viernes, 30 de agosto de 2013

Obra literaria de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País / Luis María Areta Armentia

- V -

La poesía

Concepto poético de la Real Sociedad Vascongada
La literatura de la Ilustración se presenta ante todo como una oposición al barroquismo. Con varios de los seguidores de Góngora, el lenguaje poético había degenerado hasta el extremo310. Aquella estética no tenía cabida en la nueva concepción ilustrada. La reacción llegó con la actuación de los poetas de la Academia del Buen Gusto (1749-1751) que sirvieron de puente entre las antiguas formas y la nueva estética, cuyas normas habían sido ya dictadas por Ignacio de Luzán en su Poética.
La poesía como una de las manifestaciones principales de la literatura no puede comprenderse si se la desprende del momento histórico en que se entroncó. Esta poesía es el resultado de factores diversos. Una nueva sensibilidad distinta a la de épocas anteriores reina entre los hombres ilustrados; estos adoptan una nueva postura ante la vida sobre conceptos filosóficos, políticos, sociales desconocidos hasta entonces: sienten la preocupación de reformar los más diversos aspectos de la vida social, donde la razón debe controlar y dirigir todas las manifestaciones. La poesía por sí sola no ofrece ningún atractivo, antes bien origina desconfianza, como nos lo da a entender José Agustín Ibáñez de la Rentería en su fábula Argos (II, 5), en la que el personaje de este nombre, que nunca dormía por tener siempre cincuenta ojos despiertos mientras los demás descansaban, fue por fin embelesado por la música de Apolo: se entregó al sueño y esto le causó su pérdida. El fabulista añade:

«Cuenta con él, que así tan halagüeño                     
Te regala el oído dulcemente:              
Mira que quiere provocarte a sueño,            
Y cogerte en los lazos fácilmente                    
Que dispuso su astucia por tu daño.              
¿Y qué será si esfuerzan el engaño                 
Música y Poesía con su hechizo?                    
Cuando a el de los cien ojos por su medio               
Dormir Apolo hizo,                      
¿Qué no hará con nosotros? No hay remedio                   
Sino imitar a Ulises con su gente,                    
Que tapó sus orejas fuertemente;                  
Y con esto y atarse, a puras penas                  
Libertarse logró de las Sirenas»311.              



La poesía debe cumplir una función utilitaria como cualquier otro fenómeno literario. Félix María de Samaniego insiste repetidamente sobre esta necesidad. En la fábula El Ciervo en la fuente (I, 13) nos dice:

«Así frecuentemente                  
El hombre se deslumbra con lo hermoso:                
Elige lo aparente,             
Abrazando tal vez lo más dañoso;                  
Pero escarmiente ahora en tal cabeza:                     
El útil bien es la mejor belleza».                      



Recoge esta misma idea en El Pastor (IX, 13):

«Porque si causa perjuicio                    
En lugar de utilidad,                    
La mayor habilidad                      
En vez de virtud es vicio».                     



Por esto el ideal que se propone el poeta es unir la utilidad con el deleite, siguiendo la norma horacina del «utile dulci»: Samaniego, al dedicar el primer libro de sus fábulas a los Caballeros Alumnos del Real Seminario Patriótico de Vergara, les dice:

«Que en estos versos trato                   
De daros un asunto                     
Que instruya deleitando».                    



Ibáñez de la Rentería nos advierte al principio de su libro de Fábulas en verso castellano que su intención ha sido procurar «cumplir en algo el precepto de aprovechar y deleitar del modo que ha podido».
Siguiendo esta orientación dada a la poesía, no se podía aceptar una obra que bajo términos grandilocuentes no tuviese ninguna idea, como nos lo indica Samaniego en el Parto de los montes (II, 15):

«Hay autores que en voces misteriosas,                  
Estilo fanfarrón y campanudo             
Nos anuncian ideas portentosas;                    
Pero suele a menudo                  
Ser el gran parto de su pensamiento             
Después de tanto ruido, sólo viento».                      



El ideal que se propone el fabulista riojano queda expuesto en la dedicatoria del tercer libro de sus fábulas a Don Tomás de Iriarte:

«¿No he de hacer versos fáciles, amenos                
Sin ambicioso ornato?                
¿Gastas otro poético aparato?            
Si tú sobre el Parnaso te empinases               
Y desde allí cantases:                   
"Risco tramonto de época altanera",            
"Góngora que te siga", te dijera;                    
Pero si vas marchando por el llano                
Cantándonos en verso castellano                   
Cosas claras, sencillas, naturales,                    
Y todas ellas tales,            
Que aun aquel que no entiende poesía                    
Dice: "Eso yo también me lo diría",                
¿Por qué no he de imitarte, y aun acaso                  
Antes que tú trepar por el Parnaso?              
No imploras las sirenas ni las musas,             
Ni de númenes usas,                   
Ni aun siquiera confías en Apolo.                   
A la naturaleza imploras sólo,              
Y ella, sabia, te dicta sus verdades.                 
Yo te imito: no invoco a las deidades,            
Y por mejor consejo,                  
Sea mi sacro numen cierto viejo,                    
Esopo digo».                      



La preocupación del poeta ha de consistir en prescindir del ornato de figuras y del lenguaje selecto de la escuela de Góngora: la metáfora, lo imaginativo deben dejar paso a la claridad y a la sencillez, en un deseo de hacerse inteligible al lector. El escrito ha de ser comunicativo, para lo que se eliminará cuanto sea un entorpecimiento para la comprensión. Sobre la hojarasca anterior prevalece la urgencia de ideas claras y nítidas, sin rodeos de adornos in necesarios. La ausencia de los recursos estilísticos empleados hasta entonces ponen a la poesía en un difícil equilibrio entre la lírica y el acercamiento al estilo prosaico312. El poeta sabrá prescindir de la inspiración para ser un simple imitador de la naturaleza, con el sentido amplio de acercamiento a la realidad de las cosas. Ciertamente no se condena la imaginación, pero esta debe someterse a las normas dictadas por la razón.
El poeta ha de alejarse de cualquier exceso. Buscará el buen gusto que ha de consistir en variedad, unidad, claridad, orden y proporción, todo ello con vistas a exponer una verdad. Esto es un ideal puramente clásico. Por ello, los modelos serán aquellos que siguieron ya este camino, como dice el Conde de Peñaflorida en su Discurso preliminar, pronunciado en Vergara el 7 de febrero de 1765:
«La Poesía, aquel lenguaje medido y armónico que inventaron los hombres para elogiar a los Dioses y a los Héroes, se hará conocer poniendo por delante las reglas que dictan los Maestros del Arte y los más bellos modelos de los grandes Poetas de todos los tiempos, con naturalizando a los famosos de los Países extranjeros, y resucitando la memoria de muchos insignes Españoles, que se halla sepultada en el olvido por el mal gusto».


Esta triple orientación expresada por el Director de la Sociedad se dirige en primer lugar a la imitación de los grandes clásicos griegos y latinos: se seguirán fielmente las normas poéticas que ellos nos transmitieron. El Conde de Peñaflorida se refiere posteriormente a los poetas extranjeros, a los que quiere «connaturalizar», i. e. hacer de ellos algo propiamente nuestro de acuerdo con nuestro temperamento. El Conde de Peñaflorida piensa sin duda aquí en nuestro país vecino, Francia, que había conseguido durante el siglo anterior su época de clasicismo y que tanto influjo ejercía en la época. No puede olvidar el Conde de Peñaflorida nuestra tradición literaria, y se esfuerza por dar auge a nuestros poetas del Quinientos que dormían en el olvido313.
Los miembros de la Sociedad se unen así al movimiento reformador de la poesía barroca degenerada, fruto de aquellos Españoles que propugnaban una nueva orientación poética que Forner expresó así:

«Si a entender no te das, poeta oculto,                    
Di, ¿para quién escribes? Si a Adivinos,                    
Den a tu lobreguez ellos indulto.                    
Metáforas hinchadas, insolentes                    
Traslaciones, equívocos, agravios                  
De las leyes más simples y prudentes,                       
Conceptos que conservan los resabios                     
De la árabe dialéctica, que aplican                 
Al de Estagira los flamantes sabios,                
Y cuantos extravíos perjudican            
Al docto poetar, en sus entrañas                    
Las obras de aquel tiempo multiplican»314.                      







El género fabulístico en la Real Sociedad Vascongada
El género poético que se desarrolló con mayor empuje en la Real Sociedad Vascongada fue sin lugar a duda la fábula. Esta ofrece, en efecto, la oportunidad de agradar al lector mediante relatos de hechos en los que actúan personas y animales en situaciones muy diversas al mismo tiempo que el poeta extrae de allí una aplicación moral a la vida diaria de cada hombre: reúne las características de sencillez racional exigidas por la educación ilustrada. El gran fabulista francés La Fontaine expresó ya esta doble vertiente de las fábulas:
«Je ne doute point, Monseigneur, que vous ne regardiez favorablement des inventions si utiles et tout ensemble si agréables: car que peut-on souhaiter davantage que ces deux points? Ce sont eux qui ont introduit les Sciences parmi les hommes. Esope a trouvé un art singulier de les joindre l'un avec l'autre. La lecture de son ouvrage répand insensiblement dans une âme les semences de la vertu, et lui apprend à se connaître sans qu'elle s' aperçoive de cette étude et tandis qu'elle croit faire autre chose»315.

Félix María de Samaniego compuso sus Fábulas en verso castellano con vistas a la formación de los jóvenes nobles que se educaban en el Real Seminario Patriótico de Vergara, dependiente de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País. No nos detendremos en el estudio de esta producción por haber sido ampliamente analizada por don Emilio Palacios Fernández en su muy documentada tesis doctoral Vida y obra de Samaniego.
José Agustín Ibáñez de la Rentería es otro fabulista vasco y miembro activo de la Real Sociedad Vascongada que, alentado por el propio Samaniego, quiso seguir el mismo género literario, aunque él mantiene que su intención primera fue tan sólo su instrucción y pasatiempo particular, y afirma que la publicación de sus fábulas se debe a los consejos de sus amigos.
Ibáñez de Rentería dirige sus fábulas al público en general, tanto a los niños como a los adultos. Teme no haber conseguido la debida sencillez y claridad para hacerse entender de los primeros, mientras los otros tal vez puedan reprocharle falta de exactitud y poca elevación de estilo. Al menos se consideraría satisfecho si el público sacase algún fruto de su labor.
Esta producción pasa casi desapercibida en los diversos estudios o colecciones de obras de esta época literaria316. Sería nuestro deseo analizarla de modo que se pudiera enjuiciar con la mayor objetividad posible. Nos proponemos en un principio estudiar la forma externa de las fábulas: versificación, estilo, etc... antes de fijarnos en el mensaje que el autor intenta transmitirnos.
Ibáñez de la Rentería varía a menudo los metros de las fábulas, con el fin de evitar la monotonía. Podemos dividir los metros en formas consonantadas y asonantadas.
La forma utilizada con mayor frecuencia es la silva, mezcla de endecasílabos y heptasílabos. La reina puede ir toda ella en pareados como en La Vieja y el Espejo (I, 3), aunque frecuentemente alternan con cuartetos, como en la Zorra en el granero (I, 15) o en la Mosca y los Caballos (I, 27), o con serventesios como en el Hombre y los dos Perros (II, 35). Otras veces podemos hallar unidos pareados, cuartetos y serventesios, aunque con un predominio de los primeros, como ocurre en los Lobos y las Ovejas (I, 23).
Los endecasílabos siguen generalmente las normas poéticas de acentuación, recayendo el acento sobre las sílabas 6.ª y 10.ª, como en estos versos tomados al azar en el León con su ejército (I, 28):
El león poderóso cierto día De su soberbia trópa alarde hacía Ocupaban los puéstos principáles

realizando en ocasiones la acentuación sobre las sílabas 4.ª, 8.ª y 10.ª, según el endecasílabo sáfico
Cuando al Juménto capitán le viéras... Es del que mánda el principál ofício

Ibáñez de la Rentería utiliza también con cierta abundancia la décima, formada por diez versos octosílabos que riman en la forma ABBAACCDDC, como en el Perro y el Gato (II, 3) o en el Marinero (II, 25). Pero la décima no suele ir sola, sino precedida de una redondilla, tal es el caso de el Calvo (I, 41) o bien la redondilla se pospone a la décima, como en el Pastor y su amo (II, 4), el Mono (II, 46), pudiendo darse el caso de tener una quintilla al final de la décima, como en la Serpiente (I, 59). Generalmente la décima contiene la parte central de la acción de la fábula, mientras las redondillas o quintillas quedan reservadas para el mensaje moral. Pero en la Cocinera y el Tizón (II, 21) los cuatro versos iniciales representan la acción, mientras los seis restantes forman el apólogo, el cual resulta de mayor extensión que el propio cuerpo de la fábula.
La fábula puede estar compuesta igualmente por tres redondillas (ABBA), como en el Toro y el Macho de Cabrío (I, 35) o por dos redondillas más una cuarteta (ABAB), como en el Carbonero y la Lavandera (I, 21).
Ibáñez de la Rentería gusta también de las formas asonantadas, siendo el romance propiamente dicho, con octosílabos, uno de los más empleados: el Milano enfermo (I, 5) o el Cazador (II, 12). La disposición del romance puede establecerse en estrofas de cuatro versos, aunque la misma asonancia se repita a lo largo de la composición: los Instrumentos de Música (II, 26). Abundan también los romances de versos heptasílabos o endechas: la Mujer y la Gallina (I, 18), los Animales de máscara (II, 16), al igual que los romancillos a base de hexasílabos: el Perro y el Gallo (I, 24), las Aves eligiendo Rey (II, 43) y muchas otras fábulas.
En Júpiter (I, 10) o en el Buey y el Becerro (I, 32), la fábula está compuesta de estrofas cuaternarias asonantadas, donde los tres primeros versos son heptasílabos y el cuarto endecasílabo: la asonancia se repite a lo largo de la composición en los versos pares.
De acuerdo con las normas generales sobre la fábula, esta suele finalizar con un epílogo donde se recoge el contenido moralizador de la historia en dos o tres versos. La moraleja puede hallarse a veces al principio de la composición, donde se nos da una visión anticipada de lo que se va a relatar: esto ocurre en la Zorra en el granero (I, 15), o en el Calvo (I, 41). La idea es tan clara a veces que el lector extrae directamente el mensaje, como en el Sabio y el Rico (I, 49).
Si consideramos la producción fabulística de Ibáñez de la Rentería en su conjunto, observamos en un principio la ausencia casi total de recursos poéticos. Su preocupación parece ser el describir con la mayor objetividad posible un acontecimiento ideado. Tomemos de ejemplo la Vieja y el Espejo (I, 3):

«...Un día se miraba en un espejo:                 
Y viendo en él su mísera figura,                       
Vota, maldice, jura,                     
se araña la cara sin consuelo:               
Echa el espejo al suelo;               
Y desde lejos dice balbuciente:            
Lindos espejos se hacen al presente».                      


El fabulista nos hace asistir a la reacción de la señora mayor cuando se ve desfigurada en el espejo: la abundancia de verbos, miraba, viendo, vota, maldice, jura, se araña, echa, dice, representa la acción con mayor dinamismo y objetividad. Este deseo de ser objetivo empuja a menudo al fabulista hacia una prosa versificada, como en los versos siguientes:

«Porque yo ando lo mismo que usted anda».                    

(I, 9)                 


«Pues me meto a un oficio que no entiendo».                   

(I, 25)                          


«No lo harías, te aseguro,                     
A no ser en este caso».               

(I, 35)                          


«Ese color tan verde                   
Es la señal de un cuerpo nada sano».            

(I, 31)                          


Por querer hacer poesía, el fabulista se ve inducido en ocasiones a inversiones que no siempre son logradas, antes bien pecan de oscurantismo:

«Que dijo bien contemplo».                

(I, 9)                 


«Las Ovejas y Perros hecha liga,                     
Con los Lobos tenían cruda guerra».             

(I, 23)                          


«Un manojo de varas                 
Le trajesen previno».                  

(I, 37)                          


o de falta de armonía:

«Hacerle ver sabré».                  


(I, 8)                 

El fabulista utiliza encabalgamientos sin ningún valor especial, debido tan sólo a la dificultad de versificación, como en:

«Le dijo al instante                      
El Sátiro...».           

(I, 46)                          


«No me corro ni envidio, la responde                       
La Mosca...».                     

(I, 50)                          


Suele darse el caso de cacofonía:

«...haga cuenta                 
que cuanta autoridad quita al de casa».                  


(I, 44)                          

La terminología empleada no tiene ninguna mira poética. Siguiendo la tendencia poética de la época317, no duda en llamar las cosas por su nombre por ordinarias que sean. En el Pavo y la Cotorra (II, 22) aparecen los términos de «berza», «salvado», «panza», «buche». En el Mulo linajudo (I, 22) para significar el cambio de la suerte dice «se trueca la bola» y para dar a entender que algunos se hacen ideas erróneas se expresa «que a algunos mentecatos / les compone la cholla».
Pese a estos defectos, hallamos ciertas formas poéticas, como la comparación que hace en el Lobo y la Vieja (I, 64):

«Saliendo una mañana cierto Lobo               
Con mejores aceros para un robo                  
Que el mejor Catedrático Gitano...».            


donde vemos al lobo comparado ventajosamente al «mejor Catedrático Gitano», término todo este muy descriptivo que nos presenta al gitano más habituado a robos y fechorías.
Ibáñez de la Rentería utiliza también la antítesis, como ocurre en las frases siguientes:

«La Venganza resiste                  
Porque Amor la hace guerra».            

(I, 26)                          


«Si paz tenían hoy, guerra mañana».           

(II, 6)                


La oposición de adjetivos sirve, en ocasiones, para darnos una visión general de la especie:

«...todos los animales                 
Grandes, pequeños, mansos y furiosos».                


(II, 8)                

Cuando el fabulista quiere insistir sobre una idea recurre a la repetición:

«Adiós, raza perversa,               
Adiós, hombres malzados...                 
No he de aguantar desprecios,            
No he de sufrir escarnios...                   
o he de rendir obsequios...».               


(II, 29)                         

Por paradójico que esto pudiera parecer, Ibáñez de la Rentería se nos presenta con mayor afanes poéticos precisamente en una fábula que pretende destruir toda efusión poética. En los dos Poetas y el Sátiro (II, 34) intervienen dos poetas, el uno alabando efusivamente a su amada, mientras el otro se queja del desprecio de que es objeto: ambos relacionan la naturaleza con los sentimientos personales hasta que el Sátiro les dice que no tienen nada que ver las impresiones de cada uno con la naturaleza que nos rodea y les ordena que se alejen de sus dominios: es la ilustración del dominio de la razón sobre las expansiones líricas. Aquí vemos las únicas metáforas que nos recuerdan la poesía española anterior; para decir que la luna detiene su curso para mirar a la mujer amada el fabulista dice:

«Lucina por mirarla                     
Detener suele el carro».            


La naturaleza se anima:

«Porque si el Sol alumbra,                    
Si el día sale claro,            
Sólo es por Cloris bella               
Todo este agasajo.                       
Cuando ella se presenta,            
Reverdecen los campos,            
Y los pájaros todos                      
La obsequian con su canto.                  
Los brutos más feroces,             
En su presencia mansos,            
Se llegan presurosos                   
A lamerla su mano.                     
Los árboles el fruto                      
Dan para su regalo,                     
Y para Cloris nacen                      
Las flores en el prado.                
Cuando Cloris se acuesta                       
Pone la noche el manto             
Y los pájaros callan                      
Porque está sosegando».                      


