'histoire de la société civile,
traduit de l'anglais par M. Bergier.
Roscoe, William: Vie de Laurent de Médicis, surnommé le
Magnifique, traduit de l'anglais par François Thurot.
Anson, Lord: Voyage autour du monde fait dans les années
1750-1754, traduit de l'anglais.
Cook,
Jacques: Voyage dans l'hémisphère austral et autour du monde, traduit de
l'anglais.
Cagnoli: Traité de trigonométrie rectiligne et sphérique,
traduit de l'italien par M. Compré.
Maclaurin: Traité d'algèbre et de la manière de l'appliquer,
traduit de l'anglais.
Henekel: Pyritologie, traduit de l'allemand.
Schlutter, C. A.: De la fonte des mines, des fonderies,
etc... traduit de l'allemand par Hellot.
Smith: Cours
complet d'optique, traduit de l'anglais.
Musschenbroek, Pieter Van: Cours de physique expérimentale et
mathématique, traduit par Sigaud de Lafond.
Delius, C. F.: Traité sur la science de l'exploitation des
mines, traduit par M. Schreiber.
Cullen: Eléments de médecine pratique, traduit de l'anglais
par Bosquillon.
Kirwan: Eléments de minéralogie, traduits de l'anglais par
Giberlin.
Bergman:
Traité des affinités chimiques, traduit du latin.
Esta tendencia a recopilar los conocimientos europeos
mediante libros franceses hizo que obras escritas en castellano alcanzaran, a
veces, mayor fama en su versión francesa. Así, D. Álvaro Alonso Barba
(1579-1661), párroco en varios pueblos del Perú, había realizado experimentos
en las minas de oro y plata. Se hizo célebre por el libro que publicó bajo el
título Arte de los metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de
oro y planta por azogue, el modo de fundirlos todos y cómo se han de refinar y
apartar unos de otros. Su fama se extendió por toda Europa y su libro se
tradujo a varias lenguas, entre ellas al francés. Cuando en el año 1778 los
Amigos quieren estudiar el cuarzo citan, entre otros autores, De la Metalurgia
de Alonso Barba, p. 46 y 47, t. I. de la traducción francesa, edición París,
1751, y añaden: «Este célebre Español, de quien hacen tanto aprecio los
metalurgistas modernos»98. Así, pues, en lugar de conocer esta obra en el
idioma originario, que era la propia lengua de los Amigos, recurren a una
traducción francesa, temerosos tal vez de guiarse por un libro que no haya
pasado por el crisol francés que garantice la validez de la obra.
El desconocimiento de otras lenguas modernas distintas del
francés hace que quienes desean poner en castellano una obra extranjera
recurren a las traducciones francesas ya existentes:
Locke: Educación de los niños, traducido al francés por Coste
y al castellano por D.J.A.C.I.
Taesch: Instrucción militar del Rey de Prusia, escrito en
alemán y traducido del francés al castellano por D. Benito Bails.
Busching: El Imperio de Osmán, escrito en alemán y traducido
del francés al castellano por Juan López.
Kirwan: Elementos de mineralogía, traducido del inglés al
francés por Gibelin y al castellano por Francisco Campuzano.
Francia era el trampolín por donde llegaba a España «el
torrente caudaloso con que nos inundan de sus obras las regiones del Norte»99.
Hemos visto cómo estas dos bibliotecas, aunque distintas como
ya lo hemos indicado anteriormente, nos dan una visión similar de la gran
importancia del libro de origen francés en esta segunda mitad del siglo XVIII.
Los libros no debieron de centrarse únicamente en los
aspectos que hemos señalado, sino que llegaron también otros que contenían la
doctrina de los filósofos: Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Diderot, Condillac,
D'Holbac y tantos otros. Ya hemos señalado anteriormente la presencia del
Dictionnaire Universel raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers. Si
creemos a Valentín de Foronda, el País Vasco tuvo numerosas Enciclopedias:
«Su ilustración (de Guipúzcoa) igual, cuando no sea superior
a la de mis compatriotas (finge ser Francés); Vm. creerá que yo exagero. pero
quedará sin la menor duda de la certeza de mi proposición al saber, que en un
lugar llamado Vergara, que apenas cuenta doscientas casas, he encontrado once
suscriptores de la nueva Enciclopedia. Dígame Vm., ¿no es esto una prueba
incontestable del buen gusto de estos naturales? ¿Habrá en toda la Europa un
lugar de tan corto vecindario y de tantos aplicados a la ciencia?»100.
Sabemos también que en Vitoria abundaban las licencias
inquisitoriales y que con ellas se leían sin escrúpulo todos los libros
prohibidos101. En el Palacio de Insausti, en Azcoitia, quedan expuestos ciertos
libros propiedad de T. de Uría, entre los que destacan dos ediciones de
L'Esprit des Lois de Montesquieu, una de 1759 publicada por Nourse en Londres y
la otra de 1783 impresa en Amsterdam: dicha obra fue condenada por el Santo
Oficio en 1762. Las obras de Voltaire que habían sido prohibidas globalmente por
Roma en 1753 han conseguido infiltrarse también: así en el mismo Palacio de
Insausti se conserva la Henriade, publicada en 1759 en Amsterdam y Zaïre,
sacada a la luz por Jean-Baptiste Bauché en París en 1758.
Ciertos Miembros de la Sociedad sufrieron la persecución por
parte de la Inquisición por las lecturas de obras prohibidas. Don Joaquín María
de Eguía, Marqués de Narros, tiene que cumplir en noviembre de 1768 una pena
espiritual consistente en ocho días de ejercicios y confesión general en el convento
de Aránzazu, por el cargo siguiente:
«Que no hacía memoria de la persona que le dio para leer los
libros de Wolter (sic) y Ruseau (sic) ni sabía el paradero de ellos, si sólo se
inclinaba a que uno de los dos se le dió por algún Colegial de Salamanca (que
no lo nombró) y que en su poder no paraba por entonces libro alguno de los que
mencionaba la comisión, ni otro alguno prohibido, a excepción de algunos tomos
de la Enciclopedia, que no dijo cuáles, ni cuántos, que los tenía en su casa de
la Villa de Azcoitia, y el Gerundio que lo había enviado a Mr. Barbot,
Presidente de la Academia de Burdeos»102.
Félix María Samaniego, a su vez, es acusado el 11 de marzo de
1793 a la Inquisición de Bilbao por D. José María de Murga y la Barreda por
tener libros prohibidos:
«Declaró por descargo de su conciencia que con motivo de
haber ido a casa del reo que se hallaba en Bilbao vio que tenía unos libros de
Rousseau, una tarifa de los Derechos Romanos que presume el declarante puede
estar prohibida, y la obra intitulada la Mettrie103. Que conserva especie,
aunque dudosa, que de si le oyó decir al reo que tenía la Historia de las dos
Indias de Raynal104; pero ignora si dichos libros son propios del reo o de
quién...»105.
Interés despertado por los libros franceses en la Sociedad
El gran número de obras francesas radicadas en las
bibliotecas de esos dos insignes Miembros de la Sociedad manifiesta ya de por
sí la atracción que ejercían. Se consideraba a estos libros como un excelente
regalo. Sabemos que D. Felipe de Altolaguirre, residente en la Villa de
Laguardia, remitió la Biblia Sacra en dos tomos, tamaño folio, escrita en
francés, a D. Tomas de Jil de Jaz, Caballero residente en Madrid, como un
regalo personal106. D. Antonio San Martín envía asimismo a la Sociedad
Vascongada como muestra de respeto los Voyages de Corneille Le Brun, en
Moscovie, en Perse, aux Indes Orientales107.
Desconocemos la importancia que adquirió esta costumbre de
querer manifestar el agradecimiento mediante obras francesas: al menos indica
la alta valoración que se tenía de ellos.
Para estudiar con mayor detenimiento el interés que sentía la
Sociedad para los libros franceses, nada mejor que buscar dentro de las
diferentes actuaciones que tuvieron los Amigos las fuentes de donde tomaban sus
conocimientos. En los Extractos de las Juntas Generales hallamos reunida la
actividad de la Sociedad a lo largo de 23 años de existencia108. Los Amigos
reconocían sinceramente la inferioridad de sus conocimientos109. En las obras
especializadas hallaban fácilmente cuanta información necesitaban para las
experiencias de todo tipo que se llevaban a cabo: agricultura, industria,
ciencias naturales, medicina, enseñanza, literatura. Sesenta y cuatro obras
francesas aparecen claramente mencionadas a lo largo de los Extractos. Otras
veces vienen indicados solamente los autores, lo que supone el conocimiento de
sus obras, como D. Agustín de Suso que, en Gardelegui (Álava), siembra trigo
siguiendo las normas dadas por Mr. Dupuy110, sin más indicaciones sobre la obra
consultada.
Los Amigos reciben con rapidez las obras francesas. Para
poder observarlo con mayor claridad, es preciso comparar la fecha de la
publicación de un libro y la de su inclusión en cualquier trabajo. He aquí el
cuadro que hemos podido confeccionar:
Título Fecha de edición Fecha de inclusión en los extractos
DESPOMMIERS:
Art de s'enrichir promptement par l'Agriculture. 1763 Ensayo, p. 41
BERTRAND:
Distionnaire universel des fossiles propres et des fossiles accidentels. 1763 Ensayo,
p. 41
CHANVALON:
Mantel des Champs. 1764 Ensayo, p. 41
SARCEY DE SUTIERRES: École pratique d'Agriculture. 1770 1772, p. 30
PERRET: Art
du coutelier. 1771 1773,
p. 90
LORIOT: Mémoire sur la découverte dans l'art de bâtir dans
lequel l'on rend publique par l'ordre de S.M. la méthode de composer un ciment
ou mortier. 1774 1775, p. 78
AUGIER DUFOT:
Catéchisme sur l'art des accouchements. 1775 1775, p. 91
MACQUER:
Dictionnaire de Chimie. 1777 1777, p. 31
FORBONNAIS:
Eléments du commerce. 1776 1778,
p. 73
ARCET: Mémoire sur le feu égal violent et continu. 1778 1779, p. 32
FOURCROY:
Eléments d'histoire naturelle et chimie. 1786 1789,
p. 40
Nos damos cuenta de que era muy corto el período que separaba
la aparición de un libro y su inclusión en los trabajos de la Sociedad. Si
consideramos que el Ensayo de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País fue
redactado prácticamente en 1766, todos estos libros que hemos indicado tardan
tan solamente uno, dos o tres años en aparecer en las publicaciones de la Sociedad.
Con la obra de Augier Dufot Catéchisme sur l'art des accouchements llegan a
coincidir la fecha de publicación con la de la inclusión en los Extractos. Si
tenemos en cuenta las dificultades de intercambio que existían por la lentitud
de los medios de locomoción y los trámites burocráticos que, en teoría al
menos, había que realizar en las fronteras para cumplir con las ordenanzas en
vigor, podemos decir que los Amigos de la Sociedad se apresuraban en informarse
de cuantas novedades procedían de más allá de los Pirineos.