Cuando nos presenta al poeta triste, nos lo hace mediante una anáfora:

«Por tí el Cielo se mira,               
Hace tiempo nublado,                
Y por tí menudean                       
Relámpagos y rayos:                   
Por tí diversas plagas                  
Vinieron sobre el campo,                      
Y por tí la cosecha            
Se ha perdido este año...».                   


La repetición de «Por tí» seguido de «Y por tí» es una forma que nos recuerda a Garcilaso de la Vega cuando decía en la primera égloga, versos 99-104:

«Por tí el silencio de la selva umbrosa                       
Por tí la esquividad y apartamiento               
Del solitario monte me agradaba:                  
Por tí la verde yerba, el fresco viento,                      
El blanco lirio y colorada rosa              
Y dulce primavera deseaba».               


La adjetivación de Ibáñez de la Rentería tiende generalmente a una caracterización de los personajes o animales que vemos actuar en las distintas fábulas. Una vieja queda representada «arrugada, regañona» (I, 3), mientras un «hombrecillo flaco» pretendía ser más corpulento de lo que era en realidad (II, 10). Los animales llevan una indicación sobre el rasgo principal de su temperamento: «el soberbio león» (I, 23), «el león poderoso» (I, 28), «la tímida liebre» (I, 28), «el caballo brioso» (I, 30), «el feroz tigre» (I, 36), «un pícaro raposo» (II, 33), «cordero inocente» (II, 44), «un manso perro» (II, 50), «la bachillera urraca» (II, 27).
La posición de los adjetivos con relación al sustantivo varía frecuentemente, en vistas a producir cierta sonoridad, pues tendremos así: «el feroz tigre» (I, 36) y en otro lugar «cierto tigre feroz encarcelado» (II, 50). Al anteponer el adjetivo, Ibáñez de la Rentería consigue darnos una mayor valoración de la calidad como en «la rápida corriente de una ría» (I, 17) o «el asnal silogismo» (I, 25), etc. colorista. Ibáñez de la Rentería se resiste ante la descripción de la naturaleza. Se contenta con el empleo de adjetivos muy generales, como el de «hermoso» que aplica a diferentes elementos. Tendremos así: «Filis hermosa» (II, 41), «pavón hermoso» (II, 43), «papagayo hermoso» (II, 48), «hermoso prado» (II, 44) y «jardín hermoso» (II, 19). Apenas encontramos adjetivos que testimonien afectividad y los pocos que hay indican una idea muy indeterminada: «lindo pajarillo» (II, 41), «en amoroso idioma» (II, 41), «la libertad amable» (II, 41).
La naturaleza queda así en una descripción muy imprecisa, siendo utilizada solamente como decoración imprescindible para desarrollar la acción, nunca por sí misma. Una tormenta queda resumida a:

«Combatidos de los vientos                  
En una recia tormenta,              
Hacían mucho sonido                 
Los árboles de una selva».                    


(I, 39)                          

La visión de un jardín se reduce a:

«Entró cierta cigüeña                 
En un jardín hermoso,                
Que de flores y frutas                 
Estaba lleno todo».                     


(II,19)                          

El prado donde pace el cordero nos deja la misma idea de imprecisión:

«En un hermoso prado              
Un Cordero inocente                  
Pace la hierba al lado                  
Del Lobo, su enemigo, alegremente».                      


(II, 44)                         

El único rasgo colorista en toda la producción de Ibáñez de la Rentería está en «reverdecer los campos» (II, 34). Ciertamente el fabulista no se interesa para nada en la naturaleza: más importancia tiene para él las ideas que quiere transmitir.
Podemos dividir la producción fabulística de Ibáñez de la Rentería en dos grandes apartados: fábulas tomadas de Esopo y La Fontaine, y fábulas originales. Las primeras forman mayormente el libro primero, mientras las otras componen el libro segundo.
De Esopo toma doce fábulas, que tienen por título:
N.º      Título
13       El Médico y el Enfermo.
18       La Mujer y la Gallina.
21       El Carbonero y la Lavandera.
29       El Asno y las Ranas.
30       El Jabalí y el Caballo.
32       El Buey y el Becerro.
33       Júpiter y el Camello.
44       El Pavón y la Urraca.
48       Los Ladrones y el Gallo.
52       El Pastor y los Aldeanos.
59       La Serpiente.
62       El Perro convidado.
De La Fontaine ha tomado las veintinueve fábulas siguientes:
N.º      Título en español   Título en francés
1         El poder de las fábulas.    Le pouvoir des fables.
6         La Zorra sin cola.   Le Renard ayant la queue coupée.
7         El Burro cargado de Reliquias.  L'Ane portant des reliques.
9         El Cangrejo y su Madre   L'Ecrevisse et sa Fille.
11       El Ratón retirado.  Le Rat qui s'est retiré du monde.
12       El Sol y las Ranas.   Le Soleil et les Grenouilles.
14       El Hombre y las dos Viudas.       L'Homme entre deux âges et ses deux maîtresses.
15       La Zorra en el granero.    La Belette entrée dans un grenier.
16       El Concejo de los Ratones.          Conseil tenu par les rats.
17       Las dos Ollas.          Le Pot de terre et le Pot de fer.
20       El Monte de parto.            La Montagne qui accouche.
22       El Mulo linajudo.   Le Mulet se vantant de sa généalogie.
23       Los Lobos y las Ovejas.    Les Loups et les Brebis.
24       El Perro y el Gallo. Le Coq et le Renard.
25       El Asno y el Perro de faldas.       L'Ane et le petit Chien.
27       La Mosca y los Caballos.  Le Coche et la Mouche.
28       El León con su ejército.    Le Lion s'en allant en guerre.
34       El Labrador y la Fortuna.            Le Laboureur et ses Enfants.
36       El León envejecido.           Le Lion devenu vieux.
37       El Labrador y sus Hijos.   Le Vieillard et ses Enfants.
39       Las Liebres y las Ranas.    Le Lièvre et les Grenouilles.
40       El Lobo y el Cabrito.          Le Loup, la Chèvre et le Chevreau.
46       El Sátiro y el caminante.  Le Satyre et les passants.
47       El Camello.   Le Chameau et les Bâtons flottants.
54       Júpiter y sus Rayos.          Jupiter et ses tonnerres.
57       El Perro nadando. Le Chien qui lâche sa proie pour l'ombre.
60       El Elefante y el Águila de Júpiter.          L'éléphant et le singe de Jupiter.
61       Simónides preservado por los dioses.            Simonide préservé par les dieux.
64       El Lobo y la Vieja.  Le Loup, la mère et l'enfant.
La primera impresión que nos produce la lectura de estas fábulas es la de que Ibáñez de la Rentería no dominaba el tema. Se esfuerza por versificar, pero sin acierto.
Para observarlo mejor, podemos hacer una comparación del original francés con la copia de nuestro fabulista, tomando cualquier fábula, por ejemplo, el Asno y el Perro de faldas. La Fontaine había relatado así esta fábula:

«C'est un point qu'il leur faut laisser              
Et ne pas ressembler à l'Ane de la Fable,                  
Qui pour se rendre plus aimable                     
Et plus cher à son Maître, alla le caresser.               
Comment! disait-il en son âme,                       
Ce Chien, parce qu'il est mignon,                    
Vivra de pair à compagnon                  
Avec Monsieur, avec Madame,                       
Et j'aurai des coups de bâtons?                       
Que fait-il? Il donne la patte;                
Puis aussitôt il est baisé:             
S'il en faut faire autant afin que l'on me flatte,                  
Cela n'est pas bien malaisé.                  
Dans cette admirable pensée,              
Voyant son Maître en joie, il s'en vient lourdement,                    
Lève une corne tout usée,                     
La lui porte au menton fort amoureusement,                    
Non sans accompagner pour plus grand ornement                     
De son chant gracieux cette action hardie.              
Oh! Oh! quelle caresse et quelle mélodie!               
Dit le Maître aussitôt. Holà, Martin bâton!              
Martin bâton accourt; l'Ane change de ton.           
Ainsi finit la Comédie».               


(IV, 5)                          

Ibáñez de la Rentería la transformó así:

«Reparaba un Jumento,            
Preciado de tal qual entendimiento,              
Que a un Perrillo de faldas                    
En casa se trataba con regalo,             
Mientras a él molían las espaldas                    
Con muy pesada carga y mucho palo.                      
No sé cómo es, decía, pierdo el seso:            
Que siendo ambos a dos de carne y hueso,            
A él le festejan, no le dan trabajo,                  
A mí me dan porrazos a destajo,                    
Aunque sirvo tan bien: la cuenta sale            
Que lo que yo ejecuto nada vale:                   
Sí lo de aquél; pues haga yo lo mismo,                     
Y con eso seré mejor tratado.              
El Asnal silogismo             
Le pareció muy bien, y de contado                
Luego que al Amo a divisar alcanza,              
Hacia él al instante se avalanza:                      
Por su cara el hocico le pasea,             
Y muy a su sabor le manotea,              
Dando clara señal de su alegría                       
Del rebuzno la dulce melodía.             
El Amo grita, los Criados llegan,                      
Al Burro me le pegan                  
Una fuerte paliza,            
Y a la caballeriza               
Lo conducen molido y cabizbajo,                   
En donde entre lamentos y entre quejas,                
Sacudiendo a menudo las orejas,                   
Pudo acertar al fin: Este trabajo,                    
Profirió, con razón estoy sufriendo,              
Pues me meto a un oficio que no entiendo».                     


(I, 25)                          

Ibáñez de la Rentería necesita treinta y dos versos para expresar lo que La Fontaine hizo con veintitrés. La Fontaine consigue un relato más vivo y dinámico, a lo que contribuyen también las exclamaciones e interrogaciones de las reflexiones del Burro. Ibáñez de la Rentería se contenta con hacer una exposición seguida, con lo que el relato se convierte mucho más monótono.
La Fontaine sabe condensar la acción, mientras Ibáñez de la Rentería se extiende en un mayor detallismo, y eso mismo le hace perder toda gracia. Así «j'aurai des coups de béton?» queda transformado en «Mientras a él molían las espaldas / Con muy pesada carga y mucho palo», y vuelve a recoger esta misma idea en «A mí me dan porrazos a destajo». La descripción de paliza que recibió el Burro nos viene sugerida por los versos tan condensados de «Holá, Martin béton! / Martin bâton accourt», frente al excesivo detallismo del fabulista vasco: «El Amo grita / Los Criados llegan / Al Burro me le pegan / Una fuerte paliza / Y a la caballeriza / Lo conducen molido y cabizbajo». A pesar de la abundancia de detalles, Ibáñez de la Rentería no consigue mejorar la fábula original, pues se detiene en aspectos que no hacen avanzar la acción.
La Fontaine logra una fábula mucho más poética que su imitador. Así, en el abrazo dado por el Asno, observamos una ironía maliciosa entre «lourdement» y «amoureusement». Para abrazar a su amo, el Asno «lève une torne tout usée», acompañando este gesto con «son chant gracieux». Ibáñez de la Rentería, por el contrario, llama a las cosas por su nombre, por poco poéticas que sean, cayendo de esta forma en el prosaísmo: «Por su cara el hocico le pasea... del rebuzno la dulce melodía». La Fontaine exclama con fina ironía: «Oh! Oh! quelle caresse et quelle mélodie!», aplicando estos términos elegantes a la torpeza del Asno. Ibáñez de la Rentería parece querer recordar el original cuando dice «Del rebuzno la dulce melodía», pero ¡qué diferencia de tono al ir unido «rebuzno» con «melodía»!
La Fontaine obtiene cierto ritmo, como en la repetición de «Oh! Oh! quelle caresse et quelle mélodie!» o más adelante en «Holà, Martin bâton! / Martin bâton accourt». En un único momento Ibáñez de la Rentería parece haber hallado cierto ritmo: «El Amo grita, los Criados llegan / Al Burro me lo pegan / Una fuerte paliza». Pero este ritmo se corta inmediatamente después por los versos siguientes: «Y a la caballeriza / Lo conducen molido y cabizbajo».
A veces observamos cierta soltura y acierto en la versificación, como en el Monte de parto (I, 20), donde el fabulista consigue mantenernos en la espera de saber qué saldrá de ese monte:

«¿Qué con estruendo tal conmueve el suelo?                   
Está de parto un Monte... Maravilla:             
Parirá algún Madrid, o algún Sevilla...                      
Aguardad y veréis... un Ratonzuelo».                       


Pero en general Ibáñez de la Rentería no consigue sino unas copias que conservan con bastante exactitud la ordenación del original francés, pero en ningún modo el colorido y la vida: el fabulista se ha mostrado incapaz de animar la composición de los temas extraídos del fabulista francés.
En sus fábulas originales Ibáñez de la Rentería se nos presenta más directo y con mayores aciertos poéticos. Él mismo se dio cuenta de que en esta parte había logrado mayor perfección: dice en la Advertencia de su libro:
«El lector reconocerá acaso que son las que me han salido con más felicidad».

Utiliza con profusión personajes mitológicos porque, dice él, están ya admitidos en nuestra poesía con propiedades humanas: esto da mayor realce a la narración sin influir para nada en la verosimilitud.
En estas fábulas originales, Ibáñez de la Rentería consigue mayor concisión, como en la Cocinera y el Tizón (II, 21):

«A un Tizón la Cocinera             
Por apagarlo soplaba,                
Y más la simple atizaba               
El fuego de esta manera».                    


En el León en la trampa (II, 23) el fabulista nos describe al tirano solicitando ayuda a sus súbditos ante la desgracia: el tono va muy acorde con la evolución del tirano que se presenta paternalista, autoritario, prometiendo finalmente ser más indulgente cuando quede libre:

«Venid aquí, venid, o gente mía,                    
Vasallos estimados, ved mis penas,                
Mirad a vuestro Rey entre cadenas:              
Libradme desde luego,               
Como Padre os lo ruego,                       
Como Rey os lo mando... mas ¿qué digo?               
No ya, no ya cual Rey, como Patrono           
En adelante ocuparé mi trono:            
Si librarme consigo,                     
Será siempre mi gloria                
Tener vuestro servicio en la memoria».                   


A lo largo de estas fábulas originales, Ibáñez de la Rentería utiliza abundantemente la enumeración de términos en una cadencia ternaria, con el deseo de ampliar la visión de lo que nos presenta:

«¿Eres Padre, Patrono ni Monarca?».                      

(II, 23)                          


«Como al grande, al mediano y al pequeño».                    

(II, 40)                         


«Vuestros bienes, fuerzas y talentos».                     

(II, 14)                         


«Sus fuerzas, su verdor, su lozanía».            

(II, 36)                         


«Sin cabeza, sin leyes, sin gobierno».            

(II, 37)                         


«Todo es opresión, rapiña y muerte».                      

(II, 44)                         


«Cualquiera palabra, acción o gesto».                      

(II, 46)                         


«No perdonando cuna ni riqueza,                 
Talento, juventud ni fortaleza».                     

(II, 49)                         


«Al Destino, a los Dioses y a la Muerte».                  

(II, 49)                         


«Por odios, ambición o por envidia».           

(II, 49)                         


«Emplea el hierro, el fuego y el veneno».                

(II, 49)                         


«Sean sobrios, pacíficos y justos».                 

(II, 49)                         


Esta enumeración llega a producir cierto ritmo como en el Pavo y la Cotorra (II, 22):

«Con bérzas, con salvádo                     
Con ótras zarandéjas».              


donde los acentos recaen en ambos versos sobre las sílabas 2.ª y 6.ª.
Pero quizá debamos buscar el interés de esta producción fabulística en el mensaje que nos propone el fabulista. Efectivamente, en el segundo libro de sus Fábulas, Ibáñez de la Rentería nos va transmitiendo la originalidad de su pensamiento de hombre ilustrado, con cierta inclinación crítica hacia la política de finales del siglo XVIII.
El fabulista se opone a la tiranía: el León en la trampa (II, 23) es el más claro exponente de su postura hacia ese sistema de gobierno. Nadie está satisfecho bajo el dominio del tirano y cuando este se halla en un apuro nadie quiere ayudarle, porque saben que su suerte no ha de mejorar a pesar de las buenas promesas. En el Raposo (II, 8) nos presenta a un mal ministro autoritario y riguroso para con todos los súbditos, que cuando pierde el apoyo del soberano se convierte en el desprecio y la ira de cuantos anteriormente tuvieron que soportarle:

«¿Por qué para estos casos                  
Buscamos en los brutos ejemplares,              
Si de iguales fracasos                  
Nos ofrecen los hombres centenares            
Cuando el poder usaron con exceso?».                    


El Conde de Floridablanca se vio retratado en esta fábula que había aparecido el 4 de agosto de 1787 en el Diario de Madrid, e Ibáñez de la Rentería a buen seguro hubiese tenido problemas con la justicia, de no haber intervenido Samaniego en defensa de su amigo cerca del ministro, haciéndole creer que la fábula había sido redactada mucho tiempo antes, por lo que no podía referirse a ninguna circunstancia particular.
En el Caballo vemos el ejemplo del animal que derriba al jinete poco diestro en utilizar el látigo: «Que son jinetes malos / Los que no gobiernan sino a palos», comenta el fabulista. Los súbditos tienen por tanto derecho a derribar a los gobernantes que abusan de su poder.
En el Filósofo (II, 18) Ibáñez de la Rentería nos expone su ideal de gobierno. Tras recorrer todo el mundo el filósofo halló por fin a los hombres unidos en sociedad:

«Reparó dos Estados                  
En la forma entre sí muy encontrados:                     
El uno de Leones, y esta gente             
En un mixto sistema                    
Había dado al Asno la diadema:                      
En la otra colonia diferente,                 
De Jumentos compuesta,                      
Y un León formidable                 
Ejercitaba en ésta             
El despotismo más intolerable...                     
Si el que manda es Jumento,                
Como Leones toman ardimiento                    
Aquellos que obedecen:            
Si es León, al Jumento se parecen».               


La fuerza de las sociedades y de los hombres reside, pues, en una efectiva limitación del poder. Fácil es reconocer a Inglaterra como el pueblo de los Leones, cuyo sistema político parece agradar de modo especial a Ibáñez de la Rentería.
Astrea (II, 37) representa el ideal de la libertad civil a través del cumplimiento de las leyes:

«En un gobierno sostenido y recto                
Bajo de justos Reyes,                  
Son los hombres esclavos de las leyes                       
Para poder ser libres en efecto».                    


Siguiendo los pasos de Montequieu318, Ibáñez de la Rentería había expuesto ya esta misma idea en el discurso intitulado Reflexiones sobre las formas de gobierno:
«...quedemos convencidos de que nuestra seguridad pende en la existencia y ejecución de aquéllas (leyes), y que es mucho más apreciable ser esclavo de la ley en un gobierno reglado para poder verdaderamente ser libre y poseer cada uno con tranquilidad su vida, su honor y sus propiedades»319.

Así, a pesar de los problemas que pueda acarrear muchas veces la vida en comunidad, la sociedad es sin embargo la manera de supervivir. No pretendamos apartarnos de nuestros semejantes, pues somos incapaces de defendernos solos ante todos los peligros que nos acechan: tal es el mensaje de el Misántropo (II, 29):

«Llevando con paciencia           
Algunos malos ratos,                  
Seguridad y gusto            
En sociedad unidos disfrutamos».                  


La mejor ilustración de la buena convivencia que conocerán los hombres en una sociedad bien establecida reside en la fábula de el Lobo, el Cordero y el Pajarillo (II, 44): bajo la autoridad del León todo es paz y tranquilidad, no atreviéndose el Lobo a tocar al inocente Cordero por temor al castigo.
La idea de la igualdad social de todos los hombres está expuesta en los Comediantes (II, 20): en la farsa que se representa, los personajes se creen transformados en Reyes y Princesas por los disfraces que llevan: cuando llegue el final todos quedarán equiparados al gracioso. Y el fabulista sigue comentando:

«Estupenda sentencia;               
Pero a fe que con poca diferencia                  
Se pudiera decir al poderoso,              
Que quisiese ostentar vanaglorioso,              
De su excelso carácter las señales                   
Y de súbdito tanto la comparsa:                      
Mirad que en acabándose la farsa                 
Nos hemos de quedar todos iguales».                      


El fabulista se muestra preocupado por ciertas cuestiones filosóficas que tanto preocupaban a los ilustrados, en particular por los males que causa la ignorancia320: en la Peste y la Guerra delante de Apolo (II, 13) estos dos látigos de la Humanidad se disputan el honor de ser el mal que mayor número de muertes origina, a lo que Apolo replica que ambas no representan nada frente a la ignorancia, pues esta abre el camino a todos los males: peste, guerra y tantas otras plagas.
Preocupado por el carácter utilitario que desea dar a la actividad humana, Ibáñez de la Rentería propugna el valor del trabajo, diciendo en el Marinero (II, 25) «Pues los trabajos al hombre / Hacen fuerte y animoso». El trabajo es, en efecto, capaz de vencer todos los obstáculos. En Vulcano (II, 28) este dios es rechazado del cielo por feo y horrendo: Júpiter le destina al oficio de herrero. Por su arte adquirió tal fama que se le llamó el dios del fuego. Y a pesar de su defecto físico consiguió el amor de la sin par Venus, pues «Tanto vale la industria y el talento».
De interés para medir el grado de pragmatismo de la ciencia dieciochesca española, sírvanos el falso y verdadero Sabio (II, 51), resumen de la oposición de dos concepciones opuestas. El primer sabio se halla triste, pues no se fija sino en la debilidad, miseria y limitación del hombre frente a la inmensidad de los astros: se siente incapaz de penetrar en el conocimiento profundo de las causas del mundo que nos rodea. El segundo se preocupa de la debilidad humana solamente en cuanto esto le pueda servir para la conservación del hombre: busca el poder aprovecharse de las diferentes leyes naturales que observa. Las causas de los fenómenos no deben preocuparnos, pues «Con saber sus efectos / Gran provecho sacamos».
No podían faltar miras literarias en esta visión panorámica de la vida. Critica Ibáñez de la Rentería a los imitadores de los buenos autores, que son incapaces, sin embargo, de dejar traslucir el talento y primores del original, comparándolos con un mono en el Mono y el Caballo (II, 1). En el Petimetre y el Pintor (II, 15) ataca a los malos traductores que desfiguran las obras originales. El contenido de los Instrumentos de Música (II, 26), según el cual todos tenemos unas disposiciones distintas, queda aplicado a la literatura: unos ingenios, con escasos esfuerzos, consiguen triunfar, mientras otros tras un laborioso esfuerzo apenas adelantan en su estudio por ser secos y rudos.
Visiblemente Ibáñez de la Rentería está menos preocupado por la poesía que por el mensaje que desea transmitir a sus contemporáneos. La poesía sirve a la función didáctica que se habían propuesto los hombres de la Ilustración y el fabulista se estimará dichoso si el lector saca algún provecho de todo esto, como dice en los versos finales del libro II:

«Pues si toman lo bueno           
Y abandonan lo malo,                 
Puede aún esta lectura               
Aprovecharles algo».                  






La poesía bucólica en la Real Sociedad Vascongada
La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País conoció también la poesía desinteresada. Pero el poeta se avergüenza de sus sentimientos íntimos: quiere disfrazarlos utilizando los temas del mundo pastoril de la Arcadia.
El Conde de Peñaflorida, ya en 1758, cuando escribió Los aldeanos críticos, nos presentó en prosa este paisaje idílico:
«Me vi arrebatado por una fuerza invisible a un deliciosísimo prado cubierto de yerbecita suave, de un agradable verdor, sembrado de delicadas y fragantes flores, y rodeado de unos árboles de elevadas copas, tan bien pobladas de hoja y tan proporcionadas que con la hermosura que daban, la frescura que infundían y el armonioso canto de los pajarillos que abrigaban, creí hallarme en el paraíso terrenal; pero mi mayor pasmo fue cuando, apenas vuelto en mí de la admiración en embeleso que me causó este encantado prado, reparé que éste venía a ser como un punto céntrico de un espaciosísimo y amenísimo terreno, repartido con la más magnífica y hermosa simetría. Por cualquiera parte que enderezase la vista hacia su circunferencia, me ofrecía un agradable objeto: por aquí era una calle muy ancha, adornada de unos árboles de tan agigantada altura que podían competir con los más elevados montes; por allá un delicioso paseo, entretejido de rosas, azucenas, lirios y claveles, regado de cristalinas fuentes y abundantes cascadas; más allá un enremado de jazmines que prestaba fragante y cubierto descanso; a este lado un abundante y sosegado río que fertilizaba con sus corrientes las inmediaciones y daba vida a las medio marchitas y agobiadas plantas; al otro un frondoso y cerrado bosque por el que iba culebreando un arroyo parlero, que con su bullicioso murmullo servía de reclamo a las canoras avecillas; en fin, cada punto descubría una variedad, y cada variedad un prodigio, no siendo el menor el que toda esta hermosa contusión de árboles, fuentes, flores, plantas, ríos y bosques, estuviese dispuesta con tal arte que viniesen precisamente a dar a este maravilloso centro»321.


Este rincón de la naturaleza se ha convertido en un paraíso terrenal: árboles, fuentes, flores, plantas, ríos, bosques, todo respira orden, pulcritud, sosiego, belleza. Es imposible imaginar un lugar más perfecto. Los adjetivos expresan el sumo grado de perfección: «deliciosísimo», «espaciosísimo», «amenísimo», «magnífica», «maravilloso», «competir con los más elevados montes».
En este marco sin igual se encierra la belleza del mundo sensorial. El paisaje es colorido: «verdor», «yerbecita», «rosas», «azucenas», «lirios», «claveles», «cristalinas fuentes». Los oídos no perciben sino los sonidos más gratos: «armonioso canto de los pajarillos», «arroyo parlero», «bullicioso murmullo», «canoras avecillas». Este mundo influye agradablemente en el olfato del visitante: «fragantes flores», «enramado de jazmines que prestaba fragante descanso» y la evocación de las flores (rosas, azucenas, lirios, claveles) contribuye a formar esta impresión de lugar donde todo son olores deliciosos. También interviene el sentido del tacto: «suave», «frescura».
Aquí se experimenta una sensación de bienestar y paz: «agradable verdor», «amenísimo terreno», «agradable objeto», «delicioso paseo», «descanso». Las diferentes impresiones quedan unidas entre sí: al verdor de la hierba va unida la apreciación de agrado y de suavidad, mientras la visión del paseo produce la sensación de delicia.
El autor pone el acento sobre la calidad de las cosas, al anteponer normalmente los adjetivos: «armonioso canto», «agradable objeto», «cristalinas fuentes», «bullicioso murmullo», etc... con ello presenta al lector el ambiente que rodea el lugar, más que la materialidad de los elementos que allí se encuentran. A pesar del empleo de formas muy descriptivas como el verbo «iba culebreando», el lugar carece de toda posibilidad de realidad: se trata de un lugar imaginario, plenamente idílico.
Tomando el párrafo anterior dentro de su contexto, vemos que el Conde de Peñaflorida no tenía en vista solamente la reproducción de la tierra por él soñado, sino también una aplicación a su preocupación científica de la gravedad de la tierra. Aquel lugar que con tanto esmero nos ha descrito representa el reino de la deidad que él denomina «atracción o gravitación», tema sobre el que se propone tratar a continuación. Se observa una aparente contradicción en la utilización de un tema poético que sirve de preludio a un estudio científico, hecho que sólo comprendemos en un siglo que deseaba abrazar la totalidad de los conocimientos, como bien se expresa Russell P. Sebold:
«Fue ése el último período en que el hombre creyó posible realizar el viejo ideal de la universalidad en los conocimientos. No se menospreciaban aún mutuamente poetas y hombres de ciencia; aún se deleitaban por el contrario en hacer los unos escapatorias a la provincia de los otros... Las musas y las ciencias estaban aún hermanadas en la búsqueda de un misterioso "no sé qué": la ciencia no había amenazado despojar a la Luna de su velo poético»322.


El Conde de Peñaflorida también compuso algunas poesías como la Ninfa de Deva en honor del protector de la Sociedad, Carlos III. Esta obra, totalmente inédita, se hallaba en el Fondo Prestamero, sin indicación alguna sobre la fecha de su composición ni sobre su autor. Tras un estudio grafológico, podemos atribuirla con toda seguridad al Conde de Peñaflorida, al igual que unas Quintillas disparatadas, conservadas en el mismo fondo. A continuación reproducimos el texto de la poesía con ortografía modernizada:

«De Deva en cuya diáfana corriente             
Sus armas templa el cántabro valiente,                    
A la orilla hoy caminaba             
A tiempo que la Aurora comenzaba              
Las nubes a bordar de mil labores                  
Y que los siempre activos labradores             
Con aquella alegría acostumbrada                 
Iban al campo a su labranza amada:             
Cuando vi que en su madre cristalina            
Una Ninfa asomaba, peregrina,                      
Que en su traza lucida y majestuosa             
Conocí de este río ser la diosa.             
Acercándome humilde hacia ella,                   
Tan afable en su modo como bella:               
"¿Cómo, joven, me dijo, tan ocioso?            
¿Ignoras que este día venturoso                     
Es de Carlos tercero el grande día,                 
Célebre en la española monarquía?               
Los Individuos todos del Estado                      
Hoy un gozo demuestran extremado            
A impulsos de un amor agradecido                
Por los bienes que Carlos ha esparcido.                   
El labriego industrioso muy ufano                  
De que a su arte proteja el Soberano            
Con su esposa se esmera y con sus hijos                  
En festivos campestres regocijos.                   
El hábil artesano laborioso,                  
Viendo que su Monarca poderoso                 
La Real protección a las Artes presta             
Su riqueza y júbilo manifiesta.             
El literato grave, embelesado,             
De verse por un sabio Rey guiado,                 
Olvidando lo austero de la ciencia,                
Toma de petimetre la apariencia.                   
El valiente guerrero, que repara                     
Cuánto honor a las Armas se prepara,                      
Explica con el bronce su contento                  
Ya en horrísono, ya en sonoro acento.                     
No son solos en esto los mortales,                  
Las Ninfas que habitamos los cristales,                     
Los dioses que en las selvas siempre existen,                      
Los que al trono de Júpiter asisten,                
Todos muestran su gozo soberano                
Por el gran día del Monarca hispano,            
No rehusando juntar sus voces gratas                      
Con éstas de los hombres tan ingratas                      
Para darles aliento y ayudarlos           
En decir todos a una '¡Viva Carlos!'                
Sólo en ti, incauto joven, este día                   
No ha llegado a infundir tal alegría;               
Pues ni el traje ni el modo manifiesta            
Señal alguna de esta grande fiesta.                
De disculpa servirte puede sólo                      
Tu corta edad: mas si del gran Apolo             
La justa indignación evitar quieres,                
Antes que asomar a esos montes vieres                   
Los Caballos Febeos, vete y ponte                  
Cual a tal día conviene: y disponte                 
A asistir a la fiesta consagrada             
Por la Ilustre Academia Vascongada              
A su Rey que de honras la ha colmado,                    
Desde el punto que a él se ha presentado,              
Mientras voy a mis Reinos transparentes                
A celebrar con mis anfibias gentes                 
Su saber, su virtud y sus hazañas                   
Que gloriosas harán a las Españas".               
Apenas acabó de hablar la diosa,                   
Formó el agua caverna prodigiosa                 
Que a la madre del río conducía                     
Por la cristalina hermosa gradería                  
Por donde ella con grave aspecto y serio                 
Bajó pausada a su helado imperio                  
Artizada y guiada de legiones              
De Driadas, de Nereidas y de Tritones.                     
Quedé con esta vista sorprendido                  
Pero advirtiendo luego mi descuido              
A este circo he resuelto transportarme                    
A decir lo que acaba de pasarme                    
Para mostrar a todos que es fundado                       
El motivo que aquí os ha juntado                   
Y que nunca el comicio fue más justo            
Que este día de Carlos, nuestro Augusto,                
Pues aun en las moradas celestiales               
Lo celebran los dioses inmortales».               



Esta poesía, compuesta de endecasílabos pareados, nos agrada por la estructura plenamente clásica que resumimos aquí:
- Presentación del lugar (8 versos)
- Aparición de la Ninfa (6 versos)
- Discurso de la Ninfa
1.ª Parte       A -       Interpelación al joven. (4 versos)
B -       Los humanos celebran los favores de Carlos. (4 versos)
a) El labriego. (4 versos)
b) El hábil artesano. (4 versos)
c) El literato. (4 versos)
d) El guerrero. (4 versos)
2.ª Parte       A -       Los dioses mismos se unen a los humanos. (10 versos).
B -       Invitación al joven a que participe en la fiesta preparada por la Academia Vascongada. (14 versos)
C -       Despedida de la Ninfa. (4 versos)
- Desaparición de la Ninfa. (8 versos)
- Relato de la visión a la Sociedad. (10 versos).
Resumiendo, obtendríamos:
Presentación           8 versos.
Aparición de la Ninfa        6 versos.
Discurso: 1.ª Parte            24 versos.
Discurso: 2.ª Parte            24 versos.
Despedida de la Ninfa      4 versos.
Desaparición de la Ninfa 8 versos.
Relato de la visión 10 versos.
Observamos que la composición presenta una simetría casi perfecta. A la presentación inicial y a la aparición de la Ninfa responden la desaparición de la misma y el relato de la visión ante el concurso de los Amigos, con casi idéntica cantidad de versos (8, 6 // 8, 10). La parte central tiene dos partes simétricas netamente diferenciadas: en una serie de 6 grupos de cuatro versos cada uno, se nos relata la manera en que los humanos celebran la fiesta de Carlos, y en correlación con esto, en dos grupos que forman idéntico número de versos que los anteriores (6 x 4 = 10 + 14) asistimos a la participación de las divinidades y a la invitación a que el joven se una a la común alegría. A esto se añaden los cuatro versos de la despedida de la Ninfa. Esta estructuración nos recuerda una edificación de arquitectura griega con sus estamentos proporcionados y simétricos, que tanto agradan a la vista, según el ideal neoclásico propuesto por el Conde de Peñaflorida.
El movimiento general de la Ninfa de Deva es muy armónico: para ensalzar la celebración de la fiesta del Rey, no hay nada más apropiado que hacer observar que los mismos dioses se unen a los hombres en este día; y un ser que goza de la familiaridad divina viene a transmitir ese mensaje a un joven que no parece percatarse de lo que pasa a su alrededor, y le anima a que se una a la Academia Vascongada. Emocionado por tal visión, el joven relata todo lo ocurrido a los Amigos congregados y les indica que su reunión es justa, puesto que hasta los dioses celebran la fiesta en las moradas celestiales.
El ambiente en que se desenvuelve esta poesía tiene dos momentos muy distintos. Todo cuanto rodea la propia Ninfa aparece bajo una visión bucólico-mitológica. Se mezclan los nombres de Apolo, Júpiter, Caballos Febeos, Driadas, Nereidas, Tritones. La naturaleza adquiere un carácter de pulcritud, reposo y perfección puramente idílico: «madre cristalina», «cristalina hermosa gradería», «helado reino», «reinos transparentes». La Ninfa aparece envuelta de majestuosidad, belleza y gravedad en medio del cortejo formado por las Driadas, Nereidas y Tritones. Las costumbres de los labradores son sencillas y campestres: «Los siempre activos labradores / Con aquella alegría acostumbrada / Iban al campo a su labranza amada».
Frente a este mundo ideal, imaginario, cuanto hace referencia a la celebración de la fiesta y a los favores que esparce Carlos toma un tono mucho más realista: «el labriego industrioso», «el hábil artesano», «el literato grave, embelesado / De verse por un sabio Rey guiado», «el valiente guerrero» componen una visión panorámica de cuantos contribuían con el «monarca poderoso» al resurgir de España. El Conde de Peñaflorida aporta un motivo general por el cual la Academia Vascongada puede mostrarse tan feliz en este día, pues el Rey «de honras la ha colmado / Desde el punto que a él se ha presentado». La Ninfa regresa junto con sus gentes a celebrar «su saber (de Carlos), su virtud y sus hazañas», tantos términos concretos que resumen los motivos de aprecio por el Rey.
Aparentemente opuestos, estos dos ambientes quedan sin embargo íntimamente mezclados: todo el discurso de aspecto realista sale de la boca de un ser imaginario: la Ninfa. Además los ambientes no están nunca tajantemente separados, pues así el «labriego industrioso» se divierte en «festivos campestres regocijos»; e igualmente tras la presentación de los seres humanos mucho más concretos, aparecen las Ninfas y los dioses en su inmaterialidad. Alternan alegremente el mundo-realidad y el mundo-poesía, elevando cuanto nos rodea a un plano superior más bello, sin perder su esencia propia de algo eminentemente concreto.
El Conde de Peñaflorida hace alarde de gran sensibilidad poética. La naturaleza toma vida bajo la pluma del poeta. En vez de anunciarnos que la visión tuvo lugar al amanecer, se nos dice que fue en el momento en que «la Aurora comenzaba / Las nubes a bordar de mil labores». Cuando la Ninfa desapareció «formó el agua caverna prodigiosa», donde el agua tiene la parte activa en la apertura de la caverna.
El Conde de Peñaflorida se aleja de todo lo que no sea un estilo sencillo. Todas las voces conservan su significado propio, a excepción de la metáfora «Las Ninfas que habitamos los cristales», empleada en lugar de decir que «habitamos las aguas transparentes como cristales».
Los endecasílabos alternan con distintas acentuaciones. Generalmente el endecasílabo es real, con acento en las sílabas 6.ª y 10.ª, como:

Los Individuos tódos del Estádo                      
Hoy un gozo demuéstran extremádo            
A impulsos de un amór agradecído...            