La labor de la Sociedad no consistió solamente en el simple
conocimiento y divulgación de nuevas técnicas: su afán innovador les empujaba a
aplicar en el país cuantos experimentos se habían llevado a cabo en otros
lugares. De este modo la Agricultura, la Industria, la Medicina, el Comercio se
ven mejorados.
El interés que despertaron los libros para las cuestiones de
orden utilitario se extendió también al campo literario. El Conde de
Peñaflorida, aunque reconoce una gran pereza para la lectura de obras, afirma
no haber leído totalmente sino dos libros: el Quijote, de Cervantes, y el
Telémaco, de Fénelon111. Los diferentes trabajos literarios mencionan con
cierta frecuencia obras francesas: en el Discurso sobre el buen gusto en la
literatura el Conde de Peñaflorida cita la Histoire naturelle de Buffon, el
Essai sur le beau del Padre André, Jesuita, el Cours de Belles Lettres de Mr.
l'Abatut, los Synonymes François del Abate Girard y Essais sur divers sujets de
littérature del Abate Trublet.
Los libros contribuyeron poderosamente a la puesta al día y
al perfeccionamiento de los miembros de la Real Sociedad Vascongada que se
habían propuesto mejorar en todo la suerte del País Vasco, y buscaban de este
modo en los libros los elementos necesarios para el cometido de que se habían
encargado.
- III -
Ideas estéticas de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos
del País
El Artículo primero de los Estatutos de 1765 mencionaba la
triple tarea científica, literaria y artística que se proponía la Sociedad. En
los numerosos discursos pronunciados durante las sesiones de trabajo, los
diferentes miembros fueron tratando de cada uno de estos aspectos. Una de las
primeras preocupaciones fue la de indicar el camino que habían de seguir los Amigos
en el campo literario.
En la primera reunión celebrada en Vergara del 6 al 14 de
febrero de 1765, Ignacio María de Berroeta expuso la necesidad de conocer las
reglas para poder examinar el mérito y belleza de las Artes. No conviene, al
decir de Berroeta, dejar el análisis de las composiciones al libre juicio de
cada uno. No basta con sentir placer o hastío ante un poema o un cuadro, es
preciso además ser capaz de enjuiciar uno y otro sobre sólidas bases que nos
hagan conocer más a fondo su valor. Esta labor, fruto de la aplicación y el
estudio, es difícil de conseguir, pero necesaria112. Berroeta, sin embargo, no
amplía su pensamiento sobre cuáles han de ser estas normas y promete extenderse
más ampliamente en otra ocasión. Al menos ha puesto de relieve la necesidad de
unas reglas determinadas para la comprensión más perfecta de las obras.
Apenas un año más tarde, con motivo de las Juntas del 20 de
enero de 1766, día del cumpleaños del Monarca, el Director de la Sociedad, el
Conde de Peñaflorida, pronuncia en la Asamblea pública un discurso académico
sobre el buen gusto en la literatura, en el que expone las ideas literarias que
han de regir las composiciones de los Amigos113.
El Conde de Peñaflorida en el Discurso preliminar,
pronunciado el 7 de febrero de 1765, había tratado ya de forma general los
fines de la Sociedad. Ahora trata a fondo el campo literario a que se han de
dedicar los Amigos, estableciendo las bases de todo buen trabajo de esta
naturaleza:
«Poco he tenido que hacer en la elección. Por nuestro
instituto debemos comunicar al público el fruto de nuestros estudios y
consiguientemente tenemos que entrar en la peligrosa carrera de escritores.
Siendo, pues, la regla fundamental de éstos el enseñar agradando, parece que lo
primero que debía tratar la Sociedad es dar a conocer los verdaderos principios
de deleitar con la lectura, y esta reflexión, junta con la oferta que hice el
año pasado a la Sociedad, me han obligado a disponer lo que váis a oír sobre el
buen gusto de la literatura, si queréis tener la paciencia de
escucharme...»114.
Preocupados por difundir las luces en torno a sí, los Amigos
estudian escrupulosamente el principal de los medios dirigidos a este fin: la
literatura. En un principio vamos a analizar este discurso, pieza fundamental
que nos ha de permitir comprender mejor el pensamiento literario de la Sociedad
a través de las orientaciones dadas por su Director.
Análisis del discurso sobre el buen gusto en la literatura
El Conde de Peñaflorida asienta en primer lugar que el siglo
en que viven se caracteriza por el buen gusto: este rige con sus leyes todos
los aspectos de la vida: modo de vestir, mobiliario, manjares, etc... Ante la
necesidad de definir ese buen gusto, observa cierta dificultad. Muchos, en
efecto, hablan sobre esta cuestión de oídas, sin saber exactamente en qué
consiste. Otros, empleando términos muy vagos, pretenden dar una explicación
para que se les considere sabios, mientras que sólo una minoría experimenta
realmente un sentimiento profundo, pero, al no ponerse a buscar el origen del
mismo, se sienten incapaces de expresarlo y se contentan con decir que el buen
gusto consiste en un «no sé qué».
Apoyándose en la diversidad de apreciaciones sensoriales producidas
por el gusto físico, la filosofía tradicional reconocía una libertad de
enjuiciamiento en todos los campos donde intervenía el gusto, según el famoso
dicho «De gustibus non disputandum» o «contra gusto no hay disputa»115. Por el
contrario el Conde de Peñaflorida se fija en los diversos estados de cultura de
las naciones a través de los siglos y afirma que el buen gusto es un ente real,
independiente del parecer que pueda tener cada persona sobre una impresión
recibida. El buen gusto será aquel que domina en una nación en el momento
culminante de su cultura. Se le puede considerar como el rasgo común sobre el
que coinciden artistas, poetas, filósofos, oradores y otros personajes
influyentes en la cultura. Esta situación se ha dado con especial intensidad en
Grecia, donde arquitectos como Calímaco, escultores como Fidias, oradores como
Isócrates y Demóstenes, poetas como Píndaro, trágicos como Eurípides y
Sófocles, cómicos como Aristófanes y tantos otros supieron crear unas obras que
la Humanidad admira unánimamente: eso es lo que se puede considerar como buen
gusto. Roma, a imitación de Grecia, supo a su vez fijar el buen gusto en el
vasto campo de la literatura, al igual que lo han hecho las naciones modernas
en el auge de su cultura.
Massillon116, Fray Luis de Granada117 y Patru118 han
conseguido el buen gusto en la Oratoria. La Poesía ha alcanzado este fin con
los Argensolas119, Garcilaso de la Vega120, Ercilla121, junto con los italianos
Dante122, el Tasso123 y los ingleses Dryden124, Pope125 o los franceses
Malherbe126 y Rousseau127. El Conde de Peñaflorida distingue en el arte
dramático la tragedia de la comedia. Entre los trágicos de buen gusto reconoce
a Oliva128, Bermúdez129, Montiano130, así como Corneille131, Racine132,
Addison133 y Metastasio134. Los autores de comedias están representados por
Lope de Rueda135, Torres Naharro136, Molière137, Shakespeare138 y Goldoni139.
Peñaflorida pasa a comparar los diferentes momentos
literarios que, a su juicio, se han caracterizado por el buen gusto. En el
campo de la Oratoria observa una continuidad desde Demóstenes hasta los
oradores de las naciones modernas, a través de Cicerón, el cual para
perfeccionarse se desplazó a Atenas a la escuela de Molón el Rodiense. Los
oradores modernos se forman estudiando las obras de esos dos maestros y así la
mejor calificación que pueda darse a un orador consistirá en denominarle: «Es
un Demóstenes», «Es un Cicerón».
En la épica, los poetas no verán aceptadas sus obras sino en
cuanto toman por modelo la Ilíada o la Odisea de Homero y la Eneida de
Virgilio. Este es el elogio que recibe Voltaire cuando sus apasionados
defensores le comparan con esos dos poetas por su epopeya la Henriade140.
El teatro recibe su orientación igualmente de los Griegos,
tanto en las tragedias como en las comedias. El gusto que se desarrolló en
Grecia en lo relacionado con las Bellas Letras sirvió para mantener vivo el
gusto en el resto de las artes: arquitectura, pintura, escultura, y si estas
artes decayeron, se debió a la ignorancia y a la barbarie que sufrieron las
Letras. En España, con la introducción de las Buenas Letras se irá recobrando
el verdadero buen gusto en los demás aspectos de la cultura. El Conde de
Peñaflorida vuelve a insistir sobre la realidad del gusto:
«Se echa de ver que hay un buen gusto adherido al estado de
cultura de las Naciones. Que en todas las que han llegado a lograr este estado
ha reinado siempre un gusto mismo. Que consiguientemente no es arbitrario y
expuesto al antojo del capricho, y que, en una palabra, hay un buen gusto
generalmente recibido por tal».
Pero veamos lo que entiende por buen gusto:
«Llamamos gusto por metáfora la sensación que causa en el
Alma un objeto, con alusión a uno de los cinco sentidos del cuerpo, a quien
damos ese nombre; porque así como por medio de éste nos afectan los alimentos,
ya insípida, ya sápidamente, así también por medio de aquél nos hacen los
objetos una impresión grata o ingrata. Por tanto puede decirse que el gusto es
el paladar del alma, que sirve para discernir lo bueno de lo malo (no se habla
aquí del bien ni del mal moral), lo hermoso de lo feo, lo fino de lo bastardo y
lo excelente de lo mediano».
Partiendo del gusto tomado en su acepción física, el Conde de
Peñaflorida prosigue diciendo:
«El gusto es un discernimiento pronto que a imitación del
otro (físico) que se halla colocado en la lengua y el paladar, siente y abraza
con gusto lo bueno y rechaza y aparta lo malo antes de dar lugar a la
reflexión. Que así como el otro se halla también a veces incierto y vacilante sobre
si lo que se le presenta debe gustarle o no, y que en fin, así como el otro, se
perfecciona y se forma con el hábito».
El Conde de Peñaflorida no pretende interesarse por la
cuestión particular del origen de la impresión causada en nosotros, a saber si
depende de la sensación recibida o si tenemos una idea innata de lo bueno y
hermoso. Su discurso versa sobre cuestiones más prácticas: a él solamente le
interesa indicar qué reglas gobiernan el buen gusto, entendiendo por reglas
«unas observaciones que se han hecho en los objetos según la especie de
impresión que nos hayan hecho».
En efecto, los objetos nos impresionan diferentemente, por lo
que los denominamos de una manera distinta: bueno, agradable, hermoso,
sencillo, delicado, tierno, gracioso, noble, grande, sublime, majestuoso... El
Conde de Peñaflorida observa así una diferencia entre un objeto bueno y otro
hermoso:
«Cuando una cosa agradable a la vista nos parece útil y que
nos puede atraer algún bien la llamamos buena, y si no pasa de lo agradable a
lo útil la llamamos hermosa».
Indica así que una planta que nos alimenta, como el trigo o
el maíz, será considerada buena, mientras una flor que tan solamente agrada a
la vista será llamada hermosa. Existe la misma diferencia en las obras del
espíritu, pues diremos que una obra científica es buena, mientras los poetas
suelen hacer cosas hermosas. El Conde de Peñaflorida sigue explicando la
diferencia entre algo sencillo y algo majestuoso, aplicando posteriormente
estos conceptos a la literatura.