En una minoría de casos, el acento recae sobre las sílabas 4.ª, 8.ª y 10.ª, como en:
Señal algúna de esta gránde fiésta


En una sola ocasión hemos observado el endecasílabo de gaita gallega, con acentos en las sílabas 4.ª, 7.ª y 10.ª:
Cual a tal día conviéne: y dispónte


Los restantes acentos se hallan diversamente repartidos en el verso, produciendo a veces un agradable ritmo cuando se reitera el tipo de acentuación, como en los dos versos iniciales, donde la voz se apoya sobre las sílabas 2.ª, 4.ª, 6.ª y 10.ª, siendo en ambos casos esdrújula la palabra del acento central, con lo que nos produce una impresión de energía y seguridad:

De Deva en cúya diáfana corriénte                
Sus ármas témpla el cántabro valiénte                     



Otras veces la acentuación recae insistentemente en las sílabas 3.ª, 6.ª y 10.ª, como en:

Cuando ví que en su mádre cristalína            
Una Nínfa asomaba, peregrína,                      
Que en su tráza lucída y majestuósa             
Conocí de este río ser la diósa              
Acercándome humílde hacia élla                    
Tan afáble en su módo como bélla                 



Este ritmo nos causa una sensación de suavidad y ternura.
Para dar mayor intensidad a la interpelación, los acentos se sitúan en las sílabas 1.ª, 3.ª, 6.ª y 10.ª:

¿Cómo, jóven, me díjo, tan ocióso?...                      
Sólo en tí, incauto jóven, este día...               



Las frases anteriores quedan cortadas, especialmente la primera de ellas en grupos fónicos de 2, 2, 3 y 4 sílabas, lo que manifiesta cierta emoción. Al mismo tiempo la ausencia de verbo principal en la oración aumenta la extrañeza de la Ninfa al ver al joven ocioso cuando debía estar celebrando las glorias del Monarca.
Por la utilización de los personajes mitológicos, por la estructura ordenada y racional, el Conde de Peñaflorida se enmarca en esta poesía dentro del movimiento neoclásico, al mismo tiempo que nos recuerda nuestro Renacimiento por la sencillez con que expresa sus ideas.




La poesía lírica en la Real Sociedad Vascongada
Los hombres ilustrados, tan reacios a exponer sus sentimientos personales, concedían muy poca importancia a la poesía lírica. Jovellanos se expresaba así a su hermano mayor, don Francisco de Paula, cuando le remitía sus entretenimientos juveniles:
«En medio de la inclinación que tengo a la poesía, siempre he mirado la parte lírica de ella como poco digna de un hombre serio, especialmente cuando no tiene más objeto que el amor... Vuelvo a decir que la poesía amorosa me parece poco digna de un hombre serio... Vivimos en un siglo en que la poesía está en descrédito, y en que se cree que el hacer versos es una ocupación miserable»323.

El interés del ilustrado se dirigía más bien hacia cuestiones de orden material, y es célebre la contestación de Jovellanos a su amigo Trigueros cuando este le consultó sobre el proyecto de escribir un poema a España:
«Haga usted cosas más útiles, unas memorias agrícolas, comerciales o artísticas de Sevilla, por ejemplo».

En la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, no hallamos tampoco poesías amorosas. Únicamente a través del teatro nos llegarán ciertos ecos de lirismo, principalmente en la zarzuela de el Mariscal en su fragua, traducida por el Conde de Peñaflorida. Este sabe expresar la ansiedad de la espera de Juanita ante la visita de Colín, a quien no ve sino de muy tarde en tarde:

«La que quiere bien                    
Aguanta serena                
La ausencia, la pena,                   
Ama su cadena                 
Sin darlo a entender                   
Mi pechito amante                      
Sea en padecer,                
Más quieto estuviera                  
Si a su amor pudiera                   
Siempre hallarle y ver».             


(Escena IX)                 

Tras esta larga espera, la expresión de amor se hace explosiva:

«Dueño querido del alma                     
No dudes de mi amor,                
La violencia de su llama,            
De tus ojos toma ardor.             
Cuando me ausento                    
Morir me siento,              
Es un tormento,                
Conozco ya            
Que ya fallezco donde no estás:                     
Así al ver                 
Al laurel,                  
Al florecer               
En el vergel,           
Suelo decir: "Esta rama              
Está junto a lo que ama,            
Pues, ¿por qué (pobre de mí!)             
No podré estarme así?"».                     


(Escena X)                  

Juanita expresa con tesón un amor duradero e invencible:

«Si aseguran que te quiero,                  
Colín, tienen gran razón;                       
Por más que murmuren de ello                      
Jamás diré yo que no:                 
Que otra más que yo te agrade,                     
Por sus prendas podrá ser:                   
Mas como tú siempre quieras              
A quien te ame más de veras               
Ninguna me ha de vencer».                 


(Escena X)                  

Y el dúo que a continuación reproducimos manifiesta el diálogo apasionado de dos corazones:
«COLÍN        
Juanita querida,    
Desde que te ví,    
Mi alma está herida         
De un fino amor, sí.         
JUANITA      
Colín de mi vida,   
Cuando estoy sin tí          
Me hallo afligida   
Y fuera de mí.        
¡Ah! ¡Seme constante!    
COLÍN           
¡Ah! ¡Quiere mi amante!
Los dos juntos       
No sé qué encanto me arrastra hacia tí.       
Por más que la suerte     
Se empeñe en turbarnos           
Tan sólo la muerte           
Podrá separarnos 
Unidos así».

(Escena X)                  

El amor de Claudina y Labrida está expresado de un modo más ligero en este dúo lleno de gracia y soltura:
«CLAUDINA
Por tí en mi pechillo         
Me está con un martillo 
Mil golpes dando Amor. 
LABRIDA      
Por tí me está Cupido      
Metiendo un gran ruido 
Acá con un tambor.         
 (Indica el corazón.)
CLAUDINA  
  (llevando la mano de LABRIDA al pecho.)
Repara el tipití       
Oye, tipití, tipití.    
LABRIDA      
  (llevando la mano de CLAUDINA a su pecho.)
Lo siento y veo ya,           
Pues oye el tapatá
Mira, tapatá, tapatá.       
CLAUDINA  
Lo siento y veo ya.           
Los dos juntos       
Qué puede aquesto ser  
Yo no sé       
Caro/a Esposo/a   
Bien lo puedes pensar.   
CLAUDINA  
Yo por mí no sé decirlo.  
LABRIDA      
No sé a qué atribuirlo.    
Será... pero no es esto.   
CLAUDINA  
  (Con ironía.)
Buen mozo, ya te entiendo.      
LABRIDA      
¡Qué pieza!, te comprendo.     
Los dos         
Tú te quieres burlar».     

(Escena XV)               

Al final de la obra pone el Conde de Peñaflorida en boca de distintos personajes que van apareciendo sobre las tablas consideraciones de orden general sobre el amor y el matrimonio:
«MARCEL    
El Amor quiere mucho ardor,  
Gran constancia y mayor tesón,         
Y así se logra siempre todo        
De Cupidito el dios del amor;   
No hay que pensar en conclusión       
Alcanzar nada de otro modo.  
Tan, tan, tan,         
Dale, da       
Que en no dando con brío        
Es machacar en hierro frío.       
EUSTAQUIO           
Señores novios, pues que están          
Ya cargados hasta morir
Con la cruz del matrimonio       
Y otras que tras ella vendrán    
Miren que se suele decir
Que tras la cruz está el Demonio.       
Tan, tan, tan, etc...          
COLÍN           
El matrimonio nunca es cruz,   
En dos que siempre se unen bien,      
Antes es abreviado Cielo
Y esto es más claro que luz:      
Y así en su casa todos ven          
Que están cantando de consuelo.      
Tan, tan, tan, etc...».       

El Conde de Peñaflorida ha utilizado el texto de Quetant, pero adaptándolo a su manera, ya que era doblemente difícil darle el sentido correspondiente en castellano y aplicar las palabras a la música original francesa que se utilizó para la representación. El Conde realiza de este modo una composición muy personal donde transparecen sus cualidades poéticas. Comparemos, para mejor apreciar la labor realizada, la traducción con el original francés.
QUETANT     EL CONDE DE PEÑAFLORIDA
Charmant objet de una flamme           Dueño querido del alma,
Ne doute pas de mes feux:         No dudes de mi amor:
La constante de mon âme          La violencia de su llama
S'entretient dans tes beaux yeux.        De tus ojos toma ardor.

El Conde de Peñaflorida se hace mucho más directo que el original francés, al no contentarse con los tópicos de «flamme, feux», sino que presenta al ser amado como «Dueño querido del alma», siendo esta interpelación más personal y con sentimiento más entrañables. El trozo del Conde de Peñaflorida alcanza al mismo tiempo más fuerza expresiva e intensidad emotiva, con las voces de «violencia» y «toma ardor», frente a las expresiones más generales de «constante de mon âme» y «s'entretient».
Asimismo en el estribillo siguiente:
QUETANT     EL CONDE DE PEÑAFLORIDA
Tôt, tôt, tôt, battez chaud          Tan, tan, tan, dale, da
Tôt, tôt, tôt, bon courage           Que en no dando con brío
Il faut avoir coeur à l'ouvrage   Es machacar en hierro frío.

El Conde de Peñaflorida ha sabido utilizar el sentido del texto francés, pero para hacer un estribillo puramente español y más bello, si cabe, que el original, con la cadencia del verso primero que nos presenta mejor el sonido reiterativo del golpe con las voces de los herreros pegando sobre el yunque. Los dos versos siguientes nos recuerdan alguna musiquilla eminentemente popular.
La originalidad poética del Conde de Peñaflorida se observa igualmente en los dúos que hemos presentado, ya que no constan en el original francés, tratándose de una añadidura con el fin de alargar algo más la obra.
El Conde de Peñaflorida se esfuerza generalmente en hacer rimar los versos en consonancia, pero no se preocupa demasiado cuando se ve obligado, por la necesidad de acoplarse a la música, a dejar versos sueltos. Para él lo principal era que la representación en las tablas agradase al espectador, por lo que no hemos de buscar aquí una perfección formal324. Pero siempre que puede, versifica conforme a las reglas: así a lo largo de las últimas canciones, cuando aparecen todos los actores en una presentación final, hay un afán de versificación, ya que todas ellas siguen el tipo A'B'C A'B'C




La poesía ligera en la Real Saciedad Vascongada
El hombre ilustrado, tan preocupado por dar la preponderancia a la razón sobre todas las cosas, tenía una válvula de escape de esta tensión continuada en la poesía burlesca o irónica. El Conde de Peñaflorida compuso así unas Quintillas disparatadas que, como nos lo indica su título, nos presentan hechos inconexos entre sí para dar lugar a la fantasía más inverosímil del autor. Este se complace en acoplar personajes de épocas y ambientes muy distintos:

«Que aunque es muy cierto que Dido                      
Visitó a Don Pedro el Cruel                   
Y que la hermosa Raquel           
Jura haber visto a Cupido                      
A los pies de San Miguel,           
No por eso dejará            
De ser igualmente cierto            
Que un gran Padre del desierto                      
Por purgarse con maná             
Hubo de quedarse tuerto».                  


al mismo tiempo que relata hechos sin ninguna relación entre sí:

«Armóse una Sarracina             
Cuando Séneca citó                     
Los anales de la China                 
Probando que en Jericó             
Se habló lengua vizcaína».                    


Las razones que se exponen muestran la mayor incongruencia:

«Con la cual se convenció                     
Que por razón natural               
Y según la anatomía                    
No debe el Cirio pascual             
Arder en la Epifanía».                 


Difícilmente podríamos reconocer aquí al autor del Discurso sobre el buen gusto en la literatura, cuando, fijándose en el buen orden que debe reinar en una composición racional, se expresaba así:
«Si el autor sigue el orden regular de las ideas, el alma se complace en esta confrontación y en anticiparse a ellas y adivinarlas. Mas si al contrario por afectación o extravagancia se desvía del buen orden, el alma se enfada y cae en una especie de languidez».

(Apartado 25)                       

El autor de unas Décimas de una monja descontenta325 nos presenta las quejas de una religiosa que ha entrado en el convento en contra de su voluntad. Esta poesía, que reproducimos también en el Apéndice documental, nos recuerda la época del conceptismo de Quevedo, ya mediante oposiciones:

«En vida me han sepultado».               


«Pues tengo el claustro cerrado                     
Pudiendo tenerlo abierto».                  


«Lo que me dan por substancia                      
Lo tomo por accidente».           


«Si él me dice Ave María            
Yo le digo Padre Nuestro».                   


ya mediante yuxtaposición de términos parónimos con sentido muy distinto, donde radica principalmente la gracia de estas décimas:

«Cesarían mis pasiones              
Y también mis desconsuelos                 
Si en vez de correrme velos                  
Me corrieran velaciones»...                  


La yuxtaposición de «velos/velaciones» opone la vida en el convento con la alegría de la primera noche de bodas. La oposición de las dos vidas está indicada en ocasiones por unos términos que se repiten, como las voces «grada/ agrado»:

«Sólo en tanto sentir siento                  
Que más vale, aunque fingido,            
El agrado de un marido              
Que la grada de un convento.             
Si con este pensamiento            
Por hallarme en tal estado                    
Mi pena sube en tal grado                    
Que todo me desagrada,                       
¡Oh! ¡quién dejara tal grada                 
Y tomara tal agrado!».               


La oposición se hace de otros modos distintos: unas veces es una misma raíz, pero con sentidos muy distintos:

«Y desde que profesé                 
Soy loca de profesión».             


La similitud de forma puede ser casi total, a excepción del acento que hace variar el significado:

«Que en este hábito habíto».              


En otras ocasiones utiliza el autor un giro más amplio:

«Detrás de un triste torno                    
Ver mi gusto trastornado».                  


teniendo incluida en «trastornado» la forma de «tras-tornado» que hace relación con «detrás» y «torno».
La oposición se hace también por un cambio de vocales:

«Me saliera el coro caro            
Pues nunca hice cara al coro».            






Poesías desaparecidas
Aun cuando la poesía no parece haber sido una aplicación especialísima de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, sin embargo se cultivó con cierto interés. Aparte de la producción que hemos analizado ampliamente, existieron otras poesías que, a pesar de nuestros esfuerzos, no hemos podido localizar. El Índice de 1783 a que hemos hecho referencia ya anteriormente, nos indica la existencia de las obras siguientes que por entonces se guardaban en el Archivo de la Sociedad:
Com.  Tom.  N.º      Título
4         5         13       Mopso y Menaleas, égloga.
4         5         25       Heloisa (sic) Nueva: Combate de la Gracia y de la Naturaleza, en octavas, leída por Aguirre en la Asamblea de 20 de abril de 1766 en Vitoria.
4         5         26       Odas, de Juan de la Mata Linares.
4         5         9         Poesías en alabanza a la Sociedad, de Juan de la Mata Linares.
4         5         11       Tertulia de Damas bien entretenidas, de José de Mazarredo.
Es difícil saber con exactitud el contenido de esos documentos desgraciadamente desaparecidos, pero si los títulos corresponden con su contenido, podemos afirmar que los Amigos trataron temas bucólicos (Mopso y Menaleas), filosóficos (Heloisa (sic) Nueva: Combate de la Gracia y de la Naturaleza) o en alabanza a la Sociedad.
Tal es la parte poética de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del país dentro de su extensa labor reformadora. Esta poesía, que fundamentalmente tenía por misión el enseñar deleitando, supo conservar una atadura con nuestra poesía renacentista y con la de la época del Siglo de Oro, en lo que este tenía de valores dignos de un hombre ilustrado, eminentemente racional.






- VI -
La historia




Concepto histórico
Dentro de la gran renovación cultural del siglo XVIII, la Historia ocupa un puesto de suma importancia: es el momento en que se toma conciencia de la significación de esta ciencia. Los hombres ilustrados, deseosos de procurar unos nuevos valores a la vida colectiva, se proponen dirigir la nueva sociedad, con el fin de cambiar así la orientación del pensamiento. Creen poder hallar en la Historia un instrumento para su propósito: sienten la necesidad de cultivar los estudios históricos, pero de una manera distinta a la que se venía utilizando hasta entonces.
Los siglos anteriores, dominados por una concepción heroica de la vida, se fijaban únicamente en las acciones de los Grandes de la sociedad: batallas, luchas, rivalidades, conquistas, tal era el mundo donde se movían tan solamente Reyes, Príncipes y altos personajes, como nos lo señala Martín Fernández de Navarrete cuando protesta de que
«las memorias de nuestras crónicas o historias, escritas por lo general en siglos poco ilustrados y en que el ejercicio de la guerra y de la caballería era la predilecta ocupación de nuestras gentes, perpetuaron sólo aquellas hazañas y batallas, aquellas revoluciones y rivalidades enconadas entre los Estados y Príncipes vecinos, aquella incesante sucesión de Imperios, y, finalmente aquel movimiento rápido que todo lo arrastra, lo arruina y en que todo se desvanece, cambiando continuamente la faz de la tierra, la constitución de los imperios y establecimientos de los hombres»326.


La Historia no debe ser algo muerto, sino un medio de conocimiento para nuestro comportamiento de hoy. Así se expresa José Agustín Ibáñez de la Rentería en su fábula el Príncipe y la Visión (II,38). En ella se nos relata la historia de un Príncipe que observa negligencias en el gobierno; una noche tiene una visión que le dice:

«Príncipe, ten por fijo                
Que en tu gobierno no tendrás aciertos                   
Mientras no hagas consultas a los muertos».                     



Incapaz de dar sentido a esta frase, se propone bajar a los Infiernos con la ayuda de un astrólogo, cuando logra la solución en un libro que por casualidad cayó en sus manos, el cual decía:

«El Príncipe que quiera              
Aspirar a la cumbre de la gloria                       
Consulte con los muertos en la historia;                   
En ella sin lisonja y sin ficciones                       
Se pintan de los hombres las acciones,                     
Se registran copiosos documentos                 
De imitación...».               



El Príncipe aprendió de este modo la verdadera ciencia de gobernar a su pueblo.
El Conde de Peñaflorida expone también en su Discurso preliminar, de febrero de 1765, la línea que ha de seguir la Sociedad en los trabajos históricos:
«La Historia, contando los grandes acontecimientos que ha habido en el Mundo desde su Creación, las diferentes Naciones que han ocupado su superficie, su variedad de máximas y costumbres, etc... facilita el conocimiento del corazón humano, contribuye a formar una idea justa del hombre y propone modelos a la virtud y escarmientos al vicio».


La Historia se concibe, pues, como un estudio de las Naciones, en el que se insiste sobre la evolución del pueblo en su conjunto327, y sobre todo lo relacionado con la historia civil: leyes, costumbres, modo de vida, religión, comercio, artes y todo aquello, en fin, que permite comprender el papel de las naciones en su contribución a hacer la Historia. No interesa tanto la actuación de los potentes y la importancia de las armas como la evolución de la nación en un intento de analizar el mecanismo interno que modifica las sociedades328. El hombre ilustrado se basa en la Historia para alcanzar un saber filosófico acerca de los hombres, un «conocimiento del corazón del hombre», con todos los resortes de su actuación, con el fin de saber aprovecharlos convenientemente, pues como dice Ibáñez de la Rentería, «la verdadera ciencia del gobierno / es conocer los hombres»329. Miguel José de Olaso, en su Discurso sobre la Historia, insiste sobre esta misma idea:
«La política es la importantes ciencia que enseña a gobernar los estados y esta arte tan necesaria halla todas sus luces en la Historia»330.


Según la orientación utilitaria de todas sus empresas, los hombres de esta época buscan en la Historia unos ejemplos que imitar, al mismo tiempo que la consideración del castigo que han merecido los vicios les empujará a alejarse del mal.
La Historia requiere en primer lugar la veracidad. La historiografía barroca anterior aceptaba fácilmente hechos que no presentaban sino ciertos rasgos de verosimilitud.
Al contrario, la Real Sociedad Vascongada busca una certidumbre equiparable al conocimiento matemático, según nos lo expresa su Director en el Discurso sobre el buen gusto en la literatura:
«La verdad es indispensablemente necesaria en las Ciencias y en la Historia, porque tiene por objeto la certidumbre, aquéllas demostrándola y ésta suponiéndola. La Geometría, al decirnos que "en cualquier triángulo el lado mayor se opone al mayor ángulo" nos lo demuestra; y la Historia, al referirnos que Augusto vino en persona a hacer la guerra a los Cántabros nos supone que fue así, sin darnos más prueba (como ni puede tampoco) que la autoridad de los Historiadores»331.


Para lograr esta verdad se necesita un nuevo método: trabajar sobre fuentes auténticas con aplicación de cuantos conocimientos se poseen. Miguel José de Olaso en su discurso anteriormente citado establece el fundamento siguiente:
«Para el orden deben cuidar algo de la Cronología, sin gastar sobrado tiempo en apurar las datas los que no han de escribir la Historia. Para tomar acertado partido en las dudas, es precisa la Crítica que distingue lo verdadero de lo dudoso y falso, y para esto en muchas cosas necesita de una mediana tintura de Geografía».


A las referencias cronológicas se ha de unir, pues, una exacta descripción de los lugares, mares, montes, ríos, bosques, etc... debido a la importancia que estos elementos tienen sobre los hombres. Manuel de Aguirre propone al historiador que se fije en «la influencia que tienen sobre las costumbres y gobierno de las naciones, el clima y la más o menos ventajosa disposición de la superficie que ocupan»332. Todos los conocimientos así adquiridos deberán estar sabiamente supervisados por la Crítica, facultad a la que los hombres del siglo de la Razón lo someten todo.
Esta nueva orientación metodológica permitía rechazar cuantas leyendas y fábulas pudieran haberse incluido en la Historia por culpa de hombres faltos de escrúpulo científico: a partir de ahora no se aceptaría sino lo que apareciera como documentalmente exacto.
El historiador no ha de contentarse con un simple relato de los acontecimientos pasados: se ha de esforzar por hallar el encadenamiento de las acciones de los hombres, no solamente en una continuidad cronológica, sino también y principalmente en la evolución interna profunda de la vida social. De ahí que Manuel de Aguirre observe la vida de los moradores de chozas, cabañas y palacios
«para después indicar en estos no bien considerados principios la causa de la decadencia o grandeza de aquellas naciones que se ven brillar y desaparecerse»333.


Manuel de Aguirre concibe la tarea del historiador como una búsqueda para promover la reforma de la sociedad: movido por un sincero afán de ver mejorada la suerte del pueblo, propone una investigación para conocer la vida actual de los hombres: cantidad y cualidad de los impuestos que oprimen a los pueblos, análisis de los sistemas de gobierno, juicio acerca de los gobernantes... En vista de todo lo cual el historiador podrá dirigir la suerte de los hombres:
«¿No es el historiador, en fin, el que en presencia de la humanidad y delante de sus aras abre una escuela general de las mayores utilidades para todos los hombres en su bien concertada obra, llena de filosofía, de documentos y consuelo; de reglas para anunciar la gloria o la próxima ruina de los reinos y sociedades y para ser menos infelices, aprendiendo a sobrellevar los reveses e infortunios de la suerte?»334.


Así veían los Amigos de la Real Sociedad Vascongada la función de la Historia en el vasto programa reformador por ellos emprendido.




Búsqueda de la documentación
La orientación investigadora de los Amigos del País tuvo una doble vertiente: conocimiento de los hechos ocurridos en épocas remotas y el de aquellos que han transcurrido en los tiempos modernos.
Para el estudio de la Historia Antigua recurren primeramente a los autores que hablaron de las regiones que desean tratar, pues como dice el autor del Examen de la Cantabria:
«Nadie merece más fe en la relación de un suceso que aquel que lo presenció: en su defecto, los que lo oyeron contar a testigos de vista, y en falta de éstos los que vivieron más inmediatos al tiempo en que acaeció. De esta regla general que en su apoyo no necesita de más autoridad que la razón natural misma, resultan las máximas siguientes:
1- El crédito de los escritores debe aumentarse en razón de su mayor inmediación al hecho que relacionan, como por otra parte concurran en ellos circunstancias de igual nota.
2- La investigación de un hecho histórico de remota antigüedad debe empezar por consultar a los Autores clásicos más inmediatos a aquella época, y reconocer sucesivamente a los que han ido tratando del mismo asunto»335.


Por eso, cuando tienen que tratar sobre la historia del país vascongado, se apoyan en cuantos historiadores y geógrafos antiguos han hablado de él en sus escritos: Julio César, Estrabón, Pomponio Mela, Plinio, Lucio Floro, junto con San Isidoro, San Julián, Arzobispo de Toledo, sirven de fuente para la Historia en épocas romana y goda.
A esto se une también el conocimiento directo a través del estudio de las huellas que nos dejaron aquellos hombres. La Sociedad acoge con entusiasmo los trabajos de investigación que llevan a cabo distintos miembros de la misma. Cuando Lorenzo Prestamero expone la idea de reunir una colección de monedas antiguas recibe una calurosa felicitación. Tras la llamada hecha en una nota aparecida en los Extractos de 1785 en la que se pedía a todos los Socios la entrega de cuantas medallas poseyeran, van llegando estas en gran número de las más diversas procedencias: romanas, godas, arábigas, castellanas de varios reinados medievales (Alfonso VI, Alfonso VIII, etc...) y de los tiempos modernos (Carlos I, Felipe II), siendo tal vez la más curiosa una hebreo-samaritana. La Sociedad alienta a los socios y les da ejemplo comprando por dos mil novecientos siete reales y diecisiete maravedíes un gran número de piezas, en el año 1787. Los Amigos utilizaban así la numismática como uno de los medios para conocer la Historia.
El mismo Lorenzo de Prestamero se interesa por los restos arqueológicos. Él fue el descubridor de una vía romana a través de la provincia de Álava, que procedente de Briviesca pasaba por Comunión, Bayas, Arce, Estavillo, Burgueta, La Puebla de Arganzón, Iruña, Margarita, Lermanda, Zuazo, Armentia, Arcaya, Ascarza, Argandoña, Gáceta, Alegría, Gaceo, Salvatierra, San Román, Ilárduya, Eguino, antes de dirigirse a Navarra por el valle de Araquil en dirección a Pamplona. Copió también muchas de las inscripciones que se conservaban allí. En las Juntas privadas de Álava de 2 de abril de 1794 da cuenta del descubrimiento de unos pavimentos mosaicos de un edificio romano en heredades de Comunión, facilitando toda clase de detalles sobre ellos. Los Amigos alaveses estiman necesario que la Sociedad contribuya al perfeccionamiento del descubrimiento, levantando el plano del edificio y de los pavimentos para presentarlo al Rey. En caso de que la Sociedad no pudiera soportar íntegramente los gastos que se originasen, contribuirían voluntariamente los Amigos alaveses al pago de los dos mil reales que se estimaban necesarios, pues se trataba de una obra que había de dar mucho honor a la Sociedad. Enterados de este hallazgo, también se unen a esta alegría y a la contribución monetaria los Amigos de Vizcaya. La labor investigadora de Lorenzo Prestamero se extendió asimismo a muchas zonas de Álava336.
Los Amigos aplican igualmente a la Historia los conocimientos geográficos. Los Extractos de 1772 nos indican que los miembros de la comisión de Historia habían confeccionado el mapa del Bidasoa, desde Fuenterrabía hasta Ituren para ver si coincidía con el antiguo Iturisa del que habla Mela a orillas del río Magrada, el último de España en dirección a los Pirineos. Ante los vestigios antiguos que hallan en ese lugar y ante su aspecto de fortaleza, creen poder afirmar que la opinión de que Ituren pueda ser considerado como el Iturisa de Mela es muy verosímil.
Para los estudios que versan sobre los acontecimientos de la época moderna, los Amigos buscan la información necesaria en los archivos, tanto oficiales como particulares. Miguel José de Olaso en la memoria que presentó a la Asamblea del 18 de abril de 1765 con vistas a la preparación de la Historia del país vascongado decía:
«Para que los nombrados desempeñen su encargo, parece conveniente autorizarlos a pedir en nombre de la Sociedad, no sólo a las tres Provincias y sus Pueblos, sino a otros archivos y particulares aquellos documentos que tengan al asunto. Nadie razonablemente se podrá negar a franquear estos papeles siendo común el interés de una historia a cuya formación nadie todavía se ha atrevido. Pero si hubiese alguna comunidad que se excusase a esta súplica parece conveniente que sepa el público que carece de algunas luces por aquella negativa»337.


Esta búsqueda les permite sacar a luz documentos interesantes e inéditos que se apresuran en poner al conocimiento de las Juntas Generales, como en 1772 cuando presenta una copia del privilegio de Armas que el Emperador Carlos V despachó en Valladolid a 20 de mayo de 1523 a favor de Juan Sebastián Elcano338. En 1773 dan a conocer igualmente una copia de un tratado de paz que hizo la M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa con el Rey de Inglaterra el año 1481339. Los Amigos se preocupan de este modo de conocer la verdad histórica a partir de una documentación fidedigna. Participan de este modo del nuevo concepto acerca de la importancia del estudio histórico sobre bases incontestables.




Trabajos históricos de la Real Sociedad Vascongada
La Historia, que había sido ya uno de los temas de trabajo de los contertulios de Azcoitia, se convirtió en uno de los objetivos principales de la Sociedad, desde el momento de su erección. Para ello se pensó en la necesidad de establecer dentro de la organización interna de la Sociedad una Comisión que se dedicara a este particular: se la denominó «Comisión cuarta. De Historia, Política y Buenas Letras». La tarea encomendada viene especificada en el Título VI, artículos 2 y 4, de los Estatutos aprobados por Carlos III en 1773, que dicen:
«La Comisión de Historia, Política y Buenas Letras ha de dedicarse a la Historia y Geografía Nacional y a la lengua y poesía vascongada, haciendo exquisitas averiguaciones para juntar documentos y modelos escogidos, y reconociendo antigüedades y autoridades auténticas con el fin de formar las colecciones más completas que pueda de estos diversos asuntos, procediendo con la crítica e imparcialidad que requiere la materia».

Los miembros de esta Comisión se esforzaron por cumplir con la tarea encomendada. Así a las Juntas Generales de 1771 se presenta ya la parte de un Código de Leyes Municipales340 y en 1772 los Amigos dan a conocer una memoria que lleva por título Leyes Patrias de la M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa. En ella se estudia el antiguo gobierno de la Provincia, qué es fuero, privilegio y ordenanza, cuáles son los fueros, privilegios y ordenanzas de la colección impresa que gobierna a la Provincia, así como la originaria Nobleza de Guipúzcoa y las diligencias que debe practicar el que quiere avecindarse, o residir en ella341.
Pero lo que parecía tener mayor interés era la preparación de la Historia de las tres Provincias hermanas: Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, a lo que denominan Historia Nacional, según la apelación frecuente entonces de Nación Vascongada342.
La Real Sociedad quería que esta Historia fuera uno de sus primeros frutos: la gente vería así con agrado cómo los Amigos hacían algo concreto en honor del país donde se hallaba enclavada, ya que no existía ningún trabajo sobre la Historia del país vascongado.
El Secretario, Miguel José de Olaso, presenta a la Asamblea reunida el 18 de abril de 1765 una Memoria en la que da a conocer los medios más apropiados para que se lleve a buen término y con rapidez este importante trabajo.
La búsqueda de materiales y documentos ha de repartirse entre diversos Amigos: uno se encargará de la Población, otro de los acontecimientos militares y políticos, otro del carácter y costumbres, etc... Tras esta recopilación de datos se juntarán todos ellos para examinar el orden que se ha de seguir, así como para criticar los diferentes hechos que aparezcan, distinguiendo los auténticos, los probables y aquellos que ni siquiera entran dentro de este campo de probabilidad. Los Amigos tendrán el cuidado de indicar siempre con claridad la fuente de su información. Olaso propone, como elemento material, que el lugar de reunión sea apartado, de modo que los allí concentrados no se distraigan por nada, llevando su cometido con la mayor diligencia y prontitud. Estos establecerán el plan general de la Historia, encargando a uno de ellos la preparación y redacción. Una vez finalizado este primer esbozo pasará a manos de cada uno de los restantes para proceder a su examen en la tranquilidad del gabinete. Las observaciones que cada uno estime oportuno introducir serán expuestas ante la Asamblea de la Sociedad, la cual decidirá acerca de la conveniencia o no de su inclusión en el texto. A modo de ensayo se podía formar una Historia destinada a los alumnos de la Sociedad. En cuanto al plan era preciso estudiar si se tomaban las tres Provincias juntas o por separado. La Sociedad recibiría con toda seguridad los aplausos del público por una obra tan interesante y deseada por todos.
Desconocemos los nombres de los encargados de esta tarea, pero lo cierto es que se trabajó intensamente: en 1771 las Juntas Generales tienen conocimiento de la colección de varias memorias y documentos destinados a la obra proyectada, al mismo tiempo que se pronuncia un elogio a Juan Sebastián Elcano, igualmente destinado a ser incluido en la Historia343.
El Fondo Prestamero conserva gran parte de esta actividad histórica de los Amigos de la Real Sociedad Vascongada. Hallamos así una Idea general de la Nación Bascongada (sic) y señaladamente de la Provincia de Guipúzcoa, destinada a los jóvenes alumnos y que es sin duda el anteproyecto de la gran obra general. Existe también la Historia general del País Bascongado (sic), comprehendido (sic) en sus tres Provincias, el Señorío de Biscaia (sic), Guipuzcoa y Alaba (sic).
El Prólogo nos da idea del plan general de la obra, prevista en cuatro tomos. El primero contiene todo lo relativo al conjunto de las tres Provincias, desde sus orígenes hasta la entrada de los Árabes en España en el año de 714. Los tres tomos restantes comprenderán las historias particulares de cada una de las Provincias, con un estudio tanto de la historia civil como eclesiástica, desde el año de 714 hasta el siglo XVIII se prevé incluir los varones ilustres en santidad, letras, armas y demás actividades humanas. En todo ello se tendrá particular cuidado, observando las reglas de la crítica más fina y apoyándose en las noticias de autores fidedignos y en documentos auténticos, con indicación de los archivos que conservan los originales.
El primer tomo tiene dos grandes divisiones: geografía y acontecimientos políticos. El autor se dedica en un principio a la descripción geográfica de la región, según los relatos conservados desde la antigüedad: límites de los diferentes pueblos -Cántabros, Autrigones, Caristos, Bárdulos, Vascones-, elementos propiamente geográficos, como mención de los ríos -Nerva, Deva, Magrada, Manlasco-, o de los promontorios -Easo, Olarso- y ciudades diversas. Da cuenta de la organización gubernativa y administrativa en época de los Romanos, y estudia en un capítulo aparte las costumbres de aquellos moradores. Siempre basándose en textos antiguos, hace referencia a su genio feroz e indómito: defendían con ahínco su libertad y preferían la muerte a la esclavitud, soportando los tormentos con alegría. Se nos habla también de sus diversiones, principalmente el baile, de su religión, de la manifestación de sus sentimientos hacia las divinidades en los bailes durante los plenilunios, de las fuentes de riqueza, tales como los minerales de hierro, de plomo negro y de piedras de imán. El autor nos ofrece de este modo una visión general y ordenada de la estructuración de la región, antes de pasar a relatarnos los acontecimientos históricos que forman la segunda parte de este tomo.
El autor utiliza una narración cronológica de los hechos, de acuerdo con el orden siguiente:
-Orígenes legendarios del primer morador.
-Sucesos de la región desde la primera guerra púnica hasta la guerra civil entre César y Pompeyo.
-Los Cántabros auxilian a Pompeyo Magno.
-Guerras de Augusto y de sus Capitanes a los Cántabros y sucesos ocurridos en la nación hasta el nacimiento de Cristo.
-Incertidumbre de quiénes fueron los primeros que anunciaron la fe en Cantabria y opiniones de los autores modernos acerca de la predicación en ella del Evangelio.
-Sucesos ocurridos en Cantabria hasta su unión con los Godos en el Reino de Suintilla.
-Continuación de los sucesos históricos de Cantabria desde su unión con los Godos hasta la entrada de los Moros en España.
La preocupación científica queda puesta de manifiesto en las notas que en todo momento aparecen en pie de página con indicación del origen de las fuentes: lugar y año de la edición consultada, así como la página, con el fin de que cualquiera pueda «verificar la pureza de nuestro proceder».
En lo que se refiere al estilo, no hallamos grandes valores, antes bien diremos que se trata de un estilo llano más preocupado por lo que tiene que decir que por la manera de exponerlo.
El conjunto de la obra ofrece una sensación de orden y de una armoniosa organización, fruto de un espíritu racionalista que pretende enjuiciar la Historia del país vascongado.
No sabemos qué ocurrió con los otros tres tomos proyectados: no aparecen en los archivos de la Sociedad y sólo sabemos que llevaban un mayor retraso por el trabajo que suponían el reconocimiento de archivos públicos y particulares, el cotejo de los documentos y la comprobación de cuanto se había dicho hasta entonces. Además hubo otros investigadores que, fuera de la Sociedad, habían proyectado igualmente la confección de la Historia de las Provincias. Así, José Joaquín Landázuri y Romarategui, gran historiador alavés que no aparece entre los Amigos de la Sociedad, publicó a partir de 1780 la Historia Civil, Eclesiástica, Política, Legislativa de la M. N. y M. L. Provincia de Álava, así como Los Varones ilustres alaveses y los fueros, exenciones, franquezas y libertades de que siempre ha gozado la M. N. y M. L. Provincia de Álava, deducido de documentos auténticos y autores originales, amén de otras obras que no vieron entonces la luz344. Tal vez por esto mismo la Sociedad no se preocupó de llevar adelante un trabajo de gran envergadura ya emprendido por otros ilustres compatriotas.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII se inicia una fuerte polémica histórica, generalmente denominada «cantabrismo», dirigida a esclarecer las relaciones que las provincias vascas tuvieron con los Cántabros en la época romana, y por lo tanto el papel que desempeñaron en la resistencia casi sobrehumana que este pueblo ofreció al poder romano entonces en su plenitud de fuerzas.
Si estudiamos el origen de este problema, diremos que Antonio de Nebrija345 parece haber sido el primero en extender al Este los límites de Cantabria, incluyendo las tierras de Álava y Vizcaya, lo que corroboró Florián de Ocampo346. Esta tesis fue recogida por Antonio de Morales347, afirmando que las guerras Cántabros habían sido obra de vizcaínos, asturianos y gallegos, amén de los otros pueblos más pequeños que habitaban entre ellos. Esteban de Garibay expresó una opinión parecida en su obra348. El Padre Mariana en su Historia General de España incluye en la Cantabria a Vizcaya y Guipúzcoa, identificando a Segísamo con Beizama, localidad esta situada entre Azpeitia y Tolosa. Dada la autoridad de este historiador, no podían menos que aceptarlo los autores vizcaínos, que juzgaban la conservación del vascuence como un argumento decisivo para esta tesis cantabrista. El Padre Gabriel Henao349 y el Padre Larramendi350 siguieron defendiendo con ahínco la inclusión del País Vasco en Cantabria, mientras algunos se oponían ya a esta teoría351.
El golpe de gracia a la tesis vasco-cantábrica fue dado por el Padre Enrique Flórez, el autor de la España Sagrada. En 1768, y como preludio a la Historia sobre la Provincia Tarraconense aparece en Madrid el famoso libro La Cantabria. Disertación sobre el sitio y extensión que tuvo en tiempo de los Romanos la región de los Cántabros, con noticia de las Regiones confinantes y de varias Poblaciones antiguas. El Padre Flórez demuestra en este trabajo que Vizcaya y Guipúzcoa nunca pertenecieron a Cantabria, ya que esta se extendía desde cerca de San Vicente de la Barquera hasta cerca de Somorrostro. Esta afirmación tuvo una gran resonancia en el País Vasco porque atañía a una cuestión vital de la Historia local. Tan pronto como se anunció la Disertación en la Gaceta de Madrid de abril de 1768, se despertó un gran interés por saber cuáles serían las razones expuestas por el célebre historiador. Todos se esperaban encontrar razones y autoridades ignoradas hasta entonces, todos se persuadían de que cuando el Padre Flórez se apartaba de una opinión tan creída entonces, sería por haber hallado con su extraordinario trabajo unos motivos totalmente nuevos. Pero he aquí que utilizó los mismos textos clásicos que los demás, con lo que no convencía a los que tradicionalmente habían opinado que el País Vasco había sido Cantabria.
El escrito del Padre Flórez suscitó una oposición muy firme. El Vergarés José Hipólito de Ozaeta Gallaiztegui defendió la postura vasca en La Cantabria vindicada y demostrada según la extensión que tuvo en diferentes tiempos, Madrid, 1779, a lo que replicó Fray Manuel Risco352. El Duque de Medina de Rioseco pidió al historiador alavés Landázuri que refutase esas ideas353.
Esta cuestión presentaba, en efecto, un interés singular en un siglo de cambios políticos, ya que la supuesta imbatibilidad de aquellos moradores del país en tiempos de los Romanos había servido para reconocer la hidalguía de las provincias vascas durante los siglos XVI y XVII, y durante ese siglo de controversias que fue el siglo XVIII servía de apoyo a la defensa de los fueros frente al empeño centralizador de la casa de los Borbones. No se trataba, pues, de un problema puramente histórico, sino que tenía íntima relación con la esencia misma del país354.
La Real Sociedad Vascongada tomó pronto parte en esta polémica: las Juntas de 1768 determinaron que se procediera a la revisión de lo expuesto por el Padre Flórez para defender la posición vasca. Numerosos fueron los escritos de la Sociedad sobre este particular355, lo que demuestra una febril actividad en defensa de sus intereses. Aun reconociendo un gran valor a la personalidad del Padre Flórez como historiador, en este tema del cantabrismo se intenta denigrarlo por momentos356.
Sería muy extenso el estudiar a fondo los motivos aducidos por ambas partes y carecería de valor en una cuestión que ha sido ya definitivamente estudiada por Sánchez Albornoz357 y por los historiadores actuales. Nos vamos a limitar a la defensa realizada por los Amigos sobre uno de los textos que más parecía defender la tesis cantabrista.
Julio César, gobernador que fue de las Galias por espacio de 10 años, hablando de la resistencia de los Voconcios y Tarusios, dice que estas gentes enviaron embajadores a aquellas ciudades de la España citerior confinantes a la Aquitania. Y al describir el socorro que recibieron, expresa que de los cincuenta mil combatientes de entre Aquitanos y Cántabros que se habían juntado apenas quedó la cuarta parte358.
La tesis cantabrista se apoyaba en este texto para afirmar que los Cántabros confinaban con los Aquitanos, luego las provincias vascongadas actuales eran habitadas por los Cántabros. El Padre Flórez replica que este texto no prueba nada, pues César pudo omitir ciertos nombres de gentes intermedias para denominarlos genéricamente con el término de Cántabros359.
Los Amigos hacen hincapié en el significado propio de la voz «finitimus» y para ello toman ciertos pasajes del texto de César en los que interviene este término:
«Persuadent Rauracis et Tulingis et Latobicis finitimis suis ut...».