Para descubrir el motivo por el cual sentimos las diversas
impresiones, el Conde de Peñaflorida se propone seguir un método psicológico:
estudiar el interior del alma, examinar sus gustos, sus pasiones. Se producen
en nosotros ciertos sentimientos de placer o desagrado: hemos de buscar la
razón por la que influyen diferentemente en nuestro interior. Esto nos servirá
para formar nuestro gusto y poder aplicar posteriormente estas observaciones en
las producciones literarias y artísticas.
Dentro de la diversidad de motivaciones que influyen en
nosotros para proporcionarnos placer ante una obra, el Conde de Peñaflorida
menciona: la curiosidad, el abrazar muchas cosas con una idea general, la
maravilla, el buen orden, la variedad, la propiedad y la imitación de la Bella Naturaleza.
Por curiosidad se entiende:
«Es una consecuencia precisa del pensar, porque el
encadenamiento que tienen entre sí nuestras ideas no nos permiten fijarnos en
una sin saltar a la que sigue, por lo cual no podemos gustar de ver una cosa
sin desear el ver la otra, de suerte que sin este deseo no tuviéramos aquel
gusto».
Esto explica que cuando nos hallamos ante una estatua a la
que le faltan los brazos, o ante una pintura incompleta, sintamos un
descontento en consonancia con el placer que hayamos experimentado ante la
parte conservada. Nuestra alma gusta igualmente de abrazar una gran variedad de
realidades bajo una idea general, así como de conocer cosas nuevas. Del mismo
modo que nos agrada tener ante nuestros ojos mediante algún procedimiento un
paisaje extenso, asimismo nos complace el pensamiento que nos presenta gran
variedad de conceptos, para cuyo conocimiento sucesivo hubiéramos necesitado
una larga explicación. Por ejemplo, Quevedo en su introducción a la vida de
Marco Bruto se expresa así:
«Mujeres dieron Reyes a Roma y los quitaron. Diólos Silvia,
virgen deshonesta. Quitólos Lucrecia, mujer casada y casta. El primero fue
Rómulo, el postrero Tarquino. A este sexo ha debido siempre el mando la pérdida
y la restauración, las quejas y el agradecimiento».
El Conde de Peñaflorida ve resumida aquí toda la
participación de las mujeres, tanto en la historia romana como en la universal,
a través de los siglos: le agrada este trozo porque presenta muchas cosas
reunidas en una idea general, ejercitando nuestra alma su capacidad
cognoscitiva, a lo que se une una agradable sorpresa, que él denomina
maravilla, según la definición siguiente:
«No siendo ella (la maravilla) otra cosa que aquella
satisfacción que siente el alma cuando al pasar de un objeto al otro encuentra
con lo que no se prometía, siempre que vea reducidas a un breve término las
ideas que ha adquirido en diversas partes».
En efecto, en ese fragmento Quevedo nos ofrece una visión
general a la que, por su novedad, no estamos acostumbrados, presentándonos un
resumen de cuantas ideas podemos obtener tras un largo estudio de la Historia.
Asimismo nos agrada la novedad de lances en las obras de teatro, en las novelas
u otras obras literarias, pues nos ofrecen algo a lo que no estábamos
preparados. Pero a esto debe ir unido el buen orden.
Nuestras ideas están en estrecha unión las unas con las
otras, por lo que sentiremos cierto placer cuando a partir de una exposición
podamos descubrir el desarrollo lógico posterior. Por ejemplo, observamos a lo
lejos un árbol cuyas ramas están ocultas. Gracias al concepto que tenemos ya de
árbol sabemos cómo deben ser las ramas, pero si alguien nos dice que la parte
escondida estaba formaba por cabezas o brazos de animales, esto repugnará a
nuestro entendimiento. Igualmente en la literatura, si un orador, en vez de una
exposición clara con ayuda de pruebas basadas en autoridades, formase su discurso
con reflexiones incoherentes y disparatadas, nos causaría desagrado y enfado.
Es preciso, pues, presentar las cosas con orden. Este afán de orden no exige
que los autores tengan que conformarse con las ideas más comunes, pues nosotros
mismos nos sentimos más satisfechos cuando hemos logrado descubrir la idea del
autor. Pero si nos vemos incapacitados de penetrar el sentido de las cosas, nos
veremos descontentos, sobre todo si es por culpa de la dificultad impuesta por
el autor. En el plano del gusto físico, el paladar rechaza tanto los alimentos
excesivamente picados que han perdido mucha de su sustancia, como aquellos que
están demasiado duros. Gustará, al contrario, de los manjares que, ofreciendo
una moderada resistencia a la boca, permiten la percepción de todo su sabor.
Esto mismos ocurre en las obras de la inteligencia. Y a pesar de la dificultad
que encierra el párrafo anterior de Quevedo, nos gusta, pues sentimos que
podemos comprender su significado. Pero el pasaje siguiente, tomado también de
Quevedo:
«Tenía Bruto Estatua más la Estatua no tenía Bruto hasta que
fue simulacro duplicado de Marco y de Juno».
nos produce desagrado porque no vemos el sentido de la frase,
debido a la transposición Bruto-Estatua y Estatua Bruto.
El Conde de Peñaflorida añade que en un escrito debe, además,
existir variedad. No experimentamos agrado, sino hastío, en caso de observar
una insistente semejanza entre los objetos que nos presentan ante nuestra
consideración. Así, si nuestra imaginación pasa de un hombre a una mujer y de
un niño a una persona mayor, no nos agradará tanto como si el autor nos hiciese
saltar de la visión de un árbol a la de un pájaro. Igualmente la contemplación
de una llanura extensa nos cansa más que la de un paisaje variado a base de
viñas, vergeles, valles, jardines, arboledas, etc... En literatura ocurre el
mismo fenómeno, pues un escrito sin variedad molesta.
Los autores deberán alejarse de un escrito monótono: el
orador tendrá que variar de períodos, el poeta usará de distinta cadencia a lo
largo de su poema. La utilización continua de contrastes, antítesis,
retruécanos, equívocos, etc... resulta igualmente embarazosa para el lector:
búsquese el modelo en Cicerón, Horacio y Virgilio.
El agrado producido por la variedad tiene por origen la curiosidad
de la que hemos hablado anteriormente, pero para ello será preciso que seamos
capaces de percibir esa variedad de las cosas, pues de lo contrario todo será
confusión. El Conde de Peñaflorida compara esta impresión de confusión a una
arquitectura gótica141, con grandes variedades, pero tan menudas y desordenadas
que no se notan las diferentes partes de su composición, con lo que fatigan el
alma. La arquitectura griega, al contrario, aun siendo menos variada, ofrece a
la vista mayores divisiones bien proporcionadas, que agradan. En literatura se
aprecia la misma oposición entre obras que por la abundancia de ideas,
locuciones, erudición, no son perceptibles sino a una minoría, y otras llenas
de grandes pensamientos, de bellas expresiones y admirables pinturas que están
al alcance de cuantos las leen.
El Conde de Peñaflorida advierte al posible literato que use
de la variedad con moderación, pues al igual que el paladar, cuando ha sido
afectado por una fuerte impresión, no goza al sentir una impresión opuesta,
sino al experimentar otra intermedia, asimismo aquel que está sumido en el
dolor profundo no aceptará un chiste o gracia, aun cuando en otra situación
esto le hiciera sonreír. Al contrario, para apaciguar su pena será conveniente
proponerle un objeto indiferente que le distraiga de su tristeza. Por eso
cuando nos hallamos emocionados ante una tragedia resulta fuera de lugar la
presencia de un bufón, pues lejos de hacernos reír no provoca sino nuestra
indignación. Un orador sagrado que mezclase a su lenguaje serio chistes o
conceptos bajos nos disgustaría igualmente.
Existe, sin embargo, gente que gusta de estas oposiciones
intensas, pero ello sigue siendo opuesto a la razón y al buen gusto. Pues a
pesar de que alguien nos persuada de que los pimientos son un manjar delicioso,
su picor nos alejará de ellos y sólo comprenderemos a aquellos que los alaban
inmoderadamente si tenemos presente que han conseguido este gusto a fuerza de
atormentarse. Del mismo modo, por mucho que unos apasionados defiendan los equívocos
y otros medios estilísticos similares, no se les debe imitar, pues su gusto ha
sido depravado por la lectura de autores de mal gusto. Ciertamente no se puede
anular totalmente la utilización de estas formas literarias, pues manifiestan
ingenio, pero debe condenarse el abuso que se hace de ellas.
No obstante, todas estas consideraciones destinadas a
orientar al literato pueden quedar inoperantes sin la propiedad. Las cosas
pueden ser muy buenas en sí, pero en ciertas circunstancias resultan ser malas.
Una debida combinación será esencial para la obtención de una impresión
agradable. La estatua de un rey admirablemente esculpida produce un sentimiento
de risa si, en vez de con la púrpura real, va revestida con una vestimenta de
pastor, y la representación de un pastor morando en un rico gabinete o mandando
ejércitos desacreditaría todo el arte del mejor pintor. Un poema heroico no
puede consistir tan solamente en «pensamientos comunes, expresiones bajas y
agudezas pueriles», del mismo modo que una égloga no llevará «estilo pomposo,
máximas heroicas y conceptos elevados». Cada género literario tiene que seguir
unas normas ya indicadas desde la Antigüedad:
«Siendo el fin de un elogio, de una oración panegírica, de un
poema épico y de una tragedia el cantar hechos grandes y proponernos modelos
heroicos, todo debe ser en ellos noble y sublime: pensamientos, expresión,
estilo. Siendo el objeto de una descripción geográfica, de una relación
histórica y de una égloga darnos a conocer un país, las costumbres de una
Nación y pintarnos la vida pastoril, todo debe ser claridad, exactitud y
simplicidad: pensamientos, expresión, estilo. Siendo el blanco del estilo
jocoso, de la sátira y de la comedia ridiculizar los defectos humanos, ha de
reinar en ellas el chiste, lo ridículo y la burla: todo debe ser conducente a
este fin: pensamientos, expresión, estilo».
El Conde de Peñaflorida extiende el decoro poético en una
vertiente múltiple. El género literario debe ser adecuado al tema que se quiera
relatar y a las personas que se vaya a hacer evolucionar en la obra. El estilo
debe corresponder al género de que se trata en cada caso y los pensamientos
deben a su vez acoplarse a los personajes, y las palabras corresponderán a esos
pensamientos. Siguiendo estos principios, critica a aquellos que trastornan las
cosas al tratar asuntos heroicos con lenguaje común y bajo, mientras dejan el
estilo sublime para temas intranscendentes.
Para no faltar contra la propiedad, o decoro literario, el
autor debe velar por ser fiel a la verdad o a la verosimilitud. Veamos lo que
entiende el Conde de Peñaflorida por verdad:
«La verdad es una copia fiel de nuestras ideas reales.
Consiguientemente es una cosa que conocemos, es y debe ser así y de aquí la
complacencia grande que experimenta el alma al encontrar con una de ellas».