(Idem, lib. I, cap. 5)                        

«Tolosa et Narbone quae sunt civitates Galliae Provinciae finitimae».

(Idem, lib. 3, cap. 20)                     

En otro lugar César dice, sin embargo, que los Santones se hallaban poco distantes de los Tolosanos, sin decir que fueran «finitimi», sino «qui non longe a Tolosatim finibus absunt».
Cotejados estos pasajes con los mapas del mundo romano, observa el Amigo del País que las gentes nombradas «finitimae» se hallaban realmente confinantes, mientras entre los Santones y los Tolosanos se hallaban precisamente los Niciobrigas. Luego César emplea la voz «finitimus» con propiedad y si dice que los Cántabros eran «finitimi» de los Aquitanos, queda demostrado que eran confinantes.
El autor se detiene posteriormente en demostrar la contradicción del propio Padre Flórez, ya que había utilizado la misma voz de «finitimi» para probar que los Coniscos eran confinantes de los Verones, pues amparándose en el texto de Estrabón «Berones Cantabrorum Coniscorum finitimi» se atreve el célebre historiador a afirmar que «eran comarcanos con los Verones»360 y más adelante toma la misma idea diciendo que los Coniscos «llegaban a confinar con los Verones»361.
¿Por qué, pues, ha de emplear esta voz de «finitimus» unas veces como «comarcanos», mientras cuando trata de los Cántabros vascongados no le da más que el valor de vecino o poco distante?
Si consideramos aisladamente esta objeción, observamos una buena defensa realizada por los miembros de la Real Sociedad Vascongada, aprovechando el texto mismo del Padre Flórez. Pero analizando globalmente todas las razones expuestas por este, vemos una superioridad neta, producto de un criterio imparcial. En esta lucha verbal el Padre Flórez no pudo traer unos argumentos tajantes y decisivos, ya que todo dependía del enfoque y la prioridad que se daba a ciertos textos antiguos, en defensa u oposición a una tradición ya establecida donde se hallaba arraigado el honor del país.
La preocupación historicista de los Amigos del País aparece en ciertas manifestaciones como el estudio del Comercio en el Ensayo, que lleva el título de Origen, progresos e Importancia del Comercio, en un intento de estudiar el problema desde su origen, pasando por su evolución antes de llegar a la importancia del momento de entonces.
La investigación de los Amigos iba encaminada también hacia la defensa de ciertos intereses materiales relacionados directamente con la actividad mercantil de la Sociedad. Deseosos de establecer una compañía de salazón de pescado y otra de pesca, pretenden en un principio fijar sobre documentos cuáles son los derechos de los Vascos sobre Terranova, lugar de suma importancia para la pesca. Así en las Juntas de 1772 se presentan una serie de documentos con el contenido siguiente:
1.- Dos informaciones auténticas recibidas a instancia de la Provincia de Guipúzcoa en 1697 y 1732 ante Francisco y Josef de Carrión, de las cuales no sólo resulta una posesión inmemorial, sino el descubrimiento especialmente de Echayde Portu en Terranova por un natural y vecino de San Sebastián.
2.- Copias auténticas de las Reales Cédulas de 15 de julio de 1557, de 23 de marzo, 20 y 25 de abril de 1587, y de 15 de octubre de 1644.
3.- Memoria con su traducción castellana presentada por nuestra Corte a la de Inglaterra sobre la pesca de bacalao el 9 de septiembre de 1760.
4.- Otra memoria dispuesta por el Excmo. Sr. Marqués de Monteleón, Embajador de S.M. en la Corte de Londres.
5.- Memoria pública y reciente que, citando a los historiadores ingleses y holandeses, supone que los Vascongados fueron los descubridores de Terranova.
6.- Extracto del artículo «Morue» de la Enciclopedia.
7.- Traducción del artículo XIII del Tratado de Utrech de 11 de abril de 1713.
8.- Varios artículos sacados de Mr. Clairac Us et coutumes de la Mer.
9.- Memoria dispuesta para el Congreso de Soissons sobre el tema de las costumbres del mar.
10.- Resoluciones de la Diputación de Guipúzcoa del año de 1696.
Los Amigos utilizaban así la Historia para el fin utilitario que se habían propuesto en toda su producción, no sabiendo desprenderse de los intereses propios para ocuparse de esta ciencia con toda la imparcialidad y visión de conjunto necesarias a todo buen historiador.






- VII -
La geografía


Tras la época medieval el conocimiento de nuestro Mundo toma un auge nuevo durante los siglos XVI y XVII. Influenciados por la atracción que ejerce sobre ellos el mundo greca-latino, los humanistas se acostumbran en un principio a buscar su fuente de inspiración en las obras clásicas: se va aprendiendo a asociar la historia y la geografía.
La geografía de matiz humanista se estudia muy a menudo bajo una inspiración histórica, sin dedicarle estudios de síntesis destinados a dar una explicación conjunta de los fenómenos observados: interesa más analizar la herencia antigua estudiando los problemas que plantea la geografía histórica o publicando los relatos de viajeros que entonces recorren nuestro planeta.
El estudio de lo clásico incita en un principio a buscar en las obras antiguas los temas, el orden de composición y los conocimientos: se toma de Aristóteles la arquitectura general del plan y se concede una plaza muy extensa a los elementos que constituyen los meteoros: la investigación geográfica se orienta así hacia el análisis de los hechos de orden natural o físico.
Los geógrafos se preocupan también de los problemas más actuales utilizando para ello fuentes contemporáneas. La referencia a sus conocimientos clásicos les proporciona un sentido de la precisión, erudición y rigurosidad científica, al mismo tiempo que les incita a la reflexión: les recuerda cuál es el valor del hombre y les hace meditar sobre la grandeza y miseria del destino humano. Conforme se fue desarrollando la geografía, fue perdiendo el estrecho contacto que mantenía con la antigüedad como fuente de inspiración, pero le fue difícil olvidar el cuadro general en que se desenvolvía esta ciencia. Conciben la descripción de la Tierra en una doble vertiente a imitación de lo que hicieran ya anteriormente Ptolomeo y Estrabón. La geografía matemática362 se dedica a colocar en los espacios habitados los elementos geográficos: ríos, ciudades, montes, etc...363 a la vez que se realizan levantamientos de mapas; se añade una reflexión general sobre los efectos de la forma de la Tierra, sobre los climas y sobre las distintas zonas. Una segunda manera de concebir la geografía consistía en el estudio de los rasgos del paisaje y las particularidades de los habitantes y sus civilizaciones. En ambos casos se trataba más de una historia natural con una ordenación del mundo que no de un intento de explicación sistemática de los fenómenos terrestres.
La Real Sociedad Vascongada se propuso confeccionar la geografía del país vascongado, ya en obras destinadas a los alumnos, como el Compendio en preguntas y respuestas preparado en 1772, ya en unos trabajos más ambiciosos. El Discurso sobre la Geografía364 nos habla precisamente del plan propuesto para tal fin. La Geografía de las tres Provincias vascongadas quedaría dividida en tres edades: la primera desde la población primitiva hasta la decadencia del Imperio romano, la segunda desde este período hasta el reinado de Fernando el Católico y la tercera comprendería los tiempos modernos. Cada una de estas tres épocas estaría subdividida en geografía eclesiástica, con indicación de la religión, culto, ceremonias, sacrificios de sus habitantes y monumentos que subsisten de ello; en geografía política que trataría de los habitantes, de su origen, de su lengua, de los gobernadores que han existido, de la forma de gobierno, de los usos y costumbres, de los trajes, de la milicia, comercio, industria, Academias, Universidades, hombres insignes, edificios y obras públicas, así como de las batallas que se dieron y otros hechos memorables con los vestigios que perduren; y en geografía física, donde se estudiarían los diferentes estados que ha tenido la Agricultura, cuáles son los ríos, qué calidad tienen sus aguas con la razón de su nacimiento y de su desembocadura, cuáles son las fuentes tanto comunes como minerales, al mismo tiempo que se describirían los montes, minas, plantas, en una palabra, todo lo concerniente a la Historia natural y a la economía rústica.
Valentín de Foronda en el prólogo de sus Cartas365 expone también su concepto sobre la manera de hacer la geografía. Quiere que se forme un mapa topográfico donde se represente con la mayor escrupulosidad la posición de los lugares y todo lo referente a la descripción de las provincias (dirección de los montes, colinas, minas, curso de las aguas, estanques, bosques, etc...) donde han de reinar la claridad y la exactitud.
Los encargados de esta labor se preocuparán por conocer toda la diversidad de jaspes, mármoles, tierras, metales, etc... existentes en el país e irán guardándolo todo ello en un gabinete para instrucción de las gentes. Se estudiará igualmente el reino animal -aves, cuadrúpedos- deteniéndose principalmente en aquellos animales que son especialmente útiles al hombre: caballo, vaca, oveja, cerdo, por ejemplo. Ha de formarse un catálogo de la variedad de árboles, arbustos y toda clase de plantas de los diferentes lugares, especialmente de aquellas plantas que se muestren útiles para la medicina o las artes.
Se procederá a hacer los análisis de las aguas minerales, dando a conocer el resultado de los mismos, con el fin de que los médicos puedan aplicarlas con fruto.
Conviene hacer una relación de los ríos que son propensos a avenidas, indicando los medios que pudieran evitar tales catástrofes. Se investigará si existen ríos navegables o fáciles de destinar al riego de los campos y si hay pantanos que infeccionan el aire, para ver si procede secarlos.
Valentín de Foronda recomienda que se estudie el elemento humano: se expresará el número de vecinos, distinguiendo entre hombres, mujeres, niños y curas. Se analizará el tipo de cosechas y su cantidad, la industria, el número de fábricas y las personas que están allí empleadas, el comercio y otros datos de interés para obtener un conocimiento claro del país, pudiendo corregir los posibles equívocos políticos: se podrán así distribuir con equidad los tributos entre todos los vecinos y hacer opulenta a toda la provincia.
Habrá que aplicarse con especial atención al estudio del carácter de las gentes, al estado de su cultura, a su higiene, a sus diversiones, a su aplicación al trabajo o a su holgazanería, a sus virtudes y defectos. Se analizará el estado de las Bellas Artes y finalmente Foronda indica que conviene observar los hospitales, las casas de misericordia, los asilos, ya para elogiar, ya para criticar los estatutos de estos establecimientos de caridad.
Se trata, pues, en la mente de Foronda de una descripción lo más detallada posible de las provincias, pero sin fijarse en la causalidad de los diferentes elementos: se contenta con exponerlos. Por el contrario, parece preocupado por sacar un provecho de toda esta descripción: la geografía servirá para conocer mejor el elemento material y humano sobre el que ha de descansar la futura reforma social.
Así, finge realizar un viaje por el Norte de España. Este sistema, ampliamente utilizado en fechas anteriores y entonces366 le permite ir describiendo mediante cartas las provincias de Guipúzcoa, Álava, Vizcaya y Navarra, poniendo en práctica el método geográfico propuesto por él, con idéntico orden de exposición. Por ejemplo, en la primera carta escrita en Vitoria el 27 de enero de 1783 trata en primer lugar de la orografía de Guipúzcoa para pasar sucesivamente a hablarnos del clima, de la industria, del comercio, de los caminos, de las aguas termales, de las minas. Tras esta visión panorámica de la estructura se detiene en analizar al hombre: el gran apego de la gente a los Fueros y Privilegios, sencillez de las costumbres, hermosura de las mujeres, particularidad del idioma, erudición y sabiduría demostradas particularmente en la formación de la Real Sociedad Vascongada y del Real Seminario Patriótico.
La geografía conserva de este modo dentro de la Real Sociedad Vascongada un matiz eminentemente humanista. El conocimiento de la Naturaleza, fin de todas las ciencias, debe comenzar por el estudio del propio planeta donde el hombre tiene su morada y de sus relaciones con el sistema del universo, pero partiendo de la historia, como dice Jovellanos:
«Reuniendo el estudio de la Historia al de la Geografía, consideraréis la Tierra como morada del género humano. Entonces, este estudio, levantándose a más alta contemplación, os pondrá delante los hombres de todos los tiempos, como los de todos los países, las varias sociedades en que se reunieron, las leyes e instituciones que los gobernaron, y los ritos, usos y costumbres que los distinguieron. Él os descubrirá las secretas causas y las grandes revoluciones que levantaron los imperios de la Tierra y los borraron de su sobrehaz, y en el rápido torrente de tantas generaciones, viendo al hombre subir lentamente desde la más estúpida ignorancia hasta la más alta ilustración o caer precipitado desde las virtudes más sublimes a la más corrompida depravación, conoceréis que no puede presentársenos un estudio más provechoso ni más digno del hombre»367.


Los Amigos de la Real Sociedad Vascongada pretendían buscar una configuración de las provincias vascongadas a través de los siglos mediante una pintura o descripción de las mismas, pero de un modo que releva más del campo literario que puramente científico.
Sin embargo supieron sobrepasar esta visión: quisieron aplicar a este saber los métodos científicos, entonces tan en boga en otros campos, como la física o la química, con la inclusión de las matemáticas y de la experimentación.
Manuel de Aguirre pretendió dar un nuevo impulso a la Geografía, pues, como él dice, pocos podían sentirse atraídos por una ciencia que apenas dejaba aspiraciones a futuros investigadores por la manera de concebirla: importaba más la memoria que la inteligencia. Aguirre es conocedor de que sus esfuerzos no son sino un principio cuyo único valor será al menos el despertar el ingenio de algún otro más «capaz de hacer inteligibles y provechosos a las diversas clases de la sociedad estos conocimientos tan indispensables en toda república que aspira a su conservación, comercio y artes».
Su obra geográfica, resumida en el libro que lleva por título Indagación y reflexiones sobre la Geografía con algunas noticias previas e indispensables, pretende buscar las bases de la descripción de la Tierra a través de las leyes naturales que la rigen: figura, magnitud, movimiento... En la primera parte hace un análisis de los progresos de los hombres en el conocimiento de la formación y leyes con que se gobierna el universo, las consecuencias y utilidad que dimanan de los círculos, divisiones y movimientos representados en las esferas, aplicando estos conocimientos geométricos a la propia geografía. En la segunda parte del libro se detiene en la figura, magnitud y movimientos de la Tierra, así como en la representación de nuestro planeta en globos artificiales y mapas: consigue dar de este modo una explicación clara de los climas y estaciones, así como de la situación de las gentes en diferentes puntos del globo, de acuerdo con los climas. Estudia también la naturaleza o partes constitutivas del globo terrestre y los fenómenos que se ocasionan, así como los usos que hacen los hombres de estos mismos fenómenos.
Manuel de Aguirre se apoya en la parte teórica de la Astronomía, Perspectiva e Historia Natural, dejando totalmente de lado la Geografía descriptiva y política. Cuando presentó en 1780 a las Juntas Generales de la Real Sociedad Vascongada los cuadernos que contenían su pensamiento recibió grandes elogios y le valió ser nombrado Socio literato de la misma. Posteriormente recibió el reconocimiento oficial de la Real Academia de la Historia, que en 1783 le nombró Miembro correspondiente por esta obra que fue uno de los primeros intentos de racionalizar una ciencia que hasta entonces se concebía bajo un prisma casi totalmente humanista.
La Real Sociedad Vascongada concebía la Geografía como uno de los elementos necesarios para el buen gobierno del pueblo, según la tendencia de la época368. Para ello quisieron introducir en el país una nueva ciencia: la Aritmética política369, entendiendo por este término lo que nosotros concebimos hoy por Estadística:
«El fin de la Arismética (sic) política es indagar por medio de los cálculos la riqueza, el poder y la fuerza de un estado o provincia, cómo y sobre qué fundamentos y por qué trámites se va formando, aumentando o deteriorando esta riqueza. Su clave principal es la noción exacta de la población y la de la entrada y salida de frutos y efectos en el país que se quiere calcular. Conocido el número del pueblo se conjetura fácilmente el de sus consumos generales, teniendo consideración a los frutos, vestidos, muebles, etc... que más ordinariamente gaste y haciendo la cuenta anual de ellos a una familia común ni pobre ni rica, sino en estado medio que comprenda a todas las clases»370.


La cuarta Comisión quedaba principalmente encargada de facilitar estos datos, según disponían los Estatutos:
«Deberán los encargados de esta Comisión hacer un estudio particular de esta utilísima arte (Aritmética política), buscando y adaptando los métodos más selectos de los escritores que la pusieron en uso, imponiéndose muy por menor en los vecindarios particulares y generales de la Provincia, en la calidad y cantidad de sus frutos, rentas y emolumentos, en sus derechos y cargas públicas, en sus consumos particulares y generales de cada fruto y de cada manufactura, y finalmente en todos aquellos objetos que puedan servir a la combinación de los cálculos políticos con relación a la Agricultura, Industria y Comercio»371.


Para buscar las luces que necesitan, se dirigen a Inglaterra, país que había puesto ya en práctica los rudimentos de la Estadística: traducen la obra escrita en 1698 por Carlos Davenant Del Uso de la Arismética (sic) política en el Comercio y Rentas372 y la ponen en manos de los alumnos de la Sociedad, a quienes van inculcando los nuevos métodos.
Los Amigos indicaban que una de las maneras de llevar a cabo este conocimiento del pueblo, necesario para el gobierno de una nación, era el que todos los párrocos remitieran con puntual regularidad a sus Obispos las listas verídicas de los nacidos, casados y muertos de cada año, para que se pasase un resumen general a la Corte. Si a estos datos se agregan los de los diezmos que reciben parroquias y otras entidades, el gobierno podrá estar instruido a fondo de todas las cosechas del país y estará en condiciones de regular con mayor acierto su comercio. El gobierno tendrá que conocer igualmente muchos otros datos que vendrán a unirse a esta base documental: aduanas, impuestos, etc...
No sabemos con certeza cómo la Real Sociedad Vascongada llevó a cabo este vasto plan propuesto por ella, pero al menos mostraron una gran apertura de espíritu al haber reconocido y propugnado la gran utilidad de esta ciencia que hoy día es uno de los firmes pilares de todo gobierno. Tal vez las dificultades materiales y la falta de colaboración por parte del clero les impedieron llevar a feliz término esta tarea iniciada.
La Geografía fuertemente marcada por el espíritu humanista e íntimamente ligada a la Historia y a los relatos de viajeros se fue desprendiendo hacia el cultivo de una verdadera ciencia, preludio de nuestros tiempos contemporáneos.




- VIII -
La elocuencia


La función eminentemente investigadora y reformadora de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País originaba un continuo intercambio de realizaciones y proyectos entre los distintos miembros de la Sociedad.
Los que durante su juventud habían seguido los estudios humanísticos con la mirada dirigida hacia los discursos de Demóstenes, y principalmente de Cicerón, tienen ahora la ocasión de poner en práctica los conocimientos clásicos adquiridos entonces y tantas veces empleados en la clase de Retórica, término de la enseñanza de la época: podrán aplicarlos a los numerosos problemas planteados a la Sociedad, con la finalidad de «enseñar, mover y deleitar»373 propia de todo orador según las palabras de Capmany. Por eso dentro del quehacer de la Sociedad, la elocuencia ocupa un puesto de excepción. El Conde de Peñaflorida la considera como el «Arte más maravilloso y útil de todos»374, pues es efectivamente el medio que mejor sirve a los fines de comunicación y de persuasión entre los hombres.
Había existido en el país vascongado desde tiempos inmemoriales la elocuencia del foro en las numerosísimas intervenciones originadas por diferentes pleitos, así como la elocuencia del púlpito dirigida a renovar y profundizar la fe del pueblo cristiano. Pero la erección de la Real Sociedad Vascongada, con rango de Academia, da un auge desconocido a la elocuencia.
El Conde de Peñaflorida en su discurso de introducción a las Juntas generales del año de 1784 nos habla del provecho oratorio-lingüístico motivado por las Academias y Sociedades erigidas por la geografía española. Dice en efecto que antes de la fundación de la Real Sociedad Vascongada, a excepción de la corte y de algunas pocas ciudades donde existía alguna Sociedad o Academia, no se oía discurso castellano sino en el púlpito: la oratoria castellana se hallaba pues abandonada, excepto en el campo sagrado. La profusión de Sociedades surgidas a imitación de la Vascongada ha originado, por el contrario, el que resuene por doquier el lenguaje de nuestros grandes clásicos, Cervantes, Fray Luis de Granada y tantos otros. Este motivo, sigue diciendo el Conde de Peñaflorida, podía bastar por sí solo a la justificación de tales instituciones, pues
«¿qué ha enriquecido y perfeccionado en todos los tiempos las lenguas sino el exercicio de ellas en actos públicos, en que intervenía el poderoso estímulo del interés de persuadir y captar a una numerosa concurrencia?»375.


El Conde de Peñaflorida afirma que en Inglaterra los debates políticos han contribuido a la celebridad de su idioma, así como el francés ha sido elevado a lengua de la cultura de las cortes europeas por el apoyo que prestaron oradores como Bossuet o Fénelon376. Los idiomas clásicos griego y latino, según el mismo orador, han podido sobrevivir gracias a las inmortales producciones oratorias de Demóstenes y Cicerón. Y el Conde de Peñaflorida termina diciendo:
«El incesante ejercicio oratorio debe infaliblemente producir tan prodigiosos efectos por lo respectivo a la hermosura y perfección de la lengua castellana»377.




Sesiones de trabajo
La ocasión principal en que se pronuncian los discursos son las Juntas generales anuales: los Amigos dan a conocer sus experiencias y presentan sus ideas sobre los diferentes temas que forman el quehacer de las cuatro comisiones: Agricultura y Economía rústica, Ciencias y Artes útiles, Industria y Comercio, Historia, Política y Buenas Letras. Sería muy extenso e improcedente el relacionar la gran cantidad de trabajos científicos que se hallan en el Fondo Prestamero, unas veces acabados y otras a modo de esbozo y que versan principalmente sobre cuestiones de orden práctico: mejora del campo, de la industria, del comercio, de la medicina, de la enseñanza. En un siglo tan propenso a visiones reformistas378 no podían faltar tampoco en la Real Sociedad Vascongada proyectos de reforma, obra de los propios Amigos379, y de otros que estaban alentados por los numerosos premios que ofrecía la Sociedad380. A pesar de tratarse de temas utilitarios conservan, sin embargo, cierto apego con la literatura, hasta el punto de que las cartas de Nicolás de Arriquíbar sobre el comercio publicadas bajo el título de Recreación política. Reflexiones sobre el Amigo de los Hombres en su tratado de población considerado con respecto a nuestros intereses merecieron a su autor el ser incluido por Juan Sempere Guarinos en su obra Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III381.
El deseo de hacerse comprender con facilidad por todos los Amigos les conduce a utilizar exclusivamente el castellano en todos los trabajos, desechando la lengua que hasta entonces había servido de vehículo de la ciencia, el latín382.
Los Amigos de la Sociedad contribuyeron por los medios que más adelante indicaremos a hacer del castellano un idioma apto para las cuestiones científicas y no solamente literarias.
Es difícil dar una valoración de conjunto sobre todos los trabajos que se presentaron en las diferentes sesiones de trabajo de la Real Sociedad Vascongada. Cabe al menos destacar el estilo llano y natural que se opone a la ampulosidad de la época anterior. Tomemos así un trozo extraído al azar del Discurso sobre la Educación en punto a estudios de Ibáñez de la Rentería:
«El primer estorbo (a la buena educación) es la fatiga y ésta resulta de la poca economía que observamos en el estudio a que destinamos a los niños. Sin atender a la debilidad de su cerebro se empieza demasiado temprano a cansar su imaginación y aun no se observa el ir por grados en esta fatiga...
»El estudio seguido, la meditación y el reposo que éste necesita están reñidos con la inconstancia y volubilidad de los niños. La naturaleza ha puesto en ellos esta propensión para fortificar su temperamento físico y el estudio sedentario que los molesta los priva de corresponder a este aviso natural en perjuicio de su conservación»383.


Observamos en efecto un lenguaje claro, preciso y directo. El Conde de Peñaflorida en su discurso de introducción a las Juntas generales de 1771 exponía ya el camino a seguir cuando decía:
«No hay que esperar producir escritos sutiles, discursos sublimes, ni disertaciones profundas, sino algunas relaciones sencillas, observaciones ciertas y reflexiones sabias extendidas con el lenguaje y estilo sencillo de la verdad»384.


La preocupación del escritor iba dirigida a la verdad y a la sencillez de exposición.
En muchas otras ocasiones el deseo de persuadir a los oyentes empuja a los oradores a exponer con apasionamiento problemas de gran interés para la época. Veamos cómo Valentín de Foronda defiende la utilidad del comercio en la disertación que presentó en las Juntas Generales de Bilbao de 1778:
«Señores: Si la nobleza de las profesiones se debe medir por las utilidades que de su exercicio resultan al Rey, a la Humanidad y a la Patria ¿quién será tan alucinado que se niegue a tributar los primeros respetos al comercio, que, según el Chanciller Bacón, es la sangre que vivifica todos los miembros de un Estado? ¿Quién tan necio que no conceda los más altos honores a este resorte que comunica el más vigoroso impulso a la felicidad de los Reinos? ¿y quién tan orgulloso que lo califique de indecoroso e indigno de los primeros hombres?... A los ojos de la razón parece que ninguno, pero por desgracia de España se cuentan muchos Quijotes en su recinto que, contemplando el valor de la nobleza adherido a unos pergaminos viejos o a cuatro casas derruidas, desprecian todos los demás ejercicios por ilustres y fructuosos que sean. Estos fantasmones, oprobio de la Nación e indignos descendientes de los ilustres progenitores de que tanto blasonan creen incompatible con su orgullo todo lo que no sea empuñar una espada o vestirse una toga, y se olvidan de que estas profesiones son gloriosas no por otro título que porque aquélla sirve intrépidamente a la Nación cuando conspiran los enemigos a oprimir nuestra libertad y ésta porque cuida de hacernos justicia en nuestras quejas al mismo tiempo que conserva el vigor de las leyes, alma de la tranquilidad: con que si éstas son nobilísimas por los beneficios que producen al reino no debe ser menos honrosa, atendida y estimable la del comercio, influyendo tanto sobre el incremento de la prosperidad de un Estado como la rueda catalina en un reloj para que adquiera movimiento»385.


En esta exposición clara, el orador se sirve de pruebas sólidas para indicar que al igual que la carrera militar o judicial el comercio tiene sus utilidades, luego debe merecer la atención de todos. Foronda trata de llamar la atención de los oyentes con la triple pregunta: «¿Quién será tan alucinado...? ¿Quién tan necio...? ¿Quién tan orgulloso...?» antes de dejar estallar su desprecio hacia todos aquellos que prefieren los honores a la búsqueda de un beneficio material para el Rey, la Humanidad y la Patria, cuando les llama «Quijotes» que basan su nobleza en «unos pergaminos viejos» o «en cuatro casas derruidas», aplicándoles posteriormente la apelación de «estos fantasmones, oprobio de la Nación e indignos descendientes de los ilustres progenitores...». La frase última tiene un movimiento de gran declamación, ya por la extensión, ya por el ritmo que conserva su interior. En un principio expone las preferencias de «esos fantasmones» para luego refutar esa manera de proceder mediante dos causales «porque aquélla sirve... y ésta porque cuida...», con lo que nos conduce a la idea de que el hombre debe servir a la Patria en todo momento.
Y así como su ira se ha desatado contra la clase de nobleza, Foronda ensalza al comercio, comparándolo primero con un elemento material, la rueda catalina que da movimiento a un reloj, dándole mayor relieve al emplear esta bella metáfora de que el comercio «es la sangre que vivifica todos los miembros de un Estado», a quien se debe tributar respetos. En otro lugar del discurso deja estallar su alegría cuando ve los beneficios del comercio:
«¡Qué servicios! ¡qué méritos! ¡qué títulos los que acabo de exponer en favor del comercio y con todo qué poco estimados son de los hombres!»386.


Otro miembro de la Sociedad, Manuel de Aguirre, gusta también de llamar la atención de los Amigos que le escuchan mediante exclamaciones o interrogaciones abundantes. En el Discurso sobre la educación387, por ejemplo, hallamos:
«¿Es acaso porque diste nacimiento a unos pocos venturosos mortales...?
¡Triste espectáculo el ver que tantos pueblos y reinos son víctimas de las más groseras preocupaciones...!
¡Qué contradicciones...!
¿Parece creíble el que tan encontrados efectos salgan de un mismo principio...?
¿Quién dudará ya de que debe contribuir a los aciertos de este alma...?
¡Ah! ¡educación, principio de todas las felicidades de una república y de los hombres! ¿Cómo te dejan abandonada al capricho y errada dirección de incautas mujeres...?
¿Cómo tanta contrariedad en las consecuencias y norma de sus procederes?
Siglo injusto, ¿tú eres el ilustrado y racional?
¿Has pensado acaso instruir a los pueblos...?
¿Has dictado a los magistrados de las naciones...?
¿Has hecho acaso que miren las repúblicas...?
¿Has cuidado siquiera de que se ayude a la naturaleza...?
¿Has enseñado el método práctico de ir enriqueciendo...?
¿O les has mostrado la verdadera idea de virtud...?
¿Indicaste acaso que debe grabarse en los tiernos corazones...?
¡Oh tú, espíritu sublime y grande!
¿Qué espectáculo tan tierno no será para vosotros el observar...?
¿Y cuánta admiración no se apoderará de vuestros corazones...?
¡Qué ridícula se os hará al tocar estos bienes la quimérica pretensión...!
Hombres, ¿no es esta la verdad? ¿no es un justo retrato de lo que sucede? ¿Por qué os dejáis que se haya borrado el amor a la virtud...?
¿Es posible que os maraville el que salgan envilecidos y preocupados los racionales si no es dirigida a otra cosa la educación que les estáis dando...?».


Este procedimiento que puede corresponder con el estilo particular de ciertos autores era una de las maneras de fijar la atención de los concurrentes a las sesiones de trabajo de la Sociedad sobre cuestiones que para los Amigos revestían la mayor importancia.




Discursos introductorios a las Juntas generales
Dentro de estos discursos destacan por su importancia los pronunciados por el Director con motivo de la introducción a las Juntas. El Conde de Peñaflorida, que ocupó este cargo a lo largo de veinte años nos ha dejado de este modo un conjunto de discursos que nos dan prueba de su quehacer de orador: versan sobre temas generales de interés para todos los Amigos presentes388. Podemos tomar como modelo el primer discurso pronunciado, el 7 de febrero de 1765, ante la Sociedad recién formada, denominado Discurso preliminar389.
Tras definir lo que debe ser la Sociedad, el Conde de Peñaflorida la compara con los establecimientos famosos del resto de Europa: todos tuvieron un inicio semejante al de la Sociedad Vascongada. La continuidad de este Cuerpo no ofrece dudas, pues observa el orador la compenetración entre unos nobles deseosos de procurar la felicidad de la Patria y el Monarca protector de estos ideales. La amistad y las ansias de superación permitirán marchar siempre hacia adelante, a pesar de las oposiciones que vayan surgiendo. Pasa luego el Conde de Peñaflorida a analizar los campos a los que deberán aplicarse los Amigos: demuestra la utilidad de las ciencias -matemáticas, física, historia natural, medicina, cirujía-, y subraya el interés de las Bellas Letras, de las Bellas Artes y de las lenguas. Ve ya por la imaginación la feliz revolución que pronto se operará en el país vascongado, donde el saber y la opulencia aportarán la felicidad del pueblo. Y para finalizar alienta a los Amigos a que sigan firmes en la vía que se han trazado.
El movimiento general del discurso se presenta con claridad y orden, siendo muy apropiado para las circunstancias del momento dado: el Director debía señalar las metas a seguir y alentar a quienes entonces iniciaban una nueva tarea. Este discurso que Sarrailh denomina «elocuente»390 contiene ciertos valores que quisiéramos hacer resaltar, en un intento de enjuiciar las facultades oratorias del Conde de Peñaflorida.
El discurso se nos presenta con un lenguaje sencillo, pero a la vez revestido de elegancia sobria, como en este trozo:
«La Arquitectura civil os enseñará el modo de fabricar con solidez, conveniencia y hermosura; y la Hidráulica el levantar presas, diques, cauces y anteparas de ferrerías y molinos con seguridad y economía».


Los vocablos conservan su sentido propio: el orador llama a las cosas por su nombre, con lo que estamos en todo momento enterados directamente de la idea que quiere exponernos.
Sin embargo, no desprecia el Conde de Peñaflorida las hacer resaltar ciertos elementos de su discurso con el empleo de la metáfora. Así al referirse a la Sociedad la denomina «verdadero Templo consagrado a la Sabiduría» y lo que está haciendo en ese momento en que habla es «abrir al Público las puertas de un nuevo Templo de Minerva», en lugar de decir directamente que es el momento inaugural. Con ello la Sociedad adquiere una visión más sublime. Más adelante el orador dice que la Sociedad sin la colaboración del Príncipe cedería «al torrente de las preocupaciones», donde la voz «torrente» nos da un concepto más expresivo de la gran cantidad de oposiciones que ha de encontrar a su alrededor. La amistad que debe reinar entre los miembros de la Sociedad despierta «un nuevo fuego que pone en agitación sus espíritus»: el orador quiere indicarnos por la metáfora del fuego el nuevo vigor que han de sentir los Amigos, fruto del contacto con los demás. En otro lugar para hacer resaltar que los Amigos han de dominar por su trabajo todas las ciencias, el Conde de Peñaflorida dice que «todo aquello sobre que pueden exercer nuestros sentidos su jurisdicción vendrá a rendiros vasallaje». Esta palabra «vasallaje», empleada únicamente para las relaciones humanas en la época feudal con sentido de sumisión y entrega al que tiene jurisdicción, concede mayor expresividad a la frase. El Conde de Peñaflorida sabe utilizar con acierto y medida la metáfora, tan solamente cuando quiere dar mayor relieve a ciertos elementos importantes.
Siendo el deseo del Conde de Peñaflorida trazar la actividad que han de seguir los Amigos, el discurso tiene en muchos momentos una preponderancia de verbos:
«Síguese el establecer fábricas, facilitar el comercio interior y exterior, hacer en fin que renazca por todas partes la Industria».
«Una Nobleza instruida y laboriosa puede llegar a conocer las enfermedades que tienen postrada su Provincia, investigar las causas que han concurrido a ocasionarlas, hallar a costa de observación y de estudio los medios más proporcionados para su restablecimiento, y aun sacrificar parte de sus caudales, aventurando algunas pruebas que verifiquen en pequeño la solidez de sus reflexiones».
«A vosotros toca descubrir y ensayar los medios, representar las dificultades; y si para ejecutar uno y otro con el acierto que conviene es preciso adquirir innumerables conocimientos también son infinitos los auxilios que para lograrlos suministra la Sociedad».