La verdad como tal debe regir en el campo de las Ciencias y
de la Historia, ya que nuestro deseo es conocer la realidad de las cosas. Pero
en literatura el escritor buscará otro tipo de verdad:
«Esta especie de verdad se llama verosimilitud, que como el
mismo nombre lo da a entender son semejantes a la verdad, y que sólo se
distinguen de ésta en que son inventadas y forjadas; y tienen lugar en la
poesía, las novelas y otras piezas de literatura que se destinan a recrear y
deleitar el ánimo y cuyo fin principal no es presentarnos la realidad e
instruirnos de la verdad».
La propiedad exige también que los autores realicen obras en
consonancia con su carácter y posición social:
«La sátira, la comedia y las novelas amorosas son asuntos tan
ajenos, tan indignos y tan chocantes en la pluma de un Anacoreta entregado a la
contemplación de las verdades eternas y con la de un Misionero predicador de
desengaños, como una cuestión de teología y un punto delicado de nuestra Santa
Fe en la de un petimetre almidonado».
Los autores deben tener la precaución de poner unos títulos
acordes con el contenido de los libros, en evitación de posibles equívocos.
También sería ir en contra de la propiedad, si faltase la
unidad que debe observarse en toda obra literaria:
«No basta que una obra esté escrita con elegancia y llena de
erudición y pensamientos grandes, si el autor no tiene siempre presente el
objeto que se propuso en ella y no dirige a él todas sus diversas partes».
El Conde de Peñaflorida deja para el final lo que él
considera «la regla de las reglas y la regla madre del buen gusto»: la
imitación de la Bella Naturaleza, pues esta debe ser la norma y la medida del
gusto y ninguna obra puede complacer si no está en consonancia con la Naturaleza142.
El autor sabrá incluso mejorar la visión que tenga de ella. En efecto, en la
naturaleza están mezcladas las cosas agradables con las que nos producen
desagrado: la rosa está rodeada de espinas, la hermosura del pavo real se halla
unida a un graznido inarmónico... Por eso se ha de imitar la bella naturaleza,
y no solamente la naturaleza, y sin causar ninguna violencia: a veces, en
efecto, a fuerza de querer retocarla no se hace sino desfigurarla. Muchos
grandes ingenios, deseosos de sobresalir del vulgo, se han apartado de esta
imitación de la naturaleza, de tal modo que el gusto quedó adulterado, pues así
como el lujo causa la ruina de las familias y del Estado, igualmente el lujo
erudito destruye el buen gusto en la república de las Letras. El Conde de
Peñaflorida, dirigiéndose a los futuros literatos, les exhorta enérgicamente a
que la naturaleza sea su principal punto de mira:
«Imitad pues a la Bella Naturaleza, fijad vuestra atención en
ella, ocultad con arte sus faltas, pulid sus imperfecciones, superadla sin
desfigurarla y lograréis seguramente el agradar a todos, que es la prueba más
evidente del buen gusto».
Resumiendo sus ideas estéticas, el Conde de Peñaflorida
invita a los miembros de la Real Sociedad Vascongada en estos términos que
representan las reglas para llegar al buen gusto:
«1.ª-el no mortificar la curiosidad, efecto natural del
pensar, cortando la sucesión de nuestras ideas.
2.ª-el hacernos ver muchas ideas reducidas a una general que
las abrace.
3.ª-el ejercitarnos por medio de una agradable sorpresa a la
maravilla.
4.ª-el presentarnos las cosas según el orden mismo que tienen
sus ideas correspondientes en nuestra alma.
5.ª-el que en todo reine la variedad, pero sin que sea
disonante y repugnante al alma.
6.ª-el que se guarden en todo las leyes de la proporción y se
use de propiedad en el objeto que se propone y en el modo con que se trata.
7.ª-y finalmente el copiar a la Naturaleza, tapando con
diestro pincel sus monstruosidades y aclarando y perfeccionando lo que dejó en
bosquejo, teniendo gran cuidado de no retocarla de modo que se desconozca su
primer Autor».
Siguiendo el método psicológico, el Conde de Peñaflorida
considera las reglas por las que se ha de gobernar el buen gusto como unas
observaciones que se han hecho a lo largo de los años, de acuerdo con las
impresiones que nos han causado los distintos objetos. Por eso su preocupación
es averiguar cuáles son los motivos por los cuales el alma, en ciertos casos,
gusta de ciertas sensaciones y en otros se muestra disgustada. El Conde de
Peñaflorida analiza en primer lugar las reacciones de nuestra sensibilidad
artística:
-«no podemos gustar de ver una cosa sin desear el ver otra».
(Apartado 21)
-«siempre que vea reducidas a un breve término las ideas que
ha adquirido (el alma) en diversas partes, no puede menos de percibir esta
sensación que llamamos maravilla».
(Apartado 23)
-«De la idea actual y de la que precedió, presiente nuestra
alma la que sigue, y percibe una satisfacción grande en adivinarla y en haberla
acertado».
(Apartado 25)
-«Nunca logrará completa satisfacción (el alma) con mudar de
objetos si son parecidos entre sí».
(Apartado 27)
-«Así nada la puede complacer (al alma) que no sea conforme a
ella (la naturaleza), y al contrario la satisface extraordinariamente todo lo
que sea imitarla».
(Apartado 49)
Partiendo de una experiencia sensorial, busca el por qué de
la misma:
«Nuestra alma se halla en continua agitación y gusta tanto de
la novedad; el medio más seguro de darla gusto es presentarla siempre cosas
nuevas y hacerla ver muchas cosas a un tiempo».
(Apartado 22)
Partiendo de este subjetivismo donde se muestra innovador,
luego establece unas observaciones a las que da un carácter normativo:
-«No basta que al alma se presenten objetos diversos, es
menester que sean varios».
(Apartado 27)
-«La variedad debe ser perceptible».
(Apartado 29)
-«La primera regla de la propiedad es el que todas las partes
del todo han de ser correspondientes a él; y este todo ha de ser proporcionado
al fin que tiene».
(Apartado 34)
-«Todo debe ser en ellos (elogio, oración panegírica, poema
épico, tragedia) noble y sublime: pensamientos, expresión, estilo...».
(Apartado 50)
-«Por esta razón se dice que la imitación ha de ser de la Bella
Naturaleza».
(Apartado 50)
En otras ocasiones la norma viene dictada por la descripción
del defecto contrario:
-«Otro capítulo en que se peca bastante contra la propiedad
de estilo es el uso de la transposición y la violenta colocación de las voces».
(Apartado 38)
-«Pécase también contra la propiedad en la elección de las
voces».
(Apartado 39)
-«Fáltase también a la propiedad en materia de literatura en
que las obras no corresponden a sus Autores y a sus títulos».
(Apartado 46)
-«Pécase, finalmente, contra la propiedad con faltar a la
unidad».
(Apartado 48)
El aspecto preceptista tiene su culminación cuando el autor
del discurso pretende orientar nuestro propio gusto, como cuando dice:
-«La introducción a la Vida de Marco Bruto gusta y debe
gustar por esta razón».
(Apartado 22)
-«Generalmente nos debe satisfacer la confrontación que
hacemos de la copia con el original».
(Apartado 53)
El Conde de Peñaflorida, a lo largo de este discurso, no se
contentó con dar a la Real Sociedad Vascongada unas indicaciones de orden
general, sino que pretendió ofrecer unas reglas muy concretas de carácter
obligatorio para aquellos que desearan adentrarse en el sendero de las Letras.
Fuentes del discurso
El Conde de Peñaflorida observa que la tarea de indicar unas
orientaciones literarias a los Amigos que le escuchan se le presenta como
superior a sus fuerzas: por este motivo recurre a otras obras anteriores:
«Varios hombres grandes han tratado de este asunto y fuera
temeroso en mí el emprenderle, si no mediara el empeño que tengo contraído con
la Sociedad, y la circunstancia de que en nuestro idioma no es tan común como
en otros. La mayor parte de las ideas que yo presente aquí serán dimanadas de
la lectura de estos Autores; y aunque no me ponga precisamente a extractarlos
para ello, confieso con la ingenuidad que me es natural y que debo gastar con
mi ilustre Cuerpo que si algo tuviera de bueno este escrito se lo debo todo a
ellos, hasta lo que sea original y de marte propio, por el encadenamiento que
tienen en nosotros las ideas adquiridas con las propias».
(Apartado 14)
Y en otra ocasión volverá a insistir sobre la novedad del
tema para él:
«Dichoso yo si he llegado a llenar vuestras esperanzas y
dichoso de cualquier modo en haberos dado una prueba tanto mayor de mis deseos
de complaceros cuanto el asunto me es nuevo y forastero».
(Apartado 58)
El Conde de Peñaflorida mismo nos da aquí el método de
trabajo que ha seguido: se ha inspirado en autores extranjeros principalmente,
y cuanto diga se lo deberá a ellos, pues incluso sus propias ideas estarán
influenciadas por la lectura.
El Conde de Peñaflorida tuvo, en efecto, una peculiar manera
de trabajar a base de recopilar cuantos libros poseía:
«Siempre he aborrecido todo lo que huela a magisterio, porque
he aborrecido el único modo de llegar a él, quiero decir que siempre he
aborrecido el estudio... Es verdad que he gustado siempre de la lectura, pero
tan lejos de oler a estudio que ha sido sin sujeción, método o cosa que lo
valga; a pasar el rato y nada más... La mesa de mi gabinete suele estar
sembrada de libros ascéticos, poéticos, físicos, músicos, morales y romanescos,
de suerte que parece la mesa de un Gerundio que está zurciendo algún sermón de
los retazos que pilla, ya de éste, ya del otro predicable»143.
Buscando las posibles fuentes del discurso, observamos que el
Conde de Peñaflorida hace gran aprecio del gran preceptista clásico Horacio, a
quien denomina «el gran Príncipe del buen gusto». La Carta a los Pisones, donde
el poeta latino expone sus ideas sobre el arte poético, es utilizada en varias
ocasiones a lo largo del discurso analizado. Cuando el Conde de Peñaflorida
quiere mostrar los estragos causados por una falta de correspondencia entre las
partes de la obra y el fin propuesto, se expresa así:
«El gran Príncipe del buen gusto, Horacio, expresó
admirablemente esta irregularidad en el monstruo ridículo que pinta al
principio de su Arte Poética»144.
Horacio había insistido sobre la necesidad de unidad en toda
obra artística:
«Denique sit quod vis, simplex dumtaxat et unum» (v. 23) que
bajo la pluma del Director de la Real Sociedad Vascongada se convierte en:
«Pécase contra la propiedad con faltar a la unidad, que es
como el alma de ella, pues sin la unidad nunca puede existir».
(Apartado 48)
El Conde de Peñaflorida advierte en otro lugar que el poeta
que olvide el argumento del poema llenándolo de imágenes o pinturas
impertinentes, el orador que descuide el tema de su discurso para no pensar
sino en bellos períodos, el autor dramático que disponga mucha acción sin tener
en cuenta el tema principal de su drama, todos ellos no hacen «mas que coser
(como dice Horacio) retazos de telas diversas, que cuanto más ricas fuesen
tanto más ridículo sería el vestido que se hiciese de ellas», recogiendo la
idea expresada por el poeta latino:
«Inceptis
gravibus plerumque et magna professis
purpureus,
late qui splendeat, unus et alter
adsuitur pannus...».
(vv. 14-16)
Asimismo cuando el Conde de Peñaflorida insiste sobre la
necesidad de verosimilitud en la literatura, recoge la misma idea expuesta por
Horacio:
«Ficta uoluptatis causa sint proxima ueris
ne quodcumque volet poscat sibi fabula credi».
(vv. 338-9)
Al criticar el estilo sublime de los escritos «henchidos de
frases ampulosas y palabras sexquipedales», el Director de la Sociedad calca la
frase del poeta latino:
«Proiicit ampullas et sexquipedalia verba».
(v. 97)
Y la orientación utilitaria que da a la actividad literaria
de la Sociedad procede asimismo de Horacio:
«No sólo mezcla vuestro instituto, según el consejo de
Horacio, lo agradable con lo útil juntando lo abstracto de las Ciencias
Matemáticas con lo ameno de las Buenas Letras y lo humilde de las Artes
necesarias con lo divertido de las Bellas Artes, sino que aun pasa a hacer útil
lo que por sí es meramente agradable».
(Apartado 58)
de acuerdo con estas palabras:
«Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci».
(v. 343)
El Conde de Peñaflorida conoce igualmente las orientaciones
literarias dadas por Cicerón. Por ello, cuando habla del abuso de equívocos,
conceptos y agudezas, no pretende condenarlos del todo, pues son también
propios del estilo jocoso, si se utilizan con la moderación que recomienda
Cicerón:
«Illud admonemus tamen, ridiculo sic usurum oratoren ut nec
nimis frequenti, ne scurrile sit; nec subobceno, ne mimicum nec petulanti, ne
irnprobum nec in calamitatem, ne inhumanum nec in facinus, ne odii locum risus
occupet»145.
También apela a la autoridad de los preceptistas españoles,
especialmente a Luzán, a quien denomina en varias ocasiones «el célebre Don
Ignacio Luzán». Al hablar de la belleza, este había dicho:
«La belleza no es cosa imaginaria, sino real, porque se
compone de calidades reales y verdaderas»146.
El Conde de Peñaflorida, poniendo esta cita en pie de página
de su discurso, cree poder afirmar:
«Se echa de ver que (el gusto) no es arbitrario y expuesto al
antojo del capricho y que, en una palabra, hay un buen gusto generalmente
recibido como tal».
Más adelante, para corraborar su afirmación de verosimilitud
en la literatura, se apoya nuevamente en Luzán cuando este dice:
«Lo falso conocido por tal no puede jamás agradar al entendimiento
ni parecerle hermoso»147.
El Conde de Peñaflorida se apoya también en las
consideraciones de Alonso de Ercilla en la Araucana destinadas a explicar la
variedad de las formas empleadas, pues
«Que no hay tan dulce estilo y delicado
Ni pluma tan cortada y sonorosa
que en un largo discurso no se estrague
Ni gusto que un manjar no lo empalague»148.
Hallamos mencionado igualmente, en la cita del apartado 11,
el Discurso sobre las tragedias españolas de Agustín de Montiano, lo que indica
que el autor del discurso conocía esas obras. Su aprecio por este preceptista
queda reflejado en el calificativo de «nuestro sabio paisano Don Agustín de
Montiano», que le atribuye en el mismo apartado. El Conde debía de conocer del
mismo modo las obras de Fray Benito Jerónimo Feijoo, pues para un mayor estudio
sobre la generalidad del gusto nos remite a dos discursos del Teatro crítico
del erudito benedictino: Razón del gusto y El no sé qué.
De los países modernos que hayan tratado sobre preceptos literarios,
Francia destaca por la abundancia de escritos. Mencionemos a Mairet, Malherbe,
Chapelain, Abbé d'Aubignac, Scaliger, La Motte-Houdar, Voltaire y tantos otros
de entre los que destaca Boileau con su Art poétique, lleno de versos concisos
y claros: todos ellos insistieron en la necesidad de imitar a los clásicos
griegos y latinos en las formas literarias que dejaron para la posteridad.
Cuando el Conde de Peñaflorida remite al lector a unos
trabajos más extensos sobre el gusto, menciona el Essai sur le beau del Padre
André, Jesuita149, y el Cours de Belles Lettres de Mr. L'Abatut.
Y cuando desea asentar que en un poema heroico no pueden
abundar expresiones bajas y agudezas pueriles, ni en una égloga conceptos
elevados o máximas heroicas, indica que, de ocurrir esto, sería como «tocar la
zampoña en aquél, resonar el clarín en ésta» conforme lo que dice igualmente el
Padre André, a quien cita en la nota:
«Le fond de
votre ouvrage est parfaitement beau. Je vous en félicite; mais par malheur votre style dépare
votre matière, ou la pare trop. Vous entonnez la trompette dans une églogue et
vous prenez le chalumeau dans un poème épique»150.
El orden de los miembros de la frase está alterado en
castellano, lo que nos lleva a pensar que se trata de una cita de memoria por
parte del Conde de Peñaflorida.
Además de esta cita que el propio Conde de Peñaflorida afirma
haber tomado del Padre André, hay otras que parecen tener la misma procedencia.
El Padre André, en efecto, comenta que cuando se lee un libro se lee al mismo
tiempo al autor, pues se ve en la obra su persona, su carácter, su religión, su
nacimiento, su situación social, comparando todo ello con lo que se nos dice en
el texto. Critica así a:
«un philosophe qui, selon lui, a professé toute sa vie le pur
Evangile, affecté hautement la qualité d'honnête homme, défié tous ses
adversaires de le trouver en défaut sur la Religion et sur les moeurs et qui ne
travaille depuis quarante ans que pour amasser dans un seul ouvrage une
bibliothèque entière d'irréligion et d'infamie: des Auteurs consacrés par la
sainteté de leur état qui prennent le masque de cavaliers pour en prendre
impunément le style libertin; qui s'amusent à faire des romans de galanterie,
des opéras tout profanes, des comédies bouffones, des contes ridicules...»151.
El Conde de Peñaflorida, a su vez, afirma:
«La sátira, la comedia y las novelas amorosas son asuntos tan
ajenos, tan indignos y tan chocantes en la pluma de un Anacoreta entregado a la
contemplación de las verdades eternas y en la de un Misionero predicador de
desengaños como una cuestión de teología y un punto delicado de nuestra Santa
Fé en la de un petimetre almidonado».
(Apartado 46)
Observamos la semejanza de las ideas, ya que en ambos
ejemplos se trata de una persona devota escribiendo obras que desdicen de su
carácter entregado a la reflexión y a la meditación.
El Conde de Peñaflorida, al hablar de la necesidad de
establecer en castellano la diferencia que existe entre los términos sinónimos,
pone por modelo el trabajo del Abate Girard152, llegando a traducir lo que dice
este sobre «cuidado, exactitud y vigilancia». Más adelante utiliza un párrafo
del Abate Trublet de Essais sur divers sujets de littérature para ilustrar la
existencia de escritores que derrochan ingenio a expensas del buen gusto,
comparándolos a un rico que no conoce el arte de gastar.
Pero la base del discurso se apoya en un artículo de una obra
que, sin duda por prudencia, no menciona: el Dictionnaire raisonné des
Sciences, des Arts et des Métiers153. En efecto, el Caballero Louis de Jaucourt
había pedido a Montesquieu que preparara un artículo para la magna obra
emprendida. La muerte interrumpió el estudio que el autor de L'Esprit des Lois
había comenzado, pero los directores de la Enciclopedia no dudaron en sacarlo a
luz, bajo el título de Essai sur le goût dans les choses de la nature et de
l'art, junto con otro de Voltaire sobre el gusto tomado en un sentido más
amplio. El Conde de Peñaflorida en su discurso da pruebas de conocer ambos
artículos154.
El ensayo de Montesquieu consta de varios apartados en los
que trata diferentes aspectos del gusto:
-De l'esprit en général.
-De la curiosité.
-Des plaisirs de l'ordre.
-Des plaisirs de la variété.
-Des plaisirs de la symétrie.
-Des contrastes.
-Des plaisirs de la surprise.
-Des diverses causes qui peuvent produire un sentiment.
-De la sensibilité.
-De la délicatesse.
-Du je ne sais quoi.
-Progression de la surprise.
-Des beautés qui résultent d'un certain embarras de l'âme.
Siguiendo las huellas del Padre André, Montesquieu distinguía
tres especies de placeres en el alma: unos originados por el sentido mismo de
la existencia, otros causados por la unión del alma con el cuerpo y otros
finalmente procedentes de los prejuicios de ciertas instituciones, usos y
costumbres. Y añadía:
1.ª PARTE. EXPOSICIÓN
«Ce sont ces différents plaisirs de notre âme qui forment les
objets du goût comme le beau, le bon, l'agréable, le naïf, le délicat, le
tendre, le gracieux, le je ne sais quoi, le noble, le grand, le sublime, le
majestueux...
2.ª PARTE. EJEMPLOS
Par exemple, lorsque nous trouvons du plaisir à voir une
chose avec une utilité pour nous, nous disons qu'elle est bonne; lorsque nous
trouvons du plaisir à la voir sans que nous y démêlions une utilité, nous
l'appelons belle».
Utilizando este trozo de la Enciclopedia, el Conde de
Peñaflorida dice:
INTRODUCCIÓN
«Todos los objetos hacen comúnmente en nosotros una impresión
grata o ingrata, pero no todos nos afectan igualmente en cada una de estas dos
clases opuestas,
1.ª PARTE. EXPOSICIÓN (Copia del francés)
A los objetos que nos causan la impresión grata los distinguimos
con varios nombres. A uno llamamos bueno, a otro hermano, a éste agradable, a
aquél sencillo, al de allá tierno, al de más allá gracioso, a uno noble, a otro
grande, a éste sublime, a aquél magestuoso, etc... y a los que causan la
impresión ingrata con los contrarios a éstos.
TRANSICIÓN
Esta diferencia nace unas veces de la relación que tienen
estas modificaciones con nuestra conveniencia, como, v. g.,
2.ª PARTE. EJEMPLOS (Copia del francés)
cuando una cosa agradable a la vista nos parece útil, y que
nos puede atraer algún bien la llamamos buena; y si no pasa de lo agradable a
lo útil la llamamos hermosa.
EJEMPLOS FÍSICOS (Original)
Una planta que nos alimenta, como el trigo y el maíz, es
buena; una flor que nos agrada a la vista y al olfato, como la rosa o el
clavel, es hermosa.
EJEMPLOS INTELECTUALES (Original)
Lo mismo decimos en las cosas de espíritu que informan al
alma inmediatamente. De la obra de Agricultura general de Alonso de Herrera y
de la de las Máquinas hidráulicas de nuestro insigne patriota Don Pedro
Bernardo de Villarreal, decimos que son buenas; y una ficción poética como la
del Sitio de Aranjuez de Don Gómez de Tapia o la Ninfa de Manzanares del P.