Esta abundancia de verbos da una gran precisión al texto, explicitando con claridad la visión que tiene el Director sobre el desarrollo posterior de los trabajos de los Amigos.
Fijémonos ahora en el empleo que hace de los adjetivos. Para ello tomemos al azar el párrafo en el que habla de la futura transformación del país vascongado que empieza por «Ya estoy viendo el feliz trastorno...» y analicemos la posición y valor de los adjetivos. En un principio lo hallamos pospuesto en las ocasiones siguientes:
«Las Ciencias más sublimes y abstractas».
«proporciones geométricas».
«economía adaptable».
«los sucesos más famosos».
«proezas sepultadas».
«hierbas pasturosas».
«mil formas diferentes».
«pobreza natural».


Frente a estos ocho casos de posposición, tenemos dieciséis veces en que el adjetivo se encuentra antepuesto al sustantivo:
«feliz trastorno».
«bronco ferrón».
«torpes máquinas».
«menos cantidad».
«exactas dimensiones».
«tosco ejercicio».
«sencilla casera».
«las más estériles y escarpadas peñas».
«industrioso Maltés».
«lozanas mieses».
«robustas encinas».
«áridos montes».
«cenagosos valles».
«frondosas arboledas».
«exquisitos frutales».
«preciosas materias».


Con esta tendencia a la anteposición del adjetivo calificativo, el Conde de Peñaflorida parece insertarse dentro de la tradición renacentista española con el empleo de los adjetivos esencializadores típicos de aquella época. El uso del adjetivo conserva una justa medida, ya que supresión disminuiría la intensidad de la frase, como en:
«Los áridos montes y los cenagosos valles se pueblan de frondosas arboledas y exquisitos frutales».


El orador sabe utilizar con acierto el significado y sonoridad de los adjetivos: dentro de las diferentes maneras que hubiese podido elegir para definir al ferrón elige la voz de «bronco» que nos da una sensación de dureza y rusticidad que va acorde con «torpes máquinas» y «tosco ejercicio», mientras la casera aparece como «sencilla», donde la propia sonoridad es mucho más alegre. El Conde de Peñaflorida sabe conservar una adecuación entre los adictivos y los sustantivos, dando aquellos una mayor precisión a la frase, dentro de un empleo sobrio.
A pesar de tratarse de un estilo natural y sencillo, sin embargo el Conde de Peñaflorida no desprecia las numerosas figuras retóricas que tanto contribuyen a aumentar la belleza, la gracia y la energía del discurso.
Utiliza así la repetición de ciertos elementos de la frase para dar mayor insistencia a su pensamiento. Cuando quiere dar a entender el conocimiento universal que han de poseer los Amigos se expresa:
«Todas las producciones de la Naturaleza, todos los cuerpos del Universo revestidos de sus propiedades, todas las ciencias y artes que tienen por objeto la conservación de la especie humana, todo aquello en fin sobre que pueden ejercer nuestros sentidos su jurisdicción vendrá a rendiros vasallaje».


El reconocimiento al Rey se hace mediante la repetición de la voz «Príncipe»:
«...(Sociedad) nacida en un Reino felizmente gobernado por un Príncipe sabio, por un Príncipe amante y protector de las Letras, por un Príncipe en fin a quien...».


Las consignas finales dadas a los oyentes son:
«No basta en adelante el ser buenos Amigos, buenos padres de familia y buenos republicanos...».
«Amad vuestro patrio suelo, amad vuestra recíproca gloria, amad al Hombre, y en fin mostraos dignos Amigos del País y dignos Amigos de la Humanidad entera».


El elemento reiterativo puede estar situado en el encabezamiento de distintos párrafos. Así para expresar la transformación que se operará en el país utiliza en distintos momentos el verbo «ver», dando a entender que el cambio es algo ya seguro y muy próximo:

«Ya estoy viendo el feliz trastorno...             
Veo ya que no contentándose...                     
Veo en fin que a la ignorancia...                      
Sí Señores, todo esto estoy viendo...».                     



En otros casos la insistencia se hace mediante acumulación de sinónimos, como en:
«Sólo os imponía el trabajo, el estudio, la aplicación».
«La empresa... es muy superior a todos los desvelos, expensas y fatigas de personas particulares».
«Se corrigen y liman las obras y se perfecciona y pule el gusto».


El Conde de Peñaflorida consigue de este modo mayor vehemencia en su expresión.
Para contrastar la situación del país vascongado antes y después del establecimiento de la Sociedad, el Conde de Peñaflorida se expresa en estos términos:
«Las más estériles y escarpadas peñas cubiertas ya de tierra como las del industrioso Maltés producen lozanas mieses, hierbas pasturosas y robustas encinas. Los áridos montes y los cenagosos valles se pueblan de frondosas arboledas y exquisitos frutales».


La antítesis viene producida por la oposición de los adjetivos: a «estériles y escarpadas» corresponden «lozanas, pasturosas y robustas», mientras a «áridos» se opone «frondosas» y a «cenegosos», «exquisitos». Con el fin de expresar esta misma transformación, el Conde de Peña florida utiliza términos de significado opuesto en:
«Veo en fin que a la ignorancia suceden las Ciencias, a la indolencia la aplicación, a la inacción la industria, a la incomodidad el regalo, a la miseria y pobreza la opulencia y la riqueza; en una palabra, sobre las reliquias de la infelicidad de nuestra amada Patria veo levantar un trono a la Felicidad pública».


Esta frase simétrica con continuas oposiciones nos pone bien de manifiesto el cambio que se ha de operar. La antítesis se inserta con naturalidad dentro del contexto donde se halla, de modo que se nos presenta con gran acierto.
Para dar mayor emoción e intensidad al discurso, el Conde de Peñaflorida utiliza con cierta profusión la interrogación:
«¿Quién no ve que es una especie de prodigio aquella favorable disposición...?».
«¿Qué diré de la íntima y sincera amistad con que os veo unidos desde el feliz momento en que os asociasteis? ¿qué del fervor con que sin perder un momento habéis comenzado a ejercitar vuestra aplicación...?».
«¿qué finalmente del celo con que antes de cumplirse cuatro meses desde la formación del plan de esta Sociedad lográis hoy mostrarlas con todas las formalidades de Academia veterana...?».
«¿Y cuándo lo estuvieron jamás tan ventajosamente...?».
«¿Qué siglo ha visto hasta ahora un reinado en que...?».
«¿Qué provincia podrá jactarse como las nuestras de haber tenido una Nobleza que se ocupase únicamente de promover la felicidad de sus Pueblos...?».


La emoción aumenta cuando el orador deja estallar su admiración hacia el país que ha tenido la dicha de conocer la Sociedad:
«¡Dichoso pues mil veces el País que ha producido esta Sociedad! ¡Pero más dichosa tú, o ilustre Sociedad, que haces feliz un País tan digno de serlo!...».


La personificación de la Sociedad a quien van dirigidas las palabras del Director incrementa la expresión de entusiasmo hacia ese Cuerpo supuestamente dotado de inteligencia y sentimiento.
El Conde de Peñaflorida transforma asimismo los seres insensibles y les infunde vida, con lo que su discurso adquiere mayor dinamismo:
«La tierra descubre por todas partes sus tesoros».
«Por medio de los caminos de comunicación circula el comercio».
«La Física os ofrecerá un espacioso jardín tan ameno como vario».
«La Agricultura os manifestará sus arcanos y descubrirá los medios más adecuados y menos costosos para obligas a la tierra a la fecundidad».


Pero la mejor personificación es la metáfora que anteriormente hemos visto ya: «todo aquello en fin sobre que pueden ejercer nuestros sentidos su jurisdicción vendrá a rendiros vasallaje».
La construcción de las frases presenta generalmente una fuerte estructuración que da gran solidez al pensamiento:
«La Música, Arte encantadora, que mueve a su arbitrio los afectos del corazón humano, mostrará su más gratas modulaciones, enseñará sus más armoniosas consonancias, manifestará sus más delicados y ocultos primores y demostrará que si los maravillosos efectos que nos cuenta de ella la Antigüedad nos parecen increíbles es porque ignoramos hasta dónde puede llegar su perfección, de qué impresión son capaces nuestros órganos aguzados con un largo ejercicio y lo que puede influir en nuestra imaginación».


Esta larga oración presenta dos momentos distintos. Tras darnos una impresión general sobre la Música «Arte encantadora» el orador pasa a indicarnos los efectos de este arte en un tríptico simétrico: los verbos sinónimos «mostrará, enseñará y manifestará» introducen partes de oración formadas sobre un mismo esquema que producen un agradable efecto de cadencia (3 + 9), (4 + 10) y (5 + 12). La segunda parte, introducida por el verbo «demostrará» que está unido con los anteriores mediante la conjunción «y», ofrece mayor sintaxis: hallamos una completiva, una condicional, una relativa, una causal introductora a su vez de tres interrogativas indirectas que se sitúan en un mismo plano. El orador une todas estas oraciones de manera armoniosa y el conjunto sirve para exponernos con gran claridad los beneficios que ha de acarrear la Música a la Sociedad naciente.
El orden lógico que observamos en esta oración que hemos tomado de muestra deja paso en ciertas ocasiones a inversiones que permiten poner de relieve ciertos elementos del discurso, como en: «En vano clamará contra tí la envidia y la emulación», donde toda la atención va centrada sobre el verbo «Clamará», al que la misma posición del adverbio «en vano» situado en cabeza de la frase de mayor intensidad.
Igualmente el adjetivo demostrativo «aquel» toma el valor admirativo del «ille» latino, cuando dice el autor, hablando de la Geometría:
«La Geometría os infundirá aquel espíritu de precisión, aquel arte de medir y calcular... aquel dominio en fin que se ha adquirido sobre todas las facultades».


En las frases generalmente construidas sobre un movimiento ternario, el Conde de Peñaflorida obtiene una agradable cadencia como en:
La Historia contando        -los grandes acontecimientos que ha habido en el Mundo desde su creación,
-las diferentes Naciones que han ocupado su superficie,
-su variedad de máximas y costumbres,
-facilita el conocimiento del corazón humano,
-contribuye a formar una idea justa del hombre,
-y propone modelos a la virtud y escarmiento al vicio.
donde observamos la división fónica siguiente:

Los grupos fónicos quedan formados por una cantidad de sílabas similar, lo que produce precisamente la cadencia.
Este discurso de gran claridad, orden y elocuencia presenta un corte eminentemente clásico por la estructura y la composición de las mismas frases: es una obra digna de un hombre que ponía su mirada en Cicerón y Demóstenes, como lo vimos anteriormente en el capítulo dedicado a las «Ideas literarias».
Los restantes discursos introductorios a las Juntas generales siguen conservando las características generales que hemos observado en este Discurso preliminar. El deseo de claridad le empuja al Conde de Peñaflorida a utilizar a veces comparaciones. Así para indicar la necesidad de buscar las causas del escaso progreso que ha realizado la Sociedad se expresa empleando un símil más cercano:
«Ocioso sería y aun perjudicial el surtir de abundantes aguas una acequia de regadío interrumpida en su curso y cegada en parte desconocida en tanto que corriendo toda su dirección desde el origen no se tropezase con el obstáculo y tapón y se pusiese corriente»391.


El Real Seminario Patriótico de Vergara, objeto de las mayores atenciones de la Sociedad, recibe una comparación con un vivero, donde los alumnos son las tiernas plantas que hay que cuidar con especial esmero:
«Miremos a este Real Seminario como a un vivero lozano de que han de provenir robustos árboles para columnas de la Patria: cultivemos cuidadosamente estas tiernas y preciosas plantas»392.


Esta tendencia a la utilización de comparaciones o metáforas oscurecen a veces el significado del sentido:
«Si el escepticismo patriótico de la Real Sociedad Bascongada (sic) admitiese por tributo anuo flores en vez de frutos, sería muy fácil el desempeño de la décima quinta ofrenda que me veo precisado a presentar hoy en sus aras; pues que para disponerla y adornarla, se proporcionan este año copiosos materiales; pero no recibiendo el numen nuestro por holocausto aromas que se exhalan sino dones permanentes y sólidos, me hallo privado de aquel fecundo recurso y ceñido a buscar objeto análogo a la severidad de tan respetable ley»393.


Pero generalmente el autor se aleja de todo aquello que huela a oscurantismo y duplicidad del sentido.




Elogios fúnebres
Otra de las ocasiones principales de ejercer la oratoria en la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País era el momento de recordar a los Amigos o a los hombres ilustres desaparecidos. Los elogios, cuyo origen remonta hasta la más lejana antigüedad394 fueron particularmente numerosos en la Sociedad.
Desde la primera sesión de trabajo en febrero de 1765 se pronuncian elogios. El día 11, Miguel José de Olaso Zumalabe recuerda a los Amigos la vida de Nicolás de Altuna. Dos días más tarde el Conde de Peñaflorida presenta el elogio a la memoria de D. Pedro Bernardo de Villarreal, y al día siguiente el Marqués de Montehermoso hace lo mismo con D. Martín de Aramayona.
Posteriormente hubo muchos otros elogios que relacionamos a continuación:
1771  -Elogio de Juan Sebastián Elcano.
1772  -Elogio de Pedro Ramón de Unceta.
1773  -Elogio de Miguel José Olaso Zumalabe.
1774  -Elogio de Francisco Antonio de Echávarri.
1774  -Elogio de Martín de Areyzaga.
1774  -Elogio de Ramón María de Munibe.
1775  -Elogio de Pedro Goosens.
1776  -Elogio de Nicolás de Arriquíbar.
1779  -Elogio de Felipe V, Rey de España, por Manuel de Aguirre.
1782  -Elogio de Ambrosio de Meabe, por Vicente María Santibáñez.
1783  -Elogio del Excmo. Sr. Marqués de Castejón.
1784  -Elogio de Joaquín Manrique de Zúñiga, Conde de Baños, por Clemente de Peñalosa y Zúñiga.
1785  -Elogio de Javier María de Munibe, Conde de Peñaflorida.
1789  -Elogio histórico de Carlos III, por Martín de Erro.
1789  -Oración fúnebre de Carlos III, por Jerónimo Ortiz de Zárate.
?          -Elogio de Tiburcio de Aguirre.


Todos los elogios tenían en común el relato de la vida y de las virtudes sociales de los ilustres personajes, como dice Santibáñez:
«...virtudes sociales, aquellas que favorecen los progresos de la humanidad, que alivian, que socorren, que instruyen, que hacen a los hombres buenos, religiosos, amables y amados mutuamente de sus semejantes. Esta clase de virtudes son las que hoy con justa razón se elogian y ensalzan: los que saben distinguirse en ellas son los objetos de nuestro aprecio y veneración. Nuestra Sociedad desde el principio de su instituto no tributó sus elogios a otra clase de personas»395.


Y Clemente de Peñalosa dijo también: «El hombre sociable es el héroe de mi pluma»396. Don Marcelino Menéndez Pelayo vio en esto una muestra de la irreligiosidad cuando tras indicar la ausencia de la invocación divina en los trabajos de los Amigos añade, sirviéndose de un trozo tomado textualmente del elogio de Ambrosio de Meabe, obra de Santibáñez:
«Cuando se hacía el elogio de un socio muerto, decíase de él, no que había sido buen cristiano, sino ciudadano virtuoso y útil a la patria, y que su memoria duraría mientras durase en los hombres el amor a las virtudes sociales»397.


Sería excesivamente largo dar una visión particular de la parte literaria de cada uno de estos elogios, ya que son obra de distintos autores. Vamos a fijarnos en las tendencias generales que hemos podido observar.
Unos huyen de todo estilo oratorio, buscando ante todo la naturalidad, como el autor del elogio del Conde de Peñaflorida, quien nos indica al principio del mismo:
«No voy a hacer un elogio de moda: aborrezco el artificio de fríos y peinados clausulones. Tampoco prometo hacer una oración fúnebre: no tengo talento ni gusto de encadenamientos oratorios. Fui amigo de Peñaflorida: soy libre: hablaré sin ninguna sujeción, como mejor me parezca, pero diré en todo la verdad, que es lo que importa más que las fórmulas»398.


Otros pretenden utilizar un estilo más elevado acogiéndose a la moda de entonces, aunque a veces no fuese totalmente de su agrado, como dice Manuel de Aguirre:
«Si no se indicaran reglas, si hubiesen permanecido los hombres con el derecho de no obedecer como soberanas decisiones las advertencias que han sacado algunos de entre los escritos que convencieron en aquellas circunstancias; si no se viera ceñido de preceptos y notas el arte de persuadir, que debiera tener todo su vigor en la naturaleza, y si la verdad desnuda de flores y adornos fuese el alma del que se pretende convencer, yo diría, yo procuraría mostrar a nuestro Felipe el animoso... destruyendo los errores...»399.


Así las ansias de sencillez se unen con la necesidad de seguir unas normas retóricas entonces en boga400, con lo que el elogio adquiría un estilo más sublime, como el de Ambrosio de Meabe, donde se observan ciertas figuras que ensalzan el relato. Así el quiasma:
«Así no era menester que los necesitados le buscaran, él mismo buscaba las necesidades»401.


o las repeticiones:
«La patria, la dulce patria exige de nosotros...»402.
«Durango su patria, Durango conserva muchas pruebas...»403.


o las interrogaciones:
«¿Cuántos hubieran sido víctimas de la calamidad y la miseria si no se les hubiera proporcionado el alivio?»404.


El estilo conserva sin embargo sencillez y claridad, como el trozo siguiente, donde se expone la gran actividad del elogiado en favor de la Real Sociedad Vascongada:
«El no solamente se alistó desde luego entre los Amigos del País, hizo también alistar a otros muchachos con su autoridad y respeto, cuidó de exigir las contribuciones, excitó los ánimos de dos remisos, persuadió a los imparciales, ilustró y desengañó a los contrarios, e hizo ver a todos las grandes ventajas que con el tiempo había de traer a la patria el establecimiento de la Sociedad Bascongada (sic)»405.


El deseo de agradar al público y cautivarlo lleva en ciertas ocasiones a utilizar el estilo florido, con abundancia de expresiones brillantes, pensamientos ingeniosos, metáforas atrevidas, todo aquello en fin que pueda proporcionar mayor brillantez al elogio. Bástenos traer como ejemplo la introducción del elogio de Joaquín Manrique de Zúñiga, obra de Clemente de Peñalosa y Zúñiga, y que es una muestra clara del estilo utilizado a lo largo del elogio:
«Ofendería la majestad del santuario en que os hablo e inquietaría del silencio eterno en que yacen las cenizas del Ciudadano ilustre que empiezo a elogiar en vuestra presencia, si desviara mis desaliñadas reflexiones de los sagrados fines de vuestro instituto y de los motivos honestos que os congregan este día para el bien de toda la nación»406.


Más que el fondo de las ideas interesa aquí la manera de presentarlas al público, en un intento de atraer a los oyentes mediante un lenguaje y estilo estudiados al extremo.

La Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, en las múltiples ocasiones en que los Socios se dirigían a sus compañeros, dio ocasión a que se ejerciera la oratoria pública, lo que suponía ciertamente una novedad para el país vascongado.

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