Jerónimo de Benavente, Jesuita, etc... decimos que es hermosa».
En este trozo representativo de la manera de componer del
Conde de Peñaflorida, observamos el mismo orden en la enumeración de las
cualidades de los placeres de nuestra alma, de acuerdo con el original francés,
con la sola variación de «Beau, Bon», por «Bueno, Hermoso», y la desaparición
de «le je ne sais quoi», quizá porque el ritmo de los adjetivos o por juzgarlo
excesivamente vago. En las definiciones de lo bueno y hermoso se observa
idéntica disposición. El Conde de Peñaflorida hace una pequeña transición entre
la parte expositiva y los ejemplos de lo bueno y hermoso, con el fin de aclarar
aún más el texto original. Luego, alejándose de su fuente, aporta ejemplos de
su propia cosecha para dejar bien expresado su pensamiento, tomándolos en un
principio en las manifestaciones del gusto físico para pasar, después, al gusto
literario e intelectual. Así explica la diferencia entre lo bueno y lo hermoso
con cosas materiales como maíz, trigo, rosa, clavel y posteriormente con obras
de la inteligencia como la Agricultura general de Alonso de Herrera, las
Máquinas Hidráulicas de Pedro Bernardo de Villarreal, el poema de Gómez de
Tapia El Sitio de Aranjuez o del Padre Jerónimo de Benavente La Ninfa de
Manzanares. De este modo, sobre el texto del ensayo de Montesquieu, que en
ciertas ocasiones copia y en otras comenta, el Conde de Peñaflorida aporta
ejemplos propios: no se trata solamente de un extracto o traducción, sino de
una aplicación del concepto literario del Director de la Sociedad, amparándose
en el pensamiento del autor francés, con lo que introduce en el País Vasco las
ideas estéticas literarias que entonces estaban de boga en Francia.
El Conde de Peñaflorida utiliza con profusión el ensayo de
Montesquieu, tomando de él el método psicológico empleado a lo largo del
discurso:
«Examinons
donc notre âme, etudions-la dans ses actions et dans ses passions, cherchons-la
dans ses plaisirs». «Es menester estudiar en nuestra alma
y examinar sus acciones, sus pasiones y sus gustos».
Luego se sirve del mismo texto para explicar la importancia
que tiene la curiosidad para la formación del gusto:
«De la curiosité. Notre âme est faite pour penser, i.e. pour
apercevoir; or un tel être doit avoir de la curiosité: car comme toutes les
choses sont dans une chaîne où chaque idée en précède une et en suit une autre,
on ne peut aimer á voir une chose sans désirer d'en voir une autre; et si nous
n'avions pas ce désir pour celle-ci, nous n'aurions eu aucun plaisir à
celle-lá». «La curiosidad es una
consecuencia precisa del pensar, porque el encadenamiento que tienen entre sí
nuestras ideas no nos permite fijarnos en una sin saltar a la que sigue: por lo
cual no podemos gustar de ver una cosa sin desear el ver otra, de suerte que
sin este deseo no tuviéramos aquel gusto».
Igualmente al querer demostrar la tendencia de nuestra alma a
abrazar muchas ideas en un pensamiento general, el Conde de Peñaflorida toma la
definición que daba ya Montesquieu:
«Ce qui fait ordinairement une grande pensée c'est lorsqu'on
dit une chose qui en fait voir un grand nombre d'autres, et qu'on nous fait
découvrir tout d'un coup ce que nous ne pouvions espérer qu'après une grande
lecture». «Llamamos también
pensamiento grande aquel que nos descubre de un golpe variedad de especies que
para saberlas sucesivamente hubiéramos necesitado de una larga lectura».
La idea de la obligatoriedad del buen orden está extraída
también de Montesquieu:
«Il ne suffit pas de montrer à l'âme beaucoup de choses, il
faut les lui montrer avec ordre car pour lors nous nous ressouvenons de ce que
nous avons vu et nous commeçons à imaginer ce que nous verrons; notre âme se
félicite de son étendue et de sa pénétration». «La
conexión que tienen entre sí nuestras ideas hace que de la idea actual y de la
que la precedió presienta nuestra alma la que sigue y percibe una satisfacción
grande en adivinarla y en haberla acertado».
«Mais dans un ouvrage où il n'y a pas d'ordre, l'âme sent à
chaque instant troubler celui qu'elle veut y mettre... elle est humiliée par la
confusion de ses idées, par l'inanité qui lui reste; elle est vainement
fatiguée». «Mas si al contrario por
afectación o extravagancia se desvía del buen orden, el alma se enfada y cae en
una especie de languidez».
Montesquieu había hablado ya de la necesidad de variedad en
las obras para evitar la monotonía:
«Il fait qu'elle (l'âme) puis se voir et que la variété le
lui permette, i. e., il faut qu'une chose soit assez simple pour être aperçue
et assez variée pour être aperçue avec plaisir». «Para que nos cause complacencia, la variedad debe ser
perceptible, porque de lo contrario parará en una confusión más enfadosa que la
uniformidad misma».
«Une longue
uniformité rend tout insupportable...». «Una espaciosa llanura nos cansa a
poco que la miremos si es toda uniforme».
«Le même ordre des périodes longtemps continué accable dans
une harangue: les mêmes nombres et les mêmes chutes mettent de l'ennui dans un
long poème». «Un discurso que guarda
constantemente orden igual de períodos, un poema donde el número y la cadencia
son siempre los mismos... nos fastidian».
La misma variedad siempre repetida puede convertirse en
repetición aborrecible:
«Ceci (une vicieuse uniformité) se sent dans le style de
quelques écrivains qui dans chaque phrase mettent toujours le commencement en
contraste avec la fin par des antithèses continuelles... ce contraste perpétuel
devient symétrie et cette opposition toujours recherchée devient uniformité». «Toda obra que gasta uniformidad en
la variedad misma, como las que afectan de usar continuos contrastes o
antítesis, retruécanos y equívocos, nos fastidia».
Montesquieu había comparado la arquitectura gótica con las
obras que no presentan variedad:
«Un bâtiment d'ordre gothique est une espèce d'énigme pour
l'oeil et l'âme est embarrassée comme quand on lui présente un poème obscur». «La arquitectura gótica es un tejido
de variedades, pero tan menudas, tan sin un orden y tan acumuladas que no se
perciben y así su confusión atrae al alma una fatiga tal».
mientras la arquitectura griega representaba el modelo de
composición:
«L'architecture grecque, au contraire, paraît uniforme; mais
comme elle a les divisions qu'il faut et autant qu'il en faut pour que l'âme
voie précisément sans se fatiguer, mais qu'elle en voie assez pour s'occuper,
elle a cette variété qui fait regarder avec plaisir». «Al contrario, la arquitectura griega con menos apariencia de
variedad presenta al alma en sus bien proporcionadas divisiones cuantas
variedades puede gozar cómodamente a un tiempo, teniéndola gustosamente
ocupada».
Las ideas básicas de curiosidad, de dar muchas cosas en una
idea general, de maravilla, de buen orden, de variedad, están tomadas de
Montesquieu. El Conde de Peñaflorida conocía igualmente el artículo de
Voltaire, de donde toma la definición de lo que él entiende por gusto:
«Le goût en général est le mouvement d'un organe qui jouit de
son objet et qui en sent toute la bonté. Ce sens, ce don de discerner nos
aliments a produit dans toutes les langues connues la métaphore qui exprime par
le mot "goût" le sentiment des beautés et des défauts dans tous les
arts». «Llamamos "gusto" por
metáfora la sensación que causa en el alma un objeto... Por tanto puede decirse
que el gusto es el paladar del alma, que sirve para discernir lo bueno de lo
malo, lo hermoso de lo feo, lo fino de lo bastardo y lo excelente de lo
mediano».
La definición que anteriormente ha sido un comentario de
Voltaire se convierte en una traducción casi literal al decir:
«(Le goût) c'est un discernement prompt comme celui de la
langue et du palais et qui prévient comme lui la réflexion: il est, comme lui,
sensible et voluptueux à l'égard du bon; il rejette, comme lui, le mauvais avec
soulèvement. Il est souvent, comme lui incertain et égaré, ignorant même si ce
qu'on lui présente doit lui plaire et ayant quelquefois, comme lui, l'habitude pour
se former». «Lo cierto es que
el gusto es un discernimiento pronto que, a imitación del otro que se halla
colocado en la lengua y el paladar siente y abraza con gusto lo bueno y rechaza
y aparta lo malo antes de dar lugar a la reflexión, que así como el otro se
halla a veces incierto y vacilante sobre si lo que se le presenta debe gustarle
o no, y que, en fin, así como el otro, se perfecciona y se forma con el
hábito».
Voltaire había expuesto cómo el buen gusto llega a
corromperse:
«Le goût se gâte dans une nation: ce malheur arrive
d'ordinaire après des siècles de perfection. Les artistes craignant d'être
imitateurs, cherchent des routes écartées; ils s'éloignent du mérite dans leurs
efforts; ce mérite couvre leurs défauts, le public, amoureux des nouveautés,
court après eux; il s'en dégoûte bientôt et il en paraît d'autres qui font de
nouveaux efforts pour plaire; ils s'éloignent de la nature encore plus que les
premiers: le goût se perd, on est entouré de nouveautés qui sont rapidement
effacées les unes par les autres; le public ne sait plus où il en est et il
regrette en vain le siècle du bon goût qui ne peut plus revenir; c'est un dépôt
que quelques bons esprits conservent alors loin de la foule».
El Conde de Peñaflorida explica de la misma manera, aunque
con términos algo distintos, la desaparición del buen gusto en una nación:
«(Desfigurar la naturaleza), éste es un escollo en que suelen
naufragar los mayores ingenios. Empeñados en dar un realce grande a la
naturaleza pintan con colores tan fuertes y se dejan arrebatar tanto por la
violencia del entusiasmo que sus rasgos nos deslumbran y apenas percibimos lo
que dicen, por la elevación de donde nos hablan...
(El deseo de ensalzarse), de este principio ha dimanado
siempre la corrupción del buen gusto. A fuerza de huir, de rozar con lo común,
han ido algunos hombres grandes siguiendo cada uno un rumbo particular, de modo
que al cabo de algún tiempo se han visto sumamente desviados del verdadero buen
gusto: y formando cada uno un sistema particular, han hecho de él un monstruo
ridículo».
El Conde de Peñaflorida parece haber tenido igualmente la
obra del Abate Batteux delante de sí cuando trata de la imitación de la
Naturaleza.
Desde la época griega, los preceptistas habían insistido
sobre el carácter imitativo de las obras de literatura. Aristóteles sitúa la
poesía dentro de las artes de imitación:
155
La voz de y sus
derivados aparece con suma frecuencia en el texto de la Poética156. La
imitación, según la entiende Aristóteles, no es una reproducción servil o copia
de la realidad de las cosas, puesto que el poeta puede imitar tanto lo que
realmente es como lo que pudiera o debiera ser:
157
El poeta imita o representa una acción de acuerdo con la
verosimilitud, pero construida o retocada por sus manos. Horacio invitaba
también a que se imitara la realidad:
«Respicere exempler uitae morumque jubebo
Doctum imitatoren et uivas hinc ducere unces»158.
Boileau decía a su vez:
«Que la nature donc soit votre étude unique,
Auteurs qui prétendez aux honneurs du comique»159.
Esta idea clásica fue recogida y ampliada por el Abate
Batteux: estableció como principio único del buen gusto la imitación de la
naturaleza, en el mismo sentido que la entendieron los naturalistas y los
realistas160. Insiste con frecuencia sobre este particular:
«Ainsi toutes nos preuves doivent tendre à établir
l'imitation de la Belle Nature»161.
«Le génie qui travaille pour plaire ne doit donc ni ne peut
sortir des bornes de la Nature même»162.
«Les Arts sont l'imitation de la Belle Nature»163.
El Conde de Peñaflorida establece el mismo principio:
«Finalmente la regla de las reglas y la regla madre del buen
gusto es la imitación de la Belle Naturaleza»164.
«Así nada la puede complacer (al alma) que no sea conforme a
la Naturaleza, y al contrario la satisface extraordinariamente todo lo que sea
imitarla»165.
Pero el Abate Batteux no pretendía una imitación servil, sino
una elección de las partes más hermosas:
«Tous ses efforts (du génie) durent nécessairement se réduire
à faire un choix des plus belles parties de la Nature, pour en former un tout
exquis qui fût plus parfait que la Nature elle-même, sans cependant cesser
d'être naturel. Voilà le principe sur lequel a dû nécessairement se dresser le
plan fondamental des Arts et que les grands artistes ont suivi dans tous les
siècles»166.
Bajo la pluma del Director de la Sociedad esta idea se
convierte en:
«La Naturaleza ofrece indiferentemente mezcladas las cosas
gustosas con las displicentes: produce la bella rosa rodeada de espinas
punzantes, el aromático tomillo junto a la abrasadora ortiga... Por esta razón
se dice que la imitación ha de ser de la Bella Naturaleza y no de la Naturaleza
solamente, y por esta razón gusta también el que la imitación supere a la
Naturaleza»167.
Y la recomendación final a los literatos será que se oculten
los defectos de la Naturaleza para dar una imagen superada de la realidad.
Estas ideas, aun coincidiendo con la estética clásica, se
asemejan más a las palabras del Abate Batteux, con términos como «imitation de
la Belle Nature» que el Conde de Peñaflorida también utiliza: «imitación de la
Bella Naturaleza».
Las ideas estéticas contenidas en el discurso del Conde de
Peñaflorida proceden, pues, de los preceptistas latinos -Horacio y Cicerón- y
de los que en España habían querido imitar los preceptos clásicos -Luzán y
Montiano-. Pero de una manera más extensa aún, el Conde de Peñaflorida buscó su
inspiración en los autores franceses, hallando sus ideas-base en los artículos
de Montesquieu y Voltaire contenidos en la Enciclopedia. Todas ellas son
fuentes clásicas o de autores que miraban a la Antigüedad como el modelo de las
Letras. Debido a las normas dictadas a la Real Sociedad Vascongada, el Conde de
Peñaflorida se inserta así dentro del pensamiento neoclásico español del siglo
XVIII, deseoso de establecer unas reglas por las que debían regirse los
posibles escritores.
Aplicación de estas ideas estéticas a la literatura española
A lo largo de su discurso, el Conde de Peñaflorida, para
apoyar sus afirmaciones, aporta ejemplos extraídos ya del gusto físico, ya del
gusto intelectual. Dejaremos de lado cuantos casos se refieran a la sensación
fisiológica del gusto para no fijarnos sino en aquellos en que se nos habla de
la literatura de nuestro país. Esto nos permitirá valorar cuál era el concepto
del Director de la Sociedad sobre ella.
El Conde de Peñaflorida deplora la triste situación en que se
hallaban entonces las Bellas Letras en nuestra patria. Tras indicar cómo
Horacio expresó admirablemente en el monstruo pintado al principio de su Arte
poético, la necesidad de coherencia en toda obra de literatura, el Conde de
Peñaflorida se pregunta:
«Pero ¡cuán pocos Amigos hallará (ese retrato) en el día que
se rieran a su visita!, porque, acostumbrados a ver semejantes monstruos, se
han familiarizado ya con ellos»168.
El Conde de Peñaflorida hace un vacío total a la dramaturgia
española del Siglo de Oro. Cuando menciona a los autores modernos que se
distinguen por el buen gusto, no cita a ninguno de nuestros dramaturgos del
siglo XVII: Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina y tantos otros. Este
silencio manifiesto se puede considerar como un desprecio: tal era también, en
efecto, el sentir de gran parte de los ilustrados españoles, como Forner cuando
dice hablando de Calderón:
«¿Por qué, o gran Calderón, a la robusta
Locución, y al primor del artificio
No unió sus leyes la prudencia justa?
La diestra plebe como en propio oficio
A atender lo excelente acostumbrada
Notará luego y repugnará el vicio...
Tales, tales perjuicios padeciendo
Esta, o buen Calderón, por vuestro antojo
La Nación que buscasteis escribiendo»169.
El Conde de Peñaflorida no menciona tampoco en ningún momento
la literatura de la Edad Media, sin duda por desconocimiento170.
El Conde de Peñaflorida no puede aceptar el tono
grandilocuente del estilo sublime, henchido de frases ampulosas, como cuando el
Padre Soto Marne dice, hablando de las razones que le empujan a escribir contra
Feijoo:
«Disipando a fogosas radiaciones de la verdad las densas
nubes, que compactadas a vaporosas preocupaciones del engaño, vaguean
sostenidas del más injustificable empeño»171.
Otros autores creen alcanzar un alto puesto en el campo
literario por la abundancia de figuras, fábulas, voces latinizadas como la
dedicatoria de D. Joaquín Cases a los Marqueses de Villena:
«Siendo a pesar de la envidia idéptico el renombre de
Elocuentes, Sabios, Peritos y Doctos a los Exmos. Marqueses de Villena,
resplandeciendo sus Ascendientes, no solamente Sol, Astros, Luz, Estrellas, en
la enseñanza de los que en la Pineal del Emporio tienen de su inmortalidad y
viveza el Centro, Custodia, Alcázar y Concha peregrina; pero y de los que en su
superior Jerarquía donde su creación primera dominando celeste mansión, a estímulos
de la rebeldía son del Averno Custodia, pavor, espanto, caos, tinieblas,
terror, tormento y centinela... No pudiendo equilibrar de mi voluntad el afecto
en el bilance de la expresión de esta equiponderante Estatera remito para la
prueba a la realidad de la Historia»172.
La falta de gusto alcanza también el estilo medio donde se
emplean ridículas expresiones o metáforas rastreras como en la Historia de
México:
«Apenas el lóbrego manto de la noche se retiró del cándido
crepúsculo del amanecer, cuando se puso en marcha el ejército hacia la
población de Ayagualco, en cuyo comedío un caudaloso río detuvo la tropa hasta
que el día dejó sus jurisdicciones a las sombras».
Al criticar estos defectos, el Conde de Peñaflorida merece
nuestra aprobación. A fuerza de querer ofrecernos un estilo elevado, los
autores no consiguen sino oscurecer la idea que pretenden presentarnos mediante
voces cultas, metáforas y frases redundantes carentes de significado. Metáforas
como «el lóbrego manto de la noche», o «el día dejó sus jurisdicciones a las
sombras» nos producen, al contrario, una impresión de gran pobreza imaginativa
por parte del autor y nos invita a la risa.
El Conde de Peñaflorida critica las obras cuya pintura no se
adapta a la naturaleza, como esta estancia de Juan Pérez de Montalbán:
«Yace a la vista ya de Barcelona
Monserrate, gigante organizado
De riscos cuya tosca pesadumbre
Con los primeros cielos se eslabona,
Porque tan alto está, tan levantado,
Que desde los extremos de su cumbre,
Por tema o por costumbre,
A la ciudad del frío
Pareció que el rocío
Antes quiere chupar que caiga al suelo
Y después escalando el cuarto cielo
Porque el primer lugar halló muy frío
Empina la garganta macilenta
Y a la región del fuego se calienta».
El Conde de Peñaflorida no rechaza todos los procedimientos
literarios empleados por los autores barrocos, sino solamente aquellos qué
debido a su estructura impiden la fácil comprensión. Ya vimos más arriba cómo
enjuiciaba a Quevedo en dos momentos distintos de su introducción a la Vida de
Marco Bruto. El ideal es no ocultar nunca el sentido que se pretende dar a una
frase: ¿no está prevista precisamente para que se pueda entender?
Hallamos en esta crítica del Director de la Real Sociedad
Vascongada las ideas reinantes en el mundo literario de la época. Luzán, en
efecto, al hablar de Góngora aprovecha la ocasión para decir:
«Si por ventura mis futuros opositores me hacen ver que mi
sistema es mal fundado, que mis razones son insubsistentes y me prueban con
evidencia que las metáforas extravagantes, las imágenes desproporcionadas y los
conceptos falsos de tales poetas son los mejores y los que constituyen la
verdadera belleza poética, yo entonces, convencido, confesaré mi error, me
desdiré de cuanto he dicho y tendré de hoy más por mis Homeros, por mis
Horacios, a Góngora, a Silveira y a todos los demás secuaces de su estilo. Pero
mientras no se me pruebe... no hay razón para que yo deje de publicarla...»173.
En cuanto a los malos escritores y oradores sagrados que
tanto abundaban entonces, el Padre Isla los satirizó maravillosamente en su
Historia de Fray Gerundio de Campazas, poniendo en boca de su protagonista
cuantas exageraciones y barbaridades podían oírse en los púlpitos. Los
contertulios de Azcoitia saludaron a esta obra con gozo por el bien que podía
acarrear. Escuchemos uno de los primeros juicios, formulado por el triunvirato
de Azcoitia, sobre la obra que acababa de publicarse:
«De la Historia de Fray Gerundio de Campazas y Zotes, tomada
generalmente, dice todo hombre de juicio, todo hombre de gusto, todo hombre
sabio y todo hombre verdaderamente piadoso que es una obra incomparablemente
grande, una obra utilísima para el bien público y precisa para desterrar los
execrables abusos que de un tiempo a esta parte tiranizan el púlpito español, y
una obra, en fin, que, juntando lo más jocoso y divertido del Don Quijote, de
Cervantes, con lo más serio e instructivo de Mentor del Telémaco, de Monsieur
Salignac, tira a corregir a los predicadores errantes o errados,
ridiculizándolos con las extravagancias y sandeces del primero, y
amonestándolos con los sabios y sólidos consejos del segundo»174.
Ante la triste situación literaria que padecía España en
aquella época, no quedaba otra solución que tornar los ojos hacia las fuentes
de la literatura: los clásicos griegos y latinos: los discursos de Cicerón, las
poesías de Horacio, las de Virgilio y tantas otras composiciones que aún siguen
embelesándonos. Las obras de los autores modernos no son apreciadas por el
Conde de Peñaflorida, sino en cuanto se asemejan a los modelos antiguos. Así,
tomando una nota puesta por Montiano en su Discurso sobre las tragedias
españolas, el Conde de Peñaflorida alaba a Bermúdez porque
«observa rigurosamente las leyes de la tragedia; e imitando a
los trágicas griegos y latinos, en algunas cosas los supera»175.
Lo mismo ocurre con los cómicos:
«Y en fin, los Molières, Goldonis, Lope de Rueda y demás
cómicos modernos han bebido en las fuentes de Aristófanes, Plauto y Terencio, y
sólo han sido estimados en cuanto imitan estos modelos antiguos»176.
Los oradores, poetas, dramaturgos modernos que, a juicio del
Conde de Peñaflorida, poseen buen gusto y que hemos detallado anteriormente, se
caracterizan todos por su apego a las fuentes clásicas en un intento de imitar
a los grandes maestros que surgieron en Grecia y Roma en los momentos de máximo
esplendor cultural.
El Conde de Peñaflorida, al igual que otros hombres de Letras
de su época177, reconoce valor a la literatura española. Hemos visto ya cómo
menciona dentro de los autores que merecen su aprobación a Fray Luis de
Granada, los hermanos Argensola, Garcilaso de la Vega, Ercilla, Oliva,
Bermúdez, Lope de Rueda, Torres Naharro, pertenecientes todos ellos al
Renacimiento español, preocupados por buscar su inspiración y valores formales
en la antigüedad y cercanos a la naturaleza. Garcilaso de la Vega recibe la
alabanza del Conde de Peñaflorida por la sencillez en la imitación de la bella
naturaleza, como en los versos que pone de ejemplo, tomados de la égloga
segunda:
«¿No se te acuerda de los dulces juegos
Ya de nuestra niñez que fueron leña
De estos dañosos y encendidos fuegos
Cuando a la encina de esta espesa breña
De sus bellotas dulces despojaba
Que íbamos a comer sobre esa peña?
¿Quién las castañas tiernas derrocaba
Del árbol al subir dificultoso?
¿Quién en su limpia falda las llevaba?»178.
Alonso de Ercilla, tal vez debido a su procedencia vasca179
se halla continuamente puesto de ejemplo, a pesar de reconocer en él ciertas
desigualdades. El Conde de Peñaflorida ve en la Araucana un «poema de grandes
pensamientos, de expresiones bellísimas, de pinturas admirables»180, comparable
a una obra de arquitectura griega. En la descripción de la tormenta que
padecieron los navíos del Perú en su viaje a Chile, según los versos siguientes
correspondientes al canto 16, 9.ª octava:
«Por otra parte el Cielo riguroso
Del todo parecía venir al suelo
Y el levantado mar tempestuoso
Con soberbia hinchazón subir al cielo
¿Qué es esto, Eterno Padre Poderoso?
¿Tánto importa anegar un Navichuelo
Que el mar, el viento y el Cielo de tal modo
Pongan su fuerza extrema y poder todo?»181.
el Conde de Peñaflorida ve una imitación de la Eneida de Virgilio
y relaciona el verso «¿Tánto importa anegar un Navichuelo...?» con otro de
Virgilio «Tantae molis erat Romanam condere gentem»182, donde observa idéntica
disposición, con un efecto agradable al alma por lo inesperado, lo cual produce
lo que él llama «maravilla». Más adelante, el Conde de Peñaflorida reconoce
como modelo de imitación de la naturaleza la comparación que hace Ercilla de
los Araucanos para pintar su afán en el saqueo de la ciudad de la Concepción:
«Como para el invierno se previenen
Las guardosas hormigas avisadas,
Que a la abundante troje van y vienen
Y andan en acarreos ocupadas:
No se impiden, estorban, ni detienen,
Dan las vacías el paso a las cargadas,
Así los Araucanos codiciosos
Entran, salen y vuelven presurosos»183.
El Conde de Peñaflorida propone también como ejemplo esta
copla de Mingo Rebulgo:
«Allá por esas quebradas
Verás balando corderos
Por acá muertos carneros
Ovejas abarrancadas,
Los panes todos comidos
Y los vedados pacidos,
Y aun las huertas de la Villa:
Tal estrago en Esperilla
Nunca vieron los nacidos»184.
pues dice que la pintura de los desastres queda bien
expresada sin excesos de ninguna clase.
A pesar del silencio absoluto hecho a nuestro teatro del
Siglo de Oro, el Conde de Peñaflorida reconoció, así como otros185, ciertos
valores poéticos. Lope de Vega en la descripción de un incendio en la
Gatomaquia agrada por la economía de recursos:
«Así suelen correr por varias partes
En casa que se quema los vecinos,
Confusos, sin saber a dónde acudan,
No valen los remedios, ni las Artes,
Arden las tablas, y los fuertes pinos
De la tea interior el humor sudan,
Los bienes muebles mudan,
En medio de las llamas
Éstos llevan las arcas y las camas,
Y aquéllos con el agua los encuentran,
Éstos salen del fuego, aquéllos entran,
Crece la confusión, y más si el viento
Favorece el flamígero elemento»186.
Del siglo XVIII, el Conde de Peñaflorida menciona la canción
que Luzán recitó en la distribución de premios de la Academia Real de San
Fernando en 1753, como elogio a las tres Artes y a Fernando VI, cuya última
estancia dice:
tú, con respeto humilde te avecina
A su Real Trono, y pues para elogiarle
Tu amor ni voces, ni conceptos halla
Póstrate a tu Señor, ámale y calla»187.
Para el autor del discurso, el último verso infunde ideas de
respeto y veneración por la abundancia de verbos qué invitan a la sumisión
respetuosa.
El Conde de Peñaflorida manifiesta tener un afecto por la
literatura española, que conoce con bastante amplitud. Pero siguiendo los
preceptos tomados de la antigüedad y de los autores franceses, aprueba a los
autores que hacen gala de clasicismo e imitan la naturaleza con sencillez, desechando
metáforas extravagantes, sintaxis contorsionada, situaciones exageradas,
hinchazón de estilo, etc... Juzgando por los nombres que cita como modelos a lo
largo de su discurso, el Conde de Peñaflorida da muestras de buen gusto en
poesía, pero se retrae ante la posibilidad de otros tipos de poesía que hagan
relación a la propia musicalidad, a la imaginación o al sentimiento: no le
interesa sino cuanto coincide con los valores de la propia razón, entroncándose
así dentro del movimiento neoclásico del siglo XVIII.
Carácter de las Bellas Letras en la Real Sociedad Vascongada
José Luis Comellas, al intentar caracterizar la ideología del
siglo XVIII bajo el reinado de Carlos III afirma:
«El siglo XVIII tiene una forma especial de ver las cosas, en
la que todo gira en torno a dos polos fundamentales: lo racional y lo
utilitario. Esta forma de pensar caracteriza toda la cultura de Occidente, y se
manifiesta lo mismo en la filosofía o el derecho que en la poesía o en el
arte»188.
Este espíritu utilitario que se observaba en el mundo
cultural de la época impregnó también a los miembros de la Real Sociedad
Vascongada. Toda su aplicación estaba orientada a las cuestiones que pudieran
acarrear un beneficio inmediato al país. Esta idea de «utilidad», bajo
diferentes conceptos, se repite como leitmotiv a lo largo de la existencia de
la Sociedad. El Conde de Peñaflorida, en el elogio pronunciado en 1765 a la
memoria de D. Pedro Bernardo de Villarreal de Bérriz insiste sobre «la
obligación general de los hombres a ser útiles al Cuerpo político»189. Joaquín
de Eguía en su discurso sobre la amistad exhorta a los miembros de la Sociedad
a «que tengan fijos siempre los ojos en la utilidad pública»190. José Agustín
Ibáñez de la Rentería hace girar todo el discurso pronunciado en 1780 ante las
Juntas Generales, La Amistad del País o idea de una Sociedad económica, en
torno a la utilidad:
«Dichosa época si cuanto se aprende y enseña se dirige a la
utilidad y beneficio del país»191.
«Es notable imprudencia dirigirse a hacer los descubrimientos
sin previo motivo o esperanza de utilidad»192.
«Es necesario que éstos (los objetos de obrar) sean los más
útiles»193.
«No sólo pueden ser útiles los préstamos graciosos para
promover las ideas y establecimientos útiles al país...»194.
«El fin de la Sociedad, que es hacer el bien al País
efectivamente...»195.
Las Letras siguieron este mismo camino pragmático, según la
orientación dada por el Conde de Peñaflorida en el discurso preliminar pronunciado
en Vergara en febrero de 1765:
«Siendo el fundamento de esta Sociedad un sincero deseo de
procurar a nuestro País todo género de utilidades, buscando y solicitando sus
mayores ventajas en el verdadero manantial de ellas, que son las Ciencias, las
Bellas Letras y Artes...
Las Bellas Letras, que hacen otra clase de nuestra Sociedad y
abrazan la Historia, la Política, las Lenguas y toda suerte de Literatura os
proporcionará los medios más propios de ilustrar a vuestros compañeros»196.
El fin de las Bellas Letras no es el de ser cultivadas por su
valor intrínseco, sino con vistas a la renovación del país, ya que son un medio
necesario para la extensión de la cultura a todos los compatriotas.
El Artículo IX de los Estatutos de 1765 corrobora esta idea,
cuando tras enumerar las distintas facetas a las que se han de aplicar los
Amigos (Ciencias, Letras, Agricultura, Artes, Comercio, Música) afirma:
«Pero en toda esta variedad de objetos se deberá siempre
tener presente la mayor utilidad del País y preferir lo útil a lo agradable».
Esta finalidad responde a la ideología de los hombres de la
Ilustración: para ellos la literatura es un medio educativo. Deseoso de ver
resurgir el país, el ilustrado estima que todas las manifestaciones de la
cultura deben tener como punto de mira la iluminación de los espíritus. Más
interés tiene para él el público, a quien va destinada su obra, que el
lucimiento personal a través de una inspiración personal. Ponen en práctica las
máximas de Horacio:
«Aut prodesse uolunt aut detectare poetas
Aut simul et iucunda et idonea dicere vitae»197.
«Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci
Lectorem detectando pariterque monendo»198.
El hombre ilustrado da, sin embargo, una orientación aun más
utilitaria: «preferir lo útil a lo agradable», como leíamos anteriormente en
los Estatutos de la Real Sociedad Vascongada, recordándonos la frase de Luzán:
«Sólo del feliz maridaje de la utilidad con el deleite nacen
como hijos legítimos los maravillosos efectos que en las costumbres y en los
ánimos produce la perfecta poesía»199.
El arte se ha convertido en un instrumento destinado a la
enseñanza y al deleite. René Wellek dice hablando de la época:
«Había algunos escritores que concebían la poesía como puro
deleite, pero los más de los críticos veían en la utilidad moral el fin
primordial; aun así, placer y deleite, según se consideraba generalmente, eran
medios necesarios para tal fin»200.
La literatura no se concibe sino orientada a la realización
de los fines del hombre ilustrado y la literatura por la literatura no tiene
cabida en la mente del hombre del siglo XVIII en su segunda mitad. La actividad
literaria de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País toma los
senderos del resto de la España ilustrada.
